domingo, 20 de marzo de 2011

Sentido de Estado

Desde que se conociera el decidido apoyo del Gobierno socialista al ataque contra Libia ha surgido simultáneamente un esfuerzo en las filas socialistas por marcar distancias con la guerra de Irak y reseñar las diferencias en la génesis y el desarrollo de ambos conflictos. El propio presidente del Gobierno ha hablado de la resolución de Naciones Unidas como elemento clave de la presencia de un importante contingente español en esta guerra contra Gadafi. Lo cierto es que todavía hoy los juristas y expertos en Derecho Internacional discuten y discrepan sobre la cobertura legal de la intervención contra Sadam Hussein y existe una línea de opinión muy pujante que entiende que las resoluciones de la ONU dieron la cobertura necesaria a la acción contra el tirano iraquí, en la que, por cierto, las tropas españolas sólo participaron en el plan de estabilización. Más allá de esa polémica jurídica, entre ambas situaciones existe una diferencia sustancial en el terreno de la política nacional. Hoy, el principal partido de la oposición respalda la posición del Gobierno y de los aliados y renuncia a instrumentalizar la crisis contra el Ejecutivo. El PP ha demostrado el sentido de Estado que cabe exigir a las grandes fuerzas políticas con aspiraciones de alcanzar el poder. La lealtad en instantes tan cruciales y delicados como son los derivados de una guerra es un ejercicio de responsabilidad encomiable. En la contienda de Irak, el PSOE hizo exactamente lo contrario y colocó sus intereses de partido por encima de los generales. Se embarcó en una campaña de agitación y propaganda contra el Gobierno y consiguió en buena medida distorsionar y confundir las claves en las que se fundamentó la operación multinacional contra Hussein. Zapatero alentó aquel clima de desprestigio contra Aznar en colaboración con una izquierda trasnochada integrada por artistas y sindicalistas. Los mismos que ayer justificaron el ataque contra Libia como un «mal menor».

El discurso oficial defiende la operación contra Gadafi como moralmente aceptable y legalmente impecable, mientras que la que acabó con Sadam Hussein fue del todo repudiable. Lo innegable es el resultado. Aquella intervención supuso el final de una dictadura atroz y la implantación con muchas dificultades de una incipiente democracia con elecciones libres.

No existen guerras inocuas y, muy probablemente, los ataques de la coalición multinacional provocarán daños colaterales en Libia, exactamente igual que sucedió en Irak. La doble moral de cierta izquierda española ha quedado de nuevo al descubierto, así como la falsedad de su discurso pacifista. No se han escuchado sus voces en estas semanas de combate en Libia, como tampoco se han oído por los muertos que se amontonan en países como Yemen, Bahréin o Siria, y de los que la comunidad internacional no quiere saber nada.

El fin de un régimen terrorista y genocida como el de Gadafi tiene que ser siempre un deber moral para el mundo libre. La responsabilidad de los partidos de Gobierno es asumir sus compromisos internacionales en defensa de un bien común.


La Razón - Editorial

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