viernes, 25 de junio de 2010

Vaya salida más social. Por Fernando Fernández

Hay simple resignación, incluso resentimiento sordo, por las cosas que han tenido que hacer.

ESPAÑA ha cumplido una presidencia europea de trámite. El asunto no hubiera tenido especial repercusión política si no fuera por las demenciales expectativas autogeneradas respecto al acontecimiento planetario que significaba ver a Obama y Zapatero juntos, cambiando el mundo y diseñando una salida social a la crisis internacional provocada por los especuladores. La salida social ha acabado como el rosario de la aurora. El infantil keynesianismo de cavar zanjas y luego taparlas con aceras remozadas para la ocasión ha producido ciertamente varios hitos históricos. Nunca antes en la historia de la democracia española se había bajado el sueldo a los funcionarios, ni se habían congelado las pensiones. Claro que nunca tampoco habíamos tenido más de cuatro millones y medio de parados. Pero lo verdaderamente sorprendente es que el Ejecutivo intente, como los malos alumnos, justificar su clamoroso suspenso con que el profesor le tiene manía. No son ellos los culpables de haber provocado una emergencia nacional, sino los banqueros alemanes, en la última versión de enemigo exterior salida de la factoría de ficción la Moncloa. La vicepresidenta Salgado afirma en una entrevista no arrepentirse de nada y el presidente Zapatero se muestra en el Parlamento orgulloso de haber llevado el déficit público por encima del 11 por ciento del PIB. Todo por una buena causa, por ampliar los derechos sociales. Lástima que los egoísmos de siempre no hayan accedido a financiarnos tan loable propósito.

El asunto es preocupante no por una simple cuestión de memoria histórica, sino por lo que revela de la actitud gubernamental. No hay un convencimiento de las reformas necesarias para hacer que este país pueda volver a generar empleo, pagar sus deudas, reconstruir su prosperidad perdida y edificar un Estado de Bienestar sostenible. Hay simple resignación, incluso resentimiento sordo, por las cosas que han tenido que hacer, por la miopía y crueldad de los mercados. No creen en la responsabilidad fiscal, en el esfuerzo individual, en la frugalidad como norma de conducta. Han reventado la caja, han dilapidado el crédito y no les queda más remedio que ajustarse el cinturón. Pera andan a la búsqueda permanente de un pagano infeliz a quien pegarle el sablazo. Se ha abierto la búsqueda del rico, de la base imponible. Lo ha dicho Gaspar Zarrias con toda claridad: es una cuestión de Estado. Con esta perspectiva va nuestro presidente a la reunión del G-20. Allí le espera su colega planetario en sus horas más bajas, por la pésima gestión del asunto BP en el golfo de México y los conflictos internos en la guerra en Afganistán. Pueden parir un monstruo. Aunque también pueden seguir los pasos de Cameron y Merkel y reconocer que el mundo desarrollado no puede seguir viviendo del ahorro externo si no quiere acelerar su propia decadencia. Si la memoria de nuestro presidente no se detuviese selectivamente en el tiempo franquista, quizá podría recordar la decadencia del Imperio español de la mano de sus banqueros genoveses, que no fueron el virus, sino el alivio que permitió prolongar la agonía. O si ese momento histórico le produce urticaria, que lea al otro Cameron, Averil, y su libro sobre la decadencia del Imperio Romano.

ABC - Opinión

Del éxito de Camacho y el cinismo ‘progre’ con el burka. Por Antonio Casado

Tantos meses, por no decir años, dándonos la matraca con eso de que son los campeones en la defensa de la igualdad y la dignidad de la mujer, y ahora ha tenido que venir el Partido Popular a poner en evidencia la demagogia y el cinismo del Gobierno con una moción en el Senado, aprobada ayer con los votos de este partido, CiU y UPN, que insta al Gobierno a prohibir el burka y el niqab en todos los espacios públicos en nuestro país.

