domingo, 27 de marzo de 2011

El anfitrión. Por M. Martín Ferrand

José Luis Rodríguez Zapatero, como los jugadores de parchís, cada vez que come una cuenta veinte.

ZAPATERO, disfrútelo quien pueda y lamentémoslo cuantos queramos, tiene todavía vigente un año de contrato como inquilino de La Moncloa. Es prematuro darle ya por jubilado. Por adversos que le resulten al PSOE los resultados de las autonómicas y municipales del próximo mayo, valoración que a los efectos de la opinión pública se centrará en Castilla-La Mancha, el líder socialista podrá reunir muchas veces todavía, como ayer, a los grandes empresarios españoles y a quienes, sin serlo en puridad, hemos dado en aceptar como tales. Agotada como está la fauna política, corta de prestigio en la calle y escasa de interés en los telediarios, las cuatro decenas de notables que ayer se sentaron en el Patio de Columnas del palacete presidencial renuevan el repertorio informativo. Emilio Botín luce más que Valeriano Gómez en uno de esos espacios «de noticias» en los que la personalidad de su anchorman se vincula mejor a un lácteo probiótico que al rigor de las noticias.

José Luis Rodríguez Zapatero, como los jugadores de parchís, cada vez que come una cuenta veinte. Sus tardíos y fofos compromisos expuestos en Bruselas para que puedan aflorar el empleo, acelerar la economía, contener el déficit y adelgazar la deuda —la quimera en curso— parecen más sólidos y razonados después de presentados en sociedad. Lo democrático hubiera sido anunciarlos en el Congreso, en donde se supone está instalada la representación ciudadana; pero el todavía presidente del Gobierno no tiene ese escenario entre los de sus preferencias y se siente más cómodo, como cada quisque, de anfitrión que sujeto al rigor procedimental de una Cámara en la que es, nada más, uno de los trescientos cincuenta que en ella se sientan con pleno derecho. Singular y jerarquizado, pero uno más. Uno más frente a Mariano Rajoy, que es también otro más.

Entre los cánticos seductores que Zapatero entonó para sus invitados empresariales llamó especialmente la atención el de sacar a superficie el proceloso mundo de la economía sumergida. Es difícil de entender, si esa bolsa anda en el entorno de una quinta parte del PIB, por qué no ha intentado su afloramiento fiscal y social en los siete años que lleva instalado en la silla presidencial; pero, ya se sabe, el leonés es un relojero frustrado que aspira al control de los tiempos ajenos. Un control que, en el caso concreto de la economía sumergida —que lo está por algo más que lo meramente tributario—, puede incrementar las cifras reales del paro y cegar algunos pequeños manantiales de riqueza que, sin estar bajo el control público, alivian la sed económica de la Nación.


ABC - Opinión

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