domingo, 5 de junio de 2011

Edimburgo. Por Alfonso Ussía

Me ha divertido mucho el reportaje de Begoña Pérez publicado en la Otra Crónica del diario «El Mundo» acerca del duque de Edimburgo. Hoy es domingo y los lectores merecen otra cosa que no sea política. A Edimburgo lo conocen en Inglaterra como el «Duque del Peligro», porque sus salidas y entradas nunca se ajustan al protocolo. Días atrás, por un simple chorreo del Rey a un grupo de periodistas se armó la marimorena en España. Si hace lo mismo que el duque ya estaría Almudena Grandes y sus huestes cejeras preparando el asalto a la Zarzuela. Una reja separaba a los informadores de la comitiva Real. La Reina Isabel II marchaba en cabeza, y su marido, como siempre, a dos pasos medidos. Cuando nadie lo esperaba, Edimburgo se sacó de la manga una bolsa de cacahuetes y se los tiró a los periodistas como hacen los niños con los monos de los zoológicos. Allí tienen más sentido del humor y la sangre no llegó al Támesis.

El duque de Edimburgo – «no soy nada, sólo un maldito parásito»– siempre ha destacado por su ironía y sentido del humor. El Presidente de Nigeria visitó a la Reina y su marido en el Palacio de Buckingham. Iba vestido con el traje tradicional nigeriano. «Parece que está usted listo para irse a la cama», le comentó el duque. La Reina se interesó por un ciudadano con problemas visuales. «¿Le queda algo de vista?»; el ciudadano se disponía a responder cuando se oyó la voz de Edimburgo: «No mucha, a juzgar por su corbata». Eran tiempos de la Guerra Fría. El Muro aún no había sido derribado. Se programó un viaje oficial de la Reina Isabel y el duque de Edimburgo a la URSS. Un comentario de Edimburgo echó por los suelos todos los planes: «Me encantaría visitar Rusia, aunque esos bastardos asesinaron a la mitad de mi familia». Lo malo, o lo bueno, es que era verdad.


Mi inolvidable e inolvidado Santiago Amón acostumbraba a reconocer su admiración por el duque porque nadie como él sabía mantenerse erguido cuando se ponía todas sus condecoraciones. «Me las pongo para que vean que todavía soy alguien». En sus viajes oficiales a los países de la «Commonwealth» Edimburgo es un constante peligro. Al Gobernador de las Islas Caimán: «¿No son ustedes descendientes de los piratas?». A un jefe aborigen en una visita a Australia: «¿Todavía arregláis vuestros problemas a lanzazos, flechazos y cachiporrazos?». Al saludar a una mujer en Kenia, ataviada a la usanza de aquel precioso país: «¿Es usted una mujer, verdad?». A una deportista que consiguió atravesar de norte a sur la isla de Papua: «¿Cómo has conseguido que no te coman?». En una reunión de amigos, respondió así a uno de ellos que se interesó por la Reina Isabel. «Es leal, estricta y ordenada. Y manda mucho. Como siga así, voy a tener que decirle que se vaya de casa». Eso se lo adjudicó como autor, años más tarde, Jesús Aguirre para referirse a la duquesa de Alba: «Cayetana está últimamente muy nerviosa y le he dicho que, o cambia, o se tendrá que ir de casa».

A sus noventa años asiste a todo lo que el protocolo le exige, aunque se pase el protocolo por las medias en las que luce su Jarretera.No puede dominar sus deseos de divertirse y hacer más difícil la fría armonía de la Corona británica. Aquí en España, le pondrían en la boca un esparadrapo. No aguantamos ni una. Eso, nuestro dogmatismo, siempre reñido con el sentido del humor.


La Razón - Opinión

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