La iniciativa partió de la senadora del PP y líder y candidata de este partido en Cataluña, Alicia Sánchez Camacho, que ayer en la Cámara Alta ofreció toda una lección de feminismo bien entendido frente a la hipocresía socialista. Un éxito notable, entre otras cosas porque ha puesto en evidencia, no solo ese cinismo en el que ahora profundizaremos, sino también la debilidad extrema de este Gobierno que debería estar haciendo las maletas a la vista de lo solo que se está quedando en el Parlamento y, sobre todo, en la calle.


Verán, tan cerca como el día anterior a esta votación, el PSOE llegaba a un acuerdo con CiU y con ERC para que votaran en contra de la moción del PP y ésta no saliera adelante. Aún así, me consta que la presidenta del PP catalán era consciente de la importancia del debate y de que, pasara lo que pasara en la votación, su obligación era defender esa moción con la firmeza de quien se sabe con la razón de su parte. No sé si fue la contundencia del discurso de Sánchez Camacho, o que el portavoz de CiU en el Congreso, Josep Antoni Duran i Lleida, está realmente dispuesto a hacérselas pasar mal al Gobierno, o que los catalanes querían hacer un gesto hacia el PP de cara a las elecciones autonómicas -no es baladí que la moción la protagonizara Sánchez Camacho-, pero el caso es que CiU cambió a última hora de opinión y votó a favor de la moción del PP, que obliga ahora al Gobierno a legislar en esa dirección, es decir, en la de la prohibición del burka y el niqab en todos los espacios públicos.

Libertad Religiosa vs Igualdad

Pero es más, una vez puestos de acuerdo ambos partidos en prohibir el uso de estas prendas, ahora también quieren decidir en qué ley debe incluirse esta prohibición, y no será en la mal llamada Ley de Libertad Religiosa como en su momento propuso Caamaño, sino en la Ley de Igualdad que es, en efecto, la que debe englobar esta prohibición por una razón muy simple: la prohibición del uso del burka y el niqab no se sustenta en razones religiosas, ni mucho menos, sino en razones estrechamente ligadas a la dignidad de la mujer o, en este caso, a la indignidad y humillación extrema que supone llevar dos prendas destinadas a taparlas a los ojos de los demás, hasta el punto de poder provocarles daños físicos importantes. Y es aquí donde sorprende que los campeones de la igualdad, estos que han ido presumiendo -Rodríguez el primero- de feminismo combativo y de defensa de los derechos civiles, a la hora de la verdad den muestras de una debilidad repugnante cuando de verdad se trata de poner sobre la mesa la dignidad de la mujer frente a un fanatismo que la humilla y la discrimina.

¡Ah! Que de lo que se trata, realmente, no es de ir contra el burka, sino de ir contra la Iglesia Católica…. Acabáramos. Lo que realmente le molesta a este Gobierno de progres de pacotilla y falsos feministas -todavía tiene que explicarnos la ministra Aído por qué bajo su mandato se han multiplicado los casos de violencia de género, y qué ha hecho para evitarlo, pero ya les adelanto yo que nada porque solo estaba preocupada en impulsar el asesinato masivo de seres indefensos en el seno materno-, lo que le molesta, digo, es que le hayan estropeado una de las perchas sobre la que iba a colgar esa Ley pensada para soliviantar los ánimos de los católicos y enardecer así, de paso, los instintos totalitarios de toda esa izquierda radical y semi-fascista que está esperando el más mínimo motivo para arremeter contra los curas, que es con lo que de verdad se divierten y se lo pasan chupi.

El ‘cabreo’ -con perdón- de los socialistas era ayer manifiesto, y hasta la número tres socialista, la líder galáctica Leire Pajín, se tuvo que empeñar en descalificar por electoralista y demagógica la propuesta del PP. Pero lo que de verdad es demagógica es esa postura complaciente de los socialistas con una actitud tan denigratoria para la mujer, tan brutalmente atentatoria de su dignidad y tan escandalosamente destructora de su integridad física y moral -¿qué es lo que une tanto a esta izquierda montaraz con el islamismo radical?-. Y lo que es electoralista y demagógico es que la líder intergaláctica explique que no es bueno prohibir el burka porque con la actual legislación ya es suficiente -a la vista está que no-, y por el contrario estén dispuestos a sacar adelante una Ley de Libertad Religiosa dirigida única y exclusivamente a prohibir el uso de símbolos cristianos en espacios públicos, cuando en este país ya existen leyes e incluso una Constitución que limitan ese uso. Luego, en que quedamos, ¿es o no es suficiente, o solo lo es en función de lo que le interese a la galáctica Pajín?

