martes, 2 de noviembre de 2010

El Obama pálido. Por Tomás Cuesta

Si los vaticinios se cumplen veremos a Zapatero invocar la desgracia acarreada por una «conjura de extrema derecha».

PINTAN mal las elecciones para Barack Obama. Es previsible que, a lo largo de esta noche, el «terremoto político» que viene anunciando Sarah Palin provoque más de una lipotimia en los despachos de Washington. De la esperanza al desengaño en media legislatura, ahí es nada. Pero el voto de hoy pesa también aquí, a este lado del charco. Obama ha sido erigido por la izquierda europea en simbología sacra y todo puede cambiar cuando los dioses cambian. En especial para Rodríguez Zapatero, empecinado en ser la versión pálida del presidente norteamericano.

Por eso lo que venga tras los resultados de hoy en los Estados Unidos es tan interesante de cara al futuro de la política española. Si los vaticinios se cumplen y Obama se pega el batacazo, veremos, de inmediato, a Zapatero y a los suyos invocar la desgracia acarreada por una «conjura de extrema derecha» (o de «derecha extrema», según toque adornarse), urdida al rebullir reaccionario de los diabólicos «Tea Partys». Y si, por un casual, las encuestas marrasen y no saliera del trance paticojo, capón o alicortado, será una demostración irrefutable de que la ideología («¡es la ideología, estúpido!») aún es capaz de hacer milagros. Vamos, que Rubalcaba se iba a poner las botas a cuenta de los que ganan los partidos antes de que pite el árbitro y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Illinois, intentaría persuadirnos de que Sant Feliu del Llobregat se encuentra en Pensilvania.


Bajo esa retórica, se pierde la peculiaridad de lo que sucede en los Estados Unidos: la constatación del fracaso de todas las promesas que auparon a Obama hasta la Casa Blanca y del castigo que administran las grandes democracias a quienes desvirtúan la palabra dada. Dos años después del advenimiento planetario, la economía no despega, al contrario que el paro. La retirada de Irak fue una chapuza vergonzante, no se avizora una salida digna del laberinto afgano y los criminales de Al Qaeda vuelven a mover ficha en el tablero de la infamia. En resumen, un chasco (o una estafa).

No obstante, la ciudadanía norteamericana ha hecho siempre de la desconfianza hacia el poder su mejor baluarte.Y los mecanismos de corrección que las sucesivas elecciones imponen al Presidente son un instrumento básico para dar cuerpo a esa desconfianza. Es la puesta en práctica del principio formulado por Oakeshott, conforme al cual «el hecho de gobernar es una actividad limitada y específica que se refiere a la provisión y salvaguardia de reglas generales de conducta, entendidas éstas no como imposiciones de actividades sustantivas, sino como instrumentos que permiten a cada cual desarrollar, con la menor frustración posible, las actividades que han elegido libremente».

Obama ha suplido esa norma de cautela por el criterio —muy europeo— de alzar mitologías retóricas. Pero, como analiza Sloterdijk, la incompatibilidad de ambos modelos es insalvable: «Al otro lado del Atlántico, la relación entre el que piensa y el actúa es mucho más estrecha, más exigente y más comprometida que para los europeos. Nuestra cultura es la del candor a pierna suelta, la irresponsabilidad a mansalva, la pereza sin tasa...».

Candor, irresponsabilidad, pereza... Su epítome es Zapatero retratado al ácido. Y, en esa caricatura que deja atrás lo cómico y se instala en las lindes de lo desopilante, el descalabro previsto, si llega a consumarse, abruma el entrecejo del inefable Obama pálido.


ABC - Opinión

Negociación. ETA y la prospectiva electoral de ZP. Por Guillermo Dupuy

Desde antes incluso del 2004, la apuesta tanto electoral como de gobierno de Zapatero ha sido siempre el Tinell, un gran frente anti-PP, lo que más tarde se calificaría como "cordón sanitario", en el que ETA jugaba y sigue jugando un papel esencial.

