jueves, 7 de abril de 2011

El ‘Clan Chaves’: negocios sucios, ¿vidas privadas?. Por Federico Quevedo

Ha dicho el ex presidente de la Junta de Andalucía y actual vicepresidente tercero del Gobierno para nada en concreto, o sea, de profesión sus labores, que todo lo que se está publicando estos días en los medios de comunicación no es más que “una campaña” contra él y su familia. Yo puedo asegurarles que eso no es cierto, que bajo ninguna circunstancia este diario participaría de campaña alguna orquestada contra nadie, sea del partido que sea, porque ese nunca ha sido el estilo de El Confidencial ni lo será, y los que trabajamos en este medio nos sentimos muy orgullosos de su independencia y de la libertad con la que trabajamos.

Libertad es una palabra de significado difícil para Manuel Chaves, entre otras cosas porque él ha gobernado durante décadas la Junta de Andalucía y lo ha hecho desde una política basada en el clientelismo y la corrupción, cercenando la libertad de elección de los ciudadanos andaluces. Lo que ahora está ocurriendo, a lo que estamos asistiendo, no es más que consecuencia lógica del desmoronamiento de un régimen, porque eso es lo que había en Andalucía, un régimen, no un sistema democrático propiamente dicho.


Y cuando el régimen se desmorona, aflora, con perdón por la expresión, toda la porquería que él mismo escondía. En Andalucía el poder político lo controlaba todo, hasta el último rincón del último despacho de cualquier institución pública o privada. Y cuando eso ocurre durante mucho tiempo, con absoluta impunidad, y sin que los propios ciudadanos fueran conscientes del daño que eso hacía al sistema, de cómo lo pervertía, la corrupción se convierte en un modo de actuar institucionalizado, en algo normal, en moneda de curso casi legal.
«Si la corrupción se ha convertido en un comportamiento normal, permitido y amparado por los poderes públicos, quien regía los destinos de la Comunidad Autónoma no podía mantenerse al margen del mismo.»
Andalucía se ha acabado pareciendo más a países como Venezuela o México que al resto de regiones que componen la realidad nacional española. Sólo le ha faltado la violencia que impera en las repúblicas bananeras para que el régimen andaluz se acabara pareciendo como dos gotas de agua al chavismo venezolano. Y si la corrupción se ha convertido en un comportamiento normal, permitido y amparado por los poderes públicos, quien regía los destinos de la Comunidad Autónoma no podía mantenerse al margen del mismo. Las noticias sobre las actividades de sus hijos están pasando una desagradable factura al ex presidente Chaves, pero de lo que hay que alegrarse es de que, por fin, impere la transparencia.

No hay campaña alguna contra él. Si me apuran, esa campaña se la están haciendo los suyos, porque a toda esta sangría de corrupción que mezcla EREs con comisiones y sucios negocios familiares, se une el enfrentamiento entre Chaves y su delfín, Griñán, y si tenemos que buscar orígenes a muchas de las cosas que están saliendo, quizás sería bueno que Chaves mirara en el patio de su propia casa, antes de buscar en patios ajenos.

Hoy por hoy Manuel Chaves es un político acabado, acorralado por escándalos que salpican toda su gestión al frente de la Junta de Andalucía, y ya les pongo sobre aviso: dimitirá, y los mismos que hoy le aplauden -cada vez con menos entusiasmo- cada miércoles cuando responde en el Congreso a alguna pregunta sobre su gestión en Andalucía poniendo el ventilador del ‘caso Gürtel’, mirarán para otro lado y le darán la espalda, como por otra parte ya han hecho otras veces en casos similares. Es probable que Chaves todavía confíe en salvarse, en que las andanzas de su ‘clan’ en el que se suman a sus hermanos, sus hijos, no le pasen factura alguna, pero todavía tenemos margen, por pequeño que sea, para confiar en que la exigencia de limpieza y ética que debe acompañar a todo político se imponga, y sean los suyos los que acaben por aconsejarle que se aparte, y puedo asegurarles que algo de eso se está empezando a mover en el PSOE.

Y es que, por mucho que Chaves se empeñe, un político no tiene vida privada, sobre todo cuando esa vida privada tiene relaciones comerciales con el Gobierno que él mismo preside. Lo del ‘clan Chaves’ es un capítulo más de negocios sucios levantados sobre el altar de la privacidad. “Se trata de mi familia”, parece decir Chaves cada vez que se le pregunta sobre estos temas, “dejen en paz a mi familia…”. Pero no es así. No existe esa clase de privacidad para los políticos. Cuando los ciudadanos exigimos limpieza, transparencia y comportamiento ético, no se limita solo a la persona del político que gobierna, sino que afecta a todo lo que le rodea, y lo primero que le rodea es su familia, y después sus amigos, y tantos unos como otros están también obligados a mantener un comportamiento igual de ético que el del político, sobre todo si por su trabajo tienen alguna clase de relación con la administración que éste preside. Y eso es lo que no ha hecho Chaves, ni su entorno. Al contrario, su familia se ha aprovechado de su cargo para enriquecerse, para obtener beneficios, y no hay nada más obsceno que la corrupción convertida en negocio familiar: Chaves S.L.


El Confidencial - Opinión

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