jueves, 7 de octubre de 2010

De gimnasias y magnesias. Por M. Martín Ferrand

Alguien debiera pagar con un gesto de elegancia la derrota que ha supuesto la victoria de Tomás Gómez.

NUESTROS políticos suelen frecuentar más los gimnasios que las bibliotecas. Tampoco acuden mucho a los cines y teatros y, generalizando, puede decirse que los pocos que han cultivado su espíritu no suelen estar al día de las corrientes estéticas y culturales que brotan en el mundo. Eso se nota, sin grandes diferencias entre colores y partidos, en lo anacrónico de buena parte de las ideas y proyectos que se manejan como útiles para el remedio de muchos de los males que padecemos. Uno de los que pretenden la modernidad, sin conseguirlo, es Alfonso Guerra, un hombre que llegó a tener más poder del que hoy ostenta José Blanco y que se ha quedado —recuérdese el Estatut— en disciplinado presidente de la Comisión Constitucional del Congreso.

Guerra parece tan viejo e inservible como la socialdemocracia europea, que tuvo un pasado brillante, al que debemos avances y conquistas; tiene un presente tambaleante, como el que encarna José Luis Rodríguez Zapatero, y no presenta perspectivas de futuro. Aun así, Guerra no pierde el ingenio ni la mala leche que, aunque no cotizan en política, merecen respeto. Ayer, para cerrar la anécdota de las primarias de Madrid, dijo Guerra que debe incluirse entre los «perdedores» a Zapatero y a Pérez Rubalcaba. No citó, quizá por solidaridad con quien hoy representa el papel que a él le correspondió, a José Blanco.

Perder es, solo, la alternativa de la victoria y no es cosa, menos por unas primarias de dudosa utilidad, que los perdedores, como un samurai deshonrado, se hagan el haraquiri; pero, por guardar las formas, alguien debiera pagar con un gesto de elegancia la derrota que, para los mejor instalados en el PSOE, ha supuesto la victoria de Tomás Gómez. Las dimisiones son al fracaso lo que los homenajes al éxito y no debe regatearse ninguna de tan expresivas ceremonias. Ni aunque el socialismo español, como dice José María Aznar encabece el grupo de «las ideologías insolventes». En Europa, en lo que queda de ella, ya lo han visto de ese modo, se han quitado de encima la socialdemocracia y empiezan a adelgazar algunos supuestos del Estado de Bienestar. Aquí, para que sea posible ese giro de racionalidad, no es suficiente que, de vez en cuando, Aznar salga de una sala de fitnneso interrumpa su maratón cotidiano, para decir lo que no dice Mariano Rajoy. Debiera ser el líder titular del PP, no su antecedente histórico, el que nos cuente cuál es su proyecto, su programa, para que todos sepamos a qué atenernos y quienes vienen votando socialista puedan dejar de hacerlo. El método clásico para conseguir esos efectos es, con perdón, la moción de censura.


ABC - Opinión

Pensiones. De vuelta a la pobreza. Por Emilio J. González

Todo esto es el resultado de eso que se llama progresismo, o proceso por el cual todos avanzamos con firmeza hacia la pobreza general, en lugar de disfrutar de niveles adecuados de vida y bienestar.

En este país cada vez que los políticos se ponen de acuerdo en algo, lo mejor que puede hacer el ciudadano es echarse a temblar, sobre todo si se trata de cuestiones económicas porque el asunto, por norma, termina con alguna suerte de pérdida monetaria para el sufrido españolito de a pie. Es lo que va a suceder si la ponencia del Pacto de Toledo amplía finalmente de 15 a 20 años el periodo de computo para el cálculo de la pensión porque eso se va a traducir en una prestación futura sensiblemente inferior a la que percibirá cualquier persona que se retire hoy mismo de la vida laboral activa.

¿Por qué ocurre esto? Porque los políticos se han puesto de acuerdo para que sea de ese modo, amparándose en la consideración de que el Pacto de Toledo es algo así como la panacea para todos los males del sistema público de pensiones y en la pretensión de que los ciudadanos nos creamos, o nos tengamos que creer, que un acuerdo entre los socialistas, los ‘populares’ y los sindicatos es la solución a nuestros problemas y que no hay más alternativa que esa. Pues el que aquí firma niega la mayor. En primer lugar, el Pacto de Toledo es un pacto miserable desde su primer artículo hasta el último porque se empeña en mantener contra viento y marea el sistema de pensiones en manos del Estado, que es lo mismo que decir en las manos del Gobierno de turno al que siempre le gusta hacer política con él.


