viernes, 18 de marzo de 2011

Terremoto. El imaginario simbólico japonés. Por Agapito Maestre

Yo, pues, deseo ser japonés, o sea, deseo tener su imaginación, porque, como dijo Aristóteles, "no hay ser que desee sin imaginación".

Olvidé decir algo importante sobre la fantasía, en la Tertulia de Dieter Brandau, que quisiera ensayar en esta columna. Si hoy hay una nación fantástica e imaginativa en el mundo, en mi opinión, se llama Japón. Su capacidad de sobrevivir a una de las tragedias más duras de la humanidad es, sencillamente, fantástica. Imaginativa. Cientos de lecciones están dando los japoneses al mundo entero. La de ciudadanía, en mi opinión, es decisiva para el resto de sociedades democráticas; ser ciudadano, comportarse como un ser libre y solidario, en esas condiciones trágicas no habría sido posible sin la inmensa capacidad de imaginar que tiene este pueblo casi desde la nada, o peor, desde la tragedia que peor pudiéramos prever.

El triple accidente que soporta esta nación es conllevada con una resignación propia de una de las sociedades más libres del planeta. Sin libertad no hay imaginación creadora. Sí, sólo en sociedades muy libres, sin la presión permanente de los Estados en la vida cotidiana, es posible inventar formas de comportamiento ciudadano que nadie hubiera podido adivinarlas en condiciones normales. A eso le llamo capacidad de inventar la política, de instituir un imaginario colectivo, que está al margen, al lado o, sencillamente, complementa las llamadas instituciones sociales y reales.

Esta forma imaginaria de sociedad, dicho con Castoriadis, está lejos de ser algo ilusorio. Por el contrario, instituye una forma ciudadana radicalmente nueva que no está determinada por nada ni por nadie y que es determinante del comportamiento colectivo, no tiene una explicación causal ni siquiera racional. Surge de la imaginación de unos individuos agrupados en sociedad. Quizá en Japón no exista una división de poderes más o menos aceptable para una democracia desarrollada. No lo sé ahora ni me importa, porque es sólo un ejemplo. Quizá el Gobierno nipón, como el español o el francés, controle el poder legislativo e incluso el legislativo. ¡Quién lo sabe! Quizá tampoco Japón, como en el resto de países democráticos, sea capaz de crear partidos políticos sin estructuras burocrático-jerárquicas, o sea, seguramente sus partidos son tan antidemocráticos como los españoles. Sin duda alguna, estos límites son reales. Son estructuras de dominación política clásicas que funcionan en Japón como en otros lugares del mundo.

Pero, y esto es lo importante, ninguno de ellos ha podido limitar, dicho brevemente, el desarrollo de unas instituciones imaginarias políticas, subyacentes a las "reales", que nos hacen mirar al pueblo japonés como un espejo de comportamiento ciudadano ejemplar. Yo, pues, deseo ser japonés, o sea, deseo tener su imaginación, porque, como dijo Aristóteles, "no hay ser que desee sin imaginación". La lección de ciudadanía de los japoneses, es decir, de comportamiento solidario y sosegado ante la trágica realidad, hubiera sido imposible sin su imaginación que, dicho sea de paso, nunca es efecto del deseo sino que es la condición del deseo, en este caso, del infinito deseo que tiene los japoneses de ser libres.


Libertad Digital - Opinión

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