sábado, 19 de marzo de 2011

Los Miserables (el mundo en manos de una pandilla de necios). Por Federico Quevedo

El canciller Bismarck decía algo así como que “el político piensa en la próxima elección; el estadista, en la próxima generación”. Yo no sé ustedes, pero a la vista de los acontecimientos de los últimos días, de los últimos meses e, incluso si me apuran, de los últimos años, echo mucho en falta la presencia de verdaderos liderazgos políticos, de auténticos estadistas capaces de sacrificar su propio futuro pensando en el porvenir. Hace unos días escuchaba decir a alguien que nuestros líderes no son peores que los que tuvieron que gestionar la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial… ¿Ah, no? Francamente, yo no veo por ninguna parte a un Roosevelt, ni a un Churchil, ni a un De Gaulle… No veo líderes capaces de sentarse en torno a una mesa y reeditar un Yalta o un Potsdam… Supongo que estaremos más o menos de acuerdo en que tanto la Gran Depresión como la Segunda Guerra Mundial marcaron un antes y un después en la historia de la Humanidad. De hecho, hay quien afirma que aunque el siglo XX empieza cronológicamente el 1 de enero de 1900, políticamente fueron esos dos hechos los que marcaron el final de la Edad Moderna para dar paso a la Contemporánea. Y fueron esos líderes los que asumieron la responsabilidad de hacer cambiar al mundo.

Casi un siglo después podríamos decir que la gravísima crisis que atraviesa el mundo, unida a la guerra contra el terrorismo y a los acontecimientos de las últimas semanas -incluida la crisis de Japón pese a tratarse de un desastre natural y ahora explicaré por qué-, son los acontecimientos que están poniendo punto final al siglo XX y que de verdad nos hacen entrar en el siglo XXI. Igual que aquel cambio empezó un mes de octubre de 1929 con el crack de la Bolsa de Nueva York y acabó con el final de la II Guerra Mundial, el que ahora vivimos empezó un 11 de septiembre de 2001 con el ataque a las Torres Gemelas pero es ahora cuando estamos viviendo con mayor intensidad ese tiempo de cambio. ¿Y qué nos ofrecen nuestros líderes políticos? Cortoplacismo. Ni la crisis económica, ni todo lo que está ocurriendo en los países árabes, ni lo sucedido estos días en Japón nos ha permitido descubrir a verdaderos estadistas, sino a dirigentes que única y exclusivamente piensan en sus más cercanos intereses. Estamos en manos de auténticos necios que no son capaces de mirar más allá de las próximas elecciones a las que tienen que enfrentarse, como ha demostrado la única que hasta ahora perecía tener algo más de sentido común, la canciller alemana Angela Merkel.
«Y lo que ocurra en Japón tras el terremoto y el posterior tsunami que han llevado a la centra de Fukushima a una situación critica va a implicar cambios sustanciales en nuestros modelos energéticos.»
A nadie se le oculta que el mundo está cambiando. La crisis está modificando nuestros hábitos de vida. La guerra contra el terrorismo ha supuestos importantes cesiones de nuestra libertad en beneficio de la seguridad. Lo que ocurra en el mundo árabe todavía no sabemos como va a afectarnos, pero estamos seguros de que lo va a hacer. Y lo que ocurra en Japón tras el terremoto y el posterior tsunami que han llevado a la centra de Fukushima a una situación critica va a implicar cambios sustanciales en nuestros modelos energéticos. Todo va cambiar, y el problema es que no sabemos en que dirección ni cómo va a afectarnos esos cambios, entre otras cosas porque no tenemos líderes políticos, estadistas capaces de liderar esos cambios. Tenemos, eso sí, un ególatra presidente francés ocupado de las calzas de sus zapatos para llegarle a la altura del hombro a su mujer y que cada vez que le ponen un aprieto demuestra sus modales ariscos, y que es capaz de anteponer los intereses comerciales franceses a la búsqueda de soluciones en una situación de crisis… Tenemos un primer ministro italiano que, en fin, qué quieren que les diga de quien ha popularizado el bunga bunga… Tenemos una canciller alemana a la que le preocupan más las elecciones de dentro de tres semanas en algunas regiones que el futuro de todos… Tenemos un premier británico demasiado inexperto a la vista de los hechos y al que le falta un hervor para alcanzar la talla de algunos de sus antecesores… Tenemos un presidente de los Estados Unidos que llegó a la Casa Blanca subido a una ola de popularidad y que cada día que pasa se evidencia más que el Despacho Oval le viene grande… Y qué voy a decir del nuestro que ustedes no sepan ya.