Esa obstinación en que una prestación tan importante como la que se percibe cuando llega la jubilación siga siendo estatal se debe tanto a razones ideológicas como de cobardía. Ideológicas, porque su origen es una ponencia socialista para uno de los congresos del PSOE y está trufada de ideología. Con razón los sindicatos la apoyaron. Y como muchos en el PP siguen pensando como en los tiempos de Cánovas, que mira que ya son pretéritos, que el Estado es una entidad moralmente superior al hombre, pues estamos en la que estamos. Ya lo decía en su momento Esperanza Aguirre cuando, refiriéndose a su partido, recordó aquello de Hayek de que hay socialistas de izquierdas y socialistas de derechas. Pero es que, además, en el PP, cuando estuvo en el Gobierno con José María Aznar, hubo personas en el ámbito económico y con responsabilidades de poder que preferían el paso a un sistema de capitalización, lo cual, si se hubiera hecho entonces, hubiera evitado muchos de los problemas de ahora con las pensiones. Sin embargo, cuando se les preguntaba por qué no lo hacían su respuesta era que no querían ‘problemas sociales’ que les pudieran costar votos, como si la nueva rebaja de la pensión que nos aguarda, conjugada con la ampliación de la edad de jubilación, no fuera un problema social. Y de primera magnitud, además.

La miserable actitud de los políticos españoles no concluye ahí, qué más quisiéramos. Ya que se empeñan en mantener el sistema en el ámbito de lo público, en lugar de ir hacia pensiones privadas, lo menos que podían hacer era una reordenación del gasto de todas las administraciones, con el fin de dar prioridad a la política de pensiones, en lugar de despilfarrar tanto dinero como despilfarran todas ellas. Ellos dicen que esos gastos son necesarios, pero lo cierto es que podemos prescindir tranquilamente de la mayor parte de ellos, empezando por los Ministerios de Igualdad y Vivienda, siguiendo por la Secretaría de Estado de Cooperación, continuando por las subvenciones a partidos, sindicatos, artistas de ‘La Zeja’ y allegados y concluyendo por coches oficiales, gastos de representación y un sinfín de políticas costosas que carecen de toda justificación que no sea otra que la ideológica o la del apego al poder. Políticas costosas que además se desarrollan en detrimento de las políticas sociales, como la de pensiones o la de prestaciones por desempleo, para las que no hay recursos suficientes y así estamos en la que estamos: con más de un millón de familias que ya no cuentan con ingreso alguno, con los jubilados actuales con la pensión congelada y con los futuros retirados que ven como van a tener que trabajar más años para luego cobrar menos. A esto, nuestros políticos lo llaman ‘Estado social’ y ‘Estado del bienestar’. Pues menos mal que es social y del bienestar.

Lo malo es que, además, esto ocurre cuando la inmensa mayoría de los españoles no tiene medios de defensa contra la que se avecina con sus pensiones. En otros tiempos uno diría algo así como "voy a ahorrar para la jubilación suscribiendo un plan de pensiones", "pensaré en contratar una hipoteca inversa para obtener una renta del banco a cambio de mi casa cuando llegue el momento del retiro"... El problema es que eso de ahorrar, hoy por hoy, se antoja un imposible para la clase media y, mucho menos aún, para los trabajadores. De entrada, unas familias endeudadas hasta las cejas a causa de la burbuja inmobiliaria –que los políticos no se molestaron en detener a su tiempo porque generaba mucho crecimiento económico y mucho empleo, aunque no fuera sostenible en el tiempo–, se las ven y se las desean para pagar la letra del piso y llegar a fin de mes, con lo que eso de ahorrar para la pensión es algo así como un sueño, y eso suponiendo que uno de los dos cónyuges no esté en paro porque entonces la cosa es todavía peor. Y en este contexto tenemos a nuestro Zapatero, ese que se vanagloriaba de su sensibilidad social, ahogando todavía más a las economías domésticas con sus subidas de impuestos, su política energética que hace que el recibo de la luz esté por las nubes, etc. Así es que eso de ahorrar es imposible para tres cuartas partes de los ciudadanos. Además, muchos de ellos, que creían que con lo cara que habían comprado su casa se habían poco menos que garantizado el futuro, ahora ven o sospechan que su precio va a caer en picado y no va a volver a subir en años, perdiendo de esta forma en torno a la mitad del valor de ese patrimonio con el que contaban para el futuro. Y eso por no hablar de la situación económica, porque todo apunta a un largo periodo de crisis, con altas tasas de paro y, muy posiblemente, con reducciones de sueldo en más de un caso. Todo esto es el resultado de eso que se llama progresismo, o proceso por el cual todos avanzamos con firmeza hacia la pobreza general, en lugar de disfrutar de niveles adecuados de vida y bienestar, sobre todo cuando llegue el momento de la jubilación.

Evidentemente, las cosas cambiarían para muchos si se hiciera la verdadera reforma del sistema de pensiones, esto es, su privatización, asumiendo el Gobierno los compromisos que tuviera que asumir según el camino elegido para hacer la transición de un sistema a otro y cortando drásticamente tanto derroche de recursos públicos como se produce en nuestro país. En esto último, incluso, tendrían que poner un énfasis especial si se empeñan en que la Seguridad Social siga en manos del Estado. Lo que ya no puede ser es que sigan tirando como tiran a manos llenas el dinero de los contribuyentes y encima les reduzcan su pensión para poder seguir haciendo de las suyas con los presupuestos, porque ese es el camino de vuelta a la pobreza.


