domingo, 2 de enero de 2011

El hombre que fue presidente. Por Ignacio Camacho

El hombre que fue presidente del Gobierno se mantiene en el cargo pero ha perdido el poder. Es un zombi, un espectro.

EL hombre que fue presidente del Gobierno se creyó hace un año que lo habían elegido presidente de Europa. Con arrogancia autocomplaciente confundió un simple turno de guardia rotatoria con un liderazgo adquirido, y tal día como hoy se declaró con mucha solemnidad dispuesto a mostrar al orbe el modo de salir de la mayor crisis del último siglo. Los verdaderos líderes europeos le miraron con cierta sorna displicente y pocas semanas después lo sentaron en una conferencia junto a los gobernantes de los países con mayor tasa de deuda y de paro. El hombre que fue presidente del Gobierno no entendió el mensaje y siguió proclamándose referencia planetaria de una nueva dimensión ideológica, luz de la socialdemocracia, profeta de un tiempo distinto; así que antes de que concluyese su exiguo mandato simbólico, los socios influyentes del club que pretendía dirigir le dieron un golpe de autoridad: le sacaron a voces de su plácido ensueño, le impusieron las reglas, le fijaron las condiciones y le dictaron la política.

Desde entonces,el hombre que fue presidente se mantiene en el cargo pero ha perdido el poder. Es un zombi, un fantasma, un alma en pena, un espectro que vaga por los rincones de un Estado que ya no dirige. Los débiles hilos de su Gobierno de marionetas los maneja un lugarteniente que acapara sus funciones y lo suplanta como interlocutor ante la opinión pública. La sociedad le ha vuelto la espalda, su partido lo da por amortizado y sus colegas de Europa le cursan órdenes por correspondencia. La única facultad que conserva es la de decidir el momento de su propio relevo, que hasta sus correligionarios desean que abrevie cuanto pueda. Ya no le quedan partidarios y los que aún se presentan como tales están repartiéndose en secreto los restos de su túnica de tribuno.

El hombre que fue presidente estrena el año convertido en un autómata. Su futuro es una cuenta atrás y del pasado ya nadie quiere saber nada. De su entorno se han evaporado los aduladores, los arúspices, los oportunistas, y ha empezado a aflorar esa clase de colaboradores cuya lealtad reposa en mangos de puñales. Sólo él mismo conserva una suerte de autosugestión con la que aún trata de sostener la vaga esperanza de reinventarse. Pero su carisma se ha ido para no volver, sus certezas se han derruido y la seguridad del poder le ha abandonado en la tenue veladura de una simbología escénica. Está solo, encerrado en la oquedad de un fin de ciclo sin otra expectativa que la de la bajada del telón.

El hombre que fue presidente el Gobierno ya sólo tiene delante la oportunidad de elegir el orden de su retirada: la renuncia y la derrota o la derrota y la renuncia. Ésa es la decisión que le queda pendiente: dispone de todo un año para volver a equivocarse.


ABC - Opinión

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