miércoles, 5 de mayo de 2010

El Titanic se hunde. Por Manuel LLamas

El tiempo se acaba, el iceberg asoma ya por el horizonte y el capitán del barco (Zapatero y sus secuaces) siguen en el salón de fiestas brindando con champán al ritmo de los violines mientras el Titanic se dirige de cabeza hacia el hundimiento.

Todo está contado. La UE se enfrenta, finalmente, a su particular dilema: rescates, expulsión de países o colapso del euro. Y a la vista de las últimas declaraciones oficiales del Gobierno alemán, todo indica que, llegado el caso, Berlín no está dispuesto a extender el plan de salvamento griego a otros países de la zona euro. Lo cual, no sólo es lógico sino razonable, deseable y sano para el bolsillo de los contribuyentes germanos.

Esta negativa, sumada al riesgo real de que la tragedia griega se contagie a las economías más débiles de la Unión Monetaria –Portugal, Italia, Irlanda y España–, está provocando la huida de capitales de sus respectivos mercados de deuda pública. La cuestión es muy simple, pese a ser trágica. Tal y como señaló el ex economista del Fondo Monetario Internacional (FMI) Simon Johnson:
La pesadilla para Europa no es Grecia o Portugal sino el rendimiento de los bonos italianos y españoles. El rendimiento –tipos de interés que paga el Tesoro– de la deuda española está subiendo porque los inversores, que hasta ahora pensaban que dichos bonos eran casi tan seguros como el dinero en efectivo, están empezando a darse cuenta de que existe un riesgo razonable de que pierdan un valor considerable e, incluso, puedan llegar a una situación de default (suspensión de pagos).
España cuenta con uno de los déficits públicos y exteriores más elevados de los países ricos y las peores perspectivas económicas de la OCDE. Y ello, en un contexto en el que asistimos a una burbuja de deuda pública internacional de grandes dimensiones, ya que todos los gobiernos se han lanzado a una emisión récord de bonos para salvar a sus respectivos sistemas financieros e intentar salir, ilusoriamente, de la recesión.

El mercado está empezando a discriminar entre países solventes y menos solventes y, puesto que el Gobierno de Zapatero no ha hecho absolutamente nada para reducir la brecha fiscal y ganar competitividad liberalizando al máximo la economía, España tiene todas las papeletas para convertirse en la nueva Grecia si la política económica no registra un drástico cambio de rumbo.

La situación es de emergencia nacional. El tiempo se acaba, el iceberg asoma ya por el horizonte y el capitán del barco (Zapatero y sus secuaces) siguen en el salón de fiestas brindando con champán al ritmo de los violines mientras el Titanic se dirige de cabeza hacia el hundimiento. Y no será porque no nos lo hayan advertido. El primer toque de atención de los inversores a Moncloa se produjo el pasado febrero, que pasará a la historia como la primera semana negra de 2010 en bolsa. El segundo resonar de trompetas no será tan tibio.

Tan sólo un dato: el mercado detectó el pasado enero que Atenas estaba en quiebra técnica cuando descubrió con horror el ocultamiento de su deuda y déficit público, y en apenas tres meses su Gobierno se ha visto obligado a implorar un rescate ante la negativa del mercado internacional a seguir financiando su elefantiásica estructura pública. Veremos cuánto margen conceden a Zapatero. Lo triste, sin embargo, es que la situación podría resolverse en 24 horas. Basta con que el Ejecutivo apruebe un recorte inmediato de entre 40.000 y 50.000 millones de euros y liberalice todos los sectores productivos del país para que esos malvados especuladores que ahora venden España comiencen a comprar de nuevo bonos de Tesoro para felicidad y tranquilidad de nuestros políticos.