Miren, estos dirigentes, estos líderes, llevan semanas mirándose al ombligo mientras el mundo asiste expectante, y también atemorizado, a cambios inevitables que van a modificar nuestros hábitos de vida mientras ellos solo parecen preocuparse por que nada cuestione su permanencia en el poder. Hemos visto cómo han actuado con dosis insuperables de egoísmo ante la terrible catástrofe japonesa, poniendo más atención en el accidente de la central nuclear que en el número de víctimas y los destrozos del terremoto y el tsunami, y ni siquiera para ayudar a controlar la posibilidad de un desastre nuclear sino más bien para dedicarse a alarmar a la población con declaraciones irresponsables y sobredimensionadas, como las del comisario europeo de Energía. ¿Y qué me dicen de su actitud ante las revueltas en el mundo árabe? Da la sensación de que les atemorizan, en lugar de ponerse al frente de una manifestación a favor de la libertad y la democracia. ¡Cuánto han tardado en tomar una decisión que frenara la masacre a la que el dictador libio estaba sometiendo a su pueblo! Libertad y democracia, son dos palabras que nuestros dirigentes parecen haber olvidado y sepultado bajo la losa del dirigismo. Y ¿por qué intervienen en Libia? ¿porque hay petróleo? ¿Por qué Libia sí, y Yemen, no, si en los dos sitios hay un dictador matando a su pueblo?

Los medios de comunicación no estamos menos exentos de responsabilidad ante la naturaleza de nuestra reacción frente a los cambios. Estos días, las portadas de los periódicos parecían sacadas de un concurso para premiar el titular más sensacionalista. Se recurre a la demagogia, a la doble vara de medir, se falsifican los debates y se busca la atención del lector aunque sea a costa de sacrificar la verdad, todo para retrasar lo inevitable: la prensa está condenada a desaparecer o, al menos, a sufrir un cambio tan sustancial como el que está viviendo la humanidad y que la va a alejar del modelo que hasta ahora conocíamos de medios de comunicación de masas. Nadie parece querer afrontar lo inevitable: los cambios están aquí, están llamando a nuestras puertas, y los ciudadanos asisten atónitos a esta situación sin que nadie les ayude a resolver las innumerables dudas que todo lo que está pasando les plantea. En el fondo, a los políticos y a los medios de comunicación les gustaría que todo siguiera como hasta ahora, que nada cambiara, que no se plantearan debates tan trascendentes como qué tipo de energía vamos a necesitar en el futuro y sí vamos a seguir teniendo excedentes o, por el contrario, lo que se avecina es una considerable escasez de ese bien.

Ellos están a lo suyo, dedicados a pensar, como decía Bismarck, en su próxima cita ante las urnas y en evitar que el coste de todo lo que está ocurriendo sea demasiado grande para sus expectativas electorales. El mundo camina por un lado, y sus dirigentes por otro. Los organismos internacionales se han demostrado inservibles, ni la ONU vale para poner orden en la gobernanza política, ni las organizaciones económicas –el FMI, el BM, la OCDE- han servido para avisarnos de lo que se venía encima, y mucho menos para evitarlo… Si acaso, lo que han hecho ha sido contribuir de manera entusiasta a que la crisis se instalara entre nosotros. ¿Y qué hacemos los ciudadanos? ¿Nos quedamos quietos, expectantes, a ver por donde viene el siguiente zarpazo a nuestro bienestar de la mano de los mismos a los que elegimos para que, supuestamente, nos protejan y arreglen nuestros problemas? Eso es lo que parece, y cuando observamos que otros se rebelan contra la injusticia y la ausencia de libertad, miramos para otro lado y esperamos que sean unos políticos que no les llegan ni a la suela de los zapatos a aquellos que cambiaron el mundo en la primera mitad del siglo XX los que nos dirijan. Pues vamos listos.


El Confidencial - Opinión

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