lunes, 1 de noviembre de 2010

De lo público y lo privado. Por Gabriel Albiac

De lo público y lo privado. Todo vale hoy para destruir al adversario. Y todo cuela; eso es lo grave. Todo.

ENTRE las notas póstumas de un Saint-Just que se sabe ya abocado a su final trágico, figura ésta, que da la clave mayor de las tormentas políticas venideras: «La libertad del pueblo está en su vida privada; no la perturbéis». Allá donde el Estado invade el espacio privado, la democracia agoniza. Allá donde lo legisla, nace la dictadura.

La semana pasada quintaesenció esa tentación, que es la «corrección» política de lo privado. Un alcalde grosero y dos buenos escritores han servido de escaparate; también de laboratorio para lo más peligroso: la pretensión gubernamental de dictar cánones éticos y lingüísticos.

El político grosero, en primer lugar. No es demasiado interesante. El alcalde se mostró como un patán. Esto es, como el noventa por cien de los políticos en España. Es normal. Y hasta es lógico. Cada vez más, los políticos de aquí son una casta de gentes sin oficio ni beneficio, de gentes que jamás han tributado a Hacienda por ingresos que no provengan de su cargo público. Su analfabetismo es condición de existencia; sin él, difícilmente pasarían por las servidumbres que sus jefes les imponen. Olvidemos, pues, al alcalde —ni más ni menos vulgar e ininteresante que sus iguales— y hablemos de cosas serias.


Cosas serias. Arturo Pérez Reverte escribió en su blog esto: «Se es un mierda cuando uno demuestra públicamente que no sabe irse. De ministro o de lo que sea. Moratinos adornó su retirada con un lagrimeo inapropiado. A la política y a los ministerios se va llorado de casa. Luego Moratinos, gimoteando en público, se fue como un perfecto mierda». Con lo cual se puede estar de acuerdo o no. Pero que dice exacta y cuidadamente lo que dice. En perfecto castellano. No que Moratinos sea un excremento: para eso hubiera sido necesario utilizar el femenino. En masculino, «un mierda» tiene poco que ver con la escatología: connota —radicalmente, eso sí— la condición de «un don nadie», es su sinónimo extremo. Claro que es discutible que un cargo público se haya comportado o no como un «don nadie», pero de ahí a ver en ello acto difamatorio, media el abismo del diccionario.

Cosas serias. Lo de Dragó es bastante más alarmante. Ignoro cuál fue el primer medio de prensa que aseguró, escandalizado, que el escritor confesaba un explícito delito de abuso de menor en su libro de conversaciones con Boadella. Sí sé que casi todos los demás medios dieron por buena la información y se limitaron a valorar, positiva o negativamente, el «dato». Sí sé que yo tengo ese libro de la editorial Áltera aquí delante. Páginas 164-165. Que relatan «una partida de ping-pong» en la cual dos adolescentes niponas le toman guasonamente el pelo a un guiri con ganas y lo dejan en estado de calentón inconsumado. Hasta le dan un número de teléfono falso para que contacte con ellas al día siguiente. El guiri sabe que ha hecho el ridículo. Y a ese autoburlesco avatar se reduce la aventura. ¿Era tan difícil constatar la falsificación, leyendo esa página y media? Pues debía serlo, porque nadie lo hizo. Cosas de la LOGSE.

Todo vale hoy para destruir al adversario. Y todo cuela; eso es lo grave. Todo. Cuando ha muerto Saint-just: «La libertad del pueblo está en su vida privada; no la perturbéis».


ABC - Opinión

EEUU. Mentiras sobre el Tea Party. Por Gabriel Calzada

¿Ultraconservadores? ¿Extrema derecha? Más bien parece que a la izquierda más rancia le saca de sus casillas que la sociedad civil sea capaz movilizarse en torno a principios que no son los suyos.

No cabe duda de que el Tea Party se ha convertido en el fenómeno sociopolítico del año. Este movimiento social va camino de determinar la forma en la que Obama pierde el control de la Cámara de Representantes de EEUU y podría incluso quitarle el dominio del Senado si en los Midterms logran movilizar a sus seguidores en los estados clave.

En España, El Mundo y El País no dejan de tergiversar y retorcer su imagen. Los corresponsales de estos diarios en EEUU nos cuentan toda clase de extrañas anécdotas intentando que el público español tome la opinión de algún seguidor desnortado por la esencia del movimiento. El truco es burdo y simple porque en un movimiento que posee más seguidores que habitantes tiene España siempre puede uno encontrar casos de personas para echar a comer a parte.


Un buen ejemplo de esto es el artículo ¿Qué es el Tea Party?, firmado por Ricard González en El Mundo (y eso que González no suele ser el más escorado de los corresponsales de este diario en EEUU). Cuando habla sobre la "ideología" de este movimiento nos dice que "es un elemento de disputa entre los analistas políticos qué etiqueta utilizar para definir este movimiento" aunque él no tiene el menor reparo en contarnos que "algunos lo catalogan de ‘extrema derecha’, otros de ‘ultraconservador’". Claro que otros muchos analistas lo catalogan de centro-derecha, otros de liberal y hay incluso quienes piensan que es una alianza que trasciende las ideologías. De hecho, las organizaciones que integran el Tea Party Movement no se reconocerían en el ultraestrecho abanico en el que los sitúa este periodista. Pero eso no importa. Lo único importante es endilgarle a este enorme fenómeno surgido libremente de la sociedad civil unos adjetivos con los que se les rechace sin siquiera analizarlos.