Y es que, tal y como me ha explicado hoy mismo un buen amigo que trabaja en el mercado de valores internacional:
lo más razonable para explicar las últimas caídas de la Bolsa en España sería la del efecto huida de los inversores extranjeros, que se viene produciendo de un modo creciente desde 2008. Parece lógico que esta huida se siga agravando, ya que España no es ni de lejos un país atractivo donde invertir teniendo en cuenta que hay economías mucho más saneadas y con perspectivas de crecimiento mucho más positivas. Esto unido a la gran incertidumbre que existe respecto al rescate de Grecia, la limitada capacidad de maniobra de la UE y la contrastada inutilidad del Gobierno de Zapatero provoca que la Bolsa española se tambalee día sí y día también.
Se puede decir más alto, pero no más claro.


Libertad Digital - Opinión

Zapatero y Rajoy. Por José María Carrascal

MIENTRAS los titulares del New York Times anuncian que «España se mueve demasiado lenta en reformas cruciales», con un análisis muy crítico a las medidas del Gobierno, «arriesgando caer en la misma trampa que Grecia», Zapatero cita a Rajoy para hablar, no del paro, no de esas reformas estructurales, no de la rebelión que se anuncia en Cataluña por la sentencia del Constitucional, sino de la ayuda a Grecia y de las Cajas de Ahorro. Pocas veces habrá quedado más en evidencia el horror que produce a Zapatero la realidad. No quiere verla, como Lorca, la sangre de Sánchez Mejías.

¿Qué puede esperarse de este encuentro? Pues lo de los anteriores: fotos. El saludo protocolario, los dos sentaditos en la sala, la despedida, Zapatero esbozando una sonrisa, Rajoy muy serio, y hasta la próxima. ¡Así se quiere salir de la crisis! A no ser que el presidente lo dé ya todo por perdido e, incapaz de tomar las medidas oportunas, espere que sea la Comunidad Europea quien se las dicte, como a Grecia, a cambio de su ayuda. De él puede esperarse cualquier cosa menos que rectifique y nos diga la verdad. Mientras a Rajoy no se le puede pedir más que acuda, escuche, le pida que rectifique y se deje fotografiar. En otro caso, le cargarían con el sambenito del desaguisado.

Y voy a aprovechar la falta de noticia en esta noticia para impugnar una especie muy extendida: la que equipara a Rajoy con Zapatero. Incluso en comentarios fuera de la órbita gubernamental se ha impuesto acompañar la crítica al presidente con unos zurriagazos al líder del PP, situándolos poco menos que al mismo nivel. Lo que, aparte de injusto, es falso.

Rajoy tiene muchas carencias y puede no ser el líder de la oposición que España necesita en momentos tan críticos como estos. Pero tanto humana como políticamente está en las antípodas de Zapatero, un hombre al que sobran habilidades y prejuicios, y faltan cualidades tan necesarias para dirigir una nación como son los principios, la visión histórica y el valor para tomar decisiones impopulares.

El principal reproche que se hace a Rajoy es que sólo sabe criticar al Gobierno. Pero aparte de que ese es el papel del líder de la oposición, está el hecho más que constatado de que, en vista de la deriva estrafalaria y en algunas ocasiones suicida del Gobierno, era su deber hacerlo. ¿Qué querían, que aplaudiese la negociación con ETA mientras se rearmaba para seguir matando, que apoyase un nuevo Estatuto catalán claramente anticonstitucional, que se uniera a Zapatero al negar la existencia de la crisis y a unas medidas que no servían de nada contra ella? ¿Era eso lo que querían? Pues íbamos aviados. Rajoy ha hecho y dicho lo que tenía que hacer y decir. Posiblemente lo hizo y lo dijo mal, pero esa es otra cuestión. Pero sostener que ha estado poniendo palos a las ruedas del carro es una bellaquería. Aquí, el único que ha puesto palos a las ruedas del carro es José Luis Rodríguez Zapatero.