Libertad Digital - Opinión

Los programas de Gómez. Por Ignacio Ruis Quintano

La buenísima es Trini, que se abraza a la derrota con una resignación laica.

Sentencia de Zapatero: «El bueno es mejor que la buenísima». La buenísima es Trini, que se abraza a la derrota con una resignación laica: «No siempre tenemos razón». Si hubiera leído la «Farsalia», sabría que un hombre, o incluso ella, puede tener razón frente a todo el universo, como Lucano da a entender cuando escribe «Victrix causa diis placuit, sed victa Caton», es decir, que la causa del vencedor fue grata a los dioses, pero la del vencido, a Catón. Zapatero, evidentemente, no es Catón, y en lugar de arrojarse sobre su espada se ha pasado a Gómez, el vencedor, de quien ya conocemos el programa máximo: «Hacer con Madrid lo que Zapatero ha hecho con España». Pero, ¿y el programa mínimo? Hay que recordarlo: «Que todos los niños madrileños vayan a Inglaterra a aprender inglés». La cuestión, como diría Don Marina, el filósofo, no es baladí. Para empezar, el hueco que esos niños dejarían en Madrid podrían ocuparlo niños pobres dispuestos a aprender español, que es la lengua de los pobres, como tienen dicho Newt Gingrich y cuatro tragaldabas del tabarrón catalán. ¿Y qué inglés aprenderían nuestros niños? ¿El de Shakespeare o el de sir Alex Ferguson? Gómez parece partidario de un inglés básico y onomatopéyico, de niñera; un inglés de pobres para pedir cervezas en la cantina: 850 palabras y toda la gramática —cinco reglas— de esa lengua idiota, si la comparamos, por ejemplo, con la de los cuervos, recogida por el académico francés Pierre Samuel du Pont de Nemours, que aprendió las veinticinco palabras o graznidos de que se valen estas simpáticas aves para decir «aquí, allí, derecha, izquierda, adelante, alto, comida, cuidado, hombre armado, frío, calor, partir, te amo, yo también, un nido...» y otros diez avisos, que es más de cuanto necesita para sobrevivir un militante de partido a derecha o izquierda. Menos es más. Y ahí está Gómez.

ABC - Opinión

Las primarias, cierre de filas y el futuro de Zapatero. Por Antonio Casado

Dicen en el PP que el caso de corrupción urbanística en Murcia es un montaje de Rubalcaba para tapar el gatillazo de Moncloa en las primarias de Madrid ¿Taparlo? Sería estúpido. Lo suyo es airearlo, comentarlo, darle vueltas y poner en valor una operación de inesperada rentabilidad: el lanzamiento de un candidato socialista creíble que antes era un perfecto desconocido. En términos de expectativas electorales madrileñas, los efectos del error de cálculo de Zapatero han alumbrado una buena noticia para el PSOE y mala para el PP.

Por tanto, se entiende el ataque de contrariedad de la derecha furiosa ante el cierre de filas de los socialistas en torno a sus siglas, a su líder y a su nueva estrella política. Tomás Gómez acaba de conquistar en las urnas de su partido el derecho a competir en las urnas de la Comunidad. Si ha ganado a las encuestas de Zapatero también puede ganar a las de Esperanza Aguirre, como ayer decía en una entrevista de Prensa. Y Zapatero estará encantado -ya lo está solo de pensarlo-, aunque sus verdaderos adversarios le exijan algo más que un acto de contrición pública por haber apostado al perdedor. Por ejemplo, el suicidio político. O la convocatoria de elecciones generales ya mismo. Qué menos.


«El éxito de la llamada de Zapatero al cierre de filas después de las primarias se ha convertido en una mala noticia para el PP. Y es absurdo aferrarse a la lógica de un Gómez sediento de venganza.»

Nada de eso pasa por su cabeza, por mucho que sus enemigos políticos y mediáticos se escandalicen ante el cierre de filas de los socialistas en torno a un líder agotado, acabado, con el post-zapaterismo en marcha, en tiempo de prórroga, en fase terminal. O muerto, como diría Quevedo (No don Francisco, ojo). Les parece aberrante su decisión de agotar la Legislatura y aún creen posible que descabalgue o le descabalguen antes. Ni por asomo aparecen pistas de lo uno o de lo otro cuando quienes le rodean se ponen a comentar la jugada.

En mis notas más recientes aparece este testimonio de Tomás Gómez, después de uno de sus discretos encuentros con el presidente del Gobierno en Moncloa: “Su vida es la política. Si alguien cree que no se va a presentar, se equivoca de medio a medio”. “Nuestro mejor activo” dice de forma recurrente el ministro Blanco. “Nadie maneja a su alrededor la hipótesis de que esté pensando en retirarse”, dice Rubalcaba. La vicepresidenta, Fernández de la Vega no puede ser más contundente: “Puede, quiere y sabe. Tiene ganas, ánimo y responsabilidad”.Y así sucesivamente.

