martes, 13 de julio de 2010

Lanzas y cañas. Por M. Martín Ferrand

El presente es el problema. Empezando por la política y la pirueta catalana, y siguiendo por la economía.

UNO de los patrocinadores de la selección española de fútbol, Cepsa, publicó ayer en buena parte de los periódicos nacionales un anuncio en el que, bajo el título de «El mundo vuelve a ser nuestro», se ofrece una reproducción del cuadro de Las lanzas, la recreación de la rendición de Breda, en la que Justino de Nassau, tal cual le pintó Velázquez, le entrega las llaves de la ciudad holandesa a un «sustituto» de Ambrosio Spínola que ha reemplazado la armadura con filigranas de oro por una camiseta de «la Roja» y que lleva en la mano izquierda, en lugar de un bastón de mando, una vuvuzela. Supongo que, por las trazas, quiere ser Iker Casillas. Tras él, y tras el caballo del marqués genovés que no ha querido abandonar la estampa, abundan los integrantes de la selección que ayer, en Madrid, provocó un justificado delirio de entusiasmo colectivo en una procesión laica que, con escalas en el Palacio Real y La Moncloa para certificar la condición española del heroico grupo juntado por Vicente del Bosque, ha sido capaz de hacer vibrar al unísono a toda una Nación que, en otros aspectos y actividades, tiende a no serlo.

La gesta de la selección a la que llaman «la Roja», pero que ha vestido de azul sus victorias definitivas, es un bálsamo que alivia algunos escozores sociales y que restablece el pulso vital, y el optimismo, en la sociedad española. Es, en términos políticos, un buen epílogo para la manifestación que, el pasado sábado en Barcelona y con notable exageración numérica, quiso trasladar el PSC y a CiU el «mérito» de una iniciativa estatutaria que se debe a José Luis Rodríguez Zapatero, su impulsor, y, a lo que parece, perpetuador por la vía de los atajos y los regateos astutos a la ley y una Constitución que, mientras no tome la iniciativa de reformar, debiera ser el primero en respetar. Es, también, un prólogo adecuado para el Debate que comenzará mañana con más cañas de oportunismo que lanzas de grandeza.

No parece, contra el triunfalismo publicitario, que el mundo vuelva a ser nuestro. Más bien resulta, en función del endeudamiento nacional, público y privado, que nosotros somos del mundo; pero, sea como fuere, no convendría que los dos grandes protagonistas del Debate se pierdan, como acostumbran, en la ensoñación del futuro o en los reproches del pasado. El presente es el problema. Empezando por la política —Rajoy no debiera pasar por alto, en función de la rentabilidad electoral, la responsabilidad de Zapatero en la pirueta catalana— y, siguiendo por la economía, en donde no son suficientes las reformitas que postula el inconsistente equipo gubernamental.


ABC - Opinión

Estatut. Las narices de Montilla. Por Guillermo Dupuy

Lo de las narices de Montilla no debe ser muy normal si siente que se la manosean quienes se limitan a recordar algo que, como la unidad de España, forma parte esencial de la Constitución a la luz de la cual se supone que había que juzgar el Estatut.

Decía Quevedo de Góngora que era "un hombre a una nariz pegado". Pero para narices superlativas o, por lo menos, enormemente sensibles, las de ese otro cordobés de nacimiento y actual presidente de la Generalidad de Cataluña, José Montilla. Juzguen ustedes: a pesar de que el Tribunal Constitucional apenas ha recortado lo que debería haber sido rechazado de plano por ser esencialmente contrario a nuestra Ley de Leyes, Montilla dice que "la sentencia está llena de ofensas gratuitas que no tienen efecto jurídico, pero sí el efecto de tocar las narices". Y pone ejemplo: "¿Tienen [los ponentes] que reiterar tantas veces la indisoluble unidad de España?".

Convendremos todos que lo de la napia de Montilla no debe ser muy normal si siente que se la manosean unos magistrados que se limitan a recordar algo que, como la unidad de España, forma parte esencial de la Constitución a la luz de la cual se supone que había que juzgar la legalidad del Estatut. Una Constitución y un precepto de unidad de España como nación y como estado de derecho que –dicho sea de paso– fue respaldado por un número de catalanes muchísimo mayor que el que respaldó ese engendro soberanista que proclama a Cataluña como nación.


Pero lo de las narices de Montilla, aunque no sea perceptible a la vista, es algo descomunal. Si tendrá narices, que dice que se las toca la unidad de España al mismo tiempo que asegura no ser un independentista; si tendrá narices, que respalda que la lengua materna de más de la mitad de los catalanes –incluido él mismo– siga erradicada como "vehicular" de la enseñanza en Cataluña, al tiempo que evita a sus hijos la coactiva inmersión en catalán en un colegio alemán.

Hace falta también muchas narices para hablar de "ofensas gratuitas" por parte de unos magistrados cuando él ha llegado a la extrema falta de respeto de negar al Tribunal Constitucional su legitimidad para juzgar las leyes. Organiza y preside manifestaciones contra nuestro fragmentado estado de derecho, pero el ofendido es él. Ahora, tras la sentencia que también niega al parlamento autonómico la capacidad para crear "vegueries" si se alteran los límites provinciales, advierte que "las leyes deben aprobarse; puede que con algunas observaciones del Consell de Garanties Estatutàries, pero no a la luz de lo que diga la sentencia". Vamos, que Montilla no oculta que está claramente dispuesto a pasarse la sentencia y la Constitución por esa parte del cuerpo donde no resulta muy estimulante acercar las narices. Con todo, el ofendido ha sido, es y será él. ¿Cuestión de narices? Más bien de caradura.


Libertad Digital - Opinión

Nuestros «Jimmy Jumps». Por Hermann Tertsch

Con presidentes como Laporta se intenta convertir a los hinchas del Barcelona en militantes del secesionismo.