Me gustaría pensar que el diario El Mundo, encomiable descubridor del chivatazo policial a ETA, empieza, por fin y coherentemente, a considerar editorialmente que lo que está perpetrando el Gobierno de Zapatero con ETA no es un error, sino una infamia. Lo digo porque uno de sus editoriales de este domingo afirmaba que:
«la única explicación que se nos ocurre para justificar el viraje del Gobierno, que tantas expectativas ha generado en el nacionalismo vasco, es que haya arrojado la toalla en cuanto a la posibilidad de arreglar la economía en lo que queda de legislatura y busque a la desesperada en el fin del terrorismo la baza con la que presentarse a los comicios de 2012. Pero si así fuera, supeditar el fin de ETA a la conveniencia partidista, desencadenar artificialmente ese proceso a riesgo de tener que hacer concesiones en busca de un beneficio político, no sólo sería un error, sería una infamia.»
No voy a reproducir el editorial de Libertad Digital del 28 de noviembre de 2006, que precisamente llevaba por título Los errores pasados y la infamia presente, para analizar las razones de lo que, más que un "viraje", es la reanudación visible de ese infame y "accidentado" proceso de colaboración entre ETA y el PSOE de Zapatero, que hunde sus raíces antes de las elecciones del 2004. No me resisto, sin embargo, a extraer parte de otro editorial de nuestro diario que, meses antes y con ocasión del comunicado de tregua de la primera legislatura de Zapatero, llevaba por título La mentira institucionalizada:
«ETA no engaña en su comunicado como lo hiciera Hitler en Múnich con aquel papel. Tampoco Zapatero es un cándido irresponsable de buenas intenciones como pudiera serlo Neville Chamberlain. Zapatero sabe que está dando a ETA una de esas explosivas esperanzas que estallan si no se sacian; pero no le importa si, mientras ETA la constata, contribuye a generar una falsa ilusión de "paz" entre los ciudadanos que le ayude a ganar las próximas elecciones.»
Las tesis de que Zapatero utilizaba y utiliza la paz con ETA como "gancho electoral" ha tenido un insospechado y silenciado esparaldarazo en julio de este mismo año cuando, coincidiendo con la decisión de la banda de suspender "las acciones armadas ofensivas" (decisión que los encapuchados harían pública pocos meses después), Zapatero consideró en una entrevista en El País que "mi segundo gran acierto, aunque sea arriesgado decirlo, fue el proceso de paz. Tengo la convicción de que ahí se sembró una solución definitiva. Tengo esa confianza". Pues bien, en esa entrevista el periodista de El País, José Luís Barbería, dice algo tan grave de Zapatero como que "José María Fidalgo, entonces secretario general de CCOO, recuerda que en octubre de 2005, 14 meses antes de la bomba en la T-4 de Barajas, el presidente anunció a los representantes de los sindicatos y de la patronal que antes de esas navidades iba a acabar con ETA y que ese triunfo le aseguraría la reelección dos legislaturas más".

Con todo, nos quedaríamos cortos si no vemos que Zapatero y Rubalcaba utilizan la "paz" de ETA no sólo como un gancho sino también como un "anestésico" electoral frente a las alianzas con los separatistas a las que le aboca su deseo de conservar "como sea" el poder. Desde antes incluso del 2004, la apuesta tanto electoral como de gobierno de Zapatero ha sido siempre el Tinell, un gran frente anti-PP, lo que más tarde se calificaría como "cordón sanitario", en el que ETA jugaba y sigue jugando un papel esencial.

Zapatero no se podía arriesgar a ir de la mano con los separatistas mientras ETA proseguía con el tiro en la nuca. Si el nihilista de Zapatero siempre ha estado dispuesto a hacer concesiones a los de Perpiñán y a los de Estella, ¿por qué no iba a aprovechar esos pagos políticos, ya sea a ERC ya sea al PNV, para comprar también a ETA "tiempo de paz" prometiéndole que "todo tendrá cabida, tenga el alcance que tenga"?

Inocultable la crisis económica en esta segunda legislatura, Zapatero sabe que la única posibilidad que tiene de cara a las elecciones de 2012 es reactivar y aprovechar en su favor ese gran frente anti-PP. De hecho, la movilización del electorado radical y nacionalista en su favor ya le evitó perder las elecciones en 2008 ante un PP que obtuvo los segundos mejores resultados electorales de toda su historia. Los resultados de esas elecciones fueron quizá, desde el punto de vista de la sociología electoral, los más interesantes y atípicos que se hayan producido nunca. Y es que, a pesar de que el PP obtuvo 400.000 votos más que en las concurridas elecciones de 2004, fue el monumental trasvase hacia el PSOE de votos procedentes de la izquierda y del nacionalismo el que permitió a Zapatero, con un diferencial a su favor de poco más de 38.000 votos, compensar los más de 700.000 votantes que el PSOE había perdido en favor de UPyD y el PP.

Estos resultados electorales ilustran, no el error, sino el acierto de la infame estrategia del PSOE a la hora de encamarse con ETA y de llevar a cabo junto a los nacionalistas el mayor y más "pacífico" proceso de demolición de las bases nacionales y constitucionales que nuestro país haya sufrido en su reciente historia.

Arriola acertó plenamente en su análisis cuando, por boca de Rajoy, se dio cuenta de que lo que había pasado en 2008 es que el PSOE se había convertido en el "refugio de los recelos que causa el PP" entre el electorado más radical y nacionalista. En lo que yerra es en tratar de evitarlo con una oposición de perfil bajo que, lejos de acentuar, pone sordina a lo que está pasando.

En lugar de ser fiel a sus principios y hacer del PP el refugio de los recelos que causa la deriva nacionalista del PSOE entre el electorado socialista, Rajoy prefiere hacer el avestruz y no alarmar al electorado nacionalista para que no vuelva a salir en auxilio del PSOE. Tal vez la gravedad de la crisis haga pasar por exitosa esta estrategia del PP que renuncia a hacer pedagogía y a dar la batalla de las ideas y de la comunicación. Pero de lo que puede estar seguro Rajoy –y se lo decimos con mucha antelación- es que el tiempo de paz que Zapatero está comprando a ETA no es para que lo disfrute él como nuevo presidente del gobierno.


