viernes, 1 de julio de 2011

El tiempo blando. Por Ignacio Camacho

Con Zapatero en el limbo de la despedida, la legislatura flota ahora en un escenario extravagante y surrealista.

HEMOS pasado del esperpento al surrealismo. La política española, tan a menudo deformada por su tendencia a la exageración grotesca y contradictoria, ha entrado esta semana en un estado de dislocación y descoyuntamiento que tal vez sólo pueda entenderse desde la proyección del subconsciente. El presidente del Gobierno se ha pasado tres días despidiéndose con emotividad de los diputados sin esbozar la más mínima intención real de marcharse. En medio de un ambiente generalizado de final de mandato, Zapatero ha recibido incluso cordiales parabienes para su futuro postpresidencial —incluida la arrobada dosis de almíbar sentimental que la canaria Ana Oramas derramó sobre su persona con retórica de Corín Tellado— mientras esbozaba ante la Cámara planes y medidas a medio plazo. Ha sido un espectáculo absurdo, de una incoherencia extravagante y disparatada: un político que se dirige a la nación con un discurso testamentario y a continuación anuncia su voluntad de quedarse, mientras sus adversarios menos complacientes le deseaban lo mejor al tiempo que le imprecaban a voces que se vaya de una vez por todas.

En una lógica de cierta racionalidad, este debate sería el epílogo de la legislatura. A la despedida elegíaca y autocompasiva del presidente seguirían unas jornadas de trámite hasta el final del período de sesiones y en septiembre se produciría la disolución del Parlamento y la convocatoria electoral. Ése parece el desenlace elemental que se desprende no sólo del contexto social, del pulso mortecino de un Gobierno sin aliento, del colapso institucional y del síncope crítico de la situación económica, sino del propio tono conclusivo de la función del Congreso. Sin embargo, no sólo no hay ningún indicio relevante de que el mandato vaya a acortarse sino que existen serias posibilidades de una pronta remodelación del Gabinete para cubrir la presentida baja del multiministro Rubalcaba y tirar delante de cualquier manera. Se trata de un escenario surrealista en el que todo transcurre bajo una sensación de desesperante provisionalidad, de descomposición al ralentí, de vacío de poder, y en el que el tiempo se ha vuelto blando y mórbido como los relojes de Dalí.

El manejo de los tiempos se le ha escapado de las manos a Rodríguez Zapatero. Su calendario, como su propio poder, está supeditado a los intereses de Alfredo Pepunto Rubalcaba, que será el encargado de determinar cómo y cuándo poner punto final al mandato. Durante unos meses, nadie sabe aún cuántos, vamos a tener un líder cataléptico teledirigido con mando a distancia. En esta postrimería decadente, en este desconcertante cuadro de interinidad, hay un presidente que no acaba de irse y otro que no acaba de llegar, y en medio un personaje que no se sabe si se va o si viene. Última paradoja: el único gallego de los tres no es el tercero.


ABC - Opinión

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