ABC - Opinión

Sólo los especuladores pueden salvarnos de Zapatero. Por Juan Ramón Rallo

Sólo cabe esperar que varias sesiones de batacazos en los mercados acaben por mostrar tanto a los españoles como al resto de europeos que la catástrofe es Zapatero y que si bien España no quebrará mañana, bajo su batuta no parece haber otro horizonte.

Basta una sucinta afirmación de Zapatero para comprobar toda la bajeza moral de la izquierda y de toda la comparsa mediática dispuesta a disculpar los destrozos que este Gobierno está causando al conjunto de los españoles acusando de los mismos a unos ignotos "especuladores". Critica Zapatero, el de las dos tardes, que los especuladores estén actuando basándose en "pronósticos e hipótesis" y no en "datos y hechos".

Al margen de que los datos y los hechos de la economía española ya son argumento suficiente para horrorizarse –20% de paro, déficit público de 12% del PIB y sistema bancario al borde de la quiebra–, los especuladores, todo especulador, actúan siempre basándose en pronósticos, pues su cometido precisamente es el de tratar de anticipar un futuro que es incierto. Si la especulación consistiera en actuar conforme a datos objetivos que todos interpretáramos del mismo modo, simplemente no habría lugar a la especulación, pues todos tendríamos unas expectativas homogéneas sobre un futuro cierto.

Y es aquí precisamente donde los pronósticos que cabe deducir de las actuaciones de los especuladores deberían preocuparnos. Ha bastado con que el jefe parlamentario de Merkel, Volker Kauder, se mostrara favorable a dejar quebrar a los PIGS, a España, para que los especuladores rápidamente huyeran de nuestro país. Del mismo modo, a lo largo de las últimas semanas la previsión de que los alemanes aceptaran un rescate de España como lo estaban haciendo con Grecia impulsaba al alza el mercado de valores español sin que en aquel entonces nadie alzara la voz contra los pérfidos especuladores. En otras palabras, la mayoría de agentes del mercado descuenta una suspensión de pagos del Estado español en el futuro, por mucho que Zapatero lo tache de "absoluta locura"; los socialistas que ahora niegan todo riesgo son los mismos perros (con idénticos collares) sin credibilidad alguna que a comienzos de 2008 nos situaban en la Champions League de la economía mundial, se vanagloriaban de contar con el sistema bancario más sólido del mundo y nos prometían el pleno empleo antes de 2012.

Pero al cabo sólo nos queda confiar nuestra suerte a esos antipatriotas especuladores cuyo comportamiento refleja la calamidad que se nos avecina si Zapatero continúa en el poder y sigue bloqueando cualquier reforma conducente a consolidar el presupuesto y liberalizar nuestros mercados. Sólo cabe esperar que varias sesiones de batacazos en los mercados acaben por mostrar tanto a los españoles como al resto de europeos que la catástrofe es Zapatero y que si bien España no quebrará mañana, bajo su batuta no parece haber otro horizonte posible.

Si bien Rajoy ha renunciado a hacer oposición, los especuladores no parecen estar dispuestos a que Zapatero los arruine. El mayor servicio que podrían prestar a la patria, es decir, a todos y cada uno de los españoles que no abrevan en los aledaños de La Moncloa, es que terminaran forzando la renuncia del presidente del Gobierno. Porque precisamente ese es el lado fuerte de los especuladores: no necesitan que la bomba les estalle delante de sus narices para saber que va a haber una explosión; les sobra y les basta con ver la mecha encendida.

Ahora vayan y lean a los muy patriotas diarios nacionales culpar a la especulación de todos nuestros males. Los mismos que le ríen las gracias a uno de los políticos más nefastos de nuestra historia, los mismos que disculpan todas y cada uno de los atropellos, tropelías y agravios que Zapatero ha infligido y sigue infligiendo día a día a los españoles, se rasgan las vestiduras porque los inversores huyan en desbandada de nuestro país. Eso sí, no se extrañe que los dueños de esos rotativos hayan sido los primeros en expatriar los capitales. Por lo visto, son el resto de mortales los que han de sufrir estoicamente cómo el socialismo los expolia.


