jueves, 28 de octubre de 2010

Kirchner. Ruego a Dios que no se reencarne. Por Horacio Vázquez-Rial

La Argentina padeció a lo largo del siglo XX gobiernos que pueden contarse entre los peores de Occidente. Pero de todos ellos, excepción hecha del período de las juntas militares, el de este hombre que acaba de morir lleno de oro y odio fue el peor.

En el otoño porteño de 2003, un personaje inesperado apareció como presidente argentino tras renunciar Carlos Menem a una segunda vuelta electoral. En realidad, en la primera, que resultó ser la única, Kirchner había tenido apenas el 22% de los votos, pero Menem, viejo astuto, comprendió que en la segunda no superaría el 24% que ya había recaudado: las elecciones eran, sobre todo, un plebiscito por su continuidad. O sea que Kirchner ganó por defección en unos comicios donde, como viene sucediendo desde hace años, había que elegir a un peronista y otro peronista.

Quiso la casualidad que yo me encontrase esos días en Buenos Aires, en compañía de mi amigo Jaime Naifleisch, y asistiéramos a la toma de posesión y al primer discurso presidencial. El primer viaje del nuevo presidente al exterior fue a España y el entonces embajador, Abel Posse, hizo una reunión de "notables" argentinos en la sede diplomática, de modo que volví a verle, esta vez en distancia corta y con su inefable esposa, y hasta tuve la ocasión de cambiar cuatro palabras con él. No me pareció lo peor que podía pasarle al país y hasta fui elogioso con él en una Tercera de ABC que ahora no encuentro y que seguramente me daría vergüenza. Creo que mi ingenuidad tuvo algo de voluntario porque después de Menem cualquier cosa era preferible. Las cotas de corrupción a las que había llegado "el Turco" daban la impresión de ser insuperables. Me equivoqué de todas todas. Ni el programa expuesto en su discurso inicial reapareció jamás, ni la podredumbre menemista era insuperable, como demostraría K muy poco después.


Los juicios a las juntas militares propiciados por Alfonsín en 1985 habían dado paso a una cierta normalidad social, que distaba de la reconciliación pero le abría paso. Hasta el ascenso de Kirchner, todos los gobiernos habían tenido, en mayor o menor proporción, antiguos militantes montoneros. Pero él les abrió las puertas a los cargos de mayor nivel y llegó al colmo con la designación al frente de Defensa de Nilda Garré, que no sólo fue relevante en la organización terrorista, sino que era la viuda de Juan Manuel Abal Medina, cuadro fundador y, por lo tanto, cuñada de Fernando Abal Medina, uno de los asesinos del general Aramburu, cuya muerte en 1970 marcó el inicio de la violencia en la Argentina. Y, como era de esperar, después de reabrir heridas en proceso de curación, K dio paso a la Memoria Histórica, a imitación del modelo español pero en peor, porque las víctimas revolucionarias y sus familias estaban ahí y querían reparaciones, es decir, dinero, que se les dio a manos llenas.

Los sindicalistas más siniestros, los Hoffa de la Argentina, con el camionero Moyano al frente, se hicieron con la vida pública argentina –y hasta se me ocurre que, con la muerte de K, adquirirán aún más poder, al no haber una oposición organizada en condiciones de gobernar–, y la proetarra Hebe de Bonafini se convirtió, al frente de su tétrico sector de Madres de Plaza de Mayo, en receptora de generosísimos subsidios oficiales.

La Argentina padeció a lo largo del siglo XX, y sobre todo a partir de 1930, año del golpe fascista –en sentido estricto– del general Uriburu, gobiernos que pueden contarse entre los peores de Occidente para sorpresa de propios y extraños, que nunca entendieron –entendimos– cómo aquello era posible en un país culto, con la tasa de analfabetismo más baja del mundo y con una librería en cada esquina de las grandes ciudades. Pero de todos los que padeció, excepción hecha del período de las juntas militares, el de este hombre que acaba de morir lleno de oro y odio fue el peor. Ni siquiera merece un análisis fino de sus políticas económicas, tan erráticas como invariablemente empobrecedoras, tan estatalistas como personalistas, y siempre improvisadas. Ni merece un análisis sociológico más allá de la estructura del poder. Se resume en delincuencia sindical y policial, reivindicación de un terrorismo en el cual ni siquiera había tenido el valor de militar, podredumbre ideológica, financiera y moral, y un autoritarismo que hizo perder sentido a la palabra democracia.