De hecho, si la cuestión es contar experiencias personales yo puedo contar la mía. He estado en algún mitin del Tea Party y me pareció asombrosa la cantidad y la variedad de personas con las que me encontré; tanto en lo que se refiere a ideas, a edades y a color de piel (por mucho que se empeñen aquí en acusarles de racistas, algo de lo que, por cierto, ellos se ríen). Entre el público me encontré con personas que suelen votar al Partido Demócrata y que reconocían no compartir muchas de las ideas de los presentes pero no les importaba porque saben que el movimiento es amplio y que en lo que están de acuerdo es en lo esencial, que es lo que están exigiendo a los políticos. En el resto, cada uno a lo suyo. También he tenido la oportunidad de cenar con algunos de los fundadores del movimiento y sinceramente me parecieron personas bastante equilibradas, a kilómetros de distancia de lo que nos describen en los dos diarios españoles de mayor tirada. Claro que yo no pretendo que los más de 50 millones de personas que componen este movimiento sean como las que yo he conocido. Faltaría más.

Más interesante aún fue escuchar a los mitineros, que no pedían el voto para ningún partido en concreto sino para aquellos políticos que se comprometan a defender las propuestas del movimiento. Estamos ante una significativa porción de la sociedad estadounidense que se ha cansado de dar su sufragio para que los políticos hagan lo que les dé la gana hasta las siguientes elecciones. Ahora son los ciudadanos los que dicen lo que quieren y sólo votan a un político si se compromete formalmente a seguir esos puntos.

Y es que el Tea Party tiene unos principios claros que todo el mundo puede consultar, no hace falta adivinarlos. Basta con visitar Wikipedia, la web Contract From America o el sitio de la organización Tea Party Patriots para enterarse de los principios y medidas que proponen.

Los principios son tres, con lo que no hay que comerse el coco para aprendérselos: responsabilidad fiscal, mercados libres y gobierno limitado (a las competencias que se establecieron de manera expresa en la Constitución). Los puntos del contrato con los políticos son sólo diez, fundamentados en los tres principios anteriores: defender la constitucionalidad estricta de cada ley, rechazar el Cap & Trade (racionamiento con mercado de comercio de emisiones de CO2), mantener el presupuesto equilibrado, simplificar el sistema impositivo, auditar las agencias federales para velar por la constitucionalidad de sus actuaciones, limitar el crecimiento del gasto público, revocar la reforma sanitaria, reducir el intervencionismo energético, establecer una moratoria sobre las partidas presupuestarias que se conceden discrecionalmente y reducir los impuestos.

¿Ultraconservadores? ¿Extrema derecha? Más bien parece que a la izquierda más rancia le saca de sus casillas que la sociedad civil sea capaz movilizarse en torno a principios que no son los suyos. Es entonces cuando creen que está justificado tergiversar y contar cualquier tipo de mentiras.


Libertad Digital - Opinión

Las miserias de la política. Por César Alonso de los Ríos

El desprestigio de la política aparece ya como uno de los grandes problemas de la sociedad. No así el de las ideologías. Más aún, las críticas a los profesionales de la política tienen su base en las contradicciones entre la práctica de esta y las ideas. Pero lo que termina por sacar de quicio al personal es el hecho de que los líderes posen como maestros en el arte del engaño. Lo hizo ya Tierno Galván cuando dijo, con el cinismo del que hacía gala, que la política es el arte de incumplir los programas.

José Luis Rodríguez Zapatero (permitidme que con ocasión de este juicio general le cite con nombre y apellidos) está siendo la representación cabal de esta forma de hacer política. En radical oposición con sus principios sociales. La congelación de las pensiones y la defensa de la Banca son el ejemplo de unas contradicciones que convierten la política en una función miserable. Y ni siquiera digo que no hubiera que haber tomado tales medidas. Digo que «él» no debió ser el autor. Tendría que haber dimitido para que la hiciera otro. O quizá el PSOE en gobierno de coalición con el PP tras haberles explicado a sus electores la situación creada por la crisis internacional. Quienes sigan apoyándole por puro partidismo y por su revolución sexual, laicista y antiespañola habrán traicionado los ideales por los que han querido dar un merecido homenaje a Marcelino Camacho.

Aunque no en el mismo grado, Rajoy apunta formas como jefe de la oposición que me provocan desconfianza. Si la práctica de traicionar los principios tal como quería Tierno Galván era posible incluso con propuestas claras ¿cómo no sentir una real desazón cuando estas son ambiguas? Por otra parte Rajoy explica el gobierno del PP en ciertas comunidades de un modo que produce rechazo. Por esa razón yo reclamé hace tiempo una moción de censura: no sólo porque ello obligaría a ZP a aclararse como socialista sino para que lo hiciera Rajoy como futuro presidente.