O sea, que el éxito de la llamada de Zapatero al cierre de filas después de las primarias madrileñas se ha convertido en una mala noticia para el PP. Y es absurdo aferrarse a la lógica de un Tomás Gómez sediento de venganza. O un Zapatero que, según ese discurso, debería hacerle la vida imposible por haberle dejado en ridículo. Qué tontería. Nadie en su sano juicio puede creerse que el patinazo madrileño de Zapatero podría llevarle a boicotear la candidatura socialista a la presidencia de la Comunidad. Sería tirar piedras contra su propio tejado. Porque no le queda otra, se dice. Así es. Pero el cierre de filas es una opción excelente aunque sea la única. No hay mal que por bien no venga. Bingo, en este caso.


El Confidencial - Opinión

Laicismo. El fraude de Bassi. Por Cristina Losada

Se ha instalado un doble rasero. La censura y la autocensura rigen ante cualquier obra o acto que pueda molestar a religiones y culturas no occidentales y al islam, en particular. Al tiempo se aplaude y estimula cuanto agravie a cristianos y a judíos.

La Universidad de Valladolid ha patrocinado una conferencia que tilda de "fraude histórico a combatir" las raíces judeo-cristianas de Occidente. De haber sido el ponente un erudito, una tendría gran interés en saber qué alternativas ofrece para explicar nuestros orígenes. ¿Serán budistas, shintoistas, hinduistas, zoroastristas o islámicos directamente? Pero resulta que el intelectual que expondrá la extravagante tesis es un cómico. Un señor que ha encontrado un filón en la militancia bufa contra el cristianismo, tan convencional y apolillada. Hay quienes consideran que el show que acoge la institución universitaria constituye una ofensa a los católicos. Conocida la trayectoria del avispado farsante, seguro que lo será. Es más, no será otra cosa ni tampoco lo pretende. Pero, ante todo, es una ofensa a la inteligencia.

Hace cien años aún causaba escandalera la representación de una obra como Electra, convertida en alegato anticlerical por un público predispuesto a la gresca. Pero hoy, en el secularizado Occidente, nada hay menos epatante que la crítica y la burla a las religiones domésticas. Desde que coincidieron el multiculturalismo –todas las culturas son respetables, salvo la nuestra– y el temor a los islamistas, la libertad de expresión ha reducido su espacio de forma drástica. Son pocos los que quieren verse en la tesitura de un Salman Rushdie, forzado a años de vida clandestina por una sentencia de muerte del ayatolá Jomeini; de un Theo van Gogh, asesinado; de una Hirsi Ali, amenazada; o de los autores y editores de las caricaturas de Mahoma. Y escasos son también los dispuestos a soportar las denuncias de racismo, islamofobia, imperialismo o fascismo que caen sobre quien infrinja la selectiva ley del silencio.

Se ha instalado un doble rasero. La censura y la autocensura rigen ante cualquier obra o acto que pueda molestar a religiones y culturas no occidentales y al islam, en particular. Al tiempo se aplaude y estimula cuanto agravie a cristianos y a judíos. Hacer mofa y befa de sus creencias se ha convertido, incluso, en marchamo de "progresismo" allí donde el vacío ideológico se rellena con rancias furias anticlericales. De eso vive el bufón de la conferencia o espectáculo. De eso y de la suerte de residir en un Occidente de raíces judeocristianas. Podrá cometer el "fraude histórico" de negarlas y escarnecer a gusto al Papa y a los curas sin que le dediquen una fatwa. Porca miseria.


Libertad Digital - Opinión

¿Qué sabe, qué tiene Hugo Chávez?. Por Hermann Tertsch

Que el Gobierno crea que así salva algo la cara revela hasta qué punto se ha convertido ya en un club de muertos vivientes.

ME perdonarán algunos esta pregunta maliciosa. Pero ando angustiado buscando una explicación a la conducta de nuestro Gobierno en cuestiones venezolanas y ya no se me ocurre otra cosa. No me creo ya que todo sea mera desidia o falta de dignidad. O temor a represalias contra intereses españoles. El principal interés de España es la vida de los españoles. Por encima de todos los demás. Y son vidas de españoles las que están en juego cuando grupos de etarras reciben adiestramiento para matar. ¿Qué no está probado porque Hugo Chávez lo niega o porque no nos han invitado a grabar un documental sobre la confraternización entre terroristas colombianos y españoles y quizás asesores venezolanos y cubanos? Cierto. ¿Qué eso explica la absoluta inactividad durante años de los ministerios de Interior y Exteriores? Bueno, pues esperamos a que Chávez reconozca ésta y todas las villanías que perpetra en Venezuela y fuera de allí. O esperamos a que la Guardia Civil detenga al jefe del Estado mayor del ejército venezolano entrando encapuchado en un bar en Hernani. Lo dicho, no hay explicación a la actitud del Gobierno español salvo el miedo a que de un conflicto diplomático —que en buena lógica debía ser inevitable—, surjan informaciones que puedan hacer mucho daño aquí. Más daño que la indignación que la actitud del Gobierno genera entre los españoles.

