lunes, 21 de febrero de 2011

El islamismo hace acto de presencia

Si bien las revueltas democratizadoras siguen abriéndose paso en el Magreb, el islamismo, como era de esperar, está comenzando a hacer acto de presencia para tomar el poder.

Tras las victoriosas revoluciones de Túnez y Egipto, las revueltas han comenzado a extenderse por todo el Magreb e incluso han llegado a Oriente Medio. Durante estos días, hemos presenciado cómo tanto en Libia, Marruecos o Bahréin los ciudadanos salían a las calles para protestar contra sus regímenes, si bien los motivos que inspiran a unos y a otros son bien distintos.

Si Túnez y Egipto constituyen el centro del eje de las demandas ciudadanas de la zona, Marruecos y Libia representarían los extremos. Así, en el caso de Marruecos las revueltas callejeras no van ni mucho menos orientadas a tumbar a la monarquía, sino simplemente a reformarla. Tengamos en cuenta que el país posee, dentro de las autocracias de la zona, el sistema político más sofisticado y representativo. Además, se une la circunstancia de que el país es un pequeño califato en el que el sultán se considera heredero directo de Mahoma a través de su hija Fátima y por tanto concentra un doble poder político y religioso. Ambas circunstancias han dotado al sistema político marroquí de una gran estabilidad, lo que ha llevado a que, de momento, las exigencias ciudadanas sean más reformistas que revolucionarias: menos corrupción, más apertura y un adelgazamiento de la corte (el Majzen).


Completamente distinto es el caso de Libia, el otro extremo del eje. El país era una monarquía prooccidental hasta que en 1969 Muammar-al Gadafi derrocó al rey Idris y proclamó un régimen personalista muy sui generis: ni totalmente islamista, ni totalmente socialista, ni totalmente nacionalista, aunque con claros elementos de estas tres corrientes liberticidas. En cualquier caso, el régimen es Gadafi, una persona desequilibrada y altamente violenta, como demuestra su currículum de terrorista y la brutal represión que está llevando a cabo en el país. A diferencia de Marruecos, en este caso las revueltas sí tienen un sesgo revolucionario, mucho más incluso que en Egipto o Túnez, pues de lo que se trata es de sustituir todo el entramado político que Gadafi ha montado en torno a sí mismo.

Ambos casos, sin embargo, tienen un elemento común: mientras que en Túnez y Egipto las revueltas de los jóvenes demócratas pillaron a los islamistas con el pie cambiado, ahora, en Marruecos y Libia, sí están tratando de capitalizar desde el primer momento la ola de protestas que se está extendiendo en el Magreb, de modo que podemos encontrárnoslos al frente de muchos focos de las protestas; todo lo cual las hace potencialmente bastante más peligrosas.

De hecho, el caso de Bahréin ilustra bastante bien el riesgo de que las revueltas comiencen a ser capitaneadas por los islamistas. El país está gobernado por una monarquía suní que la comunidad chií, teledirigida por Irán, está tratando de derribar. Ayer mismo conocimos un documento de Wikileaks que recogía la información de que el rey de Bahréin, Isa al-Jalifa, informó en 2008 al entonces comandante de la Fuerza Multinacional en Irak, David Petraeus, de que Irán y Siria estaban infiltrando a libaneses de Hezbolá en Bahréin para entrenar y dirigir la oposición chií.

En definitiva, si bien las revueltas democratizadoras siguen abriéndose paso en el Magreb, el islamismo, como era de esperar, está comenzando a hacer acto de presencia para tomar el poder. Un elevadísimo riesgo que, esperemos, Occidente tenga muy claro que debe combatir.


Libertad Digital - Editorial

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