COMO sabrán algunos gracias a su reciente hiperactividad, contamos en el monipodio nacional con un imbécil muy especial que se hace llamar Jimmy Jump. Su profesión podría definirse como gracietas varias. O quizá como payasadas. Con el matiz de que no las hace para que se ría el público, sino para ofender a parte del mismo. En Johannesburgo, antes de la final del Mundial entre España y Holanda, nuestro tonto profesional y vocacional intentó ponerle una barretina al trofeo de la Copa del Mundo que se disputaban España y Holanda. Jimmy Jump es muy, pero muy seguidor del Barsa, ya saben, del Club de Fútbol Barcelona, que es mucho más que un club. En su día formó, con el Athletic de Bilbao y el Real Madrid, la aristocracia del fútbol español.

Recordamos el entusiasmo con el que sus capitanes recibían la Copa del Generalísimo de manos de Franco, tan aplaudido por los culés y La Vanguardia Española, al final de la dictadura, como cuando entró en Barcelona después de la guerra. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Confirmada sin género de duda la muerte de Franco, los dirigentes del Barsa se han destapado como algo que jamás imaginamos.


En maquis blaugranas, aguerridos antifranquistas. Si Franco decía que él era España, ellos dicen ahora que España es Franco. Así, la que siempre fue una máquina de buen fútbol ahora funciona además como un inmenso aparato de propaganda antiespañola y anticonstitucional. Con presidentes como Joan Laporta, otro Jimmy Jump de notoriedad, se intenta convertir a los hinchas del FC Barcelona, millones en toda España, en militantes del secesionismo nacionalista y socialista catalán. Transmutarlos de seguidores del club a segadores de cabezas.

Hay que reconocer que los diversos «Jimmy Jumps» han tenido éxito. Quizá no entre los culés de Villafranca de Barros, pero sí entre los de Cornellá del Llobregat. En esta ciudad barcelonesa vivía en los años ochenta un socialista cordobés tan tímido como ambicioso.. Sin otra cualidad que la buena salud, Montilla emprendió en Cataluña un carrerón político. Como alcalde diecinueve años y secretario de organización, aprendió todo lo que un buen «aparatchik» debe saber. Desde la liquidación política del adversario al cambalache con bancos y Cajas, siendo su preferida la Caixa, que le perdonó al PSC unos 6,3 millones de euros, dice que a cambio de nada. Montilla, este perfecto Jimmy Jump, rizó el rizo el sábado pasado cuando tuvo que huir como un conejo de los suyos, a los que movilizó en contra de las instituciones españolas.

Otro Jimmy Jump es nuestro ministro Moratinos, que ayer batió el record de abrazos con líderes de regímenes criminales en una semana. Primero fue el presidente sirio Assad. Después, Raúl Castro. Y ayer cenó con el ministro iraní de Exteriores. Pocos demócratas en su agenda. Como ven, el imbécil en Sudáfrica es nuestro Jimmy Jump más inofensivo.


ABC - Opinión

Españolismo en vena y chute de autoestima a los ojos del mundo. Por Antonio Casado

El triunfo de España en el Mundial se lleva por delante, o al menos los aparca, los problemas reales o artificiales de la agenda nacional. Nos hacía falta un chute de autoestima y en eso estamos desde el domingo por la noche, gracias a Casillas, Iniesta, Del Bosque, Villa, Xavi, etc. En torno a lo que nos une y que llamamos España. El milagro desencadenado por el triunfo de nuestra selección en Sudáfrica nos lleva, por ejemplo, a mirar con otros ojos los tirones segregacionistas. Los gritos de “¡Yo soy español, español, español…!" neutralizan en una buena parte, la más artificial, la más ficticia, ciertos climas de opinión sobre el retroceso de la idea de nación común.

Los Reyes en el Palacio de Oriente, con especial protagonismo de las infantas Leonor y Sofía, y el presidente del Gobierno en Moncloa, con fiesta reservada a los funcionarios y sus familiares, fueron los teloneros del baño de multitudes televisado para España. Y para el resto del mundo, por cierto, porque nunca fue tan verdadero referirse a Madrid como el centro del universo. Y así fue ayer, con las imágenes del homenaje a veintitrés futbolistas y un entrenador repicadas en las principales cadenas mundiales de televisión.

En la aldea global costará más ver a España como un país primo-hermano de Grecia en la lista negra de los malos alumnos del mercado. Si hemos de asumir la importancia de los componentes intangibles de una crisis económica internacional como la que nos devora, la selección nacional de fútbol ha hecho más por la marca España que el reciente ejercicio de presidencia rotatoria de la UE. Pero también hay quien lo lleva a los ámbitos de la contabilidad. Algunos análisis de amplia circulación endosan al triunfo en el Mundial un incremento de entre cinco y siete décimas de aumento en el PIB.

Trabajar unidos

Nada comparable, de todos modos, al maravilloso espectáculo de ayer en las calles de Madrid. Explosión de españolismo en torno a nuestros jugadores después de escuchar al Rey sin quitarse la camiseta roja. No hubo tiempo para rescatar los trajes de la bodega del avión que les había traído desde Johannesburgo. Ni falta que hacían para tomar nota de lo que les dijo don Juan Carlos.

Precisemos. Aunque don Juan Carlos les habló de la importancia que tiene hacer las cosas en equipo, y de que los españoles pueden conseguir lo que se propongan si trabajan unidos, por razones obvias, el recado no iba a dirigido a ellos, que han hecho los deberes. El emplazamiento ya ha cundido entre los jugadores y entre millones de españoles de a pie. Ahora hace falta que cunda entre la clase política, dividida y enfrentada incluso con las cosas de comer: la crisis económica y los desafíos del nacionalismo periférico.

