martes, 28 de septiembre de 2010

Los trabajadores, entre el poder sindical y el adquisitivo. Por Antonio Casado

Ya lo dijo El Roto en un alarde de lucidez. El verdadero poder es el adquisitivo. Ni el Ejecutivo ni el Legislativo. Y mucho menos el Sindical, que mañana se pone a prueba reclamando a los trabajadores la renuncia al salario de la jornada. Como se sabe, se les descuenta a los huelguistas.

Hay muchos que no se lo pueden permitir. Y bastantes más que no quieren. Malos tiempos para pedir sacrificios a quienes aún disfrutan de un puesto de trabajo. Ya ocurrió con la huelga de funcionarios del pasado 8 de junio. Y puede ocurrir de nuevo mañana si el esforzado precalentamiento liderado por Cándido Méndez y Fernández Toxo, como parece, no cala entre los trabajadores. De los cuatro millones de parados, o los autónomos, a los que, al menos formalmente, no representan los sindicatos, mejor no hablar.

En aquella movilización, la de los funcionarios, fue notoria la falta de sintonía entre los sindicatos y trabajadores de la función pública. Justamente en un estamento laboral donde la tasa de afiliación sindical es prácticamente el doble que en el resto de la población trabajadora. Si aquello fue un campo de pruebas, no me extraña que algunos analistas afirmen que la huelga general de mañana sólo conduce a la melancolía. Por la escasa disposición de los trabajadores a secundarla. Y por la ausencia de objetivos concretos, más allá de exigir al Gobierno una rectificación y “otros caminos para salir de la crisis”.


Si al menos hablasen de objetivos políticos habría coherencia con las dos causas fundamentales esgrimidas para la convocatoria: la reforma del mercado de trabajo y los planes de ajuste. Ambas decisiones son eminentemente políticas. Y las dos se aprobaron en el Parlamento, donde el Gobierno se la jugó en aras de la salud económica de un país entrampado hasta las cejas.


Ahora se la juegan los Sindicatos. No acaban de percibir los trabajadores que la huelga general sea la mejor palanca de cambio que rectifique el rumbo del Gobierno. Y si de esa falta de motivación se deriva mañana el divorcio entre convocantes y convocados, podemos estar en vísperas de la catarsis que necesitan los Sindicatos para afrontar su modernización. Ese sí sería un efecto saludable de la huelga y un buen servicio a la sociedad.

Estamos en la cuenta atrás. Lo que ocurra en Madrid puede determinar el balance de la jornada. El Gobierno de Esperanza Aguirre ha impuesto unos servicios mínimos considerados abusivos por los sindicatos. Estos ya han anunciado que se preparan para incumplirlos. Sobre todo en los transportes. Una fuente de conflictos. Ya no hacen falta, como antaño, la visitas de los llamados “piquetes informativos” a los tajos para convencer a los indiferentes. Si los sindicatos consiguen que los trabajadores y los ciudadanos en general tengan dificultades para moverse, la apariencia de éxito compensará la sensación de fracaso. En el recuento de huelguistas no se distinguirán los que no fueron a trabajar porque no quisieron de los que no fueron a trabajar porque no pudieron.


El confidencial - Opinión

La fe de Don Mariano. Por Hermann Tertsch

Zapatero y su Fouché siempre se han equivocado. Mintiéndonos a todos, incluido don Mariano.

MARIANO Rajoy dice que se considera bien informado por el Gobierno en materia antiterrorista. Y está convencido de que el Gobierno socialista no está negociando en estos momentos con la banda terrorista. Nos alegra mucho saber que don Mariano está tan tranquilo. Otros, que por naturaleza somos más retorcidos y aviesos, no lo vemos todo con su envidiable placidez. Y tenemos algo más que una mosca detrás de la oreja, como le pasa a Jaime Mayor. Comprendemos que el líder del PP crea que lo está haciendo muy bien todo. Las encuestas no dejan lugar a dudas. Algunas le dan ya trece puntos de ventaja al PP sobre el PSOE. Lo que comienza a ser una diferencia lógica entre oposición y Gobierno a la vista de que pintan bastos y de que el Partido Socialista se ha convertido en un divertimento de la descomposición y el desatino. Pero nos permitirá el líder de la oposición que le importunemos en su plácida pedalada hacia La Moncloa para advertirle. En la valoración e identificación de los peligros que emanan de Zapatero y su tropa, los cínicos, malpensados y descreídos hemos demostrado sobradamente nuestra superioridad sobre las buenas gentes, la gente de buena fe y la bendita ingenuidad. Modestia aparte, nuestros aciertos nos avalan. Lo hacemos constar, sin alegría. Mucho nos tememos que le están engañando. Y nos negamos a pensar que a él no le parece ni bien ni mal que así sea. Porque sería realmente suicida y nada nos parece menos propio de un amante de la vida como nuestro fumador de habanos. La acumulación de indicios de que estamos plenamente inmersos en la reactivación de las negociaciones del Gobierno con ETA es ya tan grande —y crece con tanta celeridad—, que don Mariano debería tomarse la molestia de ponerlos en orden. Y sopesar la posibilidad de que también en esta ocasión le estén mintiendo el presidente del Gobierno y su Alfredo Fouché. Porque lo mismo cree el líder de la oposición que por el hecho de aventajar tanto a los socialistas en las encuestas, estos dos hombres de dios le van a respetar ahora más que antes y más que a los demás. Tanto como para decirle una verdad. Eso sí que sería un grave pecado de vanidad. Puede parecer una falta de tacto recomendarle que se lea bien una intervención que tuvo hace unos días en Sevilla Jaime Mayor Oreja. En ella describe muy bien todo este proceso en marcha, con la secuencia de comunicados de ETA, la lenta pero inexorable entrada en escena de los mediadores internacionales, la manida pero eficaz externalización de ETA de la izquierda abertzalecomo interlocutor, el aumento de privilegios para los presos y la coordinación con el PNV. Esto no va a pasar, don Mariano. Ya está pasando. Ya sabemos que don Jaime es un aguafiestas que irrita tanto en Génova como en Ferraz y Moncloa. Pero también es cierto que Mayor Oreja siempre ha acertado. Con la verdad. Y Zapatero y su Fouché siempre se han equivocado. Mintiéndonos a todos, incluido don Mariano.

