martes, 20 de abril de 2010

Lo más lejos del centro. Por Valentí Puig

SE le corta la mayonesa industrial al zapaterismo cuando pretende una y otra vez identificar al Partido Popular de Rajoy con el franquismo. Escenificar en agitadas asambleas universitarias una contramemoria histórica habrá apartado del PSOE gran parte de los votos de centro que aún le queden. Es la frustración del ama de casa al comprobar cómo ligar una mayonesa tiene algún que otro obstáculo porque la emulsión fría requiere de buena muñeca. En definitiva: cuanto más quiera Zapatero arrinconar al PP hacia la derecha, más a la izquierda tendría que ubicarse el zapaterismo. Y eso que nadie sabe exactamente dónde se originó la mayonesa.

Es empresa estéril proponerse la definición de voto de centro y de sus comportamientos, de su evolución en las costumbres, las virtudes y los intereses. No se encuentra en compartimentos estancos, sino en zonas de fluidez, en ámbitos de la sociedad donde hay ventanas abiertas, mientras que el voto más ideológico usa envases generalmente herméticos. Definir el centro es difícil, pero existe. Tiene que ver con la movilidad social, con los trasvases de la clase media, con arraigos, capacidad adquisitiva, valores vivos y con ese trasiego tan higiénico que va del centro-izquierda al centro-derecha y al revés.

Ahora mismo, lo más lejos del centro queda simbolizado como yacimiento pleistocénico por el encuentro pro Garzón en la Facultad de Medicina de la Complutense. Hubo una retrogresión primaria de la memoria histórica pero, sobre todo, la reescritura del presente en términos de «un nuevo fascismo español». Tal proceso maligno quedó denunciado en aquel acto, como si ese nuevo fascismo español viniera en las páginas amarillas. Asombra que las páginas todo salmón del «Financial Times» de ayer dedicasen un editorial a mitificar la figura del juez Garzón, cuando el propio defensor del encausado prefiere que la cuestión se circunscriba a las vertientes de procedimiento, sin prácticas víctimistas.

El voto de centro no es un nicho, sino más bien la corriente principal de un río que decanta sus residuos en los meandros. Da por supuesta la centralidad de la persona en la Historia. Cerebralmente, su posicionamiento posiblemente sea en la corteza prefrontal, allí donde procesamos transacciones mentales complejas, las que más afectan a nuestros matices de la libertad. Uno administra así sus identidades moderadas, y las canaliza hacia el PSOE o hacia el PP. Así es como atendemos a la razón de la memoria histórica, en virtud de su correlato con el juego limpio y la ecuanimidad. No será un voto agresivo ni omnímodo: sedimenta de modo paulatino hasta decantarse estadísticamente para que quepa en los moldes demoscópicos del CIS. Es el plato fuerte para dentro de dos años, al final de un trayecto que adivinamos tristemente hollado por el paso de las vacas flacas.

La idea de reforma triunfó con la Transición y fue una constante irregular con la UCD, con el felipismo y con los dos gobiernos del PP, considerando todas las distancias y disparidades que se quieran. Con el zapaterismo se regresó al talante de ruptura, con lo que, paradójicamente, el espíritu reformista se convirtió en inmovilismo, como se constata en la parálisis del Gobierno ante la recesión económica. Y el caso es que el voto de centro no carece de un componente suavemente reformista, ajeno a la ruptura, es decir, al inmovilismo.


ABC - Opinión

Una policía política. Por Guillermo Dupuy

¿Qué policía implicado en alguno de todos estos bochornosos asuntos ha perdido por este motivo la confianza del ministro Rubalcaba? Ninguno. Por el contrario, algunos de ellos han logrado ascensos y hasta condecoraciones.

Ya no reclaman abiertamente para sí todo el poder, tal y como hacia Lenin para los soviets, pero está visto que las pulsiones totalitarias del socialismo siguen ahí. Si la proclama guerrista de que "Montesquieu ha muerto" les sirvió para atentar contra la división de poderes, la obsesión de los socialistas por controlarlo todo ha llegado en esta legislatura hasta el Cuerpo Nacional de Policía. Según publicaba El Mundo este lunes, desde que el PSOE se hizo cargo de la seguridad del Estado, los cargos de "libre designación" en el Cuerpo Nacional de Policía se han incrementado en un 25,16 por ciento. Así, y gracias a la reforma del Catálogo de Puestos de Trabajo que el Gobierno de Zapatero aprobó el año pasado, todos los comisarios principales, los comisarios y los inspectores jefe son ahora "cargos de confianza" de los mandatarios socialistas.