Hace sesenta años la selección española se clasificó en cuarto lugar en un Mundiales (1950, Rio de Janeiro). Desde entonces nunca habíamos subido tan arriba. Ahora estamos entre los únicos ocho países que han ganado el título. Pero, por suerte, no es fútbol todo lo que reluce. Por mejor decir, lo que reluce es bastante más que fútbol. Si alguien no lo sabía, lo sabe desde ayer.


El Confidencial - Opinión

Estatut. Montilla y los cívicos. Por Cristina Losada

Si tanto molesta a los socialistas la unidad de la Nación, lo tienen fácil: presenten una reforma constitucional para eliminarla. A ver si hay narices.

Del gran acto cívico celebrado en Barcelona, lo único que se sabe con claridad meridiana es que Montilla tuvo que salir por piernas. Tras soportar insultos durante horas, el presidente autonómico tomó las de Villadiego, rodeado de un cinturón de escoltas que a duras penas podía protegerle de la marabunta que le acosaba. En el abecé del agit-prop figura que sólo han de convocarse aquellas manifestaciones que se puedan controlar. Y, desde luego, no sumarse nunca a las que, a buen seguro, serán controladas por otros. O el PSC lleva demasiado tiempo en los despachos o prefiere que Montilla sufra las iras de la plebe antes que disolver su alianza con el secesionismo ultramontano. ¿La solución? Borrar la vergonzante escapada con orwelliana tinta de calamar y de prensa. Todos están muy contentos del civismo demostrado por los energúmenos. A fin de cuentas, no llegaron a pegarle.

La costumbre de los últimos años es que sean los del PP los que acaben recibiendo. Hay que decir que los socialistas hicieron cuanto pudieron para que se repitiera esa rutina. Mira que insistieron en quién tiene la culpa de que los catalanes no disfruten de su Estatuto íntegro. El PSOE concede tanta importancia a la constitucionalidad de las leyes y alberga tal respeto por el Tribunal Constitucional, que entiende que aquel texto sería plenamente constitucional si el PP no hubiera presentado el recurso. Pero la maniobra falló. El socialismo señaló al auténtico enemigo y resultó que para los más entusiastas el verdadero enemigo era Montilla. Previsible. Cría fanáticos, dales alas y luego, echa a correr.

Nada de eso, por supuesto, ha sucedido. Y, como no ha sucedido, Montilla sigue montado en el tigre. Lejos de instruir y de instruirse sobre los fundamentos de la democracia, se ha dedicado a excitar a esos cívicos que tanto le quieren. Ya anuncia que la sentencia del TC le traerá sin cuidado a la hora de aprobar leyes. Y ello por la sencilla razón de que la tal sentencia sólo "toca las narices" con sus reiteradas alusiones a la "indisoluble unidad de España". Qué mal gusto el de los magistrados. En lugar de olvidar ese aspecto esencial de la Constitución, van y lo recuerdan. Aunque si tanto molesta a los socialistas la unidad de la Nación, lo tienen fácil: presenten una reforma constitucional para eliminarla. A ver si hay narices.


Libertad Digital - Opinión

El líder sensato. Por Ignacio Camacho

Del Bosque encarna unos valores arrinconados en la vida española, llena de personajes engreídos.

SENSATEZ es la palabra. La que define el liderazgo prudente, juicioso, discreto y fiable del hombre que ha dirigido la conquista de esa Copa del Mundo capaz de sacudir la médula emotiva de este país atribulado. En un tiempo de entrenadores estridentes, envanecidos por la arrogancia o poseídos por un autocomplaciente narcisismo, Vicente del Bosque se ha convertido en un ejemplo de mesura, delicadeza, sosiego y madurez. Un paradigma de moderación que no sólo representa un modelo distinto en ese fútbol agrandado por su propio poder hipnótico de catalizador de emociones, sino que envía un mensaje de utilidad general a toda nuestra dirigencia pública, caracterizada por su tendencia a crear problemas artificiales, generar discordias y provocar tensiones.

Con ese rostro ceñudo e inmutable que recuerda los de ciertos retratos velazqueños del Prado, Del Bosque encarna hoy la vigencia de unos valores arrinconados en la vida española, cuyo primer plano aparece ocupado por personajes engreídos de una fatuidad altisonante. El valor de las cosas bien hechas, del trabajo escrupuloso, de la modestia silenciosa y fiable del esfuerzo. El valor de la moderación, del respeto, del recato, del comedimiento. Frente a la volubilidad aparatosa y la ligereza campanuda de ciertos liderazgos dentro y fuera del fútbol, obsesionados por la supremacía de la imagen y de las apariencias, el seleccionador ha mostrado el camino recto del verdadero éxito: un objetivo, un plan, una estrategia y un estilo. La cohesión interna y la unión en un mismo empeño. Formas correctas, trato suave, atención a los detalles y una autoridad moral sin alharacas ni estrépitos, la que emana del profesional competente que conoce su oficio y administra el poder con imparcialidad y tacto. Un liderazgo serio, íntegro, ajeno a prioridades superficiales, refractario a la coba, la demagogia y la impostura. Un valor seguro.

Desde un puesto sugestivo para la tentación del ruido y la retórica, Del Bosque ha serenado debates, ha rehuido controversias y se ha aplicado a su misión con determinación, profesionalidad, confianza y tiento. Ha protegido al grupo de interferencias, lo ha aislado del jaleo externo y lo ha dirigido hacia el objetivo final sin apartarse de sus convicciones esenciales. Con coherencia, decisión y aguante. Si hubiese perdido lo habrían hecho trizas en la máquina de picar carne de la opinión pública, pero en la victoria no ha pasado una sola factura y ha entregado el protagonismo a su equipo, a los héroes que la gente aclama en las calles como elegidos para la gloria. En todo el épico alboroto del éxito no se le ha escapado un gesto que altere una elegancia moral mucho más importante que la apostura física.

La suya es una lección para la política, pero este hombre no podría ser político: es demasiado buena persona.