ABC - Opinión

La huelga del 29-S y esa rastrera moral de la izquierda. Por Federico Quevedo

Yo he visto a Cándido Méndez comiendo en el Villamagna. Y no una, sino al menos tres veces. Hará dos años cerraron el hotel por reforma y desde que lo han reabierto nadie ha vuelto a invitarme a comer allí, luego no puedo asegurar que Méndez haya seguido acudiendo, pero doy fe de que iba. ¿Es esto importante? No debería, pero el hombre ha puesto tanto empeño en desmentir su presencia a la hora del almuerzo en restaurantes caros que, dado que es evidente que sufre algún tipo de amnesia temporal o pasajera -probablemente producto del estrés por la jornada de huelga general de mañana miércoles-, es de bien nacidos recordárselo para ayudarle a recuperar la memoria perdida. Seguramente si preguntan ustedes a algunos de mis compañeros de los que habitualmente cubren la información sociolaboral, les darán cuenta también de otros tantos restaurantes de los caros a los que acude con cierta asiduidad el líder de UGT. Pero, insisto, ¿es esto importante? No debería de serlo: estamos en un país aparentemente libre, en una sociedad desarrollada en pleno siglo XXI y no tendría porqué sorprendernos que alguien con un sueldo que ya les gustaría a muchos se permita ciertos lujos. ¿Por qué este asunto suscita un debate intenso entonces? Pues por algo que ya expuse tal día como hoy la semana pasada y que me costó toda clase de insultos, improperios y amenazas, pero que voy a seguir denunciando (me cueste lo que me cueste) a pesar de los enemigos de la libertad de expresión: la doble y rastrera moral de la izquierda.

Es bien simple, y ustedes que son personas inteligentes habrán percibido sin duda alguna el sentido de mi crítica: no se puede ir por la vida presumiendo de ser la Madre Teresa de Calcuta, y después comportarse como un George Soros cualquiera. Dicho de otro modo, cuando todavía, en pleno siglo XXI, se mantiene vivo un lenguaje revolucionario, se echa la culpa al ‘capital’ de todos los males de la humanidad, se continúa demonizando al empresario y se considera la globalización como el infierno en la tierra, no cabe rendirse a los encantos del salvaje capitalismo y pretender encima el aplauso general. Da igual que se trate de unos trajes pret a porter que de comer en El Bulli, es un problema de actitud y de doble moral: si se va por la vida dando lecciones hay que ser el primero en cumplirlas. Y la izquierda tiene demasiada costumbre de dar lecciones, de repartir certificados de demócratas, de progresistas, etcétera, etcétera, y luego a la hora de la verdad resulta que los mismos que sellan esos certificados son los que atentan contra la libertad de expresión de los demás, son los que se rasgan las vestiduras a la menor crítica y vierten toda clase de improperios cuando se les descubre la trampa y la farsa sobre la que han montado su opulenta existencia. Pero se les ha visto el plumero: es tan evidente que toda esa prédica que trata de convencernos de su compromiso con los más débiles, con los que han perdido su trabajo y hoy engrosan las filas de los desencantados del socialismo, es pura fachada de cartón-piedra, más falsa de que una moneda de juguete, que resulta lógico el sentir mayoritario de los trabajadores de este país absolutamente reacios a secundar mañana la convocatoria de huelga general.

