viernes, 25 de marzo de 2011

Humo en la casa de al lado. Por Ignacio Camacho

La crisis portuguesa deja la duda de si en España hubiese sido mejor o peor tirar al Gobierno por la ventana.

HAY un incendio en la casa de al lado y aunque de momento no vaya a prender en las medianeras será inevitable que se cuele la humareda y puede que hasta se nos chamusquen algunos muebles. La banca y algunas grandes empresas españolas corren riesgo de palmar en Portugal hasta 80.000 millones de euros, y si se produce el rescate, España como país se va a quedar sin cortafuegos. El único aspecto positivo de la crisis portuguesa es que, por primera vez desde que comenzó la crisis, hace una eternidad de sufrimiento, el mantra de que «España no es Portugal» ha salido de labios ajenos y no se ha producido un incremento de la presión de la deuda. Por ahora. Nuestra principal esperanza consiste en que a Europa le empieza a dar pereza tanto rescate y le seduce poco la idea de seguir apoquinando pasta; intervenir España, que desde luego no es Portugal, costaría al menos seis veces más. La diferencia de escala es un alivio pero hay otros diferenciales menos tranquilizadores: los vecinos tienen un déficit más bajo y casi la mitad de paro. Y aun así están a punto de desplomarse.

El otro gran contraste español con la situación portuguesa lo define la escena política. Tirar al Gobierno por la ventana es una idea tentadora pero no está claro que represente una solución. El PP lo intentó cuando Zapatero presentó su primer ajuste y no lo logró porque los nacionalistas actuaron de estabilizadores a cambio de prebendas presupuestarias. Rajoy insiste en que llevamos un año perdido, pero no concreta si hubiese preferido llegar al poder con la política económica secuestrada por Bruselas; igual piensa que eso le ahorraba decisiones incómodas. Sea como fuere, ya nunca lo sabremos, ni si habría sido mejor o peor, y ahora vivimos un estancamiento económico agravado por uno político. La paradoja es que el calendario de esta legislatura desperdiciada sólo depende ya de los equilibrios internos del PSOE y de cómo gestione la sucesión de Zapatero. Lo más que se puede acortar son seis meses.

Los portugueses han optado por la vía expeditiva, obligando a beberse la cicuta a un Sócrates que no es el sabio griego pero tampoco el más tonto de la clase. La confluencia de la derecha conservadora y la izquierda antiliberal ha tumbado al cabo de un año a un Gobierno menos frívolo que el zapaterista pero también más precario y no mucho más competente. El problema es que otras elecciones tampoco garantizan allí una mayoría sólida porque no existen bisagras moderadas. La pregunta que cabe hacerse al respecto en España es si el nacionalismo catalán, que ha ejercido históricamente de charnela, sigue siendo una minoría responsable o está ofuscada por el delirio soberanista. Hasta que las urnas den ocasión de averiguarlo conviene que en Europa sigan sin vernos cara de portugueses… o al menos disimulen los parecidos.


ABC - Opinión

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