sábado, 29 de enero de 2011

En España sólo crece el paro

Las empresas siguen sin asideros, sobreviven sin que el crédito fluya y la subida de impuestos lastra a sectores cruciales de nuestra economía.

LAS cifras de desempleo de la EPA son demoledoras y anulan cualquier expectativa de mejora a corto plazo. La dramática deriva del desempleo no alcanza nunca un punto de inflexión y la frustración social crece de manera proporcional a la destrucción del tejido productivo y la competitividad. La situación ha dejado de ser alarmante para convertirse en insostenible desde una perspectiva económica y emocional. Con 370.100 nuevos parados en 2010; con 4.696.600 españoles en edad de trabajar observando desde su casa su incierto futuro laboral; con un 20,33 por ciento de paro, el más alto en tres lustros; con autonomías como Canarias, Extremadura o Andalucía próximas al 30 por ciento de desempleo; y con 1.328.000 hogares con todos sus miembros en paro, cualquier análisis es aterrador.

La reforma laboral impuesta por el Gobierno tras dos años de indolencia y retrasos, haciendo caso omiso de las unívocas recomendaciones que alertaban de un riesgo de ruina del sistema, no sólo no ha reactivado la actividad industrial o impulsado el consumo, sino que por el momento sólo demuestra ser útil para facilitar los despidos. Las empresas siguen sin asideros a los que acogerse, sobreviven sin que el crédito fluya, el fomento de la innovación brilla por su ausencia, la creatividad y el espíritu emprendedor se penalizan en la práctica y la subida de impuestos lastra demasiadas expectativas en sectores cruciales. El diagnóstico no ofrece dudas: aboca a España a un oscuro futuro laboral a medio plazo, ya que, aun en el caso de que España llegase a crecer al 2,5 por ciento en 2013, como prevé el Gobierno —no así el FMI ni la OCDE—, la generación de empleo será escasa, precaria y sometida a un alto grado de temporalidad. Los esfuerzos del empresariado por regenerar nuestra economía siguen topándose con una legislación difusa e incompleta y con un Gobierno desgastado, cuya apuesta carece aún de la decisión que exigen las circunstancias. Sin crecimiento no hay empleo, y sin empleo cualquier reforma de las pensiones no será garantía de nada en pocos años, por presuntuoso que sea el Gobierno a la hora de sacar pecho tras su «gran pacto social». La soberbia no genera trabajo. Si acaso, fomenta una economía sumergida y de supervivencia, cuya única virtud por ahora es conjurar el riesgo de una explosión social. Pero ni rinde cuentas a la maltrecha caja común ni, por definición, puede ser eterna. La paciencia se agota.


ABC - Editorial

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