Chávez se explica por su rostro de animal vengativo –es un tiranuelo de los que profetizó Bolívar, "de todos los colores y razas"–. Kirchner, descendiente de croatas, era simplemente un hombre feo y desesperadamente codicioso –su viuda y presidente rinde idéntico tributo a la codicia– en el que costaba imaginar las raíces del odio, pero rebosaba de él, un odio generalizado a su país y sus paisanos. Pensaba ser reelegido el año próximo, en unas elecciones sangrientas. Ruego a Dios que su propósito post mortem no sea reencarnarse.


Libertad Digital - Opinión

Rajoy. Las autonomías no son el problema. Por José García Domínguez

Un Estado federal como el nuestro mal puede tolerar revisiones profundas. Salvo, claro está, que el ideal de la derecha sea habilitar a Rubalcaba a fin de que nombre un gobernador civil de Madrid, previa disolución de la Comunidad.

Al solemne modo, como si de un muy grave pronunciamiento se tratase, Mariano Rajoy acaba de reclamar la "revisión profunda" del Estado de las Autonomías con el hondo argumento político de que no puede haber tres negociados distintos para sellar no sé qué póliza. Pues, al parecer, el drama que pone en solfa el porvenir mismo de la nación española es ése: la redundancia administrativa con tal de cumplimentar determinados impresos o compulsar ciertas fotocopias. Se nota que don Mariano no ha leído ni a Galdós ni a Wittgenstein. En caso contrario sabría por el primero que el asunto de las oficinas inútiles –y los inútiles en las oficinas– requiere una "revisión profunda" no del Estado de las Autonomías, sino de la Historia de España. Y por el segundo, hubiera acusado recibo de que de lo que no se puede –o no se quiere– hablar, lo mejor es no decir nada.

Porque, una vez en funcionamiento, un Estado federal –y el nuestro no es otra cosa– mal puede tolerar revisiones profundas. Salvo, claro está, que el ideal de la derecha sea habilitar a Rubalcaba a fin de que nombre un gobernador civil de Madrid, previa disolución de la Comunidad y el traspaso de todas sus competencias al Ministerio del Interior. Lo que requiere el modelo, sin embargo, no son aparatosas cirugías, sino una pizca de sensatez, apenas eso. Por ejemplo, que las lenguas domésticas no se transformen barreras invisibles contra la unidad de mercado. Un empeño, ése, para el que Rajoy no necesitaría montar ningún zafarrancho legislativo plagado de grandilocuentes proclamas retóricas, sino algo tan simple como que sus barones pedáneos, empezando por Feijóo y Camps, le hiciesen caso. Un poco, al menos.

Por el contrario, quien sí pide a gritos una revisión radical es la deriva partitocrática del orden constitucional. El desmantelamiento deliberado de la función pública; la impune patrimonialización de las administraciones; la maraña inextricable de redes clientelares siempre prestas al reparto del botín estatal, ya sea bajo la forma de subvenciones, contratas, concesiones o cualquier otra modalidad de rapiña... La usurpación de la soberanía por parte de las maquinarias partidistas y sus séquitos privados, ése es el genuino problema institucional del país, y no las autonomías. A gritos, don Mariano, a gritos.


Libertad Digital - Opinión

Iguales en confusión. Por M. Martín Ferrand

Cuando la Historia juzgue la obra de Zapatero, tendrá que ponderar en lo que valen los inventos de Bibiana Aído.

EL pensamiento de Bibiana Aído, en lo que se nos alcanza, no es baldío. Todo lo contrario. El hecho de su reconversión de ministra de Igualdad a secretaria de Estado de lo mismo obedece a razones presupuestarias; pero, cuando la Historia juzgue la obra de José Luis Rodríguez Zapatero, tendrá que ponderar en lo que valen los inventos de una miembratan singular en la familia socialista. Cuando menos en el mismo rango que los inventos del TBO que divulgó en el tristemente desaparecido semanario el Profesor Franz de Copenhague. Es más, en su nueva etapa de Gobierno y con la tutela de la nueva titular de Sanidad, Leire Pajín, Aído lucirá en todo el orbe por su tesón y su brío en la defensa del igualitarismo que, llevado a sus límites, pudiera acabar con la especie humana.

El diputado socialista José Alberto Cabañes, Dios le ampare, ha recogido la semilla de la ministra disminuida y acaba de conseguir en el Congreso, con el —¡único!— voto en contra del PP, la aprobación de una Proposición no de ley para solicitar al Gobierno que «elabore e impulse protocolos de juegos no sexistas» para su implantación en los tiempos de ocio y recreo en los colegios públicos y en los concertados de la Educación Primaria. ¿Qué es lo que busca un niño cuando investiga un juguete nuevo y lo manosea hasta el destrozo total? Antes de conocer el pensamiento ilustrado de Aído y el científico —es ginecólogo— de Cabañes, me hubiera atrevido a pensar en la innata curiosidad del ser humano, en su capacidad de buscar lo desconocido y utilizar con destreza el dedo pulgar —las dos notas de la superioridad humana—; pero habría que empezar a pensar que, lo mismo en las entrañas de un muñequito de Playmobil que en el interior de la máquina de un tren eléctrico los niños buscan sexo. Jugar a la pelota no es inocente. Ni saltar a la comba.

