viernes, 11 de junio de 2010

Quiebra. Por qué Zapatero nos lleva a la ruina. Por Emilio J. González

Todo se conjuga para llevar a este país a la ruina. A la ruina del Estado, a la ruina del sistema de pensiones, a la ruina de las familias y a la ruina de las empresas.

La situación de España es muy grave. Lo ha dicho el Banco Mundial y, por supuesto, lo ha desmentido la vicepresidenta económica, Elena Salgado. Pero, por mucho que lo niegue el Gobierno, la situación de nuestra economía puede definirse tal cual lo hace el organismo internacional, a causa de que la solución de los problemas presupuestarios se supedita a la estrategia política de Zapatero, lo cual nos puede dejar en la más absoluta indigencia.

El presidente del Gobierno está tratando de colocar como sea las ingentes cantidades de deuda pública que tiene que emitir el Tesoro porque los inversores internacionales han dicho basta y, en lugar de adquirirla, se desprenden de ella en cuanto pueden. Esa es la primera señal de alarma de la proximidad de la quiebra, que Zapatero no quiere escuchar porque le obligaría a cambiar radicalmente su política y no está por la labor.


A diferencia de otras crisis, en la actual todos los países avanzados compiten por captar el ahorro internacional con el fin de financiar sus abultados desequilibrios presupuestarios. Vamos, que la situación en lo que se refiere a los niveles de déficit y deuda no difiere mucho entre ellos. Aún así, los mercados discriminan entre buenos y malos, porque hay una diferencia fundamental entre el primer tipo de países y el segundo. Se trata de la forma en que están encarando la crisis. Alemania, el paradigma de los buenos, ha agarrado el toro por los cuernos y ha anunciado un recorte del gasto público incluso mayor que el propio déficit presupuestario, tocando incluso la protección social. A España, en cambio, el recorte se lo han tenido que imponer la UE y el Fondo Monetario Internacional, porque ZP no quería hacerlo, y aún así el Gobierno ha discutido las cifras: Bruselas pedía una rebaja de 35.000 millones, la tercera parte del déficit, y el presidente del Gobierno sólo ha aceptado meter la tijera hasta los 15.000 millones. También le piden al Ejecutivo reformas estructurales, sobre todo la laboral, para poder crear empleo y, de esta forma, impulsar el crecimiento económico y los ingresos tributarios y, en vez de hacerlo, el Gabinete sigue mareando la perdiz para acabar aprobando, posiblemente, una reforma ‘light’ y más de cara a la galería que otra cosa. En consecuencia, los mercados castigan a España no porque la situación, con ser difícil, no resulte manejable, sino porque no confían en la capacidad y la disposición de Zapatero para resolver las cosas, todo lo contrario de lo que sucede con la canciller alemana, Ángela Merkel. A las pruebas me remito.

¿Qué hace, entonces, Zapatero? Pues acudir a todo tipo de argucias y triquiñuelas para ir capeando el temporal, por ejemplo, invertir el Fondo de Reserva de la Seguridad Social en deuda española, que se va a volatilizar como se produzca la suspensión de pagos, dejando, de esta forma, al sistema público de pensiones herido de muerte. O, por ejemplo, haciendo que bancos y cajas de ahorros adquieran los títulos que emite el Tesoro, por lo mucho que tienen que perder si se produce el ‘default’ de nuestro país, con lo cual la financiación del déficit absorbe todos los recursos disponibles y deja secos los cauces del crédito para la financiación al sector privado, tan necesaria para salir de la crisis y generar empleos y, sobre todo, para evitar la quiebra de cientos de miles de familias y de pequeñas y medianas empresas. Y, por si no bastara con ello, ahora Moncloa baraja aprobar una amnistía fiscal para todos aquellos que inviertan su dinero en deuda pública. Cualquier cosa vale con tal de seguir colocando los bonos y letras del Tesoro y con tal de evitar que el diferencial de tipos con Alemania se dispare más de lo que ya lo está haciendo y alcance dimensiones astronómicas. Como ven, todo se conjuga para llevar a este país a la ruina. A la ruina del Estado, a la ruina del sistema de pensiones, a la ruina de las familias y a la ruina de las empresas, en una huida permanente hacia delante por parte de un ZP que no quiere alterar ni lo más mínimo el curso de su estrategia política.