Lo que está claro es que el PSOE actúa, como siempre, desde el más profundo y destructivo sectarismo, desde una posición totalitaria y fascista propia de regímenes caudillistas como el de Chávez, pero no lo hace desde un verdadero deseo y afán de proteger a la mujer y de luchar por su igualdad. Por eso Sánchez Camacho les ha dado una lección, una verdadera lección de feminismo del bueno, y no de demagogia barata y populismo todo a cien.


El Confidencial

Burka. Las talibanas de Ferraz. Por Cristina Losada

Existían códigos y leyes para castigar lo uno y garantizar lo otro, pero hubo que elaborar ambas para que el presidente pudiera ser aclamado al grito de "ista, ista, ista, Zapatero feminista". Y luego, a recolectar.

Si hay una causa que el zapaterismo ha querido monopolizar es la de la Mujer, que no la de las mujeres. La Mujer como grupo victimizado y no las mujeres, como individuos y ciudadanas. La desolación de los socialistas ante la moción del PP aprobada en el Senado para prohibir el burka, refleja la furia de quien se ha visto despojado de una bandera que creía suya y que sólo por confusión inducida se ha tomado como defensa de la igualdad. Así, lamentan airados que el PP pueda presentarse como paladín de los derechos de las mujeres y tachan la moción de pura demagogia y repugnante populismo. Nunca gusta perder un monopolio.

La cólera que han vertido las talibanas del PSOE contra la prohibición del burka lleva el argumento de la innecesariedad. Se trata, dicen, de una "ley proclama", pues ya disponemos de normas que vetarían el uso de esa prenda en dependencias públicas. Las vueltas que da la vida. Denuncian "leyes proclama" los especialistas en ese arte decorativo. La ley contra la Violencia de Género y la de Igualdad no tenían más propósito que dibujarle a Zapatero el halo de "justiciero de las mujeres". Existían códigos y leyes para castigar lo uno y garantizar lo otro, pero hubo que elaborar ambas para que el presidente pudiera ser aclamado al grito de "ista, ista, ista, Zapatero feminista". Y luego, a recolectar.

Ante el burka, los socialistas están con el corazón partido entre sus sucedáneos ideológicos. Su adhesión a los dogmas del multiculturalismo les conduce a defender el velo como seña de identidad de otra "cultura", y es sabido que toda "cultura" es más digna de respeto que la nuestra. No importa que imponga a las mujeres un status de inferioridad y un régimen de sometimiento. Nosotros, Occidente, no podemos trasladar a otras "civilizaciones" los derechos que, desde una insoportable superioridad, habíamos considerado universales. Pero, al tiempo, mantienen la fachada de la Igualdad y la política de victimización de la Mujer, lo cual les obliga a reconocer, a regañadientes, que el burka supone una vejación... aunque no lo bastante como para prohibirlo.

Incoherencias propias, en fin, de quienes han sustituido su antigua fe en la iglesia marxista por la beatería de la corrección política. Sus fieles celebran sin ningún sentido crítico todo lo que no sea occidental, demostrando justamente así hasta qué extremo grotesco son occidentales.


Libertad Digital - Opinión

¿Habrá cambio de Gobierno? La negación de Zapatero es, en función de la estadística, una confirmación. Por M. Martín Ferrand

LUIS Bonafoux, siempre tonante en sus críticas, clasificaba a los periodistas lisonjeros con Práxedes Mateo Sagasta —más numerosos que los adoradores de Antonio Cánovas— en tres grandes grupos: devotos, de propina y de mesada. Tan atrabiliario y genial colega disculpaba a los primeros. Si la fe, recordaba, mueve montañas, ¿por qué no ha de impulsar el halago a un señor que «además de ser presidente del Gobierno es Ingeniero de Caminos»? A los segundos, a los de propina, les remitía al Purgatorio. Se corrompen, decía, por una sola vez. Apoyan un proyecto de ley o un discurso trascendente; pero, culminado el servicio y cobrada su prestación, caduca su compromiso y pueden redimirse. Con los de la mesada, los corruptos en nómina que diríamos hoy, era implacable. Venga o no venga a cuento, señalaba, propagarán las glorias, existentes o imaginadas, de quien los mantiene con cantidades fijas y periódicas. Son traidores a su conciencia, si la tienen, y nocivos para la salud de la información.