Libertad Digital - Opinión

La jauría de la secta. Por Hermann Tertsch

Hay que generar miedo para acallar las voces que puedan denunciar su inmundicia moral, su irresponsabilidad.

LA secta que dirige el socialismo español está herida. El sumo sacerdote que la ha dirigido durante toda esta década ya no tiene suerte. Todo le sale ya mal. Donde antes triunfaba la magia ha irrumpido la realidad terca, implacable, cruel. Es una realidad que demuestra lo que muchos temíamos; que este país no es irrompible ni indefinidamente maleable. Todos los materiales han comenzado a mostrar graves síntomas de agotamiento al mismo tiempo. El balance difícilmente podía ser peor. Dentro y fuera de nuestras fronteras, causa asombro, cuando no estupor, el alcance de los daños infligidos a España en tan poco tiempo. Nadie se explica cómo ha podido suceder todo esto en un país que, tras la alternancia natural de socialistas y populares había entrado en una senda de crecimiento, desarrollo y normalización que nos convertía por primera vez en uno más de los países del concierto europeo. Éramos en 2004 aun un país relativamente pobre, pero ya con una cierta autoestima, con considerable pujanza y mucha ilusión ante el hecho de que cada año estábamos un poco más cerca de los países más prósperos, seguros y libres del continente. Lo cierto es que nada, absolutamente nada, indicaba que existiera en nuestro país el mínimo deseo de separarnos de esa senda, razonable, moderada y eficaz para el cumplimiento de los anhelos de bienestar y seguridad de los españoles. Que en un oscuro juego de intereses de grupúsculos en el congreso del partido socialista del año 2.000, surgiera un candidato desconocido y de aparente irrelevancia con un discurso de radicalidad izquierdista y cursi, no cambiaba en absoluto las perspectivas. Porque propios y extraños preveían su derrota y su probable desaparición en la mediocridad espesa del aparato del partido de la que surgía. Así era todo. Hasta que estallaron las bombas.

Lo sucedido después lo saben y sufren todos los españoles. Con la velocidad de un tsunami, una política excéntrica, ineficaz, ruin y sectaria ha dejado España convertida en un paisaje de escombros. Todo lo antes hecho se ha destruido o dañado de forma más o menos irreversible. Instituciones, economía, credibilidad, prestigio exterior, tejido social, convivencia, nada ha escapado al afán adanista destructor de esa secta dirigida por el sumo sacerdote de la secta que se ganó la obediencia perruna de todo el socialismo con su increíble llegada al poder. Casi siete años después, el balance desolador pone en peligro la supremacía de la secta. Ésta carece de recursos para siquiera paliar el desastre. Y no tiene enmienda que no la cuestione y agrave así su debilidad. En su desesperación recurre a todas las armas a su alcance. Desde la búsqueda de aliados con enemigos del estado hasta la intimidación masiva y la amenaza. La mentira, de la que tanto abusó, ha dejado de surtir efecto. De ahí que tenga que recurrir al miedo. El papel fundamental en la gestión del miedo, en su administración desde el aparato del estado, recae sobre el megaministro especialista en guerra sucia. Pero un papel fundamental en la creación del ambiente de intimidación recae en la jauría compuesta por el aparato del partido y sus realas mediáticas. No se trata solo de acallar voces especialmente molestas. Se trata de demostrar a todos que son capaces de destruir a quien quieran. Lo que hayan dicho Sánchez Dragó, Pérez Reverte o un alcalde les importa una higa. Hay que generar miedo para que todos se sepan vulnerables y vigilados. Para acallar las voces que puedan denunciar su inmundicia moral, su irresponsabilidad culpable y su consecuencia, nuestra tragedia común.

ABC - Opinión

Corrección política. Un totalitarismo blando. Por Cristina Losada

Tras el hundimiento de sus referencias ideológicas tradicionales, la izquierda ha refugiado su pretendida superioridad moral en el baluarte de la corrección política.

Quien piense que los límites de la libertad de expresión los marca el Código Penal no vive en nuestro tiempo. Un código no escrito establece hoy tanto lo que debe de decirse, como, de un modo más inflexible aún, lo que no puede decirse. La defensa de la libertad de expresión no significa, desde luego, que haya de defenderse cualquier cosa que se diga. Sin embargo, esas nuevas tablas de la ley que aplican unos jueces ostentosamente indignados, nada tienen que ver con la crítica que ha sustentado siempre el debate en las sociedades plurales. Ya no se exponen argumentos: se promulgan excomuniones.