ABC - Opinión

Evasión y Victoria. Por Jesús Cacho

Difícil describir la explosión de libertad que España entera vivió el domingo por la noche. Dentro de algunos años, millones de hoy jóvenes españoles podrán decir “yo estuve allí y viví aquella noche memorable; yo vibré en torno a una ilusión compartida y una bandera de la que me sentí orgulloso”. Por todas partes la alegría y el grito, el sonido de los cláxones, el abrazo a pie de calle, el tremolar de banderas, el ruido, el inmenso ruido, la suprema algarabía surgida de la nada, sin orden ni concierto, elogio a lo instintivo, lo genuinamente auténtico, lo no planificado. La belleza de lo espontáneo.

Por las cuatro esquinas de una España abrasada por el sol de julio surgió como un torrente en la noche del domingo la necesidad de festejar algo, de celebrar este gran éxito deportivo tras casi tres años de crisis terrorífica, de noticias negativas, de sufrimiento y paro, de bienestar perdido tras la calima de un futuro incierto. El jolgorio de las calles sublimaba el deseo de olvidar, de escapar de la agobiante realidad, de soñar despierto.


Tal que casi todos los grandes acontecimientos capaces de conmocionar a una sociedad, este no ha sido un hecho aislado. Como las desgracias, las alegrías nunca vienen solas. España ha vivido tres días de infarto llamados a tener una innegable influencia en el futuro colectivo. El tiempo dirá si esa influencia es buena o mala y si contribuirá o no a marcar un punto de inflexión en el rumbo hacia la nada en que llevamos instalados desde que Rodríguez Zapatero -quien, por cierto, se aferraba ayer a la copa como si la hubiera ganado él- es presidente del Gobierno. En estos tres días de vértigo, el país ha asistido a la publicación de la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña, el viernes; a la gran manifestación que en las calles de Barcelona protestó contra esa sentencia, el sábado, y a la victoria futbolística del domingo.

Tres acontecimientos que, en mayor o menor medida, apelan al sentimiento, apuntan directamente a las emociones -a veces las más primarias, las que están más a flor de piel- de las masas. Tres hitos unidos por el hilo invisible de lo emocional, que están llamados, repito, a dejar huella en el futuro común. Para que eso ocurra, para que podamos calibrar la fuerza de ese impacto y su dirección, tendrá que pasar tiempo, tendrá lo ocurrido que reposar en las bodegas del inconsciente colectivo, tendrá que digerirse y destilarse en alguna de esas lecciones capaces de alumbrar caminos de convivencia, de arrojar luz sobre el futuro en común.

Al margen de lo estrictamente deportivo, que no es poco, el triunfo sobre Holanda del domingo se presta a lecturas varias en el terreno de esos valores colectivos que en los últimos tiempos están en el epicentro de la pérdida de protagonismo de España y de lo español en el mundo. Me refiero al valor del esfuerzo continuado, del trabajo duro, de la capacidad de sacrificio, de la voluntad de vencer por encima de las dificultades. Ninguno de los equipos a los que se ha enfrentado nuestra selección en su camino hacia el título se lo ha puesto fácil. Todos han sido, por el contrario, conjuntos aguerridos, duros, bien plantados sobre el campo, que se sabían de carrerilla la medicina -a veces violenta, como demostró el combinado holandés-, a aplicar sobre el césped para contrarrestar la superioridad técnica del once español.

Un mensaje para la clase política

Todos ellos pusieron un alto precio a su derrota, demostrando así que nada se puede conseguir sin ese catálogo de virtudes que resumen el trabajo colectivo bien hecho. El éxito sudafricano es paradigma de esa antigua verdad que sostiene que juntos los españoles somos más y mejores que separados. La selección como ejemplo de la capacidad colectiva de conseguir altas metas desde la diversidad o la pluralidad, como ustedes quieran; un manchego de Fuentealbilla (Iniesta); un vasco de Tolosa (Alonso); un asturiano de Langreo (Villa); un canario de Santa Cruz de Tenerife (Pedro); un catalán de Viella (Pujol); un andaluz de Sevilla (Ramos); un madrileño de Móstoles (Casillas), un navarro de Pamplona (Llorente)… y así sucesivamente.

Viene aquí a cuento un párrafo del discurso pronunciado por Nicolás Sarkozy el 29 de abril de 2007 en Bercy (París): “Pero la nación no es sólo la identidad. Es también la capacidad de estar juntos para protegerse y para actuar. Es el sentimiento de que no estamos solos para afrontar un futuro angustioso, en un mundo amenazante. Es el sentimiento de que, juntos, somos más fuertes y podremos hacer frente a lo que, solos, no podríamos superar…” Juntos salieron anoche a la calle millones de españoles; muchos más de los que asistieron a la manifestación del sábado lo celebraron en las calles de Barcelona. Por una vez, la buena gente de España decidió festejar algo sin necesidad de recibir consigna alguna de su clase política.

Porque esta es otra de las enseñanzas de lo ocurrido estas últimas semanas en Sudáfrica. Esa lección de unidad en lo fundamental, ese ejercicio de trabajo colectivo, esa demostración de sentido común es lo que hoy cabe pedir a una clase política que a menudo demuestra estar muy por debajo del ciudadano al que dice representar, ocupada la mayor parte de las veces en aventar elementos de fricción en lugar de en resolver problemas, empeñada en generar conflictos en vez de aportar soluciones. Una vez más, la selección y el pueblo español en su conjunto han demostrado estar por encima de su clase política. ¡Dios, qué buen vasallo si hubiera buen señor!

Volvamos al discurso de Sarkozy en Bercy: “La voluntad política y la nación están siempre para lo mejor y para lo peor. El pueblo que se moviliza, que se convierte en una fuerza colectiva, es una potencia temible que puede actuar tanto para lo mejor como para lo peor. Hagamos las cosas de manera que sea para lo mejor”. Esperemos que lo ocurrido contribuya a mover a la reflexión a esa clase que, ayuna de liderazgos, parece empeñada en vivir al margen de los deseos de paz y prosperidad de la inmensa mayoría de los ciudadanos, ocupada en aquello que Hobbes denominó “un perpetuo e insaciable deseo de poder y más poder, que cesa solo con la muerte”.