En nuestros días se ha reducido el muestrario y, salvo alguna excepción que pudiera escapárseme, han desaparecido los trincones de propina, eventuales discontinuos de la indignidad profesional. Aparte de los devotos, inseparables de la degeneración partitocrática, los que abundan en los tres planos de la Administración e, incluso, en el entorno de algunas instituciones notables y empresas de relieve, son los corruptos mensualizados, con pagas extraordinarias o sin ellas, que siempre están dispuestos a magnificar la escasez de sus benefactores.

En el zapaterismo, donde no parece saberse mucho de la libertad como objetivo, la democracia como práctica y la verdad como sistema, abundan los propagandistas de la devoción y los del sueldo fijo. Son infatigables. Ha dicho José Luis Rodríguez Zapatero, un líder más acostumbrado a desmentirse que a confirmarse, que no piensa abordar ningún cambio de Gobierno y la maquinaría se ha puesto en marcha, contra la lógica y las apariencias, para insistir en ello. Sus medios más adictos y sus portavoces oficiosos más entregados a la causa, a la glorificación del jefe, doblan y repican para reforzar la idea de la estabilidad gubernamental. ¿Habrá cambio de Gobierno? La negación de Zapatero es, en función de la estadística, una confirmación. Si la hay, bendita sea. El equipo actual es difícilmente empeorable. Si no lo hay, cada cual debe empezar a rezar a los santos de su devoción o pronunciar los conjuros de sus descreencias. Si por tener razón y aparentar normalidad, el presidente ahonda en la contumacia, ya que venimos de mal en peor, pasaremos a lo pésimo.


ABC - Opinión

Hacia un pacto energético

El inesperado acuerdo entre el Gobierno y el PP para suspender la subida de la luz prevista para julio abre la puerta al imprescindible pacto en torno a una política energética de futuro para la nación, que en tantas ocasiones hemos reclamado en estas páginas. La decisión de no aplicar el incremento previsto del 4% es un excelente punto de partida, pero no de llegada. Entendemos, no obstante, la lógica preocupación de la industria eléctrica por la situación de un sector que soporta un déficit de tarifa acumulado que se puede situar por encima de los 20.000 millones de euros. Compartimos también el criterio de que la responsabilidad política consiste en posibilitar que los precios estén en función de los costes. El sector arrastra desequilibrios y disfunciones estructurales que deben ser corregidos, porque hablamos de una industria estratégica que no puede estar sometida a vaivenes ni a volantazos políticos que confunden y alimentan la inseguridad. Estas urgencias sólo pueden ser encauzadas en el marco de un pacto energético como el que tanto el Gobierno como el primer partido de la oposición parecen dispuestos a afrontar, y del que la suspensión de la subida de la luz sería una consecuencia puntual, para la que también existen argumentos favorables derivados del tijeretazo social a los colectivos más desfavorecidos. Tanto el ministro de Industria, Miguel Sebastián, como el líder popular, Mariano Rajoy, demostraron ayer que existe voluntad real y planes para trabajar en la reforma. Gobierno y PP han creado un grupo de trabajo que, además de revisar los costes de la factura para frenar su impacto sobre la competitividad en la industria, abordará la definición de un mix energético para 2020 «equilibrado y diversificado» y el desarrollo de las interconexiones internacionales, en el que el futuro de la energía nuclear en España debe ser desempeñar un papel relevante. También se centrará en profundizar en la liberalización de los mercados, en el reforzamiento de las políticas de ahorro y eficiencia energética y en las medidas necesarias para lograr el cumplimiento de los objetivos en energías renovables de una «manera sostenible técnica y económicamente». Este último punto es especialmente importante en la medida en que se debe evaluar si la política socialista que las ha primado de manera muy generosa es la adecuada o conviene dar un giro de 180 grados. La energía es un asunto de Estado y como tal debió ser tratada siempre, aunque el Gobierno haya tardado más de seis años en comprender que las decisiones en este terreno fundamental para el progreso y la prosperidad del país no pueden estar condicionadas por los prejuicios ideológicos o los intereses de partido. No se puede decir que la política socialista haya beneficiado a las empresas ni a los ciudadanos, por lo que ahora toca recorrer el camino que el resto de países de nuestro entorno emprendió hace ya tiempo. El nuevo modelo energético, en el que también debe ser escuchada la industria, debe solventar el déficit, reducir la dependencia, aportar seguridad y garantizar la transparencia para que empresas y consumidores sepan a qué atenerse. Si Gobierno y PP lo consiguen, el avance será histórico.