ABC - Opinión

Rubalcaba. Un gafe en Moncloa. Por Emilio Campmany

Ahora que Zapatero ha puesto su futuro político en manos de Rubalcaba, que se prepare.

En España, a pesar de ser bastante supersticiosos, no sabemos una palabra de jettatura. Por no saber, ni siquiera tenemos una palabra para denominarla. Sí nos proporciona el diccionario un modo de llamar al jettatore, el gafe, pero no existe "gafancia" ni ninguna otra palabra con la que referirse al mal que el gafe atrae. Los traductores del italiano traducen jettatura como "mal de ojo", pero son cosas muy distintas. El mal de ojo es voluntario. Lleva la desgracia a quien es objeto de un maleficio o un aojo. En cambio, la jettatura atrae el mal de manera involuntaria. Esto es lo que hace el gafe, que sin querer porta la desgracia a quienes le rodean.

Identificar a un gafe es esencial para poder defenderse de sus maléficos e involuntarios efectos. Una vez detectado, hay mil conjuros con los que protegerse, pero para poder emplearlos, lo primero es calar al jettatore. Para poder hacerlo, hay que saber que una de las características esenciales del gafe es que, no obstante acarrear el infortunio a quienes se le acercan, él suele disfrutar de una suerte pasmosa. Es muy frecuente que los gafes sobrevivan a los accidentes más terribles mientras sus demás compañeros de viaje perecen de forma inmisericorde, del mismo modo que se les puede ver en las mesas de juego desafiar a su favor todas las leyes estadísticas a la vez que sus compañeros de mesa entregan sus peculios al crupier.


En 1993, Alfredo Pérez Rubalcaba fue llamado por Felipe González para que salvara a su Gobierno. El zorro de Solares acudió presto a la solicitud y se esforzó cuanto pudo por rescatar al felipismo del jardín del GAL. Pero Felipe y el felipismo se hundieron. A pesar de sus denodados esfuerzos, Rubalcaba no pudo evitar que los escándalos se sucedieran. En 1996, el González de los 202 escaños de 1982 perdió las elecciones frente a un señor bajo con bigote. El químico fracasó. Todo el felipismo se retiró. Ni siquiera Almunia sobrevivió, barrido por la mayoría absoluta de 2000. ¿Todo? Todo no. El único que sobrevivió al tsunami fue ¡qué casualidad! Alfredo Pérez Rubalcaba.

Cuando, tras esas elecciones de 2000, se produjo finalmente el cambio generacional, nuestro hombre se acercó lógicamente a quien tenía más probabilidades de ganar, José Bono. Su apuesta parecía ser segura. El manchego no tenía rivales. Pues bien, contra todo pronóstico, venció un desconocido José Luis Rodríguez Zapatero de sonrisa hierática y mirada vacía. Así que perdió quien parecía imposible que perdiera. Sólo la presencia de un poderosísimo gafe entre sus filas puede explicar tan inexplicable derrota.

Todos quienes apoyaron a Bono sufrieron el destierro que el vencedor suele imponer a los vencidos. ¿Todos? Todos no. Se salvó, como siempre, Rubalcaba, quien, después de ser portavoz del Grupo Socialista en el Congreso con Zapatero, ha terminado por ser el hombre más poderoso de España.

No me cabe duda de que Rubalcaba tiene todavía mucha correa y dará abundante juego y que todavía lo veremos ocupar un puesto relevante en el poszapaterismo. Pero ahora que Zapatero ha puesto su futuro político en sus manos, que se prepare. Como no se haga con abundantes amuletos y haga constantemente los cuernos con la mano, ya se puede ir preparando a sufrir la misma suerte de todos aquellos que han gozado de la protección y consejo de Rubalcaba, el fin de su carrera política.


Libertad Digital - Opinión

Gobernar en tiempos de crisis. Por José María Carrascal

El americano medio no sólo se ve a él igual o peor que hace dos años, sino también a su país

EN vísperas de las elecciones legislativas, los analistas norteamericanos se preguntan: ¿por qué Obama es atacado por la derecha y la izquierda? Y la respuesta es: porque fue elegido para solucionar los enormes problemas del país, empezando por los económicos, y no los ha solucionado, entre otras cosas, porque era imposible hacerlo en sólo dos años. Pero tampoco ha sabido explicarlo. Todas sus dotes de comunicador que le llevaron a la presidencia no le han servido para explicar desde allí lo difícil que es salir del pozo en que se encuentran.