El Confidencial - Opinión

Four cats. Por Alfonso Ussía

Mi profesor de inglés me asegura que «four cats» se puede traducir sin margen de error al español como «cuatro gatos». El de catalán, que es charnego como Montilla, concretamente de Almuradiel, me apunta que «quatre gats» es lo correcto, pero no termino de fiarme. Mi profesor de catalán sólo estuvo en Cataluña seis años, en tanto que Montilla lleva toda la vida por ahí. Y si Montilla habla un catalán tan pobre, ya me dirán lo que se puede esperar de una inmersión lingüística tan breve como la de mi maestro, que justo es reconocerlo, es mirado y medido en la exigencia de sus honorarios.

Todo esto lleva a la grandiosa y multitudinaria manifestación celebrada en Barcelona el pasado sábado, convocada por el charnego, los nacionalistas, los independentistas y Heribert Barrera, que según Tarradellas, es bastante tonto, aunque no tanto como Prat de la Riva, al que Julio Caro Baroja concedió el título del más tonto de España seguido a muy pocos centímetros por Sabino Arana. Decir que la asistencia superó el millón y medio de catalanes enfadados cuando se ha demostrado técnicamente que sólo asistieron sesenta y cinco mil, es un ejercicio de patriótica necedad. Sesenta y cinco mil personas se reúnen en Madrid, que es ciudad manifestante y manifestada, por cualquier tontería. El Día de la Bicicleta, por poner un ejemplo. Hace años, se convocó en el Parque del Retiro a los madrileños de buena voluntad que aceptaran colaborar en el «Día del Huevo Huérfano». Se trataba de empollar en unas cestitas los huevos hallados en nidos abandonados por aves de escasa tradición familiar. Se presentaron más de cincuenta mil, y ahí no había trasfondos de Estatutos ni melancolías aldeanas. Consistía en ayudar a gorriones y petirrojos. En una gran ciudad, como es Barcelona, sesenta y cinco mil personas se reúnen sin dificultad alguna. El resumen es que la indignación catalana por la sentencia del Tribunal Constitucional no la ha sentido ni el uno por ciento de los catalanes, lo que da a entender el ridículo que han hecho estos señores convocantes tan simpáticos.

Y además, para mayor batacazo, contando con el apoyo incondicional de todos los medios periodísticos, radiofónicos y audiovisuales establecidos en Cataluña, que allí son muy obedientes con el poder político, como bien sabe el excelentísimo señor don Javier de Godó, conde de Godó, Grande de España y colaborador en manifestaciones de Señeras esteladas y consignas separatistas. Todo monísimo y ejemplar.

En estas circunstancias, y ante el pavoroso fracaso de la clase política catalana, resulta evidente que más de uno habría de optar por la digna retirada. No se conoce distancia anímica tan espaciosa entre la ciudadanía y la clase política como la establecida en Cataluña. El «Día del Orgullo Gay», recientemente celebrado en Madrid reunió a más de sesenta y cinco mil homosexuales, y eso que Zerolo está de capa caída. Un chasco de convocatoria. «Creo que hay que tener en cuenta la manifestación», ha dicho Duran Lleida. Le sobra razón al inteligente y moderado dirigente de Unión Democrática de Cataluña. Hay que tener en cuenta la manifestación para que los políticos de aquella autonomía dejen de organizar chorradas y santificar lo accesorio y se dediquen, al fin, a gobernar a su cultu y callada sociedad. Porque sesenta y cinco mil personas en Cataluña son cuatro gatos.


La Razón - Opinión

Joan Rosell. Un señorito antisistema. Por José García Domínguez

Aquí y ahora, si un empresario es importante, seguro que no es catalán; y si es catalán, seguro que no es importante. Al cabo, lo único que queda por estos lares son algunos medianos fabricantes sin importancia alguna.

Por lo amplio de su muy hidratado perímetro, un rostro destacó el sábado pasado en medio de aquella turba iconoclasta que berreaba improperios contra España y su Constitución. Arremolinada en feliz promiscuidad con quienes prenderían fuego a la bandera nacional para porcino jolgorio de la concurrencia, inconfundible, aquella enorme, inmensa, descomunal cara, tan radiante que brillaba más que el sol, no era otra que la de Joan Rosell, el señorito de Fomento del Trabajo, la patronal catalana.

Y es que al ínclito Rosell, como a sus pares Carod y Montilla, el principio de legalidad le trae sin cuidado. Fiel a la más genuina tradición de la burguesía doméstica, don Joan se conduce por la vida sólo obedeciendo al célebre aforismo del gran Xavier Cugat: "Soy catalán, siempre estoy con los que mandan". A imagen y semejanza, por cierto, de sus venerables ancestros, los patricios que le pagaron la guerra a Franco antes de quedar todos medio tullidos por el insano exceso de genuflexiones durante las audiencias del dictador. Así, Rosell, como ellos, servil hasta la náusea con el poder. Había que ver a tan ilustre socio del Círculo Ecuestre en medio del aquelarre independentista: apenas le faltaba una chupa de cuero repleta de tachuelas, un par de botas paramilitares y unas mallas con tal de pasar por un temible agitador antisistema.