¿Por qué actúa así el presidente? Porque lo cierto es que, con tantos dineros como derrochan las administraciones públicas, hay margen y capacidad más que de sobra para aplicar un profundo tijeretazo al gasto y acabar con el déficit. Ello, sin embargo, exige renuncias que Zapatero no está dispuesto a aceptar. A él lo que le importa, ante todo y sobre todo, es la política, su política, o sea, el Ministerio de Igualdad y todo lo que se deriva de él, la ley de memoria histórica, la conversión de España en una confederación, una ayuda al desarrollo mal entendida, la ampliación de los supuestos del aborto, el matrimonio homosexual, la verticalización del sistema sindical o la paz con ETA a cualquier precio, por poner tan sólo unos ejemplos que se pueden ver complementados en el futuro con la ley de eutanasia y la ley de libertad religiosa. Esta es la herencia que Zapatero sueña con dejar a nuestro país, a la cual lo sacrifica todo, y como lo sacrifica todo a ese fin, no le queda tiempo, ni recursos, ni fuerzas, ni ganas para arreglar la economía, además de tratar de resistir como sea en La Moncloa hasta la celebración de elecciones generales en 2012. ¿Resultado? Posiblemente, la quiebra de España.


Libertad Digital - Opinión

El burlador de León. Por José María Carrascal

Los sindicatos han confiado en su amante. Pero su amante ha hecho lo acostumbrado: irse con otra, la patronal

LOS sindicatos han sido la última víctima de ese tenorio político que es nuestro presidente del Gobierno. Zapatero ha engañado a casi tantos colegas como don Juan a mujeres, «mil tres» según su criado Leporello en la ópera de Mozart. Ni uno solo de cuantos sucumbieron a sus arrumacos se libró del escarnio. A los catalanes les engañó a todos desde el famoso «os daré lo que me pidáis». A Rajoy, tantas veces como se vieron. A sus propios ministros, cada dos por tres.

Ahora les toca el turno a quienes venían siendo su ligue más duradero, los sindicatos.


Entre ellos y el presidente había algo más que afinidad; había intereses, que son los que dan solidez a una relación. Zapatero garantizaba a la cúpula sindical sus privilegios, a cambio de que ésta mantuviera tranquilas a las bases. Relación, por cierto, que data de los tiempos de Franco y que inexplicablemente ha durado hasta nuestros días. Es como se explica que, pese a los cuatro millones y medio de parados, se haya mantenido la paz social. El paro no amenazaba a Méndez, ni a Toxo, ni a los «liberados», ni a los trabajadores con empleo fijo. Así daba gusto.

Hasta que llegó la puñetera crisis que puso todo patas por alto. Al principio, ambos socios creyeron que iba a ser pasajera, que con unos parches bastaba, hasta que escampase. Pero ha resultado que no, que esta crisis no escampa, sino que se agrava, y que como no se tomen las medidas apropiadas todo se va por la cañería.

Los sindicatos han confiado hasta el último minuto en su amante. Pero su amante ha hecho lo acostumbrado: irse con otra, la patronal. No lo hace por convicción, su corazón sigue con ellos. Pero, amigo, se lo exigen Europa, los mercados, el propio Obama, ante lo que no hay corazón que valga. Y los ha dejado como dejó a Mas, tirados, o como don Juan dejó a doña Ana y a doña Elvira, «imposibles para mí y para vos».

Una de las pocas cosas buenas que puede salir de esta crisis es que ha dejado en evidencia la vaciedad de ese enorme, vociferante, costosísimo edificio que son nuestros sindicatos. Mantenidos artificialmente, con una cabeza muy grande y un cuerpo raquítico, opuestos a toda innovación, ya no representan ni a los trabajadores, como acaba de verse en la huelga de funcionarios y se verá en la general, que no tendrán más remedio que declarar, tras quedarse compuestos y sin novio. Es la consecuencia de haber traicionado su cometido, de haber vivido del cuento, de haberse convertido en auténticos parásitos de un Estado que derrocha el esfuerzo de sus verdaderos trabajadores en tramoya ideológica y pesebres para adictos. Hoy se encuentran a la intemperie sin prestigio ni influencia. En el pecado tienen la penitencia.


ABC - Opinión

El colgajo de las grúas. Por Alfonso Ussía

Don Antonio Poveda es el presidente de los «gays» y lesbianas españolas. También el organizador del desfile multicolor llamado del «Orgulloso Gay» que se celebra en Madrid cuando los capullos de las flores estallan de algarabía primaveral.