Ni que decir tiene que los sindicatos policiales han venido denunciando los evidentes riesgos de politización que conlleva el hecho de que todos los puestos de máximo nivel sean nombrados a dedo por el poder político. La oposición, sin embargo y salvo honrosas excepciones como las de Ignacio Cosidó en este periódico, no ha denunciado esta paulitana y peligrosa deriva con la suficiente gravedad y firmeza.


Se habla mucho, y con razón, de que las responsabilidades políticas deben ir más allá que las responsabilidades penales, de tal forma que un político imputado no debería esperar a ser condenado para presentar su dimisión. Estoy totalmente de acuerdo. Pero lo que no se dice tan a menudo es que en un informe policial que forma parte de un sumario judicial no debería aparecer nada que no pretenda ser indiciario de la comisión de un delito, por mucho interés que sí pueda tener desde el ámbito político o periodístico. Esto, sin embargo, ha ocurrido hasta la náusea en la investigación policial al principal partido de la oposición. Así, por mucho interés que algunos puedan tener por saber o por que se sepa que los imputados en el caso Gürtel en unas navidades regalaron a la alcaldesa de Valencia un bolso, lo que debería resultar escandaloso es que eso forme parte de un informe policial y de un sumario judicial que no pretende presentar con ello la prueba o el indicio de la comisión de un delito. Claro que la cosa cambia cuando quien elabora el informe policial y el sumario no piensa en los efectos penales y sí en los efectos políticos que pueda tener su oportuna filtración a los medios.

Dejo al margen el escándalo de las escuchas ilegales entre los acusados y sus abogados, ya que al fin y al cabo las ordenaba un juez como Garzón que, afortunadamente, va a ser juzgado por ello. Pero ¿qué decir de las escuchas ilegales –presuntamente policiales– de personas que no tienen nada que ver con Gürtel, como las que sufrieron la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, en conversación telefónica con el responsable de Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid, Francisco Granados, o las que también sufrió Federico Trillo en conversación telefónica con el abogado Juan Ramón Montero? ¿Nos quiere hacer creer Rubalcaba que esos pinchazos los perpetraron los periodistas de Tele 5 y La SER que difundieron el contenido de esas conversaciones?

Recordemos también, por otra parte, los casos de mandos policiales que cometieron perjurio en sus declaraciones sobre el 11-M y que, saltándose el protocolo de actuación en estos casos, ordenaron destruir vestigios que podrían esclarecer los atentados. O a esos otros que ordenaron detener a dos ancianos militantes del PP bajo la ridícula sospecha de que habían agredido al ministro Bono durante una manifestación contra la negociación con ETA; o los de esos policías que esposaron tan insólita como "mediáticamente", mano derecha con derecha, a miembros del PP balear, posteriormente puestos en libertad por el juez. ¿Y qué decir, finalmente, de esos policías que perpetraron el chivatazo a ETA? ¿Querían con ese chivatazo ganarse o perder la confianza de un Gobierno empeñado en proseguir las negociaciones con los terroristas?

¿Qué policía implicado en alguno de todos estos bochornosos asuntos ha perdido por este motivo la confianza del ministro Rubalcaba? Ninguno. Por el contrario, algunos de ellos han logrado ascensos y hasta condecoraciones. Y eso es lo que ocurre y seguirá ocurriendo mientras el ascenso profesional en la policía no dependa del sacrificio, el mérito y la excelencia de sus miembros, sino de la confianza de los políticos que los nombra.


Libertad Digital - Opinión

A España servir hasta morir. Por Tomás Cuesta

MENOS héroes, ministra, que el dolor no se redime con la grandilocuencia; menos alardes de pompa y circunstancia cuando la hondura impone el toque de silencio. Esos cuatro españoles caídos en Haití, eran soldados, vivieron como tales y han muerto por serlo. Formaban parte del Ejército de España y este país, mientras lo siga siendo, está en deuda con ellos. Lo de menos es cómo hayan muerto. Lo importante es por qué, dejando a un lado la parafernalia heroica y los ditirambos épicos. Han muerto por España -con perdón, por supuesto- cumpliendo una misión que les encomendó el Gobierno. Tocaba socorrer a los menesterosos, pero podría haber tocado combatir a Al Queda.

Un militar tiene que ser un buen soldado, lo cual no significa que haya de sentar plaza de héroe. Ocurre, sin embargo, que quienes confunden la velocidad con el tocino y la categoría con la anécdota, consideran que el cumplimiento del deber constituye, en sí mismo, un acto heroico puesto que en su ideario únicamente existen los derechos. Y vaya usted a explicarles que hay mil y una maneras de morir por la patria y que no en todas el heroísmo está presente. Que allí donde un soldado cumpla con su deber la descarnada acecha. Que si se encuentra en una misión humanitaria a bordo de un helicóptero gran reserva, el riesgo de morir crece. Y que aumenta exponencialmente si se trata de una misión de paz en la que te pueden apiolar fusil en mano y también habrá sido un accidente.