Patéticos, he ahí los últimos restos de una clase que alguna vez se quiso dirigente. Por algo, ese lugar común periodístico, el que apela con reverencial respeto a la figura de "un importante empresario catalán", hace años que dejó de compadecerse con la realidad. Porque ya no existe absolutamente nadie capaz de aunar las tres cualidades en su persona. Aquí y ahora, si un empresario es importante, seguro que no es catalán; y si es catalán, seguro que no es importante. Al cabo, lo único que queda por estos lares son algunos medianos fabricantes sin importancia alguna, amén de unas docenas de altos ejecutivos ajenos a la propiedad y, por tanto, carentes de todo poder de decisión en las corporaciones que les pagan su soldada. A tan gloriosas cumbres de la nada nos ha llevado un cuarto de siglo de caciquismo intervencionista disfrazado de nacionalismo de pandereta. Pobre Rosell, acabará fatal de la espalda.


Libertad Digital - Opinión

Resaca feliz

Toda España fue una fiesta, con epicentro en la capital, pero con una expresión muy significativa en todas las regiones

LOS campeones del mundo recibieron ayer en Madrid el merecido homenaje de una multitud de personas procedentes de todos los lugares de España. Es un éxito colectivo, producto de la calidad técnica de nuestros jugadores, pero también —muy especialmente— del espíritu solidario y el trabajo en equipo. Ese mismo espíritu se ha transmitido a todos los ciudadanos, dispuestos a disfrutar juntos en un ejercicio de civismo que merece ser destacado. El orgullo legítimo de ser españoles se ha traducido en una explosión de banderas, cánticos y gritos de júbilo, siempre con respeto y sin exclusiones. De hecho, los pocos que han desentonado con declaraciones ridículas no alcanzan ni siquiera la categoría de anécdota.

La hazaña deportiva culminó ayer con una fiesta espectacular a partir de la llegada de los jugadores al aeropuerto de Barajas. Especialmente emotiva fue la recepción en el Palacio de la Zarzuela, puesto que, si bien Su Majestad el Rey no pudo acudir a Sudáfrica, las imágenes de Doña Sofía y los Príncipes junto a la selección forman parte ya del imaginario colectivo. Toda España fue una fiesta, con epicentro en la capital, pero con una expresión muy significativa en todas las regiones, rompiendo en algunos casos falsos tópicos identitarios. España es una gran nación histórica que ha encontrado en el equipo dirigido por Vicente del Bosque el símbolo de los valores compartidos y de las emociones que vertebran una conciencia común. El 11-J forma parte ya de lo mejor de nuestra historia deportiva y es fiel reflejo también de un fenómeno sociocultural que deberá ser analizado en sus múltiples variantes. De momento, vivimos en la feliz resaca de un estado de felicidad colectiva que tanto agradece una sociedad dañada por la crisis económica y el desbarajuste político, que necesita disfrutar con las buenas noticias.


ABC - Editorial

La Roja consigue irritar al nacionalismo radical. Por Federico Quevedo

Hay dos reflexiones que me gustaría hacer después de ver el partido del pasado miércoles contra Alemania. La primera es futbolística, a pesar de que en absoluto soy un entendido en la materia, si alguna vez alguien me preguntara qué es el fútbol, le diría que viera el video de ese partido. Eso es fútbol. Esfuerzo. Precisión. Ambición. Compañerismo. Prudencia. Podríamos seguir y todas esas virtudes las encontramos el otro día en el juego de España bajo la batuta de un seleccionador que se ha consagrado como uno de los mejores del mundo. Es cierto que Aragonés llevó a España a su segunda gran final y la ganó y hoy la selección es campeona de Europa, pero el fútbol tenía una deuda pendiente con España en un Mundial, y esa deuda por fin se ha saldado, independientemente de lo que ocurra el domingo en la final, aunque si España gana entonces ya se habrá logrado la gloria. Pero esa deuda lo es con jugadores como Di Stefano, Butragueño, Parra, Míchel, Guardiola y tantos otros excelentes jugadores que, por mala suerte la mayoría de las veces, se quedaron siempre a las puertas de un Mundial pese a ser jugadores de primer nivel y, muchos de ellos, a la altura de los mejores del mundo. El domingo estaremos todos, pero todos, apoyando a Puyol, Casillas, Villa, Pedro, Iniesta, Ramos –ya nos sabemos la alineación al completo-… y los haremos orgullosos de ser españoles y de que ese variopinto grupo de jugadores nos represente.

¿He dicho todos? Pues no, es verdad. Y esta es la segunda reflexión que quería hacer, de contenido más político si me lo permiten. Estos días, como he dicho antes, la inmensa mayoría de los españoles nos sentimos orgullosos de serlo, y esta es una de esas pocas veces en las que hemos conseguido deshacernos de nuestros complejos y portar con orgullo los emblemas nacionales, sobre todo la bandera. Vayamos por donde vayamos vemos balcones engalanados con la enseña patria, coches cuyas antenas llevan la bandera ondeando al viento, y a todo el mundo le parece bien, nadie señala al que lo hace con el apelativo de facha en la punta de la lengua. Por fin nos hemos dado cuenta de que el himno, el escudo y la bandera nos pertenecen a todos, seamos de izquierdas o de derechas, y eso es un gran paso adelante en la tarea de construcción de un país moderno y democrático. Es más, aunque parezca que no tiene nada que ver, el hecho de que todos juntos sintamos ese orgullo seguro que ha servido para volver a cicatrizar las heridas que estúpidas políticas de recuperación de la Memoria Histórica habían reabierto. Sin embargo, ha quienes ni por esas se dan cuenta de que su cerrilismo, su aldeanismo, tiene más de tiempos en los que hombre vivía en las cavernas y se sienten agredidos por estas muestras de orgullo patrio.
«A los nacionalistas les irrita que los integrantes de su tribu se olviden de que sus señas de identidad son las más importantes del mundo.»
Son los nacionalistas, esos pequeños neandertales con boina anclados en la sociedad tribal. A los nacionalistas les irrita que los integrantes de su tribu, que los miembros de su aldea, arrastrados por el entusiasmo general, se olviden de que sus señas de identidad son las más importantes del mundo y dejen fluir el verdadero sentido patriótico que nace de las emociones que producen las victorias de nuestra selección, y entonces manden a la mierda, con perdón, los símbolos tribales y cuelguen de los balcones banderas de España para que ondeen al viento en todo su esplendor. O sea, que se sientan españoles y no se avergüencen de serlo. Y justo ahora, cuando además el nacionalismo está más exacerbado por culpa de la sentencia del Estatut que al final ha dejado el soberanismo en bragas. No pueden soportar, por ejemplo, que un partido de La Roja triplique, cuadruplique en incluso quintuplique la audiencia de un debate apasionante en la TV3 sobre la sentencia del TC, cuando realmente es eso lo que debería importar a todos los catalanes. Entonces, los nacionalistas más radicales se ponen como locos y animan a Alemania –y el domingo a Holanda-, y aseguran que quieren ver perder a la selección española, y envían sms del tipo de: “España y Alemania van a empatar en la prórroga y en la tanda de penaltis será un jugador catalán el que falle para que pierda España”. Pues os jodéis, fue un jugador catalán el que le dio la victoria a España, y de eso es de lo que más nos alegramos.