Resulta que tenemos ya la certeza de que al menos dos etarras se entrenaron hace tan sólo dos años en Venezuela. Recibieron adiestramiento militar para volver a España o Francia preparados para matar más y mejor. Presumiblemente a españoles. Sabemos que su contacto en Venezuela fue Arturo Cubillo, un etarra al que Hugo Chávez dio la nacionalidad venezolana para evitar su extradición. Cubillo trabaja en el Ministerio de Agricultura, dedicado a hostigar a los españoles propietarios de tierras. Vive allí con su mujer Goizeder Odriozola, portavoz del Ministerio, colaboradora del diario Gara y ex jefa del gabinete del propio Chávez. Los etarras han dado cifras, datos, nombres, fechas y horas. Jueces y policía están de acuerdo en que dicen la verdad. El Ministerio del Interior tenía datos desde hace años. También había recibido pruebas a través de Colombia de reuniones de las FARC con ETA para colaborar en atentados contra dos presidentes colombianos, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, contra el actual vicepresidente, Pacho Santos que vivía en Madrid y contra la entonces embajadora Noemí Sanin. Miembros de las FARC ha declarado haber entrenado con etarras.

En fin, no les voy a aburrir más. Todos los datos son abrumadores y eran motivo suficiente para una iniciativa global de denuncia contra el régimen chavista por parte del Gobierno español. Sin escatimar recursos como intervenciones ante las Naciones Unidas y alianzas con otros países latinoamericanos para ejercer presión sobre Venezuela. Nada se ha hecho. Aparte de lloriquearle al caudillo que se porte bien dándonos la información que quiera. Que el Gobierno crea que así salva algo la cara revela hasta qué punto se ha convertido ya en un club de muertos vivientes. Ya está dicho todo. Quedan en el aire las preguntas. ¿Qué poder tiene Hugo Chávez sobre este Gobierno? ¿Qué es lo que sabe o tiene Hugo Chávez para que el Gobierno español no se atreva siquiera a salvar su propia cara ante la atónita opinión pública española? Algún día lo sabremos.


ABC - Opinión

Chávez. Entre Perón, Mussolini y Cantinflas. Por José García Domínguez

Chávez concibe la historia como el combate de ciertos héroes providenciales señalados por el destino para guiar a los "pueblos" hacia la senda de la redención. En las antípodas de Lenin, pues, es el híbrido perfecto entre Perón, Mussolini y Cantinflas.

Es sucedido célebre que cuando el primer fascista que hubo en España, Ernesto Jiménez Caballero por más señas, se topó con el poeta Guillén en la Sevilla de las arengas radiofónicas de Queipo de Llano, le espetó: "Lo ve usted, don Jorge, hay que pensar con los testículos". Aserto al que el otro replicó con ironía sutil: "Claro. Claro. Lo he dicho mil veces. Es lo que ha hecho usted toda su vida, don Ernesto". Esa tradición patria, la muy arraigada querencia por la reflexión genital, como la gramática, el barroco o la viruela, también acabaríamos exportándola a América. Tierra de promisión donde, por lo demás, arraigó con brío renovado. De ahí ese Evo Modales premiando con un rodillazo en salvas sean las partes al suicida defensa derecho de la oposición. O el embajador de Ego Chávez haciendo lo propio con las maltrechas criadillas del Ejecutivo de Zapatero.

Y también de ahí el malentendido de la izquierda española a propósito del romo populismo cuartelero que responde por "revolución bolivariana". Al respecto, recuérdese el desprecio infinito que siempre mostró Marx por la figura de Bolívar, padre espiritual de ese "socialismo del siglo XXI" que ni Chávez mismo sabe en qué consiste. "Un palurdo, un hipócrita, un chambón mujeriego, un botarate, un ambicioso mendaz", así retrató el autor de El Capital al Libertador en el artículo que sobre su persona le encargara la Enciclopedia Americana. Una repulsa, la del compadre de Engels, que, a no dudar, habría hecho extensiva a su verborreica reencarnación caraqueña.

Y es que Chávez no pertenece al árbol genealógico marxista ni tampoco al del socialismo en general. Como bien concluye su mejor veterinario ideológico, Enrique Crauze, en El poder y el delirio, lo de ese telepredicador prepolítico es otra cosa. Por algo, Chávez no percibe la historia en términos de lucha de clases, un proceso regido por fuerzas impersonales, igual que haría un verdadero revolucionario. Al modo de los lectores de cómics y los doctrinarios del fascio, él la cree el combate de ciertos héroes providenciales señalados por el destino para guiar a los "pueblos" hacia la senda de la redención. En las antípodas de Lenin, pues, es el híbrido perfecto entre Perón, Mussolini y Cantinflas. Y que el PSOE compre semejante mercancía... Manda huevos.