Sea por volar raso o por alzar el vuelo; por pisar una mina o porque una bala pase demasiado cerca; por caer en una emboscada imprevisible o por imprevisión ministerial y obscena, los soldados mueren como viven y viven conforme a los principios de los tiempos. «A España, servir hasta morir» es uno de ellos aunque quizá Carme Chacón no lo recuerde. Estaba escrito en el paisaje montañoso de la Academia de Suboficiales de Talarn, en Lérida, hasta que el Ministerio de Defensa se avino a hacer tabula rasa por sugerencia de la Generalitat, cuándo no es fiesta. «A. España, servir hasta morir», vaya ocurrencia. Al que no le parece una provocación intolerable es porque piensa que los milicos están mal de la azotea.

Que lejos cae lo de «Servir hasta morir», que rigurosa es la desmemoria del presente. A base de algunos principios esenciales e innumerables valores sobrepuestos (infinidad si se comparan con los que se manejan en política o, siendo escrupulosos, de los que se tejemanejan), el Ejército expresa con una fidelidad notoria (y ahí les duele) las virtudes de un pueblo que quiere seguir siéndolo. El carácter de la que alcanza a distinguir entre una misión humanitaria en el Caribe y la guerra en Afganistán, en el tablero del «Great Game», en los límites del juego. Que sabe que los héroes son los que se comprometen lealmente con una cotidianidad ramplona aunque les desmerezca. Y que aún no ha olvidado que el valor no se tasa en medallas, ni en reconocimientos, sino en la capacidad que tenga cada uno de mirarle a los ojos a la muerte.

Menos héroes, ministra, mírese en el espejo y pronuncie el ensalmo de Talarn con heroica entereza: «A España servir hasta morir». ¿Qué? ¿Le entra el tembleque? En tal caso no gallee a tumba abierta.


ABC - Opinión

La Justicia que padecemos. Por Gabriel Moris

Bermúdez nos hizo un comentario que todos grabamos en nuestra memoria: "Olvidaros de los moritos, éstos no tienen capacidad para llevar a cabo un atentado tan técnico como el de los trenes".

Creo que no pueden sorprender las dudas que se ciernen hoy sobre determinadas actuaciones de jueces, fiscales y organizaciones del poder judicial. Las generalizaciones pueden llevarnos a cometer errores pero si analizamos algunas instrucciones, sentencias y declaraciones de miembros del poder judicial, comprobaremos que, para los ciudadanos que sufrimos sus actuaciones, hay comportamientos que dejan mucho que desear. Actuaciones que desde el punto de vista jurídico pueden resultar normales, desde el punto de vista de la lógica más elemental y desde una visión meramente humana, son no ya incomprensibles, sino inadmisibles.

Días atrás el juez Gómez Bermúdez publicó el libro No destruirán nuestra libertad. El libro ha sido objeto de un premio. Mi felicitación al autor. No he tenido ocasión de leerlo pero, según creo, se asocian con el terrorismo islamista yihadista los atentados del 11-S, 11-M y 7-J. Sin entrar en más consideraciones –no voy a discutir con un experto la asociación sobre el origen de estos tres atentados– sí quisiera centrar mi atención en los crímenes que le correspondió juzgar como ponente de la sentencia de la Casa de Campo.