Libertad Digital - Opinión

Hacer la visita. Por M. Martín Ferrand

ZAPATERO y Rajoy se desprecian mutuamente. Ambos tienden a olvidar que «el otro» también cuenta con el respaldo de diez millones de votantes y que, entre los dos, acumulan un poder inmenso, excesivo, que nunca tuvo nadie en una democracia.

Nuestra degeneración partitocrática, contraria al espíritu de la Transición y a la letra de la Constitución, ha determinado que los líderes del PSOE y del PP puedan, por ellos mismos, determinar quien será alcalde en la mayor parte de nuestras ciudades: uno de los dos que encabecen las listas municipales con el emblema de la rosa o el de la gaviota. Controlan, por supuesto, el Legislativo que, en correlación con los votos que acumulan, ha de plegarse a su voluntad conjunta y, por ello mismo, extienden su poder al Judicial y, en otro plano, mandan en el Constitucional. Dado nuestro sistema electoral, que defienden con uñas y dientes, así es y así seguirá siendo.

El poder moderador de tan inquietante y potencial concentración de poder debiera residir, principalmente, en los partidos que les respaldan a ambos; pero, también degenerando, más que las ideas y la representatividad la fuerza dominante en ellos es el empleo. La militancia tiende a renunciar a su espíritu crítico y a los nobles ideales en bien del confort. De ahí su obediencia, su adhesión inquebrantable, idéntica a la de otros tiempos que ya parecían superados. ¿Dos mejor que uno?
Hoy José Luis Rodríguez Zapatero recibe a Mariano Rajoy. Es un acto litúrgico que conviene al presidente del Gobierno y que, en una democracia retransmitida, no puede evitar el aspirante; pero bien podría hacerse, por anticipado, la crónica del encuentro. Es tal el repelús que les anima al uno contra el otro que ambos, maestros los dos del inmovilismo, cumplirán con los informadores gráficos para perpetuarse en el Olimpo de los telediarios. Si fueran capaces de entenderse, de anteponer los intereses de la Nación a los suyos propios y a los de sus partidos, podría salir del encuentro alguna solución salutífera para las Cajas, esa rémora en que ha devenido la mitad del sistema financiero; pero nadie puede dar lo que no tiene ni saltar hasta donde no puede. Llevan año y medio sin verse a solas y, cumplido el trámite, volverán por donde solían. Zapatero ya tiene demostrado lo que cabe sospechar en Rajoy y, hecha la visita, cada cual puede volver a contemplar su propio ombligo.


ABC - Opinión

Quebrando en fila de a uno. Por Pablo Molina

Una quiebra "ordenada" no es lo peor que podría pasarle a España. Con un cambio de Gobierno y un plan de ajuste serio que incluya la reforma del sistema autonómico saldríamos de la crisis tras muchos sacrificios.

Volker Kauder, a la sazón jefe parlamentario del partido de Angela Merkel, ha tenido la virtud de decir públicamente lo que piensa la inmensa mayoría de alemanes, pidiendo que se deje a los países que constituyen una rémora para la locomotora europea disfrutar en solitario de los éxitos económicos de sus gobernantes. Y como tienen esa mentalidad tan prusiana, ha añadido que, por favor, esa quiebra inminente se haga de forma ordenada. El único problema es que resulta difícil que Zapatero haga algo de forma organizada, ni siquiera hundirnos en la sima más profunda y persistente de la depresión económica, pero por pedir que no quede.

La bolsa española se ha pegado el consiguiente batacazo, porque una cosa es que una agencia privada de calificación advierta del riesgo de nuestra deuda, y otra muy distinta que los responsables de salvarnos del desastre económico comiencen a mirar para otro lado. Si el leñazo bursátil del pasado mes de febrero encaneció súbitamente a Zapatero, obligándolo a enviar a Salgado a aquella famosa gira europea, con el de hoy puede que las ojeras, todavía incipientes, se le agudicen de forma notable en cuestión de unas horas.