No sería justo introducir en el mismo saco las declaraciones que, días atrás, causaban escándalo y, menos, a sus autores: el alcalde de Valladolid y los escritores Sánchez Dragó y Pérez Reverte. Sus cuestionadas palabras podían e incluso debían de recibir críticas. Pero la reacción que desataron no fue de esa naturaleza. Se les trató, prácticamente, como si fueran psicópatas criminales que han de ser expulsados de la sociedad, recluidos de por vida en un reformatorio y sometidos allí a alguna terapia dura. Descontada la leña política al uso, ése es el modus operandi del fenómeno conocido como "corrección política".


Nacida en los campus estadounidenses, fruto de la conversión en rígida ortodoxia de las actitudes heterodoxas de los sesenta, esta forma de intolerancia institucionalizada ha sido definida como una suerte de "totalitarismo blando". De hecho, su precedente –de ahí la denominación– se encuentra en la fidelidad a la línea del partido y su propósito es idéntico: suprimir la disidencia. Persigue eliminarla de raíz, en el pensamiento, y se funda en un sistema represivo. Castiga a los que se desvían de las opiniones "correctas" y atemoriza a quienes puedan sentir la tentación de hacerlo. No por azar fue Orwell, pionero en escudriñar los engranajes totalitarios, quien anticipó sus rasgos esenciales. El lenguaje políticamente correcto es un newspeak.

Tras el hundimiento de sus referencias ideológicas tradicionales, la izquierda ha refugiado su pretendida superioridad moral en el baluarte de la corrección política. Desde allí vigila la conformidad a sus cánones y dictamina la muerte civil de los transgresores. Nada se escapa de ese Gran Hermano, ni dentro ni fuera de la política, pues no hace distinción entre lo público y lo privado. Prepárense. Esta nueva tiranía nos ha llegado con retraso, pero está aquí para quedarse.


Libertad Digital - Opinión

Así es el ‘Pravda’ hispano: primero entrevista y luego ataca. Por Federico Quevedo

También podríamos decir que se las ponen en bandeja al portavoz de los Gal. Verán, el domingo el diario Pravda, también conocido como El País, publicaba una extensa entrevista con el líder del PP, Mariano Rajoy. No seré yo, y perdonen el inciso, quien critique a Rajoy por dejarse entrevistar por el órgano oficial del Pensamiento Único, ya que creo que un dirigente político debe saber dirigirse a toda clase de público, incluso al que no le vota, y en ese sentido Rajoy hizo bien dos cosas: primero, aceptar la entrevista y, segundo, no morderse la lengua. Si hay algo que vengo combatiendo desde que Rodríguez instaurara su particular régimen es el acomplejamiento de algunos raros ejemplares de la derecha patria, y en ese sentido Rajoy nos dio el domingo una grata lección. Bien, el caso es que la entrevista era bastante larga, debo reconocer que estaba bien hecha -aunque destilaba una sobredosis de mala leche-, y que ambas cosas nos permitieron saber que Rajoy no se achanta ante sus enemigos y dice lo que piensa y, segundo, que cuando algo no le gusta al diario Pravda al día siguiente entra a matar. Y es evidente que algunas de las respuestas de Rajoy cayeron muy mal en el Templo del Progresismo Patrio, el guardián de La Secta.

Probablemente lo que esperaban encontrar los guías espirituales de la Religión de Estado era a un Rajoy dubitativo, complaciente y, hasta cierto punto, entregado a las tesis del iracundo relativismo con el que estos patriarcas de lo obsceno y la doble moral quieren fabricar la nueva sociedad progresista. Pero lejos de doblegarse a su poder, Rajoy dejó bastante claro que tiene ideas propias y que está dispuesto a llevarlas a cabo, le pese a quien le pese, entre otras cosas porque está convencido de que el modelo político que ha impulsado Rodríguez, lejos de construir una democracia de ciudadanos libres e iguales, ha construido una dedocracia en la que a unos se les señala como merecedores del premio de la bonhomía oficial, y a otros como apestados miembros de la caverna.