Don Antonio Poveda, por aquello de la flotilla de la Paz (¿) y la actuación del Ejército de Israel, ha vetado la participación de la carroza israelita, dejando a los mariquitas y lesbis de aquel país democrático compuestos y sin desfile. Don Antonio Poveda es un malón. Un malón, malote, malón. En este tipo de celebraciones no se puede meter la política de por medio. Figúrese, don Antonio, que soldados españoles repelen un ataque de los talibanes en Afganistán. De los talibanes o de los terroristas de Al Qaida, que son primos hermanos de los palestinos de Hamas. Y no es necesario que se lo figure, porque ha ocurrido en más de sesenta ocasiones en los últimos meses. De ser usted consecuente, tendría que vetarse a sí mismo, y quedarse sin carroza, sin fiesta, sin jolgorio y sin frenesí.

Aprenda don Antonio, malón, que es usted un malón. Israel es una nación democrática y con los derechos civiles ampliamente desarrollados. También tiene su Día dedicado a los «gays». En Israel no se persigue a los «gays» ni a las lesbianas. Se reconoce respetuosamente su inclinación sexual y su libertad para optar al sendero de los gustirrinines de cada uno. Se trata de un Estado occidental rodeado de naciones árabes enemigas. Enemigas de Israel y de ustedes, los «gays». No aceptan maricas. Los de Hamas, que son tan valientes y tan queridos por usted, don Antonio, se divierten sobremanera lapidando públicamente a los que ellos consideran «corruptos, impuros y desviados». Y si al pobre desgraciado acusado de ser homosexual, lo agarran en las cercanías de una construcción, usan su grúa de patíbulo. Tendría que verlo, don Antonio. Anudan una soga al cuello del dador o receptor de amores masculinos, y elevan hasta lo más alto la jirafa de la grúa. Y ahí queda, como un colgajo que advierte a los palestinos que ser hombre y gustar de los hombres se castiga con la muerte. Entretanto, en Israel, los «gays» hebreos y los visitantes bailan, ríen y se besan sobre sus libres carrozas multicolores.

Ignoro que opinará acerca de su medida su principal promotor, el señor Zerolo. Si servidor fuera «gay», estaría muy enfadado con usted, por malón y caprichosón. Y por inculto. Y por sectario. Y por dictador. Y por preferir a los que cuelgan a sus colegas de las grúas, que a los que libremente pueden expresar sus sentimientos y sus inclinaciones. Lo que ustedes han hecho con los «gays» israelitas, usando el lenguaje normal de la calle y sin pretensión alguna de zaherir, es una auténtica mariconada. Y todo por sectarismo, por sometimiento a un disparate político e ideológico al que usted, don Antonio, no es ajeno. Porque algún día tendrán que explicar ustedes a los suyos cómo es posible que el movimiento homosexual en España rechace a los homosexuales libres y defienda la brutalidad de quienes los consideran una escoria. Escorias que penden como colgajos desde lo alto de las grúas.


La Razón - Opinión

La chapuza laboral

Se trata de que Zapatero pueda vender que los trabajadores por cuenta ajena sigan teniendo nominalmente las mismas ventajas, pero de facto éstas se vean reducidas en una parte y subsidiadas en otra.

El Gobierno quiere vender una reforma laboral que no haga "perder derechos" a los trabajadores, pero que en la práctica abarate el despido. Por lo que indican los distintos documentos filtrados a los medios, se pretende que gracias a diversos mecanismos el despido le pueda costar al empresario en la mayoría de los casos 12 días por año trabajado frente a los 45 actuales.

Como ya adelantó Libertad Digital, la principal vía para lograr esta rebaja pasa por la ampliación de las causas de despido objetivo, dificultando a los jueces de lo laboral su costumbre de favorecer al empleado aunque éste haya agredido a su jefe, que algún caso ha habido. Pero también parece estar decidido, entre otras medidas de menor alcance, que sea el Estado quien pague una parte de la indemnización. En definitiva, la cuestión es que Zapatero pueda vender que los trabajadores por cuenta ajena sigan teniendo nominalmente las mismas ventajas, pero de facto éstas se vean reducidas en una parte y subsidiadas en otra.


Porque de eso se trata, de que Zapatero reciba el visto bueno de nuestros nuevos amos europeos procurando que afecte a su popularidad lo menos posible. Tras años de demagogia continua, llenándose la boca con "los derechos de los trabajadores", sabe perfectamente que unos sumarios televisivos fáciles de entender, con cifras, cavarían aún más hondo su tumba política. De modo que, como siempre, hay que esconder la cruda realidad embarullándolo todo para que sólo se puedan enterar de la misma aquellos más atentos o preocupados por informarse.

