miércoles, 2 de febrero de 2011

La inspectora. Por Ignacio Camacho

Todos firmes ante Frau Merkel, con los deberes apenas acabados en el clásico arreón final de mal estudiante.

TODOS firmes, que mañana viene la inspectora a pasarle el algodón al reformismo sobrevenido de Rodríguez Zapatero y a escenificar quién manda de verdad en España. Firmes y con los deberes visibles sobre la mesa: la reforma laboral, el retraso de la jubilación, la reconversión de las cajas y ese pacto social cerrado apresuradamente de madrugada como en el clásico arreón del mal estudiante. Banqueros, empresarios y políticos deben presentarse ante Frau Merkel con sus mejores galas, los zapatos lustrados y la lección bien aprendida sin fisuras ni titubeos; la menor vacilación nos puede costar unos puntos de diferencial en los bonos de deuda. Nunca se había visto en España una cosa igual desde que Eisenhower llegó con el cargamento de leche en polvo; ni siquiera cuando Aznar se entregó con rendida solicitud a los planes de los halcones de Washington. Bush no tuvo que venir de inspección, pero él no nos pagaba los cheques.

El espectáculo de pleitesía a las directrices germanas es tan lastimoso como inevitable. Desde mayo pasado España es de hecho una economía intervenida por un directorio. Es Alemania la que dirige, junto a Francia, el concierto europeo con la batuta que le proporciona una férrea política anticrisis capaz de levantar en un año siete puntos de crecimiento (de menos cuatro a más tres). Es Alemania la que sostiene la deuda que nos permite apuntalar la ruina del Estado. Y es Alemania, por tanto, la que impone condiciones de ajuste bajo la amenaza de bajar el pulgar y dictar un calamitoso rescate. El precio de su ayuda es una cesión de soberanía en términos clamorosos, rematada con el humillante estrambote de la oferta de miles de cualificados puestos de trabajo para nuestras clases universitarias, desamparadas por el horizonte cerrado del mercado laboral español. A falta de una auténtica federalización de la política europea se imponen los hechos consumados de la potencia hegemónica. Y la «fracasada» Angela Merkel se desplaza a comprobar in situ los progresos del alumno que hace apenas un año se atrevió a dar lecciones públicas sobre cómo superar la recesión desde la socialdemocracia. Un simple enarcado de cejas de la canciller nos mandaría directamente a la quiebra.

Eso es lo que hay. Quizá pudo haber sido de otra manera menos ignominiosa si Zapatero no hubiese procrastinado en sus obligaciones durante los dos primeros años de la crisis. Si no hubiese menospreciado el alcance de la calamidad. Si no hubiese pactado con los sindicatos para impedir las reformas que al final ha tenido que abordar por las bravas. Si no hubiese emprendido desastrosas derivas de gasto público. Si se hubiese enterado de algo, en fin, de lo que le rodeaba. Ahora toca examinarse de repesca; aprobaremos, a trancas y barrancas, porque a Alemania tampoco le conviene volver a pasar revista en septiembre.


ABC - Opinión

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