De ahí que el propio Gobierno de Rodríguez haya tenido que acudir en auxilio de las centrales sindicales, de Méndez y de Toxo, para garantizarles un éxito suficiente en el paro gracias a unos servicios mínimos que son una auténtica coña marinera, porque lejos de garantizar el derecho de los ciudadanos a acudir a su puesto de trabajo, lo que hacen es obstaculizarlo de manera consciente. Mañana, entre el Ejecutivo y los sindicatos se han propuesto que pare el suficiente porcentaje de trabajadores como para poder decir que la huelga les ha salido bien a UGT y a CCOO, pero tampoco mal al Gobierno, y así todos contentos y pasado mañana vuelta a los abrazos y las palmaditas en la espalda. ¡Pandilla de hipócritas! ¡Malditos bastardos! Esto es un engaño con todas las de la ley, un engaño a las clases más desfavorecidas, a los desempleados, a los pensionistas, a los mileuristas, a los inmigrantes, a los marginados sociales, a los dependientes y a todos aquellos que por culpa de la crisis se han visto obligados a rebajarse a niveles a los que nunca hubieran sospechado que iban a llegar: pedir en la calle, acudir a los comedores sociales, recoger ropa de las parroquias… Y todo esto aplaudido y avalado por una corte de plumíferos de pacotilla, de viles servidores del peor de los estalinismos, de tipos a los que se les debería caer la cara de vergüenza cuando se permiten encima el lujo de censurarnos a los demás nuestro derecho a la crítica.

Si hay una huelga general que nadie debería secundar es la de mañana, porque no hacerlo es más que una respuesta a los sindicatos y a su complacencia y servilismo con un Gobierno de inútiles que nos ha llevado a esta situación con el concurso de las propias centrales y su entusiasta colaboración. Es una respuesta a toda la izquierda, es una manera de decirles a estos progres sin vergüenza que nosotros lo que queremos es trabajo, trabajo y trabajo, y vivir en paz sin que nadie nos enfrente y nos divida, y poder elegir libremente lo que queremos y lo que no sin que nadie nos diga lo que tenemos y lo que podemos hacer, y que estamos hartos de ese chollo moral del que abusan para darnos lecciones a los demás y del chollo económico en el que se han instalado a costa de nuestros impuestos y que les permite vivir como los ricos a los que luego odian. Ya sé que decir esto me va a costar la reacción violenta de algunos, pero es evidente que el ejercicio de esta profesión se ha visto ensuciado y mancillado por la intrusión de gente que se dicen periodistas, pero que a la vista de lo que hacen y lo que cobran por hacerlo habría que decir que lejos de ejercer el periodismo ejercen otra profesión que también empieza por ‘p’. Pero hay que decir basta ya a ese permanente abuso de su supuesta superioridad moral, y mañana podemos hacerlo dándoles una patada en el culo de la huelga. Yo, al menos, se la voy a dar y bien gorda.


El Confidencial - Opinión

Conjuras contra ZP. Maniobras orquestales en la oscuridad. Por José García Domínguez

Brillan navajas cainitas tras las sonrisas de terciopelo y en la sinfonía del fuego amigo ya no crepitan, ¡ay!, inocuas balas de fogueo. Quién sabe, acaso algo haya de verdad en todos esos chismorreos de asonadas palaciegas.

Algo huele a podrido y no precisamente en Dinamarca. ¿Cómo entender que, a cuarenta y ocho horas de una huelga general, emerjan de esa fosa séptica que es la trastienda del felipismo las calaveras atormentadas de Lasa y Zabala? ¿O quizá hemos de admitir que el azar, siempre caprichoso, quiere verter un tonel de cal viva en la presentación de la hagiografía de Javier Solana, eterna esperanza blanca de Prisa y la vieja guardia? Brillan navajas cainitas tras las sonrisas de terciopelo y en la sinfonía del fuego amigo ya no crepitan, ¡ay!, inocuas balas de fogueo. Quién sabe, acaso algo haya de verdad en todos esos chismorreos de asonadas palaciegas.

Tal vez vayan a por él, a por Zapatero. Y de ahí, vomitiva, la halitosis moral de Amedo, Barrionuevo o Benegas, el hedor insufrible de la zahúrda de Mister X, ahora desprecintada desde el poder en defensa preventiva. Entre otras cosas, a fin de que pueda opinar Pajín, "prácticamente pequeñita" en la fecha de autos y, piadosa consecuencia, exonerada por nada saber del asunto. Una coartada enternecedora. Al efecto, repárese en que, cuando Franco, Leire no representaba nada más que el fatal destino de un pobre espermatozoide condenado sin remisión al oprobio. Muy precaria limitación biológica, la suya de entonces, que, sin embargo, jamás le ha impedido sentar cátedra a propósito de la dictadura y sus desmanes.

Al tiempo, y si en verdad existiese la conjura, se reabriría una querella que aún hoy mantiene escindidos a los expertos: la de discernir quiénes son más nocivos, los simples o los malvados. Recuérdese, sin ir más lejos, al Rey Sol. Gozosamente amancebado Luis XIV con una conspicua satanista, la siniestra madame Montespan, Francia conoció sus mejores días de gloria; desposado luego con la casta y piadosa madame d´Aubigne, la nación cayó al punto en la decadencia. La expulsión de los protestantes, primera medida que se atribuye a aquella santa mujer, sería el principio del ocaso. Ya lo formalizó Carlo Cipolla, el gran historiador, en axioma de universal validez: "Los tontos son mucho más peligrosos que los malvados, porque los malvados descansan de vez en cuando, los tontos jamás". Y aquí, el malo, convendría que nadie lo olvidase, es González.


Libertad Digital - Opinión

Marbella, ciudad sin ley. Por M. Martín Ferrand

Marbella es, en sus excesos, una muestra del modelo municipal en el que nos hemos instalado.

A Dodge City llegó el ferrocarril del mismo modo que el turismo llegó a Marbella. Dodge, en el Estado de Kansas y según nos contó Michael Curtiz, pasó a ser una «ciudad sin ley». Como Marbella, en la provincia de Málaga. Los americanos pudieron contar con Errol Flynn y aquí el privilegiado enclave turístico se convirtió en un congreso permanente de pícaros de todas las procedencias. Noventa y cinco de ellos, los que se engloban en el «caso Malaya», se sentaron ayer ante el juez y, sin prisas, dentro de un año o poco más, sus señorías ya habrán podido discernir quiénes son culpables. Para la opinión pública, antes de que empiece el juicio, inocentes no hay ninguno.

En Marbella, donde sin duda habrá siete hombres justos, optaron en su día por impulsar el «progreso» con lecturas libérrimas de las ordenanzas y subordinando la decencia a la eficacia. Ahí están los resultados. Lo verdaderamente alarmante es que la diferencia entre lo acaecido en la capital de la Costa del Sol y en otros emporios turísticos españoles radica únicamente en el descaro de quienes abordaron la tarea y en quienes la continuaron; los que ahora, salvo error u omisión, se sientan en el banquillo.


Marbella es, en sus excesos, una muestra del modelo municipal en el que nos hemos instalado y un ejemplo de la corrupción urbanística que, como método para la financiación de los Ayuntamientos, ha amancebado en demasiadas ocasiones a los ediles con los especuladores. No es una excepción aunque constituya un espectáculo que, cabe temerlo, nutrirá durante unos cuantos meses eso que unos llaman la televisión basura y otros entendemos como consecuencia inevitable de la conjunción de un modelo educativo penoso, unos medios informativos distantes de su responsabilidad y una sociedad complaciente a la que le va costando distinguir y separar el bien del mal.

En Dodge no solo tenían a Errol Flynn; sino que, además, Olivia de Havilland, la hija del editor del periódico local, se puso de su parte. En Marbella no hay sheriff y la estrella de la película, una notable tonadillera, también se sienta en el banquillo de los acusados, aunque resulte ridículo llamarle banquillo al asiento que ha de soportar casi un centenar de posaderas. Si no hubiéramos perdido, junto con la esperanza, el sentido crítico y el propósito de la enmienda, el «caso Malaya» debiera servir de estímulo para que quienes deben hacerlo, los distraídos representantes del pueblo español, abordaran una reforma profunda y simultánea del sistema electoral, la funcionalidad judicial y la financiación municipal. Los tres manantiales que nutren este desgraciado caso.


ABC - Opinión

Así, tampoco

Si las encuestas están en lo cierto, la mayoría de los trabajadores y ciudadanos no secundará la huelga general de mañana, aunque esa misma mayoría considera que hay razones suficientes para su convocatoria. Es decir, la opinión pública coincide con el lema sindical de la huelga para decirle al Gobierno «Así, no», pero al rechazar el paro, le replica a los sindicatos «Así, tampoco». No es la única paradoja aparente que hace tan atípica la jornada de mañana. Hay otras aún más llamativas, como la «comprensión» del Gobierno hacia el descontento laboral, el pacto tácito de no agresión entre ambas partes y la desviación de la agresividad sindical hacia los empresarios y la derecha política. Es la primera vez en España, y probablemente en Europa, que los líderes sindicales apuntan las baterías de la huelga general no contra el Gobierno que la ha provocado con su recorte de los derechos sociales, sino contra la oposición. La insólita campaña de videos de UGT, con groseros ataques a empresarios y emprendedores, refleja bien a las claras cómo la burocracia sindical busca en la derecha al chivo expiatorio del desastre laboral. Hay varias razones que explican esta patología que semeja la esquizofrenia, pero destacan la mala conciencia de los sindicalistas por su complicidad con una atolondrada política económica, el lastre ideológico que arrastran como fantasmas encadenados del siglo XIX y un hondo sentimiento de frustración por lo que consideran una traición de sus «hermanos» socialistas. Así se explica que los organizadores del 29-S llegaran rápidamente a un acuerdo de guante blanco con el Gobierno de Zapatero para establecer los servicios mínimos y, por el contrario, mostraran su perfil piquetero con el Gobierno de Esperanza Aguirre. Éstas son las coordenadas y las intenciones en las que se moverán mañana los huelguistas, que nada tienen que ver con la opinión y el ánimo de los ciudadanos. Es probable que el país se paralice en buena parte, pues es relativamente fácil boicotear unos transportes públicos fuertemente controlados por los sindicatos. Pero una cosa es que la actividad laboral se congele y otra bien distinta que los trabajadores se movilicen detrás de las pancartas, más allá de los miles de liberados y de los llamados «piquetes informativos», eufemismo que suele ocultar la coacción, la amenaza y hasta la agresión a quienes no desean secundar el paro. En este punto, el Gobierno no puede rehuir su obligación de garantizar el derecho a trabajar de quien así lo desee y elija. Es muy libre de juzgar con benevolencia la convocatoria del paro y de extremar su delicadeza con los huelguistas, a los que de ningún modo quiere importunar, pero no puede abdicar ni soslayar sus responsabilidades de proteger el derecho de los trabajadores a trabajar. El derecho a la huelga es, por constitucional, indiscutible e inviolable, pero en medida exactamente igual ha de defenderse el derecho a no secundarla. ¿Cumplirá el Gobierno socialista con su obligación o tratará con manga ancha a ese «sindicalismo borroka» que suele aparecer en las grandes ocasiones? Éste será otro de los test que se plantea en la jornada de mañana, primera huelga general desde 2002.

La Razón - Editorial

Plática de familia. Por Ignacio Camacho

Hay un clima de pacto, visible en el fácil acuerdo de servicios mínimos, que apunta a empate de conveniencia.

ÉSTA de mañana va a ser una huelga muy rara. Una huelga desganada en la que se atisba de lejos la falta de convicción de los convocantes y en cuyo fracaso no parece demasiado interesado el Gobierno contra el que teóricamente ha sido convocada. Una huelga sin ambiente, una huelga templada, una huelga amistosa, casi. La mayoría de los trabajadores no quieren secundarla —otra cosa será que no tengan más remedio— y los propios sindicatos dan la impresión de ir a ella contra su propia voluntad. En realidad, es así: no han tenido más remedio porque tras dos años de alianza con el zapaterismo necesitan, tras el brusco alejamiento del presidente, una relativa exhibición de fuerza social para mantener su deteriorado predicamento. Y el Gobierno que quebró de repente su pacto de hierro siente una suerte de mala conciencia ideológica por su propia traición, tal que se diría que comprende los motivos sindicales y hasta estaría, si pudiese, dispuesto a apoyarlos; al fin y al cabo, fue la política conjunta la que condujo al borde de la bancarrota que provocó el forzoso golpe de timón reformista. De hecho, Zapatero no ha parado de justificar sus reformas en el imperativo categórico de los mercados internacionales de deuda, excusando la propia responsabilidad a expensas de su margen de autonomía soberana. Pero la única pirueta que todavía no puede componer este hombre, tan dado a contradicciones y quiebros, es hacerse una huelga a sí mismo.

Por eso hay un clima de pacto tácito, visible en el fácil acuerdo sobre los servicios mínimos, que apunta a un empate de conveniencia. A una huelga lo bastante intensa para que los sindicatos salven la cara pero no tanto como para desestabilizar al poder y ponerlo contra las cuerdas. En esa atmósfera de acuerdo implícito ha irrumpido como caballo en cristalería el ímpetu liberal de Esperanza Aguirre en defensa del derecho a trabajar, ofreciéndose como blanco común para el tiroteo que los presuntos adversarios no desean entablar entre ellos. Cargada de razones de fondo, la presidenta madrileña ha cometido el error táctico de erigirse en protagonista de un paro que no iba contra ella y ha soldado un poco más los cables que quedaban sueltos en el circuito entre las centrales y el Gobierno, deseosas ambas partes de encontrar un factor de distracción que reste vigor a su simulacro de enfrentamiento y desvíe la energía del presunto conflicto hacia un tercero sobrevenido.

Pero si ni los sindicatos ni el Gobierno quieren dramatizar, no existe motivo alguno para hacerlo. Escenifiquen su huelga y pásese la página de este ejercicio hipócrita que no es más que una plática de familia, como decía el Tenorio, una polémica artificial sin ánimo de hacerse daño. Proteste ahora el que quiera protestar, y el resto ya tendrá dónde y cómo hacerlo: cuando lleguen el día y la hora de las próximas elecciones.


ABC - Opinión

España ante la huelga

Tanto Gobierno como sindicatos se enfrentan a decisiones clave sea cual sea el resultado del 29-S.

Por muchas razones, la huelga general de mañana se ha convertido no solo en una prueba de estabilidad para el Gobierno, sino también de la responsabilidad democrática de los sindicatos. De entrada, se trata de un conflicto político que promueve un enfrentamiento entre la voluntad del Congreso (la reforma laboral, motivo principal de la huelga, está aprobada en la Cámara baja) y la interpretación de las organizaciones sindicales, que imputan a la reforma, no sin argumentos, una pérdida de derechos de los trabajadores. Supuesto el derecho sindical a convocar una huelga (lo que no está en discusión en ningún caso), se plantea siempre en estos lances una disyuntiva no menor: el conflicto entre la voluntad de los representantes de la nación y una movilización instada por una parte de la sociedad, importante, pero siempre menor que el conjunto.

Si la convocatoria (y la lectura que posteriormente se realice de sus resultados) se orienta hacia objetivos generales, más allá de la reforma laboral, como el viraje de la política económica del Gobierno, entonces el asunto se complica. El Gobierno está obligado a mantener su plan de ajuste presupuestario por una razón tan sencilla como dolorosa (especialmente para un Ejecutivo socialista): los recursos públicos son insuficientes para hacer frente a las necesidades de gasto del actual Estado de bienestar, al menos mientras dure la recesión. Una parte importante de esos recursos procede de la financiación exterior y los prestamistas ya no están dispuestos a financiar sin condiciones el gasto público español. No haber tomado medidas de ajuste tras la debacle griega hubiese condenado a este país, y por ende al conjunto de sus trabajadores, a muchos años de profunda recesión. Rectificar o anular ahora esos ajustes comportaría un riesgo similar.


Esa es la razón última por la que el Gobierno no puede ni debe volverse atrás en su política económica, aunque algunos asuntos sean, por supuesto, discutibles, y por tanto objeto de negociación y discusión. También con los sindicatos. El Ejecutivo ha mostrado su disposición a negociar los reglamentos de la reforma laboral y el futuro de las pensiones, aunque en el clima actual de enfrentamiento no cabe sorprenderse de la fría acogida a su oferta.

Con razón o sin ella, una huelga general en las actuales condiciones de crisis supone un problema grave. El Gobierno cuenta con la baza de que los ciudadanos no parecen estar por la huelga. Los sindicatos tienen a su favor el malestar general con la política económica de Zapatero. En pocas ocasiones se ha producido, según muestran todos los sondeos, una brecha tan grande entre la percepción de la ciudadanía de que la gravedad de la situación sí justifica una huelga y su convencimiento de que, sopesados todos los factores, lo más sensato es no realizarla.

De ahí que la huelga de mañana sea una encrucijada para el futuro inmediato de España. En caso de éxito no debería servir para variar la política económica actual -y convendría no olvidar aquí que la alternativa política real a este Gobierno es un partido poco inclinado a compartir las tesis sindicales-. De cosechar la huelga escaso seguimiento, debería al menos servir para que los sindicatos se replanteasen la inercia que les ha llevado a concentrar su esfuerzo en la defensa del empleo fijo, esto es, de un mercado dual con contratos fijos e indemnizaciones elevadas que condena a la exclusión a la generación más joven. Para ello, resulta imperativo evitar nuevos distanciamientos de la ciudadanía y no fiar el éxito de la huelga a la violencia de los piquetes o al incumplimiento de los servicios mínimos. Si caen en la tentación de parar una ciudad por la fuerza, bloqueando metro o autobuses, los ciudadanos les pasarán factura. Y eso no redundará en beneficio de nadie. Ni de los sindicatos, ni del país en su conjunto.


El País - Editorial

La revolución marchita. Por Alvaro Delgado-Gal

«Ausentes las ideas, licenciadas las emociones, sólo permanece la curiosidad de saber si lograrán o no los sindicatos paralizar los medios de transporte en la jornada de mañana. El secuestro de los servicios de interés público constituye, por cierto, una vieja herencia blanquista»

LO habitual, en vísperas de una huelga general, es que los sindicatos hagan gárgaras, aclaren la garganta, y ensayen el registro de voz que más les convendrá usar ante el respetable cuando se levante el telón y dé inicio la gran velada. En este territorio propedéutico, o de calentamiento de motores, se sitúa la serie de vídeos que UGT ha lanzado bajo el epígrafe genérico de «Las mentiras de la crisis». Pero al sindicato no le ha salido un trémolo incipiente, sino un gallo absurdo. Tres rasgos sobresalen en los vídeos: la grosería, el acento cómico, o lúdico, o como queramos llamarlo, y el hecho de que los mensajes no parecen dirigidos contra el Gobierno sino contra los empresarios y la oposición. Lo último integra, a bote pronto, un misterio absoluto. Sobre el papel, se ha convocado la huelga con ánimo de neutralizar una ley de reforma laboral elaborada y promovida por el Gobierno de la nación. Lo natural, por consiguiente, habría sido arremeter contra éste, no contra quienes, por las razones que fuere, no votaron la ley en el Congreso. En los vídeos, sin embargo, no se habla del Gobierno. Se habla más, y con mayor encono, del PP, o incluso se menciona, en una especie de evocación retro, a Fraga. ¿Cómo explicarse esta extravagante, inaudita, falta de puntería?

La tesis que la UGT defiende implícitamente en los vídeos es que la crisis se ha generado en el ecosistema en que se mueven los empresarios y sus aliados políticos. La derecha, la nacional y la internacional, es la que ha apretado al Gobierno para que legisle en perjuicio de los trabajadores. Es más, si el representante de los malos, a saber, el PP, hubiese estado en el poder, habría redactado una ley aún más aviesa. De ahí que el enemigo auténtico no sea el que ha hecho la reforma, sino… el que no la ha hecho. No necesito decir que el razonamiento es ridículo. Un gobierno que se deja intimidar por los enemigos de los trabajadores, es, ex hypothesi, un gobierno culpable. Si el gobierno, además de culpable, es socialista, todavía peor. ¿Entonces? ¿Ha sufrido la UGT, acaso, un episodio alucinatorio?


Quia, de ninguna manera. Lo que ocurre, es que la UGT no tiene ningunas ganas de hacerle una avería a Zapatero. Ahora bien, por razones escenográficas, o simbólicas, o porque no hacer nada habría abierto un espacio decisivo a Comisiones Obreras, los ugetistas se han considerado en el deber de salir al escenario y alzar el gallo. Bien, ya están sobre las tablas. Ha llegado el momento de levantar el puño y decir algo contundente y sonoro. ¿Contra quién? Contra el enemigo de clase, un enemigo, por así decirlo, de oficio. Los de Cándido Méndez se han conducido como quien, enojado porque le han dado muy mal de comer, escribe una carta de reclamaciones contra el restaurante de al lado, al que no ha ido pero donde afirma que habría comido todavía peor. Ignoro si el sindicato logrará dejar tieso al país mañana. Su planteamiento es falaz y oblicuo, y no fácil de entender.
O si se entiende, no muy a propósito para encender el entusiasmo del currante medio.

Cabe recordar, a todo esto, que existen países, con tradiciones socialistas mucho más potentes que España, donde los sindicatos, en vez de hacer visajes y figurerías, negocian con el Gobierno, sea o no socialista, acuerdos duraderos de política laboral. Tal ocurre, por ejemplo, en Alemania. Pero entre los sindicatos alemanes y los españoles existe una diferencia crucial. Y es que los primeros, al revés que los segundos, sí están imbricados en las empresas. Son por tanto interlocutores eficaces en un diálogo enderezado a organizar de verdad el mundo del trabajo, es decir, a cambiar los pormenores y exactitudes que conforman la economía productiva de una nación. Por el contrario, la UGT, y en menor medida Comisiones, son como una sombra javanesa proyectada sobre la idea genérica de que los sindicatos son necesarios. Ocupan un lugar en la conciencia pública, y ninguno en los talleres. Su instrumento principal, en consecuencia, es la retórica. Esta reflexión me devuelve a otro de los rasgos que más me ha sorprendido en los vídeos: la grosería.

La grosería es desbordante. En el vídeo que da inicio a la serie, comenta una oficinista, después de un encuentro con el personaje grotesco (Chikilicuatre) en que se encarna la causa de los empresarios: «¿No ha dicho este tío que el PP nos sacaría de la crisis? ¡Es para mearse en las bragas!». La grosería representa en nuestro país un mal endémico. En estos tiempos en que la falta de maneras ha adquirido dimensión planetaria, la propensión nacional a la salacidad se ha acentuado. Pero esto es sólo un lado de la cuestión. Resulta más interesante observar que la grosería es más probable cuando se ha decidido, desde el primer instante, no argumentar. Los guionistas de la serie han localizado al enemigo; el enemigo es sólo eso, un enemigo; y como el sentimiento de enemistad no aparece mediado, ni articulado, por razones, saltan, fáciles, la cuchufleta y el insulto. El aparato fonador, en vez de emitir silogismos, se explaya en higas, pedorretas, y bromas de mal gusto.

Vayamos al tercer aspecto, el que he llamado «cómico» o «lúdico». La comicidad se alía naturalmente con el dicterio. De momento, ninguna sorpresa. Pero ¡atención!, una huelga general no es una pamema. El familiarizado mínimamente con la historia del movimiento obrero sabe que las huelgas generales, de inspiración más anarquista que socialista, no se formularon inicialmente como pulsos que se echa a un gobierno para conseguir tal o cual mejora en el orden laboral. El propósito era más vasto, más generoso, más apocalíptico, más redentor. Se concibieron las huelgas como movilizaciones gigantescas cuyo fin era la transformación revolucionaria de la sociedad. Con el correr del tiempo, el Estado liberal y los revolucionarios llegaron a una suerte de arreglo: los revolucionarios dejaron de ser revolucionarios y el Estado liberal se convirtió en un Estado social. La subversión telúrica ha dado paso al mero conflicto: es decir, a una pugna que ha lugar dentro de los límites establecidos por la ley.

Aún con todo, la huelga general había mantenido, hasta ahora, algo de su antiguo halo sacral. Intriga por lo mismo que los editores de los vídeos hayan evacuado su encargo tirando de los efectos más fáciles, más superficiales, de que se valen los publicitarios para instar los méritos de un quitamanchas o un euforizante sexual. El truco consiste en llamar la atención con un episodio chusco, y deslizar después algunas precisiones (menores) sobre los méritos del producto. Del drama tremendo, hemos pasado al chascarrillo mediático. Ausentes las ideas, licenciadas las emociones, sólo permanece la curiosidad de saber si lograrán o no los sindicatos paralizar los medios de transporte en la jornada de mañana. El secuestro de los servicios de interés público constituye, por cierto, una vieja herencia blanquista. Es lo único que sobrevive del sindicalismo revolucionario. Pero nadie recuerda ya quién fue Blanqui. O, por lo menos, no lo hacen quienes escogieron a Chikilicuatre para dar resalto a la pobre, penosa fantasía digital de esta UGT posmoderna y fané.


ABC - Opinión

Las urnas se plantan ante Chávez

Cabe la posibilidad de que aumente –todavía más– la violencia política en las calles de las ciudades, o de que el dictador ignore a la Asamblea y siga gobernando de la única manera que sabe hacerlo.

La oposición al chavismo no ha cometido el error de la últimas elecciones legislativas y, esta vez sí, se ha presentado a los comicios con una lista unitaria. Una lista de concentración, Mesa para la Unidad, en la que sus candidatos han cerrado filas en pos de la idea común de frenar, más que el avance del chavismo –para lo cual es tarde–, la imposición de una dictadura socialista al estilo de la cubana en Venezuela. Sabia elección la de los opositores y la del electorado, que se ha volcado masivamente con la Mesa para la Unidad otorgándole un 52% de los votos que, por artimañas legales de Chávez, se han transformado en sólo 61 diputados.

El antiguo golpista, que había pedido expresamente a sus encendidos seguidores del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) "demoler a la oposición", se encuentra con unos apoyos parlamentarios realmente mermados. De controlar la práctica totalidad de la cámara ha pasado a una mayoría simple que no le permitirá gobernar por decreto, tal y como ha venido haciendo en el último lustro. Sin esta herramienta, la de elaborar y pasar por la cámara caprichosas leyes orgánicas, el chavismo pierde uno de sus principales pilares de legitimación. A partir de ahora tendrá que negociar estas leyes –por lo general maximalistas–, o abstenerse de presentarlas ante la Asamblea Nacional, lo cual restringirá bastante su radio de acción.


Pero la principal conclusión que cabe extraer de los resultados de las legislativas no es tanto de aritmética parlamentaria, que sigue inclinada del lado de Chávez, como de fuerza popular que ha ganado en los últimos años la causa opositora. Si la Mesa para la Unidad se mantiene firme en su propósito de erradicar a Chávez del escenario político de Venezuela, tiene, con estos números en la mano, una alta probabilidad de conseguirlo en las próximas elecciones presidenciales, que tendrán lugar en el año 2013. Ahí es donde Chávez y su liberticida régimen se la juegan de verdad. La oposición tiene ahora la obligación de perseverar en los principios y valores democráticos que la han hecho acreedora de la última victoria electoral y proyectarlos tres años en el futuro.

Entretanto el panorama es aterrador. Con Chávez y su PSUV privados de la coartada parlamentaria, Venezuela se enfrenta a un nuevo tour de force bolivariano como los de hace una década. Chávez tendrá que gobernar contra la voluntad de la Asamblea y no con el propulsor moral y político de la Asamblea tal y como ha venido haciendo hasta ahora. Cabe la posibilidad de que aumente –todavía más– la violencia política en las calles de las ciudades, o de que el dictador ignore a la Asamblea y siga gobernando de la única manera que sabe hacerlo. Probablemente lo que los venezolanos tengan que padecer en el futuro inmediato sea una mezcla de ambas, violencia y desafueros, en las que el chavismo es un auténtico especialista.

La lucha por la democracia y la libertad en Venezuela será larga y tremendamente ardua. Al tiempo perdido hay que sumarle las peculiares características del gobernante en cuestión: un demagogo iluminado que carece del más mínimo respeto por el Estado de Derecho, la democracia representativa y el Imperio de la Ley. Pero torres más altas han caído. Los demócratas venezolanos no deben desfallecer un instante si algún día pretenden recuperar su país.


Libertad Digital - Editorial

La democracia contra Chávez

Desde la Asamblea es posible dar visibilidad a un candidato unitario que pueda ganar a Chávez y evitar que culmine su delirio totalitario.

CONTRARIAMENTE a lo que sugiere una lectura superficial de los resultados de las elecciones legislativas de Venezuela, Hugo Chávez ha sufrido una estrepitosa derrota. A pesar de haber hecho uso de todas las tropelías imaginables para decantar el resultado a su favor —incluyendo la manipulación de la ley electoral, la intimidación de los electores, el abuso de todos los mecanismos disponibles del Estado y la descalificación o persecución de quienes no se pliegan a sus ambiciones totalitarias— el caudillo venezolano no ha logrado superar la barrera de los dos tercios de diputados que se había propuesto. La prueba más evidente de su fracaso es que la oposición ha vencido claramente en número de votos, un resultado que no se ha traducido en un reparto más equilibrado de los escaños porque el diseño de las circunscripciones estaba previamente arreglado para favorecer a los candidatos del régimen.

Por desgracia, resulta improbable que esta mayoría insuficiente pueda disuadir a Hugo Chávez de seguir adelante con sus delirios revolucionarios. Hasta ahora no ha respetado ningún precepto legal, ni siquiera los que había establecido él mismo, como demostró cuando los venezolanos le dijeron en referéndum que no aceptaban su reelección, lo que no le impidió forzar la legalidad. La entrada del bloque opositor en la Asamblea Nacional debería entenderse, pese a todo, como un claro aviso contra sus planes de constreñir a todo el país en una ideología descabellada que sólo acepta a quienes se someten a su voluntad, aunque por desgracia es previsible que el ex militar golpista asuma este resultado como una ofensa y que reaccione en consecuencia.

La oposición, por su parte, ha conseguido un gran triunfo, pero su prometedor resultado no pasa de ser un primer paso del proceso que debe llevar a la salvación del país. A partir de ahora es necesario reforzar la unidad de todas las fuerzas políticas que se oponen a Chávez, no caer en ninguna de sus provocaciones y prepararse para el momento crucial de la elección presidencial de 2012. Desde la Asamblea es posible dar visibilidad a un candidato unitario que pueda ganar a Hugo Chávez para evitar que consiga perpetuarse en el poder y culminar su delirio totalitario destruyendo Venezuela.


ABC - Editorial