miércoles, 23 de marzo de 2011

No pienses en un Tomahawk. Por Ignacio Camacho

El ataque a Libia tiene el amparo de la ONU pero la decisión de formar parte de la misión es voluntaria.

EL ataque a Libia cuenta con el respaldo de la ONU y por tanto está amparado por esa peculiar legalidad internacional que se construye con el voto de los dictadores. Sin embargo, formar parte de la misión militar es, al menos hasta que intervenga la OTAN, una decisión voluntaria que Alemania, por ejemplo, no ha querido tomar. Zapatero sí la ha tomado, sin esperar por cierto la autorización del Congreso, y ha hecho bien porque España no debe rehuir sus compromisos y alianzas; pero la contradicción con su trabajado discurso pacifista es tan evidente que Rajoy apenas necesitó recordársela ayer. Está patente en la opinión pública, y se abre paso sola por mucho que el discurso oficial ponga el énfasis en la resolución previa del Consejo de Seguridad y en ese mantra de «Libia no es Irak» que sustituye al de «España no es Grecia, ni Portugal, ni Irlanda». Simplemente, ocurre que la retórica del «ansia infinita de paz» chirría ante la orden de despegue de unos F-18 que no van a construir escuelas ni hospitales para el sufrido pueblo libio. Lo sabe el presidente y lo saben los ciudadanos, que son los que sacan conclusiones. En la teoría de los marcos mentales de Lakoff —«No pienses en un elefante»—, tan querida al posmodernismo político zapaterista, esta guerra legalmente justa vincula al antiguo ZP con la inequívoca simbología bélica de un bombardeo. No pienses en un Tomahawk. No pienses ya siquiera en las próximas elecciones.

Libia no es Irak, desde luego, aunque entre Gadafi y Sadam existan simetrías destacables. Árabes ambos de confusa ideología izquierdista, dictadores crueles y estrambóticos, antiguos aliados de conveniencia de Occidente, gestores de grandes bolsas de petróleo. La clase de tipos con la que el mundo libre se abraza y bombardea alternativamente. En Irak se atacó sin consenso con la falaz coartada de las inexistentes armas de destrucción masiva; en Libia se ha buscado el acuerdo sobre la base de una intervención humanitaria que casi nadie cree como nadie creyó la pamema del infernal armamento iraquí. Zapatero se agarra al humanitarismo como Aznar se agarró al arsenal químico de Sadam; pretextos para disfrazar la voluntad de derrocar a un sátrapa incómodo. A favor del presidente cuenta no obstante la baza del permiso de Naciones Unidas, aval que también acabó llegando a posteriori para la operación de Irak. Lo que abrasa ahora el crédito del zapaterismo no es la impecable adecuación formal de su decisión política, sino el contraste con la identidad ideológica que ha tratado de forjar de sí mismo y con la evidencia de que siete años después de presentarse como adalid del pacifismo universal acaba aterrizando en una dura realpolitik de portaviones, fragatas y misiles. Un marco de opinión pública aplastante para el gobernante que al inaugurar su mandato prometió con ahuecada solemnidad que el poder nunca lo cambiaría.

ABC - Opinión

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