En otro tiempo y en otras circunstancias menos graves y más llevaderas para los ciudadanos, podría extenderse a todos los obsesos de lo igualitario, a quienes confunden los derechos con las obligaciones, el beneficio de la duda; pero, como sería injusto suponer la falta de enjundia en socialistas de tanto postín, cabe pensar en la contumacia socialdemócrata para que el Estado, a empellones con la sociedad, ocupe todo el espacio tradicionalmente reservado al individuo. El Estado que aporta la fecundación in vitro para que podamos ser concebidos y nos acompaña, previo pago de su importe, hasta más allá de la muerte, hasta el cementerio y los herederos, quiere también organizar nuestros juegos infantiles. Es el progreso, los mayores no pueden fumar ni los niños saltar a pídola.


ABC - Opinión

ETA. Y no aprende. Por Cristina Losada

Zapatero quedó conmocionado tras el atentado de la T-4. No se lo podía creer. Pues ahí está, de nuevo, abierto a creer a una banda terrorista que se está trabajando hábilmente su presentación a las elecciones.

Ignorar y despreciar la experiencia acumulada es un defecto grave. Más en un presidente del Gobierno y más todavía en materia de lucha antiterrorista. Pero Zapatero se dispone a demostrar que une al anterior rasgo la rara capacidad de no aprender de la propia experiencia. Claro que sería injusto atribuirle en exclusiva esa impermeabilidad a lo real. En regalarle los oídos a Batasuna han competido estos días varios ministros. Como si el apéndice de ETA fuera un grupo de colegiales, le han explicado lo fácil que es saltar la valla que separa la ilegalidad de la legalidad, que viene a ser el caramelo de premio por un pequeño gesto amable. "Simplemente con condenar la violencia será suficiente", ofrecía, Blanco, generoso. Cámbiese "condenar" por "oponerse", agréguese a la violencia un "venga de donde venga" y estaremos más cerca de facilitar el retorno, a lo grande, de un apéndice de la banda terrorista a las instituciones.

Hay un libro del abogado Alan Dershowitz que se titula ¿Por qué aumenta el terrorismo? A lo largo de sus páginas se expone, con hechos, la respuesta: aumenta porque funciona. Darles a los terroristas la esperanza de que el crimen reporte algún beneficio sólo garantiza que persistan en él. Frente a esa noción elemental y contrastada, se sitúan los creyentes –iluminados y oportunistas– en la "solución política" del terrorismo. La insistencia en buscar y propiciar una disensión entre Batasuna y ETA obedece a esa visión o, mejor dicho, ceguera. No hay "solución policial", suelen alegar sus defensores, porque la banda dispone de apoyo entre la población. Así que entramos en los coqueteos políticos y en la dialéctica del palo y la zanahoria. En suma, en brindarles a los terroristas y a sus seguidores la ocasión que esperan: el momento de discutir el precio, que es el instante en que el terror prueba su eficacia como instrumento de acción política.

Zapatero quedó conmocionado tras el atentado de la T-4. No se lo podía creer. Pues ahí está, de nuevo, abierto a creer a una banda terrorista que se está trabajando hábilmente su presentación a las elecciones. Y abierto a ponerse otra vez en sus manos. Este regreso a los mensajes cruzados, a los movimientos de ficha y a la creación de falsas expectativas, que sirvieron de prolegómeno a la negociación política de la primera legislatura, es un regreso a ninguna parte. A ninguna buena.


Libertad Digital - Opinión

Política de cabestros. Por Ignacio Camacho

Lo peor que podría hacer el PP es aceptar ese choque frontal que transforme la política en una embestida de cabestros.

CUANDO afloje esta ofensiva frontal, cuando se remansen estos ánimos inflamados, cuando amaine la tormenta de improperios que el flamante Gobierno ha desatado contra el PP para salir de su arrinconamiento político, no habrá en España un parado menos ni una empresa más porque la deriva de zozobra económica sigue intacta bajo el intenso ruido dialéctico con que el copresidente Rubalcaba intenta atronar el ambiente como el director de una orquesta desafinada. Nada sugiere en esta primera semana del nuevo Gabinete un cambio sustantivo en la gestión de la crisis; ni un indicio de rumbo distinto más allá de los mensajes crispados que tratan de compensar el desconcierto gubernamental con un brusco incremento de la dialéctica de confrontación para disimular el fracaso de la legislatura en medio de una atmósfera política combustible.