¿Y qué es lo que ha dicho Rajoy para que al día siguiente el Pravda convoque al portavoz de los Gal y la troup que le acompaña para responderle? Pues, en primer lugar, que va a seguir el modelo de Cameron en Gran Bretaña; en segundo lugar, que no va a pasar por el aro de la ideología de género como imposición y que una cosa son los derechos civiles -en los que, por cierto, hemos retrocedido como nunca en estos años- y otra muy distinta comulgar con ruedas de molino; en tercer lugar, que por encima de cualquier derecho está el derecho a la vida; y, en cuarto lugar, que aborrece la corrupción pero que no está dispuesto a que su partido sea objeto de una persecución contumaz por parte de los poderes del Estado manejados arbitrariamente por el Gobierno.
«Lo que esperaban encontrar los guías espirituales de la Religión de Estado era a un Rajoy dubitativo, complaciente y, hasta cierto punto, entregado a sus tesis.»
Y esas cuatro cosas, en lenguaje que La Secta ha entendido como una afrenta, significan que mientras Rodríguez ha puesto en práctica una política errónea para salir de la crisis, basada en subir impuestos y disparar el gasto, y no afrontar las reformas necesarias, Rajoy apuesta por un modelo de austeridad en las cuentas públicas acompañado con medidas de fomento de la inversión y el impulso del consumo, como el recorte impositivo, un programa parecido al que ha puesto en práctica Cámeron en Gran Bretaña, donde, con un déficit público muy similar al nuestro, el Gobierno se ha tomado muy en serio lo que tiene que hacer para salir de la crisis y no se dedica a marear la perdiz e intentar engañar a todo el mundo como hace el Ejecutivo de Rodríguez. Significa que, diga lo que diga el Pensamiento Único, el PP está por la labor de defender los derechos de los homosexuales, pero no por la de aceptar lo que no es, es decir, que la unión de dos personas del mismo sexo pueda llamarse matrimonio. Significa que lejos de apostar por la paridad como fin en detrimento de la capacidad profesional, Rajoy no tendría inconveniente alguno en tener una mesa del Consejo de Ministros con mayoría femenina si se trata de mujeres que destacan por su valía y no por su condición de mujer. Significa que donde el Gobierno ha convertido la muerte provocada de seres humanos en el seno materno en un derecho, Rajoy apuesta por la defensa del derecho a la vida y por el sentido común que dice que una menor no debe poder abortar sin el consentimiento paterno. Significa que si toda corrupción es condenable, la corrupción del Estado y de sus instituciones es la peor de todas y la que debería conllevar mayor castigo electoral.

Al progresismo patrio escuchar todo eso le pone los pelos como escarpias, se les nota que enseguida se alteran y entran en una especie como de cataclismo sectario y convocan a sus huestes para acometer el ataque al contrario sin piedad. Rajoy ha provocado la ira del Pravda hispano, que es como provocar la ira de la bestia, y ya puede ir preparandose porque, con la dirección eficaz del portavoz de los Gal, le van a hacer una campaña de Guinnes. Pero Rajoy ha hecho bien en utilizar el órgano oficial del régimen para dar cuenta de lo que tiene pensado hacer, que no es otra cosa que volver a introducir elementos de sentido común y racionalidad en la política nacional, buscar los consensos básicos para hacer las reformas que este país necesita, desterrar todo aquello que durante estos años ha servido para provocar y enfrentar a los españoles, y convocar a la sociedad a un proyecto común de esfuerzo y patriotismo para salir de la crisis. Eso que es incapaz de hacer Rodríguez porque no tiene ni la mitad de las agallas que hacen falta, ni siquiera para hacer el único bien que podría hacerle a este país: irse.


El Confidencial - Opinión

Brasil. Dilma Rousseff. Por José García Domínguez

Matices al margen, Chile y Brasil enarbolan la misma bandera. Por más señas, la de la Razón. Suyo es el estandarte de la sociedad abierta, el respeto a la propiedad, los derechos civiles, la democracia liberal y la apertura al mundo.

A quien se diga liberal deberían sobrarle motivos hoy con tal de festejar la victoria de esa Dilma Rousseff en Brasil. Y no porque haya ganado ella, sino porque ha perdido el populismo, virus crónico que atenaza al continente desde el instante mismo de la independencia. Llámense Chávez, Morales, Humala u Ortega, los populistas, verborreicos charlatanes que predican doctrinas que saben falsas a hombres que saben idiotas, en feliz definición de H. L. Mencken, representan el primer enemigo tanto de la libertad como del desarrollo económico en la América Latina. Y que, a diferencia de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Paraguay o Nicaragua, no hayan contagiado su irredentismo milenarista a la mayor nación del hemisferio, ha de ser causa de alegría.

Así, Lula da Silva, como antes Ricardo Lagos en Chile, supo encarnar a la otra izquierda, la que, a pesar de sí misma, anda dispuesta a transigir con la realidad. A esos efectos de coexistencia pacífica con el universo fáctico, el éxito de Brasil debería suponer la mejor barrera de contención para frenar a tantos aprendices de brujo. Y algún indicio en tal dirección comienza a emerger. Sin ir más lejos, al modo canónico de todas las naciones serias, los programas electorales de los grandes partidos no discrepaban en los asuntos fundamentales. Y es que igual de "socialista" habrá de ser la política económica de Rousseff como "liberal" hubiese resultado la de su oponente, José Serra.

Un consenso en torno a la sensatez, ése que une a los brasileños, sin duda, llamado a decepcionar a la progresía europea, siempre deseosa de que lejos, bien lejos, en el Tercer Mundo, otros materialicen sus fantasías revolucionarias de salón. Tan perentoria se antoja, sin embargo, la consolidación de una izquierda racional y racionalista en América, la de Rousseff y Lula, como la de su pareja de baile, esa derecha civil y civilizada que personifica Piñera en Chile. Pues, matices al margen, Chile y Brasil enarbolan la misma bandera. Por más señas, la de la Razón. Suyo es el estandarte de la sociedad abierta, el respeto a la propiedad, los derechos civiles, la democracia liberal y la apertura al mundo. Frente a ellos, la barbarie, dígase caudillismo, indigenismo, chavismo, narcoguerrilla o Fidel y Raúl Castro. Lo dicho: felicitémonos.


