miércoles, 23 de marzo de 2011

Tópicos, mentiras y mensajes en el twitter. Por Federico Quevedo

He leído en el twitter de Santiago Segura un post que dice “NO A LA GUERRA (¿o ahora no toca?)”. La coherencia es una virtud que en estos tiempos brilla por su ausencia, y está bien que haya quien la manifieste tan a las claras, aunque a muchos les produzca una verdadera urticaria producto de la mala conciencia. Bien por el director-productor-protagonista de Torrrente IV, que demuestra que cuando se hace un cine que triunfa y no necesita de la subvención del Estado se puede tener vida y pensamiento propios, cosa que no pueden decir muchos de sus compañeros que todavía dependen de las decenas de millones de euros que el Gobierno tiene pendiente repartir en el mundo del cine durante los próximos meses, y quizá por eso se han olvidado de lo que defendían antes.

En fin, venga esto a cuenta de la denuncia de esa doble moral de algunos, o mejor dicho, de la absoluta ausencia de moral con la que ese mundo ha venido actuando durante tanto tiempo, sirviendo a una revolucionaria ideología llamada subvención. Como es evidente que mientras el Gobierno les riegue con la manguera del Presupuesto no podemos esperar de ellos nada parecido a un acto de coherencia como el de Santiago Segura, tampoco merece la pena perder más tiempo en criticar a unos personajes que se descalifican por sí mismos, aunque a todas luces nos estemos enfrentando a una situación que plantea enormes interrogantes, a los cuales ayer el presidente del Gobierno no ofreció respuestas satisfactorias.


Básicamente el argumento que se nos ha ofrecido es el de que Gadafi es un sátrapa, es decir, un malo malísimo, que maltrata y masacra a su pueblo y le niega el pan y la sal, o sea, la libertad y la democracia. Vamos, que con esa premisa medio mundo debería estar bombardeando al otro medio. Lo que no nos dice nadie, por más que se pregunte, es por qué si Gadafi es un sátrapa, es decir, un malo malísimo, le hemos dejado que plantara su jaima en todas y cada una de las capitales europeas, incluida Madrid, y le hemos recibido con todos los honores, además de venderle las armas con las que supuestamente ahora martiriza a los libios. Al menos, nuestros líderes podían esgrimir un poco de contrición, algo así como “lo sentimos, nos equivocamos y ahora vamos a intentar enmendar el error”. Un error que, además, se repite demasiadas veces.

Lo cierto, sin embargo, es que esta intervención militar en Libia ofrece pocas luces y excesivas sombras, tantas que empieza a provocar un enorme desasosiego. De entrada, seguimos sin entender muy bien para qué sirve porque, por un lado, se nos dice que Gadafi es un peligro para su pueblo -ya lo era antes y no se hizo nada- pero, por otro, se asegura que el objetivo de la operación no es derribarlo… ¡Cuánto se parece esto a la I Guerra del Golfo!

Sarkozy busca impulso
«¿Realmente estos tíos quieren la paz y la democracia? ¿Ha ido Rodríguez a hablar con ellos para saber cuáles son sus intenciones? ¿Y si eso que Rodríguez llama muy voluntariosamente “primavera árabe” resulta ser un invierno helador?.»
Eso si se cumplen las previsiones, porque estas cosas se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban. Es decir, que vamos a Libia a proteger a los libios de su líder al cual le vamos a permitir seguir en el poder para que continúe masacrando a su pueblo. Bien pues, de entrada, parece una solución un tanto kafkiana. Y, de salida, tiene toda la pinta de ser una excusa más para esconder los verdaderos motivos de una operación sospechosamente montada en el último momento a instancias del presidente francés, Nicolás Sarkozy, que parece necesitar de un cierto protagonismo internacional para recuperar parte del crédito perdido entre los franceses. Eso, y el miedo a que Gadafi nos deje sin reservas de gas y petróleo, parecen ser las verdaderas razones de una acción armada de lo menos humanitaria y de lo más interesada. Pues a mí, me van a perdonar, esto me empieza a resultar profundamente indignante y tengo la impresión de que la comunidad internacional, que es el tópico al que se recurre para sumarse con un entusiasmo descriptible a la operación y aparecer en las fotos de París, se está cubriendo de gloria y va a acabar metiendo la pata hasta la ingle.

El otro tópico con el que nos quieren vender lo invendible es el de la masacre del pueblo libio. ¿Qué masacre? ¿De qué pueblo? Hasta ahora lo único que sabemos es que Gadafi está luchando contra los rebeldes, y que nosotros, o sea, eso que eufemísticamente llamamos comunidad internacional, nos hemos metido en medio para proteger a la población, es decir, a los rebeldes. Muy bien pero, ¿sabemos quiénes son los rebeldes? ¿A qué consignas obedecen? ¿Quién o quiénes los dirigen y organizan? ¿Sabemos algo, o no tenemos ni puñetera idea de nada y nos enfrentamos a un futuro incierto como ya nos ocurrió en Irán y en Afganistán si estos a los que ahora ‘protegemos’ llegan al poder?

Ayer Rodríguez intentaba convencernos en el Congreso de que vamos a defender la paz y la democracia pero, ¿realmente estos tíos quieren la paz y la democracia? ¿Ha ido Rodríguez a hablar con ellos para saber cuáles son sus intenciones? ¿Y si eso que Rodríguez llama muy voluntariosamente “primavera árabe” resulta ser un invierno helador? Porque no sería la primera vez, y da la impresión de que si en anteriores ocasiones la comunidad internacional tenía poca información, ahora no tiene ninguna. Es más, está, lo que se dice, a dos velas, a por uvas… Más perdida que un pulpo en un garaje.

Miren, no tenemos ni idea de para qué estamos ahí, no sabemos cuánto va a durar ni cómo va a acabar, se nos habla de consenso internacional y en la OTAN están a bofetada limpia sin ser capaces de decidir quién toma el mando de la operación, nos meten en una guerra -porque esto es una guerra, por mucho que Rodríguez se empeñe en llamarlo misión humanitaria- sin decirnos ni lo que cuesta ni cuáles son los objetivos reales, porque si ustedes se creen que el objetivo final no es acabar con Gadafi son unos ilusos. Si no fuera tan grave y tuviera como consecuencia vidas humanas, esto sería una broma de mal gusto, pero es grave, y mucho. Y lo es también porque entre la poca información que tienen los aliados y la que nos ocultan, los ciudadanos tenemos muchos motivos para sentirnos engañados y pensar que hay más mentiras que otra cosa detrás de las razones que amparan esta guerra. Ayer, sin embargo, la inmensa mayoría del Parlamento respaldó a Rodríguez en esta aventura. Está bien que la oposición cierre filas con el Gobierno en una situación de crisis internacional y de urgencia -ojalá siempre fuera así, ahora como antes-, pero eso no puede servir de tupido velo sobre una realidad que empieza a preocupar a muchos ciudadanos: la de una guerra para la que no encontramos explicaciones suficientemente razonadas y razonables.


El Confidencial - Opinión

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