No está claro que lo vaya a conseguir. La mentira funciona mejor en asuntos como el de la memoria histórica, por poner un ejemplo claro de tantos que nos ha brindado Zapatero, porque no son algo que afecte a los ciudadanos en su día a día. Un ciudadano normal puede pasar días, meses, años o toda su vida sin que la existencia de tal o cual placa en una calle le preocupe lo más mínimo, ni enterarse del debate político sobre el asunto ni de la existencia de la ley en cuestión. Pero cuando se le está tocando el bolsillo, su contrato, su pan de cada día, procura enterarse mucho mejor.

Pero como Zapatero está preocupado por su imagen, y no por nuestra economía, el proceso de aprobar la reforma está resultando esperpéntico. Primero, los continuos retrasos en la fecha del "ultimátum" a quienes dicen representar a trabajadores y empresarios. Y ahora, los cambios sustanciales al borrador de la reforma en apenas unas horas. Así, primero se decía que los ocho días por año trabajado los pagaría el Gobierno gracias a un incremento en las cotizaciones empresariales. Como esto no abarataba realmente el despido, y tras las más que probables quejas de la CEOE, ahora ese aumento se ha suavizado indicando que se compensará con la reducción de "otras cotizaciones empresariales". Parece que sólo las de la seguridad social son suficientemente cuantiosas para compensar unas con otras. De manera que a corto plazo la reforma laboral empeoraría el lamentable estado de nuestro insostenible sistema de pensiones, precisamente el tercer frente que podría tener que abrir Zapatero en el futuro cercano por orden de Bruselas.

Pero no se alarmen aún: nada nos extrañaría menos que el próximo documento del Gobierno no tuviera mucho que ver con los filtrados y que este sea a su vez distinto al que se apruebe la próxima semana. De un Gobierno cuya relación con la competencia profesional –ideologías aparte– se acerca a la del agua con el aceite cabe esperar cualquier cosa. Aun con Merkel mirando por encima del hombro.


Libertad Digital - Editorial

Una financiación inquietante

Las medidas de recorte social aprobadas por el Gobierno siguen acompañadas de nuevas decisiones de gasto público incompatibles con los compromisos de austeridad y esfuerzo que pide y aplica Rodríguez Zapatero a los españoles

Las medidas de recorte social aprobadas por el Gobierno siguen acompañadas de nuevas decisiones de gasto público incompatibles con los compromisos de austeridad y esfuerzo que pide y aplica Rodríguez Zapatero a los españoles. El último episodio de esta contradicción han sido los 1.400.000 euros que la Tesorería de la Seguridad Social va a destinar, por acuerdo del último Consejo de Ministros, a unos planes de formación de «agentes sociales» en Iberoamérica, en el marco de un proyecto del Ministerio de Trabajo. No tiene sentido alguno que, en las actuales circunstancias, con recorte de pensiones, de salarios públicos, de ayudas a la maternidad y de atención a dependientes, el Gobierno desvíe recursos de la Seguridad Social para proyectos que pueden ser muy estimables en tiempos de bonanza, pero hoy absolutamente prescindibles. Si Fomento va a rescindir contratos de obra pública que ya se están ejecutando, con más motivo Trabajo podría cancelar convenios de esta naturaleza. Incluso, podría cuestionarse la legalidad de utilizar dinero de este organismo para fines distintos de los asignados por la ley, los únicos a los que puede destinar sus fondos. El dinero de la Tesorería de la Seguridad Social es finalista y no precisamente para sufragar gastos ajenos.

En todo caso, el problema sigue siendo la responsabilidad política en la que incurre el Gobierno con la administración de los fondos públicos en una coyuntura que el Banco Mundial ha calificado como «muy grave». Y el hecho de que el Eurogrupo apoyara ayer las medidas anticrisis del Gobierno —nada especial después de haber impuesto a Zapatero el cambio de su política económica— no significa que pueda relajarse en la forzosa restricción de gastos innecesarios. El Gobierno socialista ha estado derrochando dinero público mucho antes de que la crisis de la actividad económica y el aumento del paro provocara la explosión del déficit público hasta los niveles actuales. Gastó mucho y mal, creyendo que nunca vendrían mal dadas. Todavía en mayo de 2008, el Gobierno decía que «hablar de crisis es enormemente exagerado». Mientras se recorte una sola nómina o una sola pensión, el Gobierno no puede autorizar gastos que no sean imprescindibles para la recuperación económica, el sostenimiento esencial de la actividad administrativa y el cumplimiento de los compromisos básicos del Estado. Todo lo demás, como estas aportaciones de la Tesorería de la Seguridad Social a unos proyectos de formación de agentes sociales iberoamericanos, debe quedar en las arcas públicas, a disposición de las prioridades nacionales.

ABC - Editorial