martes, 15 de marzo de 2011

Un debate nuclear en frío

Las autoridades tienen la obligación de proteger al ciudadano, pero también de garantizar el necesario suministro de energía.

LOS graves incidentes que desde el pasado viernes vienen afectando a varias centrales japonesas pueden resultar extremadamente útiles para el debate nuclear, pero a condición de que se enfoquen correctamente. Frente a un mismo hecho, bien conocido, se puede poner el acento en unos mecanismos de seguridad que no han podido prever todas las eventualidades destructivas de la naturaleza, pero también resulta legítimo subrayar que —incluso sometidas al mayor terremoto de la historia de Japón, seguido de un gigantesco tsunami— sólo algunas centrales niponas han sufrido consecuencias, y éstas en un grado hasta ahora controlable. En el peor de los casos, el diseño de estas plantas impediría que se produjese una fuga de radiactividad similar a la que escapó hace veinticinco años de Chernobil. Hay razones para preocuparse, pero siempre que el foco de esa inquietud se dirija hacia argumentos alejados de la demagogia habitual. Muchos países europeos, empezando por Alemania, han decidido dar una vuelta más al debate sobre la necesidad de prolongar la vida útil de las centrales atómicas, un gesto que pretende —inútilmente, sin duda— alejarlo de la batalla electoral más inmediata, a pesar de que no se han producido incidentes similares en Alemania y de que lo sucedido en Japón no cambia las necesidades energéticas de la primera economía continental. Sería mucho más acertado revisar las condiciones en las que se planea construir o se explotan centrales nucleares en países como Irán o Corea del Norte, que comparten con Japón los elevados riesgos sísmicos, pero no la tecnología ni la organización para hacer frente a una situación similar.

Las pruebas a las que se pretende someter a las centrales atómicas europeas pueden ser de gran utilidad ahora que la experiencia ha demostrado hasta qué punto es posible que las fuerzas telúricas lleguen a afectar a sus condiciones de funcionamiento. La ausencia total de riesgo no existe, como no existe la seguridad absoluta de que una parte cualquiera del planeta no sea devastada por un fenómeno natural. Las autoridades tienen la obligación de asegurar un máximo de protección para sus ciudadanos frente a accidentes imprevistos, pero también el necesario suministro de energía para mantener la actividad de las sociedades desarrolladas.


ABC - Editorial

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