domingo, 3 de abril de 2011

El día en el que Bambi decidió abandonar el bosque. Por Federico Quevedo

Ha dicho José Luis Rodríguez Zapatero que se va, pero que se queda. Puede parecer un contrasentido, pero no deja de ser el resumen patético de ocho años de Gobierno bajo esa misma premisa, es decir, la de decir una cosa y hacer la contraria: donde Rodríguez presumía de pacifista, nos embarcaba en todas las guerras; donde lo hacía de keynesiano, aplicaba políticas liberales; donde abogaba por el socialismo, abrazaba el capitalismo más feroz; donde presumía de gasto social, lo recortaba a destajo; donde lo hacía de rojo y feminista, acumulaba paro y violencia de género… En fin, que podríamos seguir hasta la eternidad. Ayer por la tarde, camino de Sigüenza, María Dolores de Cospedal me dedicó unos minutos para hacer su lectura del asunto: “Ha dicho que se va, ¿no? ¿Cómo que se va? Se queda. La única manera real de irse son elecciones anticipadas. Y eso de que los barones ahora están liberados… ¿Liberados, de que? Los barones son los mayores responsables y cómplices de un presidente al que luego han querido echar, y encima permiten que se mantenga durante un año en el que se van a seguir haciendo corresponsables de todo lo que haga”. Ellos, y quien le suceda, añadiría yo. “Y para colmo, si lo que pretendían era que no se hablara de Zapatero en esta campaña va a resultar que eso es de lo único que se va a hablar, de eso y de quién le va a suceder”.

Estos días vamos a ver, escuchar y leer de todo. Y de las filas de la izquierda saldrán todo tipo de mensajes laudatorios hacia la actitud de Rodríguez Zapatero. Con ello pretenderán hacer creer que esta decisión vuelve a situar al Partido Socialista en condiciones de disputar un partido que las encuestas le daban por perdido… Pero eso no son más que árboles que no dejan ver el bosque, porque el único beneficiario, hoy por hoy, del anuncio de Rodríguez, se llama Mariano Rajoy. El PP no tiene que hacer otra cosa que mantener el discurso que ha venido ofreciendo hasta ahora, centrado en la difícil situación que atraviesan las familias españolas, en el paro y en la crisis, en la denuncia de las mentiras y los engaños del Gobierno, en la crítica a las medidas ineficaces y a la tardanza con la que se adoptan otras que serían más útiles, y en la reclamación de elecciones generales anticipadas para que un nuevo Gobierno dé impulso al país. Esta exigencia, quizá, cobra ahora más fuerza en la medida que el anuncio de Rodríguez imprime a lo que queda de legislatura una sensación de provisionalidad, de interinidad, que no va a pasar desapercibida ni dentro ni fuera de nuestras fronteras. Es verdad que la legislatura se truncó el pasado 12 de mayo de 2010, cuando Rodríguez se vio obligado por las circunstancias a hacerse una enmienda a la totalidad a sí mismo y poner en práctica medidas que hasta ese momento rechazaba de plano “por motivos ideológicos” según sus propias palabras, pero ayer tocó definitivamente a su fin, y si hasta ahora parecía una agonía, en el Comité Federal de ayer el PSOE tocó a funeral.

Insisto en que la propaganda oficial nos va a vender esta burra como un gesto de generosidad, de sacrificio por su país y por su partido… ¡Y una leche! Lo que ha hecho Rodríguez es decir que no se va a presentar, pero no se va y eso sí sería un gesto de generosidad hacia su país. Y ni siquiera lo es hacia su partido. Aznar tuvo la decencia de anunciarlo con tiempo, pero Rodríguez ha estado jugando con todos como si el país y su partido le pertenecieran. Y mientras siga ahí, al frente del Gobierno y del partido –porque no ha dicho que vaya a dejar de ser secretario general-, él, su partido y quienes le rodean seguirán siendo responsables de lo que ocurra en este país hasta que se vayan, y los ciudadanos van a seguir queriendo pasarle factura al PSOE por sus errores y por los errores de su Gobierno. Es decir, como bien apunta Cospedal, eso de que los barones socialistas se liberan no hay por donde cogerlo, porque si algo ha quedado claro después de ayer es que los ciudadanos van a seguirle poniendo una cara a sus desdichas: la de José Luis Rodríguez Zapatero. Y tras la suya, las de todos los que le siguen apoyando.

Una de las exigencias que desde el momento siguiente al anuncio de Rodríguez de que no sería candidato en las generales vienen haciendo los propagandistas de la izquierda, es la del respeto a su decisión y el reconocimiento a su labor… No seré yo quien lo haga. Primero, por lo dicho, es decir, que no se va. Segundo porque ellos no lo hicieron antes con quien sí se fue en un gesto que simbolizaba respeto por el sistema democrático y la alternancia en el poder, incluso dentro del mismo partido. Y, tercero, porque su labor ha sido la más desastrosa que haya acumulado ningún presidente español en toda la democracia, y la herencia que va a dejar a quién le suceda, que no es otro que Mariano Rajoy, no se la desearía yo ni a mi peor enemigo. Si algo creo que hay que hacer en estos próximos meses es ser todavía más críticos y exigentes con un personaje que actúa sólo en beneficio personal, y que ha tomado una decisión que puede tensionar aún más de lo que ya está la vida pública española, al tiempo que nos vuelve a poner en un escaparate del que nos convenía alejarnos. Rodríguez es un narcisista calculador, egoísta y ambicioso que siempre ha antepuesto sus objetivos personales cortoplacistas al interés general e, incluso, al interés partidario, y acaba de conducir al país a una situación de interinidad y provisionalidad nada beneficiosa para superar la situación de crisis en la que nos encontramos y nos encontraremos todavía durante bastante tiempo. Hace unos meses el semanario The Economist decía que el partido que fuera capaz de cambiar de candidato antes del final de la carrera, ganaría… Pues bien, es el momento de demostrarles lo muy equivocados que estaban.


El Confidencial - Opinión

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