martes, 8 de marzo de 2011

“A 110 por hora va a ir la santa madre del señor ministro”. Por Federico Quevedo

Llevamos dos semanas de debate a cuenta de las medidas de supuesto ahorro energético tomadas por el Gobierno, principalmente la limitación de los 110 kilómetros por hora en autovías y autopistas, y el asunto tiene pinta de continuar lo cual es un fiel reflejo del monumental ‘cabreo’ que el asunto ha generado en la sociedad española. Desde ayer la limitación es efectiva, y también desde ayer ha comenzado el Gobierno a hacer caja. Esta era, desde el principio, la principal razón de la medida, y prueba de ello es la prisa que se ha dado el Ministerio del Interior en modificar los radares para que salten cada vez que la aguja del cuentakilómetros sobrepase mínimamente los 110, lo que de entrada exige al conductor un nivel de atención sobre la limitación de velocidad que necesariamente se resta de otros asuntos que conciernen a la conducción, lo cual, según denuncian asociaciones de automovilistas, puede ser peligroso.

Pero, miren, yo no soy un experto en estas cosas y no voy a entrar en el detalle de si es mejor ir a 110 que a 120, ni si de verdad eso sirve para ahorrar gasolina -cosa que pongo en duda-. Me preocupa, y mucho, la obsesión de este Gobierno por prohibir siempre que encuentra una excusa para ello. Da igual lo que sea, el caso es imponer una prohibición y castigarla con una multa si es menester. Ayer el secretario de Organización del PSOE, Marcelino Iglesias, acusaba al PP de asimilar libertad con “conducir más deprisa, o con una copita o sin cinturón de seguridad”, en un alarde de insultante demagogia sin precedentes. No, mire señor Iglesias, libertad en este caso es que una persona pueda conducir como le dé la gana siempre que no ponga en riesgo la seguridad de los demás y la propia. Y si el debate es que ir a 110 ofrece más seguridad que ir a 120, entonces lo que no tiene sentido es la temporalidad de la norma, y si es temporal será porque esa no es la naturaleza del debate y por lo tanto estamos asistiendo a una nueva invasión del espacio privado por parte de los poderes públicos.
«Rebajar el límite de velocidad a 110 kilómetros, no teniendo impacto alguno sobre la seguridad, sí lo tiene sin embargo sobre nuestra libertad, y a eso los ciudadanos tenemos la obligación de oponernos, porque para eso no le hemos hecho ningún encargo al Estado.»
Es verdad que el Estado tiene la obligación de establecer unos márgenes en los que vela por la seguridad, y por eso nos sanciona si conducimos demasiado rápido, si lo hacemos sin cinturón de seguridad o si hemos bebido demasiado. Y los ciudadanos que somos los que le hemos hecho ese encargo al Estado aceptamos que eso sea así, aunque podemos discutir, por ejemplo, que el límite de los 120 kilómetros/hora se haya quedado obsoleto en relación a la renovación que estos últimos años se ha producido en el parque móvil nacional. Pero esa es la concesión que los individuos hacemos en beneficio de nuestra seguridad, no de nuestra libertad. Rebajar el límite de velocidad a 110 kilómetros, no teniendo impacto alguno sobre la seguridad, sí lo tiene sin embargo sobre nuestra libertad, y a eso los ciudadanos tenemos la obligación de oponernos, porque para eso no le hemos hecho ningún encargo al Estado, y ni siquiera la razón del ahorro energético es válida porque no le da derecho al Estado a imponernos una prohibición injusta.

Y es que nadie le ha pedido al Estado que se inmiscuya en nuestra vida privada y en la toma de nuestras propias decisiones. Hoy por hoy no tenemos ningún problema de escasez de energía, o al menos el Gobierno no ha dicho que lo tengamos salvo que nos esté mintiendo de nuevo. Tenemos, es verdad, un problema de dependencia exterior, pero si para reducir esa dependencia es necesario ahorrar energía, no tiene por qué ser el ciudadano el que pague ese pato, teniendo en cuenta que la mayor parte del consumo energético se produce en el sector público y en la industria. Que ahorren ellos, entre otras cosas porque durante todos estos años no han hecho nada, absolutamente nada, por reducir esa dependencia energética externa. Los ciudadanos son lo suficientemente maduros como para saber en qué tienen que ahorrar, y la propia escalada del precio de la gasolina actúa como revulsivo a la hora de conseguir un menor consumo.

No nos hace falta que un Estado paternalista venga a decirnos lo que tenemos y no tenemos que hacer, porque a estas alturas los ciudadanos ya hemos alcanzado la suficiente madurez como para saber cuando ese Estado paternalista lo que está haciendo, en realidad, es exprimir de nuevo nuestros ya de por sí vacíos bolsillos. Así que me quedo con lo que ayer decía un chófer del parque móvil ministerial: “A 110 va a ir la santa madre del señor ministro”


El Confidencial - Opinión

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