Mi agradecimiento al juez Bermúdez por haber sido el único representante del Estado de Derecho que nos ha concedido una entrevista como víctimas del 11-M. En el año 2006 –siendo presidente de la Sala de lo Penal– nos recibió en su despacho en presencia de la letrada que llevaba la acusación de un grupo de víctimas. Nuestra inquietud como víctimas se centraba en los rumores fundados que circulaban sobre la investigación unidireccional del atentado, en la prolongación del secreto del sumario instruido por el juez del Olmo, en el desprecio del juez hacia las sugerencias de las partes en la instrucción sumarial y en la preocupación que sentíamos por los rumores de un comienzo inminente de la vista pública al entender que la instrucción era –a todas luces– incompleta. Dado el volumen de la instrucción, las partes no disponíamos de tiempo para leer el sumario. Entonces no sabíamos que –Gómez Bermúdez– nuestro interlocutor en la Audiencia Nacional, iba a ser nombrado presidente del Tribunal que juzgó la masacre del 11-M.
  • Sobre la instrucción del sumario reconoció que podía haber sido francamente mejorable en muchos de sus aspectos, pero que el juez instructor, al ser autónomo, había hecho la instrucción de la forma y manera que él había considerado oportuna. Los medios técnicos que la Audiencia Nacional podía haber aportado, no le fueron solicitados en ningún momento. Lo urgente desde su punto de vista como presidente de la Sala de lo Penal era finalizar la instrucción y comenzar el juicio para que los imputados, que estaban en prisión preventiva, fueran juzgados en los plazos que marca la ley.
  • Respecto al juicio que urgía iniciarse, y dado que por nuestra parte manifestamos las dudas que algunas investigaciones periodísticas planteaban sobre la teoría islamista, nos manifestó que, sin descalificar las investigaciones periodísticas, la justicia, a pesar de su lentitud, trabajaba con pruebas y hechos, siendo implacable en el esclarecimiento de los delitos. Puso mucho énfasis en que el objeto de este primer juicio era el ver el grado de implicación de los ciento dieciséis inculpados en relación con los hechos.
  • Ante nuestra insistencia en el carácter unidireccional del sumario y argumentando que tal sumario podría llevar a conclusiones incompletas o erróneas, el juez insistió en que se trataba sólo de un primer juicio y que después surgirían otros –derivados del primero– que buscarían el esclarecimiento total de los hechos. Aunque con reticencias, aceptamos los argumentos que se nos dieron con la esperanza de que fueran realidad algún día no muy lejano.
  • A nuestros comentarios sobre los posibles autores materiales e intelectuales del atentado, partiendo siempre de lo que en su día se convino en llamar "versión oficial", el juez nos hizo un comentario que todos grabamos en nuestra memoria: "Olvidaros de los moritos, éstos no tienen capacidad para llevar a cabo un atentado tan técnico como el de los trenes". Basaba su afirmación en su dilatada experiencia sobre el terrorismo islamista. Ante nuestra pregunta sobre quién podía ser el autor de los atentados nos respondió que "ello era fruto de una mente diabólica". No nos precisó más ni nosotros insistimos sobre el asunto.
Cuatro años después de los encuentros mantenidos con el entonces presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, celebrado el juicio de la Casa de Campo que fue televisado "urbi et orbi" con no sabemos qué finalidad, dictada la sentencia en la que sólo tres de los 116 imputados iniciales fueron condenados como autores del atentado y sólo uno de ellos por su presencia en los trenes, indultados por el Tribunal Supremo los cadáveres de Leganés, rechazadas por la Audiencia Nacional las diligencias solicitadas después del juicio por algunas víctimas y, paralizado el juicio que se sigue en la Audiencia de Madrid contra dos de los tedax por posible falsificación y ocultación de pruebas... parece como si todos los órganos judiciales se hubieran declarado en huelga para investigar lo que falta por conocer del 11-M: autores intelectuales, móviles del crimen, autores materiales, logística, etc...

Hace unos días el juez Gómez Bermúdez fue entrevistado por Iñaki Gabilondo. Curiosamente, en dicha entrevista ni se habló de terroristas suicidas en los trenes ni se desmintió su existencia. Sí nos hablaron de terrorismo yihaidista, pero nada dijeron de la incapacidad de los "moritos" para perpetrar los crímenes del 11-M. Tampoco hablaron de las investigaciones que se llevan a cabo para descubrir la "mente diabólica" que asesinó a 193 personas e hirió oficialmente a mil ochocientos cincuenta. No creo que Jamal Zougam dé respuesta a todo lo que antecede. Respecto a los juicios que se derivarían del primero, creo que no se ha celebrado ninguno. Es más, no tengo la certeza de que la Audiencia Nacional crea que hay que seguir investigando algo sobre el 11-M. Por tanto, más de seis años después nadie ha de sorprenderse de que el ochenta por ciento de los ciudadanos consideren que ha de reabrirse el sumario.

Personalmente, creo en la justicia y valoro el gran esfuerzo realizado en el proceso del 11-M. Con la misma firmeza constato que los resultados han sido exiguos respecto a los esfuerzos realizados. Si es que se pueden denominar resultados los de la sentencia ratificada del 11-M.

En mi tierra andaluza memoricé la letra de una siguiriya que puede aplicarse a la situación que vivimos:

Yo me fié de la verdad
y la verdad a mí me engañó
si la verdad a mi me engaña
de quién me voy a fiar yo


Libertad Digital - Opinión

Los errores de Carrillo. Por Hermann Tertsch

A sus 95 años y pese a su gran pasión de fumador, Santiago Carrillo vive probablemente los momentos más dulces de su vida. Aunque todos sabemos que hace setenta años ya supo gozar de numerosos placeres.