Aparte de serios errores de estrategia y una cierta arrogancia. Su primer error fue centrar los esfuerzos en la reforma sanitaria, cuando el país le pedía centrarlos en la recuperación económica, donde comenzó ayudando a los bancos, principales causantes del desastre. Puede que fuese necesario para evitar el hundimiento total, pero no se molestó en aclararlo, lo que nos lleva al segundo reproche: su aire elitista, que ha convertido al hijo mestizo de una madre que tuvo que criarlo con ayuda pública y pudo estudiar gracias a becas en un presidente distante del pueblo llano. Es como Obama ha perdido las bases que le llevaron a la Casa Blanca: los trabajadores blancos, las mujeres, los católicos y los independientes. Se lo voy a decir con las palabras de Judy Berg, enfermera de Morton Grave, Illinois, que reúne esas cuatro condiciones: «Voté a Obama porque quería un cambio. Pero el cambio no se ha producido y sigo tan dejada al margen como antes».


Hay algo incluso más grave que eso: el americano medio no sólo se ve a él igual o peor que hace dos años, sino también a su país, inundado de productos extranjeros, con una deuda astronómica, enteros ramos industriales tambaleándose y, lo peor de todo, sin perspectivas de mejora.

Es lo que ha traído el cabreo general, la caída en picado de la popularidad del presidente y las malas perspectivas de su partido en las legislativas de mañana, donde puede perder una o incluso las dos cámaras. Y ¿cómo va a solucionar Obama los grandes problemas del país en los dos años de mandato que le quedan sin ese apoyo, si no ha conseguido con él? Los optimistas razonan: «En adelante, podrá echar la culpa al obstruccionismo republicano de no poder realizar las reformas necesarias». Algunos van incluso más allá: «El radicalismo republicano terminará metiendo miedo al norteamericano medio, que volverá a nosotros dentro de dos años».

Veremos. Pues para los norteamericanos quien gobierna es el presidente, no las cámaras. Y eso es lo que tendrá que hacer Obama a partir del miércoles, gobernar en tiempos de crisis, si quiere ser reelegido.


ABC - Opinión

¿Por qué será que algunos quieren amargarnos el turrón?. Por Federico Quevedo

En algún batzoki donostiarra se debieron encontrar tomando unos chiquitos Jesús Eguiguren y Jone Goirizelaia, y tal casualidad ha sido elevada a categoría de negociación secreta entre el PSE y Batasuna. O eso, o aquí se está poniendo en práctica una verdadera ceremonia de la confusión, de tal suerte que a día de hoy resulta imposible saber qué hay de verdad en todo esto y qué es lo que la verdad esconde, si es que esconde algo, que vaya usted a saber. Lo peor de todo, lo más triste, es que se está jugando con algo que quema, y que mata, y que ya ha costado muchas vidas en este largo camino que la pandilla de canallas empezó hace yo que sé cuanto hacia un final incierto y que, en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, puede ni debe ser el que ellos quieren.

A mi me da igual si vienen con banderas blancas y palabras dulces, si nos traen flores para adornar la mesa sobre la que van a ofrecernos una calculada rendición con la que solo pretende enseñarnos su mejor rostro, su sonrisa más apuesta, para ver si así somos capaces de mirar para otro lado y aceptarlos entre nosotros. Pues no. Tanta sangre derramada no puede quedar impune y aquí no cabe generosidad alguna, porque ellos no la han tenido nunca con nosotros. En las guerras se espera que el bando vencedor practique una cierta suerte de benevolencia sobre el vencido, pero esto no ha sido una guerra, no ha habido dos bandos y ni siquiera puede hablarse de vencedores y vencidos, primero porque todavía no ha terminado nada y, segundo, porque solo se vence a quien lucha en igualdad de condiciones y eso no es lo que ha pasado aquí.

«Están dispuestos a facilitarles todo si con eso consiguen el doble objetivo de desviar la atención de la que está cayendo y apuntarse un tanto con el que afrontar la dolorosa experiencia electoral que se avecina.»
Yo no se que se dirían en el batzoki Eguiguren y Goirizelaia -y esto sí es una ficción literaria-, pero si esa conversación ha existido, o ha existido alguna otra que pueda compararse a esa, lo cierto es que como consecuencia de la misma parece que a unos y a otros le ha entrado de repente una prisa casi angustiosa por encontrar la salida pactada que los primeros llevan tanto tiempo buscando. Y los segundos parecen estar dispuestos a facilitarles todo si con eso consiguen el doble objetivo de desviar, aunque sea un poco, la atención de la que está cayendo y apuntarse un tanto con el que afrontar la dolorosa experiencia electoral que se avecina. Llegados a este acuerdo, Eguiguren y Goirizelaia brindaron con chacolí y se tomaron unos montaditos de queso de Idiazábal sobre pan blanco horneado en una tahona de Lekeitio. ¡Hala! Y a los demás que nos parta un rayo, oiga, que nada tenemos que ver, pero vamos a tener que soportar a los indeseables apareciendo un día detrás de otro en las pantallas de las teles de La Secta y en las páginas de El País -que para eso es el diario amigo del portavoz de los GAL-, haciéndonos creer otra vez que se tratan de hombres de paz. ¿Van por ahí los tiros? (Y perdón por la expresión)… Pues no lo se. A estas alturas no me atrevo a asegurarles a ustedes nada, salvo que del dueño de la frase “nos merecemos un Gobierno que no nos mienta” no me fío ni medio pelo.