Zapatero es el típico estudiante vago que deja pasar el tiempo sin hacer caso de las advertencias de los profesores de suspenderle en caso de que no haga los trabajos que tiene encomendados. Sabe que tiene que poner en marcha un plan de reformas brutal para que los mercados nos sigan prestando dinero y el resto de países vuelva a tomarnos en serio, pero como eso supondría un coste electoral, está dispuesto a seguir vegetando a la espera de que el día del examen se decrete un aprobado general que sin duda no merece.

Una quiebra "ordenada" no es lo peor que podría pasarle a España. Con un cambio de Gobierno y un plan de ajuste serio que incluya la reforma del sistema autonómico saldríamos de la crisis tras muchos sacrificios. Con un Zapatero uncido a las exigencias de sus socios autonómicos, sumado a la voracidad presupuestaria de los grupos de presión que agitan a las masas en su nombre, nuestro destino es irremediable: quebraremos y, gracias a Zapatero, el proceso será más lento, pero las víctimas mucho más numerosas.


Libertad Digital - Opinión

Abrazo en las cuerdas. Por Ignacio Camacho

ESTÁ bloqueado, catatónico, impotente. En estado de shock. La imagen del presidente ayer en Bruselas, demacrado, ojeroso, apesadumbrado, casi lívido, era el retrato de un hombre desbordado.

Su impermeable actitud sonriente se ha trocado en un rictus de agobio, en una gestualidad problemática. No puede con una crisis que ha superado el ámbito económico y financiero para convertirse en una convulsión completa en la que los mecanismos sociales y políticos del país amenazan colapso. No le creen los inversores, lo desautorizan los expertos, el pueblo desconfía, la oposición lo cerca y los suyos le desobedecen; hasta su propio partido -Cataluña, Madrid, Valencia- ha entrado en la barrena de querellas internas propias de una inquietud crítica. Se le ve impotente ante la deriva de unos acontecimientos que sobrepasan su única fortaleza, que es la de la escenografía política. Sin brújula ni competencia para tomar decisiones relevantes zozobra en un bloqueo desnortado. Su liderazgo está más comprometido que nunca porque ahora no se trata de avatares políticos coyunturales sino de la posibilidad seria de una quiebra nacional, de una ruina colectiva.

Como sólo sabe interpretar la realidad en clave de consecuencias políticas, lo único que se le ha ocurrido es tratar de abrazarse a Rajoy como un boxeador en las cuerdas, para compartir responsabilidades, que no responsabilidad. En las últimas semanas se ha reunido en secreto o en privado con dirigentes sindicales, líderes nacionalistas y directivos bancarios, pero al jefe de la oposición lo ha convocado ante las cámaras para sacarse una foto. En el último año y medio no ha encontrado hueco en su agenda para una reunión que en cualquier sociedad democrática constituye una suerte de rutina periódica; estaba ocupado llamando antipatriota al primero con el que tendría que haber tendido puentes. Todavía el domingo, el vicepresidente Chaves se dedicó a regalarle los oídos en un mitin al presidente del PP, al que acusó de agarrarse a la crisis como a la Virgen María para sacar partido del derrotismo. No debía de estar al tanto; el lunes, el presunto desleal fue llamado a Moncloa. Quizá le quieran hacer un favor dándole la oportunidad de colaborar. De meter el hombro, como dice la retórica socialista. Pero Rajoy tiene poca pinta de costalero; es un hombre que hace gimnasia fumándose un puro. Y no es metáfora.