La Razón - Editorial

Demagogia energética

Es difícil competir en demagogia con un presidente que regala todos los años miles de millones de euros de los contribuyentes a las multinacionales de lo renovable mientras presume de "rojo" y "defensor de los trabajadores".

Nada nos alegraría más que el foco con que se mira la intervención pública en el sector energético abandonara "la ideología" y se centrara en la "cuestión económica", como ha prometido Cristóbal Montoro. Si así fuera, las negociaciones para alcanzar un pacto de estado se centrarían en el excesivo papel que juega el Estado en ese mercado, al imponer los precios, subvencionar unas energías y prohibir otras.

No obstante, lo cierto es que no hay muchas razones para tener esperanza. Tanto PP como PSOE han mantenido en sus respectivas épocas al frente del Gobierno la potestad de éste de decidir cómo se produce la energía en España y a qué precio se vende. Durante años hemos estado pagando las consecuencias de la decisión de Felipe González de paralizar la construcción de centrales nucleares y ahora pagamos y seguiremos pagando la decisión compartida por ambos partidos de llenar España de fuentes de energía caras e ineficientes, mantenidas sólo a base de subvenciones.


Cierto es que en lo malo también hay grados y que la demagogia del PP negándose a que se suba el regulado precio de la energía –lo que nos endeuda a todos los españoles aún más con las compañías eléctricas– es difícilmente comparable con la del presidente "antinuclear" que ha decidido mantener los precios a niveles muy bajos mientras multiplicaba los costes con su impulso a tecnologías que merecen sin duda ser calificadas de verdes, pero por lo poco maduras que están para ser explotadas comercialmente. Un presidente que ha decidido cerrar una central nuclear en perfecto estado y completamente amortizada, que podría habernos dado al menos diez años de electricidad a un precio ridículo. Un presidente que regala todos los años miles de millones de euros de los contribuyentes a las multinacionales de lo renovable mientras presume de "rojo" y "defensor de los trabajadores".

El problema es que la crisis nos está obligando a hacer recortes, y el pozo sin fondo que suponen las energías subvencionadas empieza a no ser asumible. De ahí que Miguel Sebastián, que combatió furiosamente aunque sin argumento alguno el llamado "informe Calzada" sobre las consecuencias negativas en el empleo de la política energética del Gobierno, ahora las critique y busque cualquier razón para hacerles una publicidad negativa. Y que busque el apoyo del PP para que éste no se dedique a hacer lo único que sabe hacer el Gobierno de Zapatero: demagogia.

Nos daríamos con un canto en los dientes si este "pacto de estado" supusiera que el Gobierno deja de darles dinero a las energías subvencionadas, abandonara los planes de cerrar Garoña y otras nucleares y eliminara el déficit tarifario, de modo que pagáramos el coste real de lo que consumimos. Incorporaríamos así un elemento esencial en el sector energético, la racionalidad, pero dejaríamos fuera otro: la libertad. Y es que no cabe esperar que los dos grandes partidos decidan reducir su poder sobre la energía, dejando que las empresas compitan en el mercado libre en precio y calidad de suministro. Hasta ahí podíamos llegar.


Libertad Digital - Editorial