martes, 22 de marzo de 2011

Presidente interino. Por Ignacio Camacho

En el momento en que Zapatero anuncie su retirada se acaba la legislatura. Cuando dices que te vas ya te has ido.

CUANDO dices que te vas es que te has ido. Si Zapatero decide anunciar su retirada en abril quizás logre aliviar la presión electoral que agobia al PSOE, aunque al precio de liquidar de facto la legislatura. En las condiciones terminales en que se encuentra su liderazgo no le va a ser posible impedir ni controlar la sensación de un vacío de poder, y el horizonte de marzo de 2012 se le hará eterno. Aznar pudo nominar a Rajoy porque nadie dudaba de quién ejercía el mando; de hecho, su referencia era tan patente que el electorado lo acabó castigando a él por persona interpuesta. Pero Zapatero carece ya de capacidad de cohesión y su Gobierno malvive en estado catatónico. Siendo el único referente ha perdido el crédito general y la confianza de los suyos; en el momento en que haya otro candidato al que mirar, al presidente a duras penas le obedecerán los ujieres de Moncloa. En cuanto haga oficial su provisionalidad se convertirá en un interino: un zombi, un fantasma, un holograma político.

Las filtraciones sobre la renuncia indican la existencia de movimientos tectónicos en el PSOE. Los partidarios de Rubalcaba desean un proceso de sucesión rápido, un dedazo fulminante que evite las primarias, ciertamente imposibles de celebrar solapadas en la campaña de las municipales. Su argumento de base consiste en que el copresidente es el único que puede evitar la centrifugación del poder en el interregno. En contra se mueve una coalición crítica dispuesta a respaldar las aspiraciones mostradas por Carmen Chacón: algunos barones autonómicos, el lobby femenino y la joven guardia del zapaterismo. Para impedir la confrontación a campo abierto, a la que se podría sumar algún outsider, sólo cabe un pacto de conveniencia en apoyo de la candidatura rubalcabista con el objetivo de minimizar la previsible derrota electoral y, tras las generales, dar paso a Chacón como lideresa en un congreso extraordinario. La clave de cualquier compromiso se llama Pepe Blanco, el hombre cuyos movimientos hay que seguir como cónsul del presidente en el partido.

El problema es que Zapatero quiere gobernar hasta el último minuto, y la agenda no da respiro. A finales de marzo hay un cónclave europeo sobre la crisis económica, en el que la guerra de Libia se puede cruzar como un camión cisterna derrapado en medio de una autovía. Al aceptar la última y más clamorosa de sus reconversiones personales y políticas para meterse a bombardear a Gadafi, el presidente vincula los tiempos sucesorios a su propia disponibilidad como gobernante. Un atasco en el conflicto libio complicará el calendario partidista; no sería de recibo que el líder de una nación que acaba de mandar tropas al combate anunciase su retirada en plena misión bélica. El país ya se ha acostumbrado al desgobierno, pero al menos los militares en acción se merecen un jefe que no tenga la cabeza en otra parte.


ABC - Opinión

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