El Gobierno ha consagrado su tiempo en exclusiva a la creación de un retrato tenebrista y cavernario de la oposición, pintada a brochazos como un grupo retardatario, machista, corrupto, antisocial y hasta genéticamente sospechoso —ay, qué peligrosas e históricamente siniestras son las alusiones a la genética del adversario—; un catastrófico racimo de oportunistas engolfados en la desgracia nacional que les supone una oportunidad de desalojar del poder a los salvíficos progresistas del tardozapaterismo. Para abocetar ese cuadro primario los socialistas han recurrido a su acreditada tradición agitadora, impregnada de un propagandismo alborotado que intenta arrastrar a la opinión pública a un debate visceral de etiquetas simples, animadversiones y enconos. Con tal de estrechar un poco la horquilla de las encuestas y obtener algo de resuello pretenden excitar la temperatura de sus desencantados hooligansmediante un ejercicio de demonización del rival que amenaza con convertir la escena pública en una corrala y sustituye la estilizada impostura de la democracia del talante por una vulgar propuesta de política de garrafón.

Lo peor que podría hacer el PP es enredarse en ese choque de cornamentas que transforme la dialéctica argumental en una embestida de cabestros. Si cede a la tentación de la reyerta que le proponen perderá la posición moderada que le ha ido proyectando como alternativa y se meterá de lleno en el campo de fango donde le han citado para que pierda pie. La ofensiva del Gobierno busca una respuesta en sus mismos términos destemplados que excite los demonios más exaltados de esa derecha bronca a la que puede presentar sin esfuerzo como un grupo de radicales extremistas. No es su reputación lo que ha de defender el Partido Popular sino la posibilidad —más cierta que nunca en los últimos ocho años— de volver a construir una mayoría social capaz de reconducir el futuro de un país en quiebra. Se trata de una decisión difícil que requiere una dosis considerable de equilibrio y paciencia, pero alguien tiene que mantener el sentido de la responsabilidad cuando lo pierden aquellos que han sido elegidos para ejercerla.


ABC - Opinión

No llores por él, Argentina

No sabemos cuál será el futuro de Argentina ahora que ha desaparecido quien "compartía cerebro" con su actual presidenta. Lo que sí creemos es que los argentinos no tienen razones para llorar la perdida de tan nefasto mandatario.

"Dos cuerpos y un solo cerebro". Para poder hacer balance de lo que ha significado para su país la figura de Néstor Kirchner, deberíamos de empezar por tener bien presente esta definición que, en más de una ocasión, ha hecho de sí mismo el matrimonio formado por este ex presidente de Argentina y su sucesora en el cargo, Cristina Fernández.

Kirchner llegó al poder en 2003 con un programa populista de ropajes socialdemócratas y en un momento en que Argentina ya era una ingobernable y arruinada jaula de grillos. No tardó mucho en hacer evidente su sectarismo y su voluntad de violentar aun más la convivencia interna del país, tanto impulsando el sindicalismo más siniestro y radical, como anulando leyes que, como las de obediencia debida y punto final, trataban de cicatrizar heridas y dar paso a un proceso de reconciliación nacional. Eso, sin olvidar el impulso que dio a la entrada de los montoneros a importantes cargos de su administración, lo que elevó aun más la crispación entre los argentinos.

Es cierto que en sus años de gobierno Argentina pudo recuperar un respetable grado de crecimiento económico, si bien éste estuvo favorecido por el ruinoso punto del que partía, así como el elevado precio internacional de los granos y cereales que ese país exporta, sin olvidar un disparatado déficit y un camuflado endeudamiento que más pronto que tarde les pasará factura.


Junto a ello, el Gobierno de Kirchner, tanto el que él presidió directamente como el que presidió a la sombra de su mujer, se ha caracterizado también por el aumento de la inseguridad ciudadana, los escándalos, los enfrentamientos dentro y fuera del peronismo y, sobre todo, por las acusaciones de corrupción, en un proceso que ha llevado al matrimonio por la senda de la victimización.

Entre 2003 y 2008, es decir desde que Kirchner llegó a la Presidencia hasta que su esposa cerró su primer año en la Casa Rosada, su patrimonio se multiplicó por siete. Un 600% que contrasta seriamente con la inflación acumulada en el periodo, que fue del 58,7%. Como los medios de comunicación no han sido indiferentes a las sospechas del enriquecimiento ilícito, los Kirchner se han caracterizado por sus ataques a la libertad de prensa, hostilidad que ya era visible desde los tiempos en los que el ahora fallecido dio el salto a la política nacional desde Santa Cruz.