Con todo, tendrá que sumarse al rito escénico. La gente espera gestos de unidad que apuntalen el desplome socioeconómico. Es mal momento para actitudes montaraces. Hoy van a representar ambos, Zapatero y Rajoy, un ejercicio de cinismo resignado. Luego todo seguirá igual. El país desangrándose por el sumidero, la oposición a la espera de su oportunidad y el Gobierno, exangüe, vacío y rebasado, midiendo encuestas y tramando gestos de apariencia afanosa. A la Virgen nos vamos a tener que agarrar los ciudadanos en busca de lo que Machado llamaba un milagro de la primavera.

Libertad Digital - Opinión

Los "austracistas" de Rajoy. Por José García Domínguez

España concebida no como una nación de individuos libres e iguales, sino como mero agregado de territorios y "culturas", apenas unidos por una testa coronada con la que comparten, irrenunciable, su soberanía originaria.

Gracias a José María Marco, descubro que el diputado Lassalle ha recurrido al escribidor del célebre editorial conjunto contra el PP con tal de confesarle su devota fe "austracista". Un asunto, ése de la nostalgia por el orden atávico que regía en la Península durante el Antiguo Régimen, que no merecería mayor aspaviento si viniese de algún octogenario del Requeté o de la Comunión Tradicionalista. Sin embargo, que sufra de tales fiebres el ideólogo de cabecera de un partido que aún se dice liberal en el papel mojado de sus estatutos, llama a algo más que asombro.

Y ello, aunque no haya tenido que viajar muy lejos ese santanderino para descubrir su particular sopa de ajo, el "modelo" de los Habsburgo. A fin de cuentas, es la misma que en su día cocinó don Marcelino Menéndez Pelayo, ilustre mentor de toda la carcundia integrista, antiilustrada y medievalizante que daría en vindicar el foralismo –y la Inquisición– de los Austrias frente al muy afrancesado sesgo modernizador de Borbones.


Tal que así, al joven y sobradamente progresista Lassalle ya sólo le restan cinco minutos antes de aterrizar en la partida del cura Santa Cruz. Y es que, aunque él aún no lo sepa, lo suyo es el carlismo. De hecho, la tan manida España plural no supone nada más que la variante secularizada del Estado que siempre soñó la reacción teocrática y carpetovetónica desde las Cortes de Cádiz hasta la instauración misma del franquismo.

España concebida no como una nación de individuos libres e iguales, sino como mero agregado de territorios y "culturas", apenas unidos por una testa coronada con la que comparten, irrenunciable, su soberanía originaria. Mucho más un Conde de Barcelona, Señor de Vizcaya y Rey de Castilla y Navarra, por cierto, que genuino monarca nacional. He ahí el súmmum del austracismo militante que Lassalle igual propalará entusiasmado si algún día lee a Vázquez de Mella, el renombrado capitoste de aquella extrema derecha asilvestrada y montaraz de tiempos de la Restauración. En fin, cuando, ya casi perdida toda esperanza, en el Constitucional emerge la sombra más digna de Manuel Azaña, en Génova 13, sin duda para compensar, rebrota el peor oscurantismo. Y encima, travestido de engolada modernidad. Aviados vamos con esos cráneos privilegiados de Rajoy.


Libertad Digital - Opinión

Patético boicot «abertzale»

LA última aportación del Partido Nacionalista Vasco a la convivencia en el País Vasco ha corrido de la cuenta de Joseba Egibar, muy apagado en los últimos tiempos, quizá porque aún sienta el dolor de haber perdido un poder que, como el resto de sus compañeros de partido, creía que le pertenecía por derecho natural.

Egibar ha pedido a las empresas vascas que no inviertan en España, porque es un «lastre» para el desarrollo económico del País Vasco. Replicar a Egibar con argumentos económicos y estadísticos sería dar altura intelectual a su exabrupto, pero bastaría con recordarle que el tiempo actual no es el más acorde para aldeanismos empresariales como el que propone este ocurrente portavoz nacionalista. Acaso pensará Egibar que el bienestar económico de la sociedad vasca -que se mantiene incluso cuando está arreciando la crisis en el resto de España- le ha caído del cielo y no de la generosidad constitucional con el concierto económico vasco o de la expansión por España y el resto del mundo de grandes entidades, de la banca o la energía, con sede en el País Vasco.