Libertad Digital - Opinión

Desacato. Por Ignacio Camacho

A los ciudadanos nos gustan las primarias por la misma razón por la que los aparatchiks les tienen pánico.

LA víspera de la epifanía de Tomás Gómez, el sábado 2 de octubre, Rodríguez Zapatero compareció en Sevilla para presentar a los candidatos a alcaldes de las ocho capitales andaluzas. Ni uno solo de ellos ha sido elegido en primarias, prohibidas en Andalucía por el aparato del partido para que nadie cuestionase el precario liderazgo de Griñán y a pesar, o precisamente por ello, de que en varias ciudades existían animosos aspirantes alternativos. Un gesto así, de tan clamoroso autoritarismo dogmático, invalida el discurso de superioridad moral con que el PSOE trata de revestir el fracaso de la apuesta zapaterista; a la dirección socialista le provocan aversión las susodichas primarias desde que ganó unas José Borrell, y si las ha habido en Madrid no fue porque el presidente las auspiciara sino porque, negándose a aceptar la retirada que le fue más ordenada que sugerida, el tal Gómez las forzó con desafiante desacato. La descalificación obstruccionista sufrida por el ex ministro Asunción en Valencia avala la realidad manifiesta de que todas las maquinarias partidistas detestan que se cuestione su autoridad en una lid abierta.

Sin embargo a los ciudadanos nos gustan las primarias precisamente por la misma razón por la que los aparatchiks les tienen pánico: porque evitan el secuestro de la voluntad de los militantes y devuelven a éstos el protagonismo participativo. Con todas sus secuelas de división interna, de enfrentamiento cainita y de coacciones directas —que de todo eso ha habido en Madrid, y por ambos bandos—, la democracia siempre es mejor que la ausencia de democracia. Las heridas que las elecciones orgánicas dejan en la piel de los partidos sólo se pueden curar a base de hábito; cuando sean un procedimiento normalizado nadie cuestionará su virtud. Al PSOE hay que reconocerle que, aunque sea a regañadientes y sólo si no hay otro remedio, las acaba celebrando en medio de un clima de arrepentimiento indisimulado. Lo que no cabe en la lógica democrática es que su adversario electoral, el PP, presuma de fortaleza por no hacer lo que le corresponde. La sorna de Rajoy al respecto constituye una falta de respeto democrático; si él tuviese que refrendar su candidatura ante sus bases quizá no sacaría tanto pecho. En ese sentido, el Partido Popular está en déficit democrático con su procedimiento digital de congresos cerrados, que contradice el espíritu de avance regeneracionista que Aznar estableció al autolimitarse los mandatos.

Hasta que no se generalice la elección directa como método de selección abierta de candidatos, la política española incumplirá el taxativo mandato constitucional que exige a los partidos un funcionamiento democrático. Las primarias tienen muchos defectos, pero ninguno es mayor que el que provoca su inexistencia. Al ejercicio de la democracia sólo han de temerle los que desconfían de sus resultados.


