miércoles, 5 de enero de 2011

El mal de Cascos. Por Edurne Uriarte

A Cascos no se le pasó por la cabeza dar una sola rueda de prensa para explicar su candidatura, sus ideas y sus objetivos en los largos meses que duró ese debate. De ahí que el asunto fuera un incomprensible embrollo para los ciudadanos, incluidos los más informados. Se le ocurrió este domingo, al final del proceso. Tal elemental problema de desconexión con los ciudadanos y con la realidad resume el mal de Cascos que no es otro que el mal del poder. Con la peculiaridad de que lo sigue padeciendo años después de haber perdido tal poder, lo que hace aún más absurdas sus consecuencias.

Se creyó imprescindible, todopoderoso, por encima de las circunstancias. Y actuó como tal, a la espera del acatamiento o del agradecimiento por su oferta de candidatura. Algo que en política se consigue con el masivo apoyo ciudadano, sobre todo en forma de votos, o con el apoyo de la organización partidaria.

En cuanto a los votos, al PP asturiano le ha ido igual con Cascos que sin Cascos. En las cuatro últimas elecciones al Congreso, con Cascos de cabeza de lista en 1996 y 2000, Alicia Castro en 2004 y Gabino de Lorenzo en 2008, el PP asturiano ha tenido siempre un porcentaje algo mayor que el PP nacional. Y la máxima diferencia la obtuvo Castro y no Cascos. Y en cuanto a la encuesta que probaría las supuestas mayores posibilidades electorales de Cascos en las Autonómicas, resulta que dicha encuesta se hizo con la única hipótesis de su candidatura, cuando no se preveía otra.

Con el frente electoral así de modesto, a Cascos le quedaba la organización partidaria. Tenía su apoyo en el bolsillo y él mismo se encargó de destruirlo. Nuevamente, por el mal del poder. Creerse por encima de la organización, cuando era él el que dependía de dicha organización. El error de un torpe, o de un ingenuo, o, en el caso de Cascos, de un hombre desconectado de la realidad.


ABC - Opinión

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