Luego están los nacionalistas moderados, que son los que dicen que ellos van con el mejor y que ese es el que debe ganar… ¡Pero no me seas gili, Urkullu! Si en el fondo, aunque no lo dices, estás deseando que gane España y serás el primero que se siente el domingo a ver el partido y gritar cada vez que un jugador español encañone la portería de Holanda… Como si no lo supiéramos. Todo esto es una pose, en parte, porque el problema es que se la acaban creyendo y nos montan líos como el del Estatut, aunque ellos mismos son conscientes de que fuera del regazo de la madre patria no van a ningún lado y estarían más perdidos que el pulpo Paul en un garaje. Lo cierto es que la gran actuación de La Roja está poniendo en evidencia las miserias de estos pobres aldeanos con una visión más corta que la boquilla de un Celtas, y destapa hasta que punto de cretinismo pueden llegar nuestros nacionalistas patrios, a los que no les importa nada cobrar su sueldo de nuestros impuestos y eso no lo consideran mancharse las manos de nacionalismo español, pero sin embargo si se dedican a provocar a sus compatriotas con el desprecio hacia algo de lo que, como digo, hoy nos sentimos orgullosos todos los españoles: nuestra selección. Pues allá ellos, que se muerdan la lengua y se envenenen.


El Confidencial

El fútbol no es política

Prestigio sí, rentabilidad económica y rédito político para Zapatero no. A pesar de la euforia desatada por el triunfo en el Mundial, los españoles son realistas. Eso indica la encuesta que ha realizado NC Report para LA RAZÓN sobre las consecuencias que tendrá la victoria de la selección española en el Mundial. Según un 75,6 por ciento de los encuestados no creen que nuestra condición de Campeón del Mundo de fútbol tenga efectos en la recuperación económica de España. Una abrumadora mayoría, un 90,1 por ciento de los encuestados, sí que está convencida que nuestro prestigio va a aumentar en el extranjero. Sin duda la imagen de esfuerzo, talento y nobleza que han mostrado nuestros jugadores les convierten en nuestros mejores embajadores en el mundo. Sobre la posibilidad de que esta victoria sea un balón de oxígeno para el presidente del Gobierno son más que escépticos. Un 59,7 por ciento desdeña esa posibilidad. El triunfo de la selección no revertirá en la percepción que se tiene de este Ejecutivo.

Es evidente que, aunque la victoria en el Mundial será un recuerdo imperecedero, en los próximos días –coincidiendo con el Debate sobre el Estado de la Nación–la situación política y económica que atraviesa España irá recuperando protagonismo. Así las cosas, este éxito deportivo no se va a convertir en un aliado de Zapatero hasta el punto de reforzar su imagen ante el electorado.

Según la encuesta de NC Report, si se celebraran elecciones generales en estos momentos, el PP lograría el 45,22 por ciento de los votos, 4,84 puntos más que en 2008, y rozaría la mayoría absoluta, al lograr entre 173 y 175 diputados. Por contra, el PSOE retrocedería 8,57 puntos y bajaría al 35,79 por ciento de los votos validos, que se traducirían en entre 137 y 139 diputados.

Es evidente que el electorado castigaría a Zapatero por su gestión de la crisis económica. A pesar de todas las medidas que está tomando, éstas no terminan de convencer a los electores, bien porque consideran que han sido tomadas demasiado tarde, bien porque consideran que están siendo insuficientes. Lo cierto es que el presidente del Gobierno ha perdido numerosas oportunidades para insuflar confianza tanto a los mercados financieros como a los ciudadanos. Las cifras del paro pesan como una losa en el debe de Rodríguez Zapatero. También le ha pasado factura la sensación de que el Gobierno se ha movido a golpes de improvisación sin que tuviese un proyecto sólido y estructurado.

Así, va cobrando fuerza la convicción de que Mariano Rajoy y el Partido Popular son la gran alternativa que este país necesita. Durante estos meses el líder del PP se ha mostrado mucho más convincente que Rodríguez Zapatero. Y hay hechos para constatarlo. En numerosas ocasiones Rajoy le ha recordado al jefe del Ejecutivo que las medidas que ha asumido por recomendación de la Unión Europea y otros organismos internacionales eran las mismas que él le iba proponiendo en los sucesivos debates parlamentarios. Indirectamente, la UE ha avalado las fórmulas para salir de la crisis que Rajoy ha expuesto en la Cámara Baja. Es evidente que los ciudadanos piden otro escenario político y que, hoy por hoy, el PP es el único partido capaz de ofrecérselo.


La Razón - Editorial

Esto sí es una nación

La explosión de alegría que vivió ayer la Ciudad Condal contrasta con el fiasco que supuso el pasado sábado la marcha contra el Tribunal Constitucional.