Este boicot de pacotilla al que incita Egibar es el síntoma de que aún hay sectores del PNV enfermos de victimismo y más preocupados por mantener vivos la discordia y el enfrentamiento que por propiciar la definitiva consolidación de la paz social y política en la comunidad vasca. Afortunadamente, los ciudadanos vascos y sus empresas saben que su futuro, en todos los órdenes, está vinculado a España y, en lo económico, además a los mercados internacionales. Mejor que hacer caso a Egibar es que el País Vasco, de la mano del nuevo Gobierno autonomista y constitucionalista, ponga a esta comunidad en el camino del progreso y las libertades y derechos fundamentales, desarrollando políticas ambiciosas de educación -sin más sectarismos-, de innovación tecnológica, de excelencia cultural, de calidad de vida democrática. Claro que estos objetivos son incomprensibles para mentes afectadas por una oclusión nacionalista, que no dejar pasar más que mensajes negativos y destructivos. Egibar ha confirmado una por una todas las razones por las que era muy necesario que el PNV acabara en la oposición.

ABC - Opinión

Zapatero y sus chivos expiatorios

El persistente e irresponsable inmovilismo de Zapatero es el auténtico "despropósito descomunal", la "absoluta locura" y en lo que se están fijando, no ya los inversores, sino los medios de comunicación internacionales y los alarmados socios de la UE.

Un rasgo característico de los gobernantes populistas es culpar a unos demonizados y supuestamente irracionales "especuladores" del fracaso de su política económica y de la pérdida de confianza en el futuro de sus países. Eso es precisamente lo que ha hecho Zapatero este martes para justificar tanto el nuevo y monumental desplome que ha sufrido la bolsa española como la cada vez más generalizada convicción, entre medios de comunicación y analistas internacionales, de que España corre el riesgo de acabar como Grecia. Así, el presidente del Gobierno ha considerado que estas especulaciones son "una absoluta locura, un despropósito descomunal". "No podemos hacer caso a los pronósticos, a las especulaciones, a las hipótesis, a lo que pueda pasar. Tenemos que ir a los hechos y a los datos", ha insistido Zapatero.

Al margen de que Zapatero ignora dolosamente el hecho de que la confianza o desconfianza de los inversores en la solvencia económica de un país radica precisamente en una hipótesis, en un pronóstico, en un anticipo de lo que puede pasar en un porvenir siempre incierto, son precisamente los hechos del presente económico español los que de forma más sólida respaldan esos malos augurios de futuro. Un hecho como el de que el paro en España supera el umbral del 20 por ciento; como el hecho de que uno de cada cinco españoles que conservan su trabajo es funcionario. Hechos como el de que nuestro país es uno de los que más rápidamente se están endeudando en el mundo, con un déficit público que ya alcanza el 12 por ciento; como el hecho de que tenemos una necesidad tan urgente como aplazada de reestructurar nuestro sistema financiero, con unas cajas politizadas y atrapadas en el sector inmobiliario. Y junto a estos y muchos otros deprimentes hechos, está el más grave y decisivo de todos: el hecho de que España tiene un Gobierno que se resiste a liberalizar los mercados, a reducir nuestro galopante gasto público, a emprender, en definitiva, los cambios que se necesitan para que los hechos del presente no nos aboquen a un futuro más sombrío todavía.

Es precisamente ese persistente e irresponsable inmovilismo de Zapatero el auténtico "despropósito descomunal", la "absoluta locura" y en lo que se están fijando, no ya los inversores, sino todos los medios de comunicación internacionales, así como dirigentes europeos como el jefe parlamentario de Angela Merkel, cuando alertan sobre la falta de solvencia de la economía española.