Libertad Digital - Opinión

La oficina siniestra. Por M. Martín Ferrand

La realidad circundante, ¿es espontánea? ¿O se corresponde con un guión trazado por los estrategas de Ferraz?

EN el proceloso océano de las intrigas socialistas el rumor, incluso con avales demoscópicos, construye la realidad. No la anticipa o predispone. Los propagandistas del puño y la rosa, grandes maestros del oficio, saben que la opinión pública necesita un mínimo de temperatura, de caldeo, para resultar permeable a nuevas propuestas. En ese sentido llama la atención que, desde la consagración de Alfredo Pérez Rubalcaba como lugarteniente y posible sucesor de José Luis Rodríguez Zapatero, no transcurra un solo día —ni una sola hora— sin que nos lleguen nuevos argumentos sobre la inconveniencia de que el actual presidente del Gobierno repita como candidato en el 2012. Ayer mismo, una encuesta de La Vanguardiaagigantaba el rechazo de los electores a una nueva candidatura de Zapatero (78%) y, alternativamente, manifestaba la generalizada preferencia de que Rubalcaba encabece esa candidatura.

A Rubalcaba le perjudica el casting. En la dictadura de la imagen, a la que nos sometemos de mejor o peor grado, las ideas cuentan poco y la excelencia mucho menos. Según el código de los especialistas en el reparto de los papeles cinematográficos, el hoy todopoderoso vicepresidente tiene el aspecto de un voluntarioso empleado de «La oficina siniestra». ¿Recuerdan La Codorniz? Pablo San José, «Pablo», uno de sus muy brillantes humoristas, acreditó una viñeta, símbolo de aquel tiempo, en la que un grupo de chupatintas y plumíferos alababan sin cesar al jefe de la oficina. Por razones de casting, ya digo, Rubalcaba podría ser uno de ellos; pero, según orientan los prospectores de la opinión, que también pudieran ser sus fabricantes, tenemos que hacernos a la idea de un Rubalcaba que, como Fred Astaire, ascienda la escalera de la gloria sin perder el paso, marcando el ritmo, sugiriendo la cadencia y con Talía, musa de la comedia, colgada de un brazo y Melpómene, la de la tragedia, del otro.

¿Estará todo calculado? La realidad circundante, ¿es espontánea y natural o se corresponde con un guión previamente trazado por los estrategas de Ferraz, producido por la factoría socialista e interpretado por las estrellas del PSOE? Nuestra política, una auténtica oficina siniestra, no es transparente y no lo son tampoco los partidos que la ocupan y animan, la traen y la llevan, la excitan y calman según convenga a los líderes de turno. Esa opacidad es, en buena medida, la fuerza que impulsa a personajes como Rubalcaba al que muchos comparan con Joseph Fouché. El francés empezó de monárquico moderado y terminó votando la ejecución de Luis XVI. Si se apura, es preferible el sesteo del PP.


ABC - Opinión

Cristianos perseguidos

En algunos países profesar la fe cristiana, tanto en el ámbito privado como en el público, es una actividad de alto riesgo, ya que quienes la practican corren el riesgo de ser asesinados impunemente. El pasado domingo, en Bagdad, Al Qaida perpetró un ataque contra la Iglesia Católica Siria que se saldó con el trágico balance de 52 muertos, entre ellos 45 rehenes. No es la primera vez que los cristianos sufren la ira de los islamistas radicales en Irak. Desde que empezó la guerra en ese país más de doscientos cristianos han muerto en episodios violentos en cientos de ataques. La persecución alcanza tal grado de virulencia que el éxodo es continuo. El Papa, como ha hecho en numerosas ocasiones, condenó el ataque con unas palabras que no pueden ser más certeras: «Una absurda violencia que ha acabado con la vida de gente indefensa». Efectivamente, es una absurda violencia que, por desgracia, se está extendiendo por todo el mundo hasta convertirse en un conflicto no declarado y global. En el informe sobre libertad religiosa publicado por la Comisión de Conferencias Episcopales Europeas (COMECE) se denuncia que al menos cien millones de cristianos son perseguidos en el mundo. El pasado mes de marzo, los enfrentamientos entre musulmanes y cristianos se saldó con una matanza en Nigeria, hecho que anteriormente sucedió en Pakistán y Afganistán. En China los católicos son encarcelados y, en ocasiones, ejecutados, al igual que ocurre en Corea del Norte. También son reprimidos en otros puntos del globo como Arabia Saudí, Sudán y Yemen por citar algunos ejemplos.

Es difícil atajar estas masacres por la complejidad del contexto político, social y religioso en el que suceden. Los asesinatos de cristianos se perpetran en países con un gravísimo déficit de democracia y un desprecio absoluto a los derechos humanos y a la libertad religiosa. Los cristianos también se encuentran desamparados en estados donde una confesión mayoritaria intenta doblegar al resto, como sucede en los países musulmanes, o en países donde el derecho a ser católico está legalmente reconocido pero su ejercicio es obstaculizado por el Estado.