Ahora, cómodamente integrado en el «establishment» del nuevo socialismo izquierdista de los revisionistas de la transición de la que fue protagonista, se dedica a la muy retribuida actividad de descalificar dicho pacto entre españoles de toda condición. Con el Gran Timonel Zapatero resulta mucho más rentable la loa al antifranquismo y la llamada «lucha antifascista» que la defensa de aquella transición que desprecian todos los jovencitos socialistas que jamás supieron lo que fue el franquismo salvo por relatos del abuelo que muchas veces ni siquiera existió. Nos da don Santiago lecciones a todos de democracia desde su nueva posición de patriarca del socialismo de la secta zapateril. Y a él desde luego le cuesta tanto mentir como al propio Zapatero, es decir nada. Es más, se nota que disfruta en su papel recuperado de seis años acá.

Nos dice don Santiago que el error de los comunistas fue haber apoyado al estalinismo que, según él, «no era más que capitalismo de Estado». ¡Cuánta humildad hay en estas palabras! Carrillo hablando de «errores», porque no se dio cuenta a tiempo de que Joselito Stalin los engañaba a él y a todos los comunistas porque, sin ellos saberlo, quería instaurar un «capitalismo» de Estado. ¡Qué malo ese Stalin que quería instaurar un capitalismo, aunque fuera de Estado! ¡Qué pena que no quisiera Stalin un comunismo auténtico como lo querían Carrillo, José Díaz, La Pasionaria, o Karl Radek, o Laurenti Beria, el fiscal Andrei Vishinski, Georgi Dimitrof o Guenrij Yagoda! ¡Qué pena que los engañara a todos! Si no llega a ser por Stalin, tendríamos un mundo feliz gracias a ese proyecto humanista que defendían Carrillo y todos los nombrados. La culpa sin duda la tuvo ese proyecto capitalista que defendía en secreto pérfido el padrecito Stalin.

Lo malo no es oír este tipo de insultos a la historia y a la inteligencia por parte de un asesino en masa y criminal de guerra perdonado por los españoles gracias a una amnistía que ahora él quiere poner en duda para quienes se negaron a seguir la suerte de miles de compatriotas en las fosas de Paracuellos. Lo malo es que aquí el tono guerracivilista de la secta ha llegado a un extremo en el que el anciano sabe que puede decir cualquier cosa sin que sus interlocutores se rían, lloren o le refuten con contundencia sus barbaridades. Errores los justos. Carrillo y Stalin estaban perfectamente de acuerdo en todo porque Carrillo no se habría atrevido a otra cosa. Siempre estuvo del lado del jefe y no recordamos ningún comentario suyo que pusiera ningún reparo no ya al exterminio de millones de kulakos, a la hambruna provocada en Ucrania, a los juicios farsa a sus camaradas, desde el asesinato de Kirov, a las ejecuciones de los militares en torno al mariscal Tujachevsvki hasta el de Bujarin, pasando por todo el terror que costó la vida a millones de rusos y europeos. ¡Vaya con los errores! Por no hablar de las muertes, nunca explicadas, de comunistas españoles que, según familiares de ellos y numerosos indicios, fueron directamente ordenadas por Carrillo.

Ahora Carrillo nos quiere explicar la historia y además advertirnos que la derecha española es un peligro para la democracia. Es como si los dirigentes de las SS, Heydrich o Himmler, dieran hoy conferencias en las universidades alemanas enmendando la plana a Angela Merkel por su política económica. Como si el doctor Mengele viajara por el mundo hablando de ética en la medicina moderna. Pero aquí, Carrillo, adoptado como venerable patriarca por la secta socialista del Gobierno, se pasea de radio en radio, televisión en televisión, redacción en redacción, contándonos que la derecha es un peligro y hay que marginarla por todos los medios. ¿Por todos los que utilizó él en su día? Con seguridad él piensa que sí porque sus errores no fueron los miles de asesinatos de los que es directamente responsable. Ni creer en una ideología criminal que debiera estar tan proscrita como el nazismo. Su error fue no ver que Stalin quería imponer «el capitalismo de estado».


ABC - Opinión

El fin de los bloques. Por Cristina Losada

Quien muestra independencia de criterio corre riesgos. Riesgos, por cierto, que no quisieron afrontar aquellos diputados socialistas que, a pesar de su íntima repugnancia, tragaron como niños obedientes el potaje cocinado por Zapatero.

La buena noticia que ha proporcionado el Tribunal Constitucional se asemeja a la que supuso el fin de la