jueves, 17 de marzo de 2011

El otro tsunami. Por Fernando Fernández

La respuesta racional al tsunami nuclear es trabajar para hacer las centrales más seguras, sabiendo que nunca lo serán del todo.

ESCRIBIR cuando la información es limitada y los acontecimientos se precipitan es un riesgo impropio de un profesor que se precie, pero la actualidad manda. Y la actualidad está hoy vinculada a la temperatura de los reactores japoneses. El debate nuclear está encima de la mesa y será muy difícil que vuelva a ser racional, aunque merece la pena intentarlo. Calificar lo ocurrido como el apocalipsis es un exceso verbal impropio de un político responsable que nos pasará factura como europeos. Ya saben lo que pueden esperar nuestro aliados, a la primera dificultad hacemos las maletas, suspendemos los vuelos y contamos votos. Con esta política miope, Europa camina irreversiblemente a la marginalidad. Esto es cobardía y no lo que denuncia el diputado Eguiguren.

La percepción pública de la energía nuclear ha cambiado. Es absurdo negarlo. Hoy somos todos más conscientes del riesgo. No ha ocurrido un fallo técnico, sino una catástrofe natural de magnitud imprevisible. El mayor terremoto en cuatrocientos años. Pero las consecuencias pueden ser catastróficas. De haberse producido en otra zona del mundo probablemente estaríamos hablando de certezas y no de escenarios. La energía nuclear tiene riesgos que los economistas llamamos de cola de la distribución; acontecimientos de escasísima probabilidad pero con un coste elevadísimo. De alguna manera, permítanme la deformación, como las crisis financieras.


Y no hemos cerrado los bancos ni vuelto a la economía de trueque. Es más, nos hemos enorgullecido de haber evitado el proteccionismo, el mismo que ahora practicamos absurdamente frente al riesgo nuclear. Se habla más de aislar a Japón que de ayudarle de manera eficaz. Como si cerrando ese país, pudiéramos borrar de la memoria las imágenes escalofriantes y volver a nuestros menesteres como si nada hubiera pasado. La tragedia humanitaria, cientos de miles de habitantes desplazados sin hogar ni medios de subsistencia, ha pasado a un segundo plano ante la pesadilla de contaminación. El milenarismo sigue muy vivo en el imaginario colectivo y está ocupado en régimen de propiedad por la energía nuclear. Es irracional, pero muy real. Y la política es percepción, la misma que preocupa tanto a los socialistas porque el fin de su régimen se considera inevitable.

El riesgo cero no existe. No hay nada gratis y por eso hay que plantear alternativas racionales. Tratemos de construir un escenario sin energía nuclear. La gran depresión del 29 sería una broma. Hay en el mundo capacidad para aumentar la producción de petróleo en unos 10 millones de barriles al día. Para ponerlos en explotación se estima que el precio tendría que llegar a 200 dólares. Aún así no serían ni remotamente suficientes para compensar la pérdida de la nuclear. Pero traería consigo una subida de la inflación y consiguientemente de los tipos de interés que ahogaría el sistema financiero. La pérdida en nuestro nivel de vida sería dramática y duradera. Puestos a hacer demagogia, las condiciones de salud mundial se deteriorarían de manera al menos equiparable a las de una catástrofe nuclear localizada. El mundo sería un lugar menos seguro. Por eso la respuesta racional al tsunami nuclear es trabajar para hacer las centrales más seguras, sabiendo que nunca lo serán del todo, en mejorar los protocolos de actuación ante las emergencias reforzando la cooperación internacional, invertir en fuentes alternativas y eficiencia energética. Pero sabiendo que no hay alternativa, ni la habrá a corto plazo. Esto es real, lo demás es ciencia ficción o el planeta de los simios.


ABC - Opinión

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