La gravedad de la situación exige por parte de la comunidad internacional un pronunciamiento firme e inequívoco que, hasta el momento, no se ha producido con la excepción del Vaticano. Resulta difícilmente comprensible que la publicación de unas viñetas de Mahoma provoquen encontronazos diplomáticos entre Occidente y los países musulmanes y que la matanza de cristianos sólo sea respondida con un silencio indiferente, como si éstos estuviesen estigmatizados. Cada vez se hace más palpable que vivimos en un mundo donde la intolerancia religiosa está acorralando a los fieles hasta llevarles al ostracismo, algo que afortunadamente no sucede, no por el amparo que puedan obtener de los poderes públicos que deben velar por su seguridad, sino por actitudes individuales de una integridad y coherencia vital y espiritual encomiable. Cabe recordar que la Iglesia propone la verdad de Cristo, no la impone. Sería deseable que ese ejercicio de libertad que propone la Iglesia fuese correspondido por los que ahora intentan cercenarla.


La Razón - Editorial

Crimen y error

El secuestro por Al Qaeda de decenas de fieles cristianos provoca una matanza en Bagdad.

Medio centenar de muertos es el estremecedor balance de la última acción perpetrada por la rama iraquí de Al Qaeda. Tras atacar la sede de la Bolsa en Bagdad, un grupo armado tomó como rehenes a los fieles de la iglesia de Sayida An Nayá que se disponían a asistir a una celebración religiosa. Las víctimas se produjeron durante el tiroteo desencadenado al intervenir el ejército iraquí, apoyado por unidades estadounidenses. Hay víctimas entre los asaltantes, las fuerzas de seguridad y los fieles, algunos de ellos niños de corta edad.

No es la primera vez en que los cristianos de Irak son atacados ni tampoco en que Al Qaeda toma como objetivo la iglesia de Sayida An Nayá. En la alucinada representación de la realidad como una lucha del Islam contra la Cristiandad bajo la que operan los terroristas, los cristianos y sus templos se han convertido en una diana fácil. Al golpearla, creen estar castigando a los países occidentales que su fantasía criminal caracteriza como miembros de una cruzada, de los que esperan una reacción sectaria en nombre de la religión. Pero antes que cristianos, las víctimas de sus acciones son hombres, mujeres y niños a los que inmolan en el delirio con el que pretenden justificar sus crímenes. La repugnancia que provocan nada tiene que ver con la pertenencia a un credo, sino con el rechazo de cualquier programa político que considere legítimo hacer de la vida ajena un instrumento para alcanzar sus fines.


En esta ocasión, Al Qaeda pretendía usar a los rehenes como moneda de cambio para lograr la liberación de algunos de sus presos en Irak y en Egipto. Que los terroristas estén incorporando cada vez más este método execrable a sus formas de actuación significa que la respuesta de la justicia ordinaria está haciendo mella entre sus filas, al menos tanta, si no más, que la estrategia de declararles la guerra, adoptada tras los atentados del 11 de septiembre. Recurrir al secuestro de inocentes no es lo que hace un ejército en combate, sino una banda de asesinos preocupada por su supervivencia, sea cual sea el número de sus miembros y el armamento que maneje.

El giro táctico de Al Qaeda, que deja palmariamente al descubierto su naturaleza terrorista, obliga a quienes la combaten a extremar el acierto en sus respuestas. La que llevó a cabo el ejército iraquí, apoyada por unidades estadounidenses, no puede ser convalidada en nombre del maniqueísmo subyacente a la idea de que contra Al Qaeda todo vale. Un secuestro no puede ser resuelto desentendiéndose de la suerte de los rehenes, salvo que se suscriba el mismo desprecio por la vida del que hacen gala los terroristas. La conjunción del acto criminal de Al Qaeda y del error del ejército iraquí ha dejado medio centenar de muertos, entre ellos un elevado número de rehenes. Un balance que Al Qaeda no ha dejado de celebrar en su siniestro comunicado.


El País - Edtorial

Una infamia cuyo final ya conocemos

Para que todo encaje y ambas partes se beneficien de tan lamentable espectáculo sólo falta ensayar una puesta en escena lo suficientemente creíble. Los actores están ya en su sitio y la farsa puede comenzar.

El segundo acto del diálogo-rendición ante ETA, esa farsa que se representa de nuevo en las altas esferas del Estado, empieza con buen pie. No falta ni el espíritu conciliador de los nacionalistas vascos, siempre dispuestos –con Eguibar a la cabeza– a llegar a un buen acuerdo con la banda, ni los informes que apuntan a que la ETA aprovecha estos momentos de dudas y debilidad en el seno del Gobierno para rearmarse, refortalecer sus estructuras y rediseñar su estrategia.