ABC - Opinión

El FMI tampoco se lo cree

No le faltaban motivos al gobernador del Banco de España cuando anteayer, en el Congreso, le aconsejó al Gobierno que elaborara un Plan B por si sus previsiones presupuestarias no se cumplían. No han pasado ni 24 horas entre esa advertencia y el informe del Fondo Monetario Internacional para el año 2011, que augura para España un crecimiento del 0,7%, frente al 1,3% que el Gobierno contempla en los Presupuestos. El diferencial es tan acusado que de cumplirse los pronósticos del organismo internacional es muy improbable que España cumpla con el objetivo de reducir el déficit al 6%, como se ha comprometido ante la UE. De hecho, el FMI asegura que nuestro país no logrará estabilizar su deuda hasta 2015. Y si esto fuera así, nuestra credibilidad financiera en los mercados internacionales podría sufrir nuevos reveses y encarecer la deuda, lo que a su vez lastraría la recuperación de las arcas públicas y frenaría la reactivación. El último eslabón de esta cadena fatal es la persistencia del altísimo desempleo, pues en 2011 el paro no bajará del 19,3%. Es discutible, naturalmente, qué cálculos son los más acertados y quién tiene razón, si la vicepresidenta Salgado o Strauss-Kahn. El Gobierno replica que el FMI se equivoca porque calcula muy a la baja el tirón del consumo y yerra con la tasa del ahorro de las familias. Es verdad que la institución monetaria suele corregirse con frecuencia, pero también es notorio que el Gobierno socialista suele pecar de optimista a la hora de presupuestar las cuentas públicas, a veces tan evanescentes como las cuentas de la lechera. Sea como fuere, lo cierto es que el cuadro general que el FMI pinta para España no es alentador. Sobre todo si se coloca al lado del de otros países europeos. Así, resulta ilustrativo que la media europea de crecimiento se sitúe en el 1,5% y que para los países avanzados, entre los que debería colocarse España, se eleve al 2,2%. En resumidas cuentas, en 2011 nuestro país será el vecino de estadísticas de Grecia, pues hasta Irlanda, que está atravesando un 2010 especialmente duro, revivirá con un crecimiento del 2,3%. Todo ello viene a darle la razón a Fernández Ordóñez. Dicho de otro modo, es muy probable que el recorte realizado por el Gobierno sea insuficiente y que para cumplir con el objetivo de déficit sean necesarios esfuerzos adicionales de austeridad. Algo así barruntan los sindicatos, que ayer mismo volvieron a agitar el espantajo de las movilizaciones contra nuevos tijeretazos. Es lamentable que la burocracia sindical se limite a reiterar las consabidas amenazas en vez de proponer alternativas realistas y viables para hacer frente con éxito al estancamiento económico. Podría, por ejemplo, secundar al gobernador del Banco de España, en vez de mandarlo a «su puta casa» como gran aportación sindical al análisis de la crisis, y exigir un férreo control del gasto tanto de los gobiernos autonómicos como de los ayuntamientos. Aunque la deuda de estas instituciones sólo sea el 23,4% del conjunto del Estado, el gasto se ha disparado temerariamente en los últimos años, de modo que ha deteriorado la solvencia de España. Y ni en Europa ni en los mercados internacionales distinguen si la culpa es del Gobierno central o de los autonómicos.

La Razón

Recuperación vacilante

La reactivación mundial tropieza con la debilidad de la banca y el riesgo proteccionista

El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de emitir un dictamen cauto, lleno de prevenciones, sobre la recuperación económica mundial. Existe, sin duda, porque el Fondo asegura que este año el crecimiento mundial será del 4,8% y del 4,2% en 2011; pero rebaja la previsión para el año próximo en una décima sobre el pronóstico anterior, porque la reactivación parece muy desequilibrada y frágil. Mientras que los países emergentes (China o Brasil entre otros) crecerán este año a una tasa media del 7,1% y del 6,4% el próximo, los industrializados lo harán a ritmos apenas superiores al 2%. Lo que se llama una recuperación con dos velocidades.

El análisis del FMI no es nuevo, pero sí pone el énfasis en dos aspectos de la economía mundial que se adivinan como potencialmente peligrosos. El primero es la tendencia a manejar los tipos de cambio de las divisas con criterios autárquicos, que solo puede acabar en el proteccionismo más descarnado. Las intervenciones unilaterales para bajar el tipo de cambio con el fin de favorecer la exportación son enteramente inútiles. Sus efectos se agotan con rapidez. Con buen criterio, algunos economistas, como Dominique Strauss-Kahn, han propuesto que se coordinen las políticas cambiarias de los países con grandes superávits corrientes (como China), que crean burbujas financieras allí donde invierten sus excedentes, con las de los países deficitarios (como Estados Unidos). La idea tropieza con una dificultad obvia: esa coordinación solo podría ejecutarla el FMI en caso de que contara con la autorización de las áreas en conflicto (euro, dólar, yen) y tuviera capacidad para emitir Derechos Especiales de Giro. El plazo mínimo para reorientar el FMI en esta línea no sería inferior a un año y medio.


El segundo obstáculo es la parálisis bancaria. El crédito sigue en una fase de contracción que obstaculiza la recuperación mundial, europea y española. Las entidades de crédito no han digerido los costes de la crisis. Tienen que refinanciar una deuda de más de tres billones de euros en los próximos dos años y el peso muerto en sus balances implica que no están en condiciones de financiar la recuperación.

Las dudas no son de menor cuantía. O las entidades financieras se recapitalizan con rapidez o la reactivación mundial corre el riesgo de griparse en cualquier momento. En el caso de España, el FMI no revela nada insólito. Supone que este año la economía se contraerá el 0,3%, lo que dice el Gobierno español, pero con sentido común sitúa la tasa de crecimiento en 2011 en el 0,7%, lejos de ese 1,3% que pronostica el Ministerio de Economía sin argumentar en qué se funda un salto desde el -0,3% al 1,3%. En España, como en el resto del mundo, la recuperación solo empezará a carburar cuando bancos y cajas liberen el flujo crediticio. Para eso falta tiempo. Exactamente el necesario para ejecutar el ajuste real de costes implícito en las fusiones financieras, hasta ahora pintadas en un papel, y el que requiera la recapitalización de las entidades de crédito.


El País - Editorial

Los políticos apuntalan una estafa

La clase política se empeña en apuntalar un ineficiente y coactivo sistema de reparto cuya única forma de hacerlo sostenible es mediante paulatinos perjuicios a sus supuestos beneficiarios.

