jueves, 17 de marzo de 2011

Alarmismo mediático. Algunas verdades sobre la energía nuclear. Por Emilio J. González

Todos quisiéramos que las cosas fueran perfectas desde un primer momento y que todo estuviera previsto, pero, por desgracia, la vida es así y avanzamos, corregimos errores y perfeccionamos las cosas cuando se producen fallos que nadie había previsto.

A raíz de los acontecimientos que se están produciendo en la central nuclear de Fukushima, y en medio de la demagogia habitual de políticos y medios de comunicación, hay quien quiere reabrir el debate sobre el átomo, por supuesto para acabar con este tipo de energía por razones cuando menos dudosas. Desde luego, ni yo voy a negar que lo que está sucediendo con la central japonesa es un asunto grave, ni mucho menos que es posible que las cosas todavía puedan ponerse aún peor. Pero también creo que un debate tan importante como el de la energía nuclear debe abordarse de forma fría, desapasionada y racional. Por ello creo conveniente poner algunas cosas negro sobre blanco al respecto.

De entrada, esto no es Chernobil, por mucho que algunos se empeñen en extraer paralelismos de donde no los hay, por dos sencillas razones. Primero, porque la central nuclear ucraniana estalló a causa de que los militares soviéticos se dedicaron a producir plutonio en ella con fines militares, mientras, por otra parte, desde Moscú se financiaba a los grupos pacifistas y ecologistas europeos con el fin de detener el progreso tecnológico en la que, por entonces, era la mitad libre y democrática del Viejo Continente. Segundo, porque la central de Fukushima ha demostrado una capacidad de resistencia asombrosa frente a un terremoto cuya intensidad se sitúa en el segundo nivel de los diez de que costa la escala Ritcher.


El problema ha sido que el tsunami que siguió a continuación dejó inoperativo el sistema de refrigeración, pero no afectó al sarcófago donde se encuentra el núcleo de la central. Evidentemente, ha sido un fallo, pero es un fallo que se puede corregir para incrementar aún más la seguridad de las centrales nucleares. No hay que olvidar que el progreso humano, nos guste o no, se ha construido y se construye mediante la detección de esos errores. Si hoy volar en avión es seguro es porque antes hubo accidentes que nos enseñaron cosas como que había que instalar radares de tierra en los aeropuertos, etc., y por ello nadie ha puesto en cuestión la aviación comercial.

Todos quisiéramos que las cosas fueran perfectas desde un primer momento y que todo estuviera previsto, pero, por desgracia, la vida es así y avanzamos, corregimos errores y perfeccionamos las cosas cuando se producen fallos que nadie había previsto. Quien no acepte esto, está rechazando ese progreso que está permitiendo que miles de millones de personas en este plantea vivan cada vez más y mejor. Y si el problema es el número de personas que pueden fallecer si, esperemos que no ocurra, sucede lo peor en la central de Fukushima, por la misma razón tendrían que prohibirse los coches, ya que las carreteras se cobran miles de víctimas cada año. Pero a nadie en su sano juicio se le ocurre proponer semejante cosa, ni los españoles, sabiendo cuáles son los peligros de la conducción, optan por dejar su coche en casa y viajar en transporte público. ¿Por qué, entonces, la energía nuclear va a ser diferente cuando, además, es mucho más vital para la sociedad que el automóvil?

Segunda cuestión: Europa necesita la energía nuclear para poder vivir. Esta lección la aprendieron los europeos hace ya bastante tiempo, concretamente en 1956, cuando Egipto decidió cerrar el canal de Suez, creando serios problemas de abastecimiento de petróleo al Viejo Continente. Los europeos reaccionaron de inmediato y, después de la fallida intervención militar conjunta de Francia y el Reino Unido para recuperar el control del canal, decidieron crear la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom), con el fin de promover conjuntamente el átomo para usos pacíficos. Por razones estratégicas, Europa no tiene más alternativa energética que el átomo. Es cierto que tenemos carbón, pero este combustible fósil es altamente contaminante y provoca igualmente muertes por enfermedades entre quienes respiran la contaminación que emite su combustión para producir electricidad. Pero estas muertes son silenciosas y no se producen de una sola vez, sino de forma paulatina, con lo que no da lugar a los grandes titulares que desencadena un accidente nuclear. Además, la electricidad proporciona unas condiciones de vida, en todos los sentidos, que nos permiten vivir más y mejor. Esto también hay que incorporarlo al debate porque, hoy por hoy, las renovables no tienen la menor capacidad para sustituir ni al átomo, ni al carbón, ni al gas, ni al fuel a la hora de producir energía eléctrica.

Por último está la cuestión económica. Las estrategias modernas en materia de energía se basan en tres pilares: garantía de abastecimiento, precios que no estrangulen el crecimiento económico y respeto al medio ambiente. Hoy por hoy, con una demanda de petróleo cuya tendencia a medio y largo plazo es a seguir creciendo, no cabe esperar más que el progresivo encarecimiento del crudo y, con él, del gas natural. Frente a ello está la energía nuclear, la única fuente de energía que cumple con esos tres criterios, a pesar de que, como es obvio, existe el riesgo, muy pequeño pero real, de que pueda producirse un accidente. Si queremos conservar nuestra calidad de vida, no tenemos más remedio que seguir apostando por ella.


Libertad Digital - Opinión

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