Huelga decir que ni con la ETA ni con ninguna otra banda terrorista se puede negociar por muy buenas intenciones que se alberguen. Un país democrático no puede arrastrarse por semejante lodazal sin dejarse en ello su dignidad y la de las víctimas del terror. Poco importa que el "proceso de negociación" termine o no con el terrorismo. El precio a pagar sería tan alto que España no puede permitírselo. Con la ETA, además, históricamente el "diálogo" se ha revelado inútil y sólo ha servido para conceder a la banda imperdonables prórrogas que han terminado siempre en nuevos asesinatos; es la impacable lógica de la estrategia terrorista: si aceptas pagar un precio político por los crímenes, los terroristas pujarán al alza con más crímenes.


Sucedió con Felipe González, con Aznar y con Zapatero. Sorprende, por lo tanto, que se persevere en un proyecto que, además de inmoral e ilegal, es impracticable y difícil que culmine tal y como espera Zapatero, con la ETA desarmada y sus miembros arrepentidos y reinsertados en la sociedad. Si el Gobierno se mete de cabeza en un embrollo como este es porque acabar con ETA es la última carta que le queda para recuperar el crédito perdido tras dos años y medio de desatinos. No hay nobles intenciones sino cálculos políticos perfectamente ponderados. A fin de cuentas, la causa última por la que el terrorismo etarra no desaparece hay que buscarla en la propia ETA, cuyos crímenes constituyen su razón de ser y su única baza negociadora.

La ETA, por consiguiente, es la de siempre. Mata cuando puede y cuando no puede, pide cuartel, treguas y mesas de diálogo. Lo que no existe de ninguna manera son dos ETA: una buena, que se aviene a razones y merece entrar en los ayuntamientos; y otra mala e intratable, carne de presidio y de condenas íntegras. Parece que al Gobierno le interesa vender esta idea de que ellos –y sólo ellos– pueden apaciguar a la primera y poner a buen recaudo a la segunda, terminando de este modo con la banda tras cincuenta años de terror.

Como sucedió hace cuatro años, Zapatero hace una apuesta peligrosa de la que, sin embargo, sacaría jugosos réditos políticos si sale bien librado. La ETA, por su parte, gana tiempo, pone de nuevo al Estado de rodillas y consigue su objetivo de renovar concejalías en los ayuntamientos en las elecciones de mayo. Después de eso, harán lo único que saben hacer. Para que todo encaje y ambas partes se beneficien de tan lamentable espectáculo sólo falta ensayar una puesta en escena lo suficientemente creíble. Los actores están ya en su sitio y la farsa puede comenzar. Lo triste en esta ocasión es que todos sabemos ya cómo empieza y, lo que es peor, cómo va a terminar.


Libertad Digital - Editorial

Nada que negociar

Luchar contra el terror tiene unos costes: no ceder a los chantajes y emplazar a las sociedades occidentales a entender determinados sacrificios.

AL Qaida ha agravado su protagonismo terrorista en los últimos días, tras el envío de explosivos por avión a sinagogas de Estados Unidos y la matanza perpetrada el domingo en una iglesia católica de Bagdad, donde fueron asesinadas más de cincuenta personas. Al margen de que estos atentados apuntan a una campaña contra las confesiones judía y católica —como elementos identificadores del Occidente al que quiere combatir Al Qaida—, demuestran que el terrorismo islamista sigue siendo una amenaza global, inmediata y cierta para las democracias occidentales. Por eso es un error creer que determinadas políticas de apaciguamiento confieren algún tipo de inmunidad. Nada menos hostil en Bagdad que un grupo de fieles católicos indefensos que asisten a misa un domingo. A esta amenaza global debe seguirle una respuesta global. Este planteamiento es tópico pero necesario, porque sigue sin cuajar, no solo en cuestiones de carácter militar, como la guerra de Afganistán, sino también en episodios concretos, como los secuestros de occidentales. Y en este terreno el Gobierno español se ha dejado jirones de confianza ante sus aliados. Así lo demuestran los documentos a los que ha tenido acceso ABC, relativos a un encuentro convocado por el Departamento de Estado de EE.UU. a principios de septiembre pasado, que reunió a representantes de Canadá, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y España para tratar situaciones de crisis con rehenes. Una de las principales conclusiones fue la necesidad de no ceder a los chantajes, porque el éxito del secuestro fortalece a Al Qaida. Fue un aviso al Gobierno español, que días antes había facilitado la liberación de los cooperantes Albert Vilalta y Roque Pascual, a cambio de dinero y la excarcelación por Mauritania del terrorista Omar Saharahui. EE.UU. y Argelia protestaron por la cesión a Al Qaida, interpretada como una quiebra de los compromisos internacionales contra el terrorismo. En julio, Al Qaida asesinó al rehén francés Michael Germaneau, después de una fallida operación de rescate ejecutada por tropas francesas y mauritanas.

Es cierto que otros países han negociado con terroristas, pero la experiencia ha sido nefasta; ha permitido a los secuestradores avanzar en financiación, logística y reclutamiento. La lucha contra el terror tiene unos costes que deben ser asumidos por los gobiernos. Uno, no ceder a los chantajes. Otro, emplazar a las sociedades occidentales a que comprendan determinados sacrificios.


ABC - Opinión