La comisión del Pacto de Toledo ampliará la base de cálculo de las pensiones de 15 a 20 años. Así, al menos, lo ha anunciado la diputada socialista Isabel López Chamosa, quien ha asegurado que "es uno de los consensos que hay, porque no perjudica a nadie".

De confirmarse la noticia, los políticos ciertamente no se verán perjudicados, pues gozan del privilegio de poder retirarse con la pensión máxima cotizando tan sólo siete años. El resto de ciudadanos, sin embargo, sufriremos una rebaja media en las pensiones que ronda el 5 por ciento.

La razón de fondo de esta reforma es que el sistema público de pensiones está en quiebra, en el sentido de que ya no puede atender sus compromisos: con las cotizaciones de los trabajadores presentes ya no se va a poder abonar las actuales pensiones, por lo que es obligado incrementar esas cotizaciones, retrasar coactivamente la edad de jubilación, reducir la cuantía de las pensiones, o combinaciones de las tres medidas antes descritas.


Descartado un incremento de las cotizaciones por su efecto letal para el empleo, y aparcada (de momento) el retraso de la jubilación a los, al menos, 67 años, parece que la clase política, empeñada en sostener este sistema piramidal que sólo es sostenible mediante paulatinos perjuicios al ciudadano, ha optado por una reducción de la cuantía de las pensiones. Y es que, dado que la inmensa mayoría de los trabajadores cobran más según avanzan en su carrera laboral, la ampliación de la base de cálculo de los 15 a los últimos 20 años de cotización no es otra cosa que una encubierta reducción generalizada en la cuantía de las pensiones.

En lugar de acometer una auténtica reforma que suponga la paulatina transición a un sistema capitalización en el que el ciudadano conserve la propiedad de lo que ahorra, se beneficie de los intereses que genere y decida libremente a qué edad se jubila, la clase política se empeña en apuntalar un ineficiente y coactivo sistema de reparto cuya única forma de hacerlo sostenible es mediante paulatinos perjuicios a sus supuestos beneficiarios.

Incapaz de crear empleo y de reducir el gasto público, requisitos esenciales tanto para transitar a un sistema de capitalización individual como para posponer algún tiempo más el problema que constituye el sistema público de pensiones, el Gobierno no tiene más remedio que afrontarlo ya, aunque sea con parches como éste. Dado que ningún partido político tiene la valentía de plantear el debate en sus auténticos términos, no será el último recorte que nos espera. El coactivo retraso en la edad de jubilación está a la vuelta de la esquina.


Libertad Digital - Opinión

Estado con exceso de michelines

Por todas partes sobran órganos sin competencias útiles y se superponen instituciones diferentes creadas para prestar idéntico servicio al ciudadano.

AL margen de planes A ó B y de coyunturas políticas, el gobernador del Banco de España ha planteado con rigor el problema más grave que afecta al modelo territorial. Podría decirse que Fernández Ordóñez presenta una genuina «enmienda a la totalidad» de los Presupuestos Generales para poner el dedo en la llaga de las grandes cuestiones, a diferencia del Gobierno, que solo ofrece recortes para salir del paso. En efecto, el riesgo principal para el déficit público está en las cuentas autonómicas y locales, y la única manera de afrontarlo es fijar un techo de gasto y hacerlo cumplir con todos los instrumentos que permite el ordenamiento, en especial la ley de estabilidad presupuestaria. El Estado y los demás poderes públicos deben ser objeto de redimensión, porque su tamaño excesivo supone un lastre en tiempos de bonanza y resulta insostenible en la situación de emergencia que vive la economía española. Así pues, hay que diseñar una estructura eficaz y eficiente, incrementar la productividad del sector público y dirigir el gasto hacia sectores que ofrezcan un rendimiento razonable y no se consuman en nóminas y subvenciones.

or todas partes sobran órganos sin competencias útiles a la vez que, en otras materias, se superponen instituciones de dos o tres entidades públicas para prestar el mismo servicio. La coordinación brilla por su ausencia en un contexto de recelos competenciales que perjudica a los ciudadanos y supera más de una vez los límites elementales del sentido común. El sistema se ha convertido en una fuente de gastos improductivos que consumen recursos limitados. Se trata de hacer frente al problema con el fin de racionalizar el gasto a medio plazo y no solo de ahorrar algunos miles de euros para cuadrar las cuentas «como sea». El PSOE y el PP deberían plantear un pacto de Estado al margen de los escarceos partidistas que ya se manifestaran esta semana en el Senado ante una razonable propuesta de la oposición, respondida por Rodríguez Zapatero con una oferta de diálogo poco creíble a la luz de los antecedentes. El objetivo debería ser no solo contribuir a la salida de la crisis, sino —sobre todo— situar las dimensiones y la estructura del Estado en las condiciones adecuadas para sacar provecho cuando lleguen tiempos mejores. El Gobierno debería responder al reto planteado por el gobernador.

ABC - Editorial