martes, 15 de febrero de 2011

La guerra de las cajas. Por Ignacio Camacho

Balances oscuros, pasivo inmobiliario y bronca política: el mejor modo de atraer inversores a las cajas de ahorro.

UNA guerra en las cajas de ahorros promete víctimas colaterales como un tiroteo delante de una guardería. Pero la va a haber porque el Gobierno, después de muchos titubeos y procrastinaciones, ha abordado la reforma del sector manu militari, por las bravas y armando lío según la marca de la casa. El peligro de esta trifulca es que entre los contendientes está plantada la mitad del sistema financiero español, los ahorros, las hipotecas y el crédito de millones de ciudadanos y pequeñas empresas: las cosas de comer, el motor de la economía cotidiana.

Los cajeros sospechan que Zapatero y Salgado actúan bajo la presión de unos grandes bancos ansiosos por merendarse el pastel, y el PP se siente hostigado por una legislación que parece diseñada para perjudicar sus intereses autonómicos. En la cúpula popular barruntan mala intención cuando la ratio de capital básico —core— exigida queda justo fuera del alcance de las recientes fusiones de Madrid-Valencia y Galicia; recelan de una jugada similar a la de la deuda de los ayuntamientos, en la que el poder puso el listón a la altura precisa para dejar a Gallardón fuera de concurso. Rodrigo Rato y Núñez Feijóo han convencido a Rajoy de que se trata de una maniobra predirigida, una estrategia ad homines, y el líder de la oposición se va a echar al monte. Allí se puede encontrar del brazo de Comisiones Obreras, que clama contra las intenciones privatizadoras del plan gubernamental y anuncia recursos jurídicos. Habrá bronca, que es lo último que conviene para atraer inversores; si es ya difícil poner dinero en entidades que presentan unos balances muy oscuros y arrastran un pasivo inmobiliario desolador, sólo falta dejar claro urbi et orbeque están controladas por políticos a la greña.

Al Gobierno no le importa demasiado dejar al PP fuera del pacto de reforma, porque tiene a los nacionalistas de su parte. Las cajas vascas son las más saneadas y en Cataluña la Caixa de Fainé, que cuenta con vara alta en Moncloa, ha hilado fino anticipándose a las directrices oficiales con una puesta en limpio de activos. La guerra que se avecina va a mostrar con toda su crudeza el problema esencial de este sector financiero, que no es tanto la palmatoria en el ladrillo —eso le ha pasado también a la banca convencional— sino la dependencia política. Por ese lado la oposición puede quedar en parte presa de sus postulados retóricos; se ha pasado mucho tiempo clamando contra la sumisión de las cajas a la nomenclatura autonómica y ahora se encuentra en medio de una trampa. El zapaterismo le ha hecho la envolvente y ha pillado en el círculo a Cajamadrid, la joya de la corona. Estamos en berrea electoral y ya no queda en pie más consenso que el antiterrorista; tal vez entre sortus y faisanes tampoco dure mucho tiempo.


ABC - Opinión

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