Bajo los más burdos pretextos, como la figura truculenta del llamado "desacato", se han introducido leyes mordaza e intimidaciones de diversa naturaleza a la prensa independiente. A la campaña de hostigamiento contra el diario Clarín, hay que sumar la desatada cuando, en agosto de 2009, el Gobierno decidió nacionalizar la transmisión de fútbol por televisión, sin olvidar declaraciones más recientes de la propia presidenta favorables a nacionalizar los propios medios de comunicación.

El último episodio que ha dado la vuelta al mundo en la carrera de los Kirchner ha sido su asalto del banco central, saldado con el intento de destitución de su gobernador, Martín Redrado, repuesto por la autoridad judicial y que más tarde cesó voluntariamente en el cargo. No es la primera vez que, para enderezar las cuentas de un país golpeado por la crisis, la presidenta recurría a dineros ajenos: en 2008, ante la dificultad de encontrar créditos, su Gobierno confiscó las jubilaciones privadas por un valor de 30.000 millones de dólares que incorporó a las arcas estatales.

A esa inseguridad jurídica, se suma el autoritarismo que la era Kirchner ha dejado en evidencia con su forma de legislar a través de los llamados "decretos de necesidad y urgencia". A través de ellos, Kirchner evitaba el trámite ordinario y democrático en el Congreso, cosa que hizo tan recurrentemente que sólo un tercio de la legislación originada bajo su mandato fue sancionada como proyectos de ley.

Finalmente, no podemos dejar de destacar que, en el plano internacional, la política de los Kirchner siempre se ha inclinado hacia lo peor, hacia la Venezuela de Hugo Chávez, principal tenedora de su endeudamiento, hacia la Bolivia de Evo Morales y, en general, hacia los regimenes populistas y liberticidas que están socavando la democracia en America Latina.

No sabemos cuál será el futuro de Argentina ahora que ha desaparecido quien "compartía cerebro" con su actual presidenta. Lo que sí creemos es que los argentinos no tienen razones para llorar la perdida de ta nefasto mandatario.


Libertad Digital - Editorial

Autonomías: vicios y distorsiones

El problema real es la estructura administrativa, viciada de inflación de órganos, duplicación de competencias y exceso de empresas públicas.

EL Instituto de Empresa Familiar ha azuzado el debate sobre los «privilegios» de los funcionarios con su propuesta de que éstos puedan ser despedidos. La idea no es nueva y su planteamiento desenfoca el problema real, que es el de la estructura administrativa de España, viciada de inflación de órganos, exceso de empresas públicas, abuso de asesores y cargos a dedo y duplicación de competencias. Ayer mismo, Mariano Rajoy, que denunció «la madeja administrativa que ahoga a la sociedad civil», y Emilio Botín, que criticó unas duplicidades que generan «ineficiencias, barreras y distorsiones», abogaron por la reducción del aparato administrativo que ABC cuestiona como parte de su reflexión sobre la necesaria regeneración de la vida pública española.

La solución a las faraónicas dimensiones de la Administración no pasa por someterla a los parámetros de la empresa privada, por la radical diferencia de objetivos y estructuras y porque habría que concretar qué ejemplos de gestión se pueden tomar como referencia, porque esa apelación se descalifica con episodios de desastrosas direcciones empresariales. Aun admitiendo la necesidad de controlar y sancionar a los funcionarios que dan por sentado que su obligación acabó cuando aprobaron la oposición, la propuesta del despido pone al funcionario en una situación de precariedad frente a los cargos políticos. El despido del funcionario vinculado a la valoración discrecional de su trabajo abre la vía al control partidista de la Administración, en niveles aún mayores que los actuales. En todo caso, no es necesario porque existen procedimientos de inspección y sanción para los funcionarios que abusan de sus condiciones laborales. Que se apliquen.

El problema de la Administración no se resuelve «privatizando» el estatuto jurídico de los funcionarios, sino atacando su hipertrofia organizativa, verdadero lastre para el desarrollo económico y una fuente patógena de corrupción y derroche. Es mucho más acertado el entramado de empresas públicas, auténticas administraciones paralelas, que son pasto de favores políticos; o el gasto en esos asesores que pululan por las dependencias oficiales; o la multiplicación por diecisiete —uno por autonomía— de muchos órganos del Estado, por ese efecto replicante que lanza a las autonomías a una continua expansión. La responsabilidad de todo esto es política y no de los funcionarios.


ABC - Editorial