Porque si bien es cierto que lo del batzoki puede ser verdad y puede que no, también lo es que mientras con una mano el Gobierno da de comer a los demócratas y a las víctimas con solemnes juramentos de que la palabra tregua y la acción de negociar quedaron enterradas bajo los escombros de la T4, y satisface el noble deseo de justicia entregando a la misma un comando detrás de otro día sí y día también, con la otra mano ensaya gestos de complacencia y ofrece retazos de esperanza a quienes más han trabajado en contra de ella durante estas décadas de terror, muerte y pérdida de libertad. ¿Quiere jugar el Gobierno con una carta marcada? Las apariencias así lo indican, aunque luego las palabras vayan por otro lado, pero precisamente en esa argucia es un maestro Rodríguez, y no digamos el portavoz de los GAL. El primero permitió a Eguiguren reunirse con los chicos de las pistolas al tiempo que él negociaba el Pacto Antiterrorista con Aznar. El segundo se llenó la boca de la palabra verificación cuando era evidente que ETA utilizaba la última tregua trampa para recomponerse y él lo sabía. Los dos nos engañaron con el ‘proceso de paz’ e hicieron de la mentira el arma más mortífera entregada a la pandilla de canallas.

¿Les creemos ahora, o no? A mí, sinceramente, me cuesta. La tentación de utilizar el final del terrorismo como arma electoral es demasiado fuerte pero, ¿quien puede fiarse de la palabra de asesinos, sino alguien que está desesperado? Y Rodríguez lo está. Y lo está el Gobierno. Y lo está el PSOE. Y la desesperación es mala consejera, señores míos, muy mala. Por eso no puede extrañarnos que Eguiguren y Goirizelaia tomen chiquitos en el batzoki y que les entre la prisa. Los malos quieren estar sentados al lado de los buenos en las instituciones porque es la única manera que tienen de engordar sus arcas, por un lado, y obtener información, por otro, y seguir dominando las calles del País Vasco como han hecho durante tanto tiempo. Pero no podemos dejarles, no deberíamos dejarles, porque no puede ser que todo lo que las víctimas han sufrido durante tanto tiempo no valga para nada. Lo que se merecen las víctimas es una Navidad en paz, sin imaginarse que a la vuelta de la esquina se van a encontrar con el asesino de sus padres, hermanos, hijos o maridos paseando tranquilamente con un pin en la solapa que ponga: “Soy un hombre de paz, lo ha dicho Zapatero”. No señor, no caben banderas blancas ni repentinos arrepentimientos. Solo cabe la derrota total y definitiva a manos del Estado de Derecho.


El Confidencial - Opinión

CCOO. Marcelino. Por José García Domínguez

Como tantos hombres decentes e ingenuos que alguna vez creyeron posible el Reino de Dios en la Tierra, Camacho fue un devoto comunista. El último, quizá. Descanse en paz.

Ahora que ya volvemos a ser aquel viejo país de cabreros que asqueó a Gil de Biedma, otra vez lanzándonos unos a otros los cadáveres siempre insepultos de la última guerra civil con ese odio rifeño, tan bárbaro, tan brutal, con esa bilis que sólo los españoles son capaces de segregar para zaherirse entre ellos; ahora, decía, se ha ido Marcelino. Catorce años en las cárceles de la dictadura por reclamar derechos básicos, elementales –el de reunión, el de sindicación, el de huelga–, y ni una palabra de rencor. Nunca el menor gesto de resentimiento, menos aún la sombra del afán de revancha. Jamás una frase cargada de ira surgiendo de sus labios, él, que tantas atenuantes podía esgrimir de haber incurrido en pronunciarlas.

¿Cómo olvidar su discurso en las Cortes constituyentes cuando la Ley de Amnistía? Había grandeza en la voz de aquel viejo obrero de la Perkins que entonces pedía desde la tribuna del Congreso que enterrásemos de una vez el eterno furor cainita de esta pobre patria nuestra. En vano, por cierto, igual que muy pronto se habría de demostrar. Reconciliación nacional, qué lejana suena esa idea, la que no se cansó de repetir ante el pleno, en tiempos como estos de avispados contrabandistas de la memoria, adánicos traficantes de sentimientos y engolados peristas de la Historia.

Unánimes, insisten los periódicos en su personal honradez, esa honestidad incorruptible, la de una vida de jerséis de lana gruesa y pisito en el extrarradio sin ascensor. Y a ninguno se le ocurre que no debería hacer falta. Hemos alcanzado el extremo en que procede dar noticia detallada en las necrológicas de que un español no fue un arribista, un chaquetero, un trepa o un ladrón. Por lo demás, Camacho era un tipo de otra época: equivocadas o no, fue fiel a sus convicciones durante toda su existencia. De ahí, el asombro general. "Pero si era un comunista", me dirán, en fin, esos jóvenes a los que hemos enseñado a juzgar antes que a comprender. Y sí, como tantos hombres decentes e ingenuos que alguna vez creyeron posible el Reino de Dios en la Tierra, Camacho fue un devoto comunista. El último, quizá. Descanse en paz.


Libertad Digital - Opinión

Truco o trato. Por Ignacio Camacho

Crecen los indicios de que alguien está jugando al «truco o trato» con los fundamentos de la política antiterrorista.

LA atmósfera política en torno al terrorismo vasco se ha contagiado este año del ritual carnavalesco de Halloween, la fiesta anglosajona que empieza a suplantar en España a la tradicional liturgia de los difuntos. Abundan los disfraces más o menos siniestros, los sobrentendidos, las ocultaciones y los tejemanejes alrededor de una expectativa cada vez más explícita. Bajo el aspecto de una relativa normalidad laten indicios de que nada es lo que parece; la sospecha de tanteos y negociaciones conduce a la ineludible sensación de que alguien está jugando con cierta frivolidad al «truco o trato» en asuntos fundamentales. O más exactamente, la impresión de que se está gestando un trato con trucos a espaldas de la opinión pública.

Las idas y venidas de intermediarios; los encuentros más o menos casuales de representantes públicos entre sí y con dirigentes de la periferia etarra; los presuntos gestos de tanteo y los detalles selectivos de la política penitenciaria ofrecen el bosquejo de un proceso muy parecido a una negociación, si bien con diferencias importantes respecto al fallido experimento de la anterior legislatura, y probablemente fruto del aprendizaje del fracaso anterior. La primera, que esta vez las maniobras, sean cuales sean, no están siendo retransmitidas en directo. La segunda, que el Gobierno no ha abdicado de la presión policial y judicial. Y la tercera, que las exigencias al terrorismo y su entorno parecen más claras y contundentes.


Existen en este trasiego, sin embargo, dos premisas que parecen calcadas de la anterior intentona y que resultaron decisivas en el desenlace negativo. La primera, la marginación de la oposición y de las víctimas, que observan con inquietud la crecida de señales y barruntos de que algo se cuece a sus espaldas. La segunda es el eventual diseño de una salida que contemple de un modo u otro la concesión de un precio político al final de la violencia, sin el que ni ETA ni Batasuna estarían dispuestos a avenirse a capitular. En ambos casos parece un factor clave la necesidad de los batasunos de asomarse a la legalidad institucional en las elecciones locales de mayo, a la que se suma la indisimulable ansiedad del Gobierno por apuntar en su hoja de servicios un éxito a fecha fija. Precipitar la legalización del brazo político etarra, incluso a cambio del abandono de las armas, supondría la inversión de las condiciones morales que han sustentado la resistencia de la sociedad española frente al chantaje. Las prisas pueden conducir a olvidar que el consenso antiterrorista se basa en un requerimiento innegociable: la rendición a cambio de nada, y luego ya se verá. Ni siquiera un final relativamente feliz puede justificar la transacción de un do ut des que estableciese el pago de un rescate político. En esa cuestión tan fundamental no habrá truco que disimule la indecencia de trato alguno.

ABC - Opinión

Las trampas de ETA

El objetivo inmediato, y exclusivo, de ETA es lograr que su brazo político esté presente en los ayuntamientos vascos y navarros en las próximas elecciones municipales que se celebrarán en mayo de 2011. Todos sus movimientos en estos meses anteriores y en los próximos irán en esa dirección. Según publica hoy LA RAZÓN, fuentes de la lucha antiterrorista tienen muy clara su estrategia: una vez celebradas dichas elecciones, los asesinos podrían volver a los atentados, ya que, en la actualidad, mantienen activos otros actos delictivos como el robo de dinero a empresarios, las «labores de aprovisionamiento» así como los entrenamientos. Lo que están intentando es estructurar una organización, por pequeña que sea, que aun en estado durmiente en este período de tiempo pueda activarse pasados los comicios.

En sintonía con esta estrategia, el próximo comunicado de ETA estará cargado de la retórica baldía de la banda, pero no anunciará su disolución o la entrega de armas. Así lo cree el Ministerio del Interior, que no alberga la más mínima esperanza de que ETA deje su dinámica asesina.


A pesar de que los más optimistas albergaban alguna esperanza sobre el fin de ETA, éste no se producirá. Sus últimos movimientos sólo tienen el propósito, en connivencia con Batasuna o las siglas que puedan adoptar en el futuro, de volver a la escena política del País Vasco, algo que sería sumamente rentable para la banda, puesto que encuentran ahí un sostén económico nada despreciable para intentar seguir con sus actividades sanguinarias.

De nuevo ETA se acoge a sus treguas-trampa y sería más que deseable que ningún partido democrático cayera en estos cantos de sirena de una hidra que a lo único que está dispuesta es a morir matando.

En este escenario sería deseable que los partidos democráticos, lejos de enredarse entre ellos a propósito de las intenciones de los etarras, mantengan una posición común. No en vano, es inquietante que, como está sucediendo estos días, cualquier movimiento de la banda o de Batasuna, provoque la sensación de que puede erosionar el pacto entre el PSE y los populares vascos, que se ha comprobado ya que es clave para normalizar la vida en el País Vasco, puesto que ejerce la tolerancia cero contra los terroristas y su entorno.

Ante los próximos movimientos de ETA cabe practicar la receta que más éxitos ha procurado a los demócratas y que se basa en tres pilares: una unidad política sin fisuras que activamente colabore para cerrar cualquier resquicio por el que Batasuna pueda entrar en los ayuntamientos sin que previamente los etarras abandonen las armas; que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado sigan cumpliendo ejemplarmente su labor, descabezando una y otra vez a las sucesivas cúpulas de ETA, y que la Justicia tenga todos los medios a su disposición para cortarle las alas a los asesinos, cuyo único destino sólo puede ser la cárcel. En definitiva, si ETA tiene su estrategia, los demócratas tenemos la nuestra y ésta no debe variar en su espíritu ni una coma por muchos comunicados «fantasma» que dé la banda.


La Razón - Editorial

Votar al éxito

El apoyo a Rousseff es también a un país que juega y aspira a ser una gran potencia.

El presidente Luiz Inácio Lula da Silva se retira -al menos de momento- tras ocho años de mandato con los índices de popularidad -supera el 80%- más altos que jamás haya conocido un presidente de Brasil. La campaña de su delfín, la ex ministra y ex izquierdista radical Dilma Rousseff, ha sido diáfana. Yo soy la continuadora, ha dicho menos que entre líneas, en lo que casi coincidía con las críticas de la oposición, aunque esta en vez de continuadora prefería hablar de marioneta. El propio presidente se ha volcado en apoyo de su candidata, aunque, muy formal, ha subrayado que espera que Rousseff cubra los dos mandatos consecutivos que permite la Constitución.

Los brasileños han sabido, sin embargo, matizar entre el saliente y la entrante, porque aunque le dieron a Rousseff ya una confortable ventaja en primera vuelta, la candidata ha tenido que esperar a la reválida de ayer para convertirse en la primera mujer que llega a la presidencia del país. Entre su mentor y ella hay todavía una innegable brecha de carisma. Pero aun así, una mayoría de ciudadanos ha votado tanto o más por Lula cuando nominalmente lo estaba haciendo por su sucesora, y tal era la densidad del elogio al presidente ex metalúrgico y ex sindicalista que el candidato de la oposición, el líder del partido socialdemócrata, José Serra, ha tenido buen cuidado de no atacar a Lula directamente porque su baza se basaba en convencer al votante de que Rousseff no daba la talla como sucesora.


La campaña ha sido desagradable sobre todo para la vencedora por las frecuentes incursiones de lo religioso, sobre si los candidatos eran o no creyentes -Lula y Serra son católicos activos, pero no la sucesora-, sobre si eran contemporizadores con el aborto -siempre Rousseff- o el fantasma del cáncer linfático del que aparentemente ya se ha curado la presidenta electa. Pero en ese sufragio otorgado a Lula-Rousseff, a quien también votaba una mayoría de brasileños era al éxito; al éxito nacional e internacional de su país que se expresa en la considerable reducción de los índices de pobreza gracias en gran parte al programa Bolsa-Familia; a la obtención del Mundial de Fútbol para 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016; a los macroíndices de crecimiento en plena crisis financiera mundial; a la actividad incesante en la escena internacional que ha llevado a Lula hasta interferir en la política de EE UU con respecto al programa nuclear iraní o a ofrecerse como mediador en Oriente Próximo. Ese público ha parado mientes más en la bendita osadía planetaria de su presidente que en los resultados de sus gestiones, necesariamente limitados.

El mundo que deja atrás Lula parece, en todo caso, sustancialmente distinto al que recibió en 2002. Las aspiraciones brasileñas de gran potencia datan de los años treinta del siglo pasado, con la presidencia de Getulio Vargas, pero solo ahora, a fin de la primera década del siglo XXI, se les puede comenzar a dar algún crédito.


El País - Editorial

¿Cuánto sabe Rajoy sobre la negociación con ETA?

Dice Rajoy que se siente informado sobre ETA, en cuyo caso caben tres hipótesis: o que apoya el proceso de rendición ante la banda, o que Zapatero ha engañado a Rajoy, o que Rajoy quiere engañar a los españoles.

Si algo ha caracterizado al mejor PP, el de Aznar y el de los primeros cuatro años de Rajoy en la oposición, ha sido sin duda alguna su clara política antiterrorista: nada fuera de la ley, todo dentro de ella. Si el PSOE sólo ha sabido tratar a ETA violentando la legalidad –ya fuera con los GAL o con el proceso de rendición de la pasada legislatura– el PP siempre tuvo claro que era imprescindible emplear todos los instrumentos políticos, policiales, jurídicos y sociales para combatir a la banda terrorista.

Se trataba de deslegitimar dentro y fuera de nuestras fronteras al nacionalismo, ideología rupturista y cainita de cuya radicalización emergió y se nutre ETA; de mejorar la eficacia policial a la hora de prevenir los atentados y capturar a los criminales, lo que incluía la colaboración con las fuerzas de seguridad de otros países; de mejorar la legislación para que las sanciones a los terroristas fueran merecedoras de tal nombre; y de movilizar a toda la sociedad para arrinconar y marginar a los etarras y a quienes los apoyan.


El PSOE dinamitó a partir de 2004 esta exitosa estrategia, con la que se había logrado poner a ETA contra las cuerdas. Los socialistas les entregaron a los asesinos el balón de oxígeno de la negociación, esto es, la esperanza de obtener un rédito político por su actividad criminal. El PP se opuso desde el comienzo a esta infame política y no dudó en sumarse a la rebelión cívica liderada por las asociaciones de víctimas del terrorismo. Gracias a ello, el PSOE no fue capaz de liquidar lo suficientemente rápido el Estado de derecho y no pudo entregarle a la banda todo lo que ésta exigía.

Hoy nos encontramos en una situación muy parecida a la de esos negros años de 2005 y 2006. Los socialistas niegan que estén negociando con ETA, la banda terrorista ha declarado una tregua-trampa, jueces y fiscales se ven presionados por el poder político para que ensucien sus togas en el polvo del camino, y los medios afines al Ejecutivo se dedican a lavar la imagen de una parte del entramado de ETA –convirtiéndolos en hombres de paz– para permitir que Batasuna o sus partidos pantallas sigan en las instituciones.

Sólo hay un factor que cambia –y para peor– con respecto a la primera paz sucia de Zapatero: la postura del Partido Popular. De momento el PP continúa amenazando con romper el consenso en política antiterrorista y con dejar de sostener al Gobierno vasco en caso de que Batasuna pueda presentarse a las próximas elecciones. Sin embargo, hasta que ese momento llegue, los populares observan impasibles cómo se van colocando todas las piezas para consumar la traición a las víctimas y al conjunto de los españoles.

Dice Rajoy que se siente informado sobre ETA, en cuyo caso caben tres hipótesis: o que apoya el proceso de rendición ante la banda, o que Zapatero ha engañado a Rajoy, o que Rajoy quiere engañar a los españoles. En cualquiera de los tres casos –todos ellos bastante compatibles con la oposición de nula intensidad que Arriola aconseja– los motivos para apoyar el Partido Popular se reducen de manera muy considerable.

El próximo sábado 6 de noviembre las asociaciones de víctimas Voces contra el Terrorismo y Verde Esperanza han convocado a la ciudadanía para rebelarse contra la negociación del Gobierno con ETA. Rajoy tiene una ocasión para redimirse. Tal vez la última.


Libertad Digital - Editorial

Montilla se reinventa

Los socialistas catalanes están pagando las consecuencias de haber perdido su identidad política natural por su travestismo nacionalista.

CUANDO aún quedan dos semanas para que comience la campaña electoral en Cataluña, ya es evidente el lavado de cambio de imagen y la táctica con los que el socialismo catalán, con Montilla a la cabeza, quiere reinventarse para gestionar su más que probable derrota y allanar el camino para dar nuevas fórmulas de viabilidad a su presencia política. En muy poco tiempo, el PSC ha lanzado el mensaje de que todo ha cambiado. Ahora se plantea no sancionar a los comerciantes que rotulen solo en castellano, apela a la concordia con el resto de España, aprieta las tuercas en inmigración y reniega del gobierno tripartito que le dio el poder desde 2003. A este repudio ha contribuido, no sin cierta dosis de hipocresía, el PSOE, cuando a través de su nuevo secretario de Organización, Marcelino Iglesias, mostró su alivio por el descarte de una reedición del tripartito. Parecería, a tenor de estas palabras, que el pacto del PSC con los independentistas de Esquerra Republicana y los «eco-comunistas» de ICV fue una imposición de los socialistas catalanes a Rodríguez Zapatero, cuando la realidad fue bien distinta. El pacto de izquierdas en Cataluña, que supuso por parte del socialismo la ruptura de un consenso de Estado fundamental en la gestión del Estado autonómico, fue obra inspirada y amparada por Zapatero como primer experimento de una estrategia de perpetuación en el poder.

Ahora toca una reconversión urgente del socialismo catalán en esa opción catalanista no nacionalista que siempre fue, hasta su mutación en una fuerza soberanista de la mano de Maragall y Zapatero. El objetivo es, por un lado, frenar la fuga de votos a la abstención y al Partido Popular o a Ciudadanos; por otro, predisponerse a un entendimiento con Convergencia i Unió, tranquilizando a esta coalición con el entierro del tripartito. Claro que todo esto es un diseño que puede saltar por los aires si el 28-N, por la noche, los grupos del tripartito suman otra vez mayoría absoluta en el Parlamento y la pulsión izquierdista vence a la conveniencia de un cambio político. También, si la mayoría es de la coalición convergente. Es evidente que un acuerdo con CiU en Cataluña permitiría a los socialistas mejorar su posición en el Parlamento nacional, sumando nuevos apoyos nacionalistas. El desenlace está aún por escribir, pero si hay algo cierto es que los socialistas catalanes están pagando las consecuencias de haber perdido su identidad política natural por su travestismo nacionalista de los últimos años.

ABC - Editorial