La huida de los inversores y las crecientes dudas sobre la solvencia española no son causas de nada, sino consecuencias totalmente previsibles y lógicas del desastre al que nos conduce la política de Zapatero. En febrero la bolsa ya le dio al Gobierno español una seria advertencia que su presidente ha desoído, como ha hecho con todas las que, desde muy distintos ámbitos, se le vienen haciendo en los últimos dos años.

Es por ello por lo que no cabe albergar tampoco muchas esperanzas ante lo que pueda suponer la reunión que hoy tendrán en Moncloa Zapatero y Rajoy. Este tipo de reuniones, así como los eventuales pactos, tienen sentido si, como ha ocurrido en Portugal, Gobierno y oposición acuerdan tomar reformas drásticas que, aun siendo impopulares, sean imprescindibles para reflotar nuestra economía. Pero, ¿qué cabe esperar de esa reunión, excepto la foto propagandística de rigor, cuando veinticuatro horas antes de celebrarla, el presidente del Gobierno, lejos de mostrar disposición a acometer las reformas a las que se ha venido oponiendo, arremete contra los especuladores como chivo expiatorio de su ruinoso inmovilismo?


Libertad Digital - Editorial

Crédito agotado

LA irresponsabilidad del Gobierno socialista, derivada de su pasividad ante la alarma generada por el déficit y la deuda, llevó a ayer a la Bolsa -cuyo Ibex cayó un 5,41 por ciento y perdió el suelo de los 10.000 puntos- a reflejar el miedo de los inversores a un contagio griego.

La incapacidad del Ejecutivo para reaccionar ante las adversidades se ha convertido ya en el principal factor de riesgo para nuestra economía, necesitada desde hace demasiados meses de unas reformas que lancen al exterior un mensaje de rigor, imprescindible para restaurar la confianza en la viabilidad de las cuentas públicas. El Gobierno está en tiempo de descuento para aplicar una política, cruda y sin concesiones, de recorte del gasto, pero documentada en una hoja de ruta que necesariamente ha de partir del reconocimiento expreso de la gravedad de la situación, todo lo contrario de lo que ayer mismo hizo Rodríguez Zapatero en Bruselas mientras la Bolsa se hundía. Ha pasado la hora del desfile de Zurbano, de las fotos en La Moncloa y de unas estrategias, puramente cosméticas, con las que fingir una actividad inexistente. Si es cierto que se van a ahorrar 50.000 millones de euros hasta 2013, como anunció el Gobierno el pasado enero, hay que decir de forma muy clara y detallada cómo y dónde se va a producir el recorte. Si existen programas de reforma del mercado laboral y de la Seguridad Social, como prometió el secretario de Estado de Hacienda, es la hora de ponerlos sobre la mesa y someterlos al escrutinio público. La credibilidad de España es cada vez menor como consecuencia de la complacencia de un Ejecutivo incapaz de reconocer las dimensiones de la emergencia nacional y de aplicar unas medidas correctoras severas que contribuyan a atajar el déficit y, sobre todo, a tranquilizar a un mercado que no se fía de su solvencia.

Las palabras del ministro de Economía alemán sobre la conveniencia de proceder a la «insolvencia controlada» de los países europeos con un elevado déficit público ponen de manifiesto la profundidad de una herida que no termina en Grecia. El tiempo corre en contra de un Gobierno paralizado por el miedo a meter la tijera en unas cuentas que España no se puede permitir y por su negativa a evaluar los costes de una factura que no deja de crecer. Amontonadas sobre la mesa, las promesas incumplidas del Ejecutivo socialista constituyen hoy el mayor lastre para devolver la credibilidad a nuestra economía, el más demoledor «dossier» contra la sostenibilidad de unas cuentas que no dejan de hundirse por su propio peso y a amenazar, por su tamaño, a toda Europa.

ABC - Editorial