El recibimiento que Madrid ha dispensado a los jugadores y al equipo técnico de la selección española ha estado a la altura de su gesta deportiva. Durante una jornada de fiesta, la capital se ha echado literalmente a la calle para aclamar al combinado nacional. La celebración de este lunes a orillas del río Manzanares y por varias zonas de Madrid, que el equipo ha recorrido en autobús descubierto, ha sido la continuación de la que empezó minutos después de la victoria española sobre Holanda y que se extendió durante buena parte de la madrugada en multitud de ciudades, incluidas algunas donde no suelen prodigarse banderas de España, como en el País Vasco y Cataluña.

La noche mágica del fútbol español apenas ha dejado incidentes teniendo en cuenta la masiva afluencia de público que registraron las concentraciones de aficionados en la calle. Tan sólo hay que lamentar algunas agresiones de tipo político que se han producido en localidades del País Vasco como Bilbao o Zarauz, pero, con todo, minoritarias y aisladas, lo que da fe del hecho, ya innegable, de que cuando el poder político levanta el pie, se puede pasear con una bandera de España por cualquier parte del país con absoluta tranquilidad. Esta normalización en el uso de símbolos que nos son propios como la bandera rojigualda o el escudo nacional era necesaria y nos demuestra que España sigue ahí, a pesar de los denodados esfuerzos de la izquierda y del nacionalismo por eliminarla del discurso y hasta del diccionario.


En Barcelona, segunda ciudad de España, la celebración fue acorde a su tamaño. Cientos de miles de aficionados con sus banderas, sus bufandas y sus camisetas de la selección nacional salieron a la calle a festejar la victoria mundialista. El júbilo se extendió por toda la ciudad, especialmente por la Plaza de España y por la fuente de Canaletas, que es el escenario habitual donde la hinchada azulgrana celebra sus éxitos futbolísticos. La participación fue, en suma, multitudinaria, mucho mayor de lo que el nacionalismo gobernante hubiese deseado.

La explosión de alegría que vivió ayer la Ciudad Condal contrasta con el fiasco que supuso el pasado sábado la marcha contra el Tribunal Constitucional. La Generalidad y todos los partidos de Cataluña –con la honrosa excepción del PP y Ciudadanos– se volcaron en convocar, organizar y promover una manifestación que no llegó a congregar ni a 60.000 asistentes, convertidos después por arte de birlibirloque en un millón y medio. Un fiasco que terminó como el rosario de la aurora con Montilla saliendo despavorido a mitad de la marcha en un coche oficial que no era el suyo, por culpa de las continuas imprecaciones que recibía del ala más radical de la manifestación.

Nada que ver con la espontaneidad de la celebración por el título mundial. Nadie convocó, ni en Barcelona ni en ningún otro sitio, a los millones de personas que salieron ayer a la calle. Nadie les impuso un lema. Nadie ha teledirigido la expresión de alegría genuinamente popular que ha recorrido todos los rincones de la geografía nacional durante estos dos últimos días. Esta es la principal diferencia que hoy, agazapada, ha tratado de escamotear la clase política catalana, engolfada en un nacionalismo excluyente y cainita que sólo busca satisfacer la demanda delirante de unos pocos. Esta es la principal diferencia entre una nación de verdad, la nuestra, la de todos, y otra de opereta levantada sobre prejuicios, diferencias inventadas y dinero público.


Libertad Digital - Editorial

Debate incómodo para Zapatero

La crisis económica centrará, como es lógico, el Debate sobre el estado de la Nación, pero desde luego no agota el cupo de debilidades que presenta el Gobierno.

MAÑANA comienza en el Congreso de los Diputados el Debate sobre el estado de la Nación y esta vez será muy distinto para Rodríguez Zapatero. La contienda parlamentaria con Mariano Rajoy se va a producir con una opinión pública claramente orientada en las encuestas hacia un cambio de gobierno, con diferencias que oscilan entre los 8 y los 11 puntos porcentuales a favor del Partido Popular. Tampoco hay margen, como ocurrió en anteriores debates, para sorprender a la oposición y a los ciudadanos con subidas de pensiones, ayudas públicas indiscriminadas, como la deducción de 400 euros, o medidas de corte populista. El grifo de las cuentas públicas está cerrado, lo que obliga a Rodríguez Zapatero a administrar una situación de penuria que nunca creyó que le tocaría vivir, acostumbrado como estaba a tirar de las saneadas cifras que se encontró en 2004. Este Gobierno ha demostrado que no estaba preparado para gestionar una crisis. Además, el Ejecutivo socialista y su presidente tienen el estigma indeleble de la desconfianza ciudadana, que es una forma de inhabilitación política que resulta muy complicado revertir. Con vistas a una rendición de cuentas, como la que tendrá que hacer mañana, este es el peor escenario para un presidente de Gobierno.

Además, la reacción de sus colegas socialistas de Cataluña a la sentencia del Tribunal Constitucional reabre ante Zapatero el debate territorial, nunca cerrado del todo, con una virulencia desconocida, forzándolo a una contradicción inocultable con José Montilla, socialista que encabezó el pasado sábado una manifestación totalmente independentista. Esta fractura interna del socialismo español revela la fragilidad de las bases sobre las que se apoyó Zapatero para acceder al poder, con una red de compromisos con los nacionalistas que, además de ser una apuesta temeraria y fallida, lo ha debilitado. De hecho, en este momento, la tensión territorial con Cataluña —aquella de la que Zapatero culpaba a Aznar— es la más grave desde 1978. En cambio, donde ha conseguido mitigarla, como en el País Vasco, es por un pacto con el Partido Popular.

La crisis económica centrará, como es lógico, el debate de mañana, pero no agota el cupo de debilidades que presenta el Gobierno. La imagen de agotamiento político que transmite el Ejecutivo es cada día más nítida, agravándose sus perfiles por las incógnitas sobre el futuro inmediato que les esperan a los dos frentes de su gestión en situación crítica: la economía y el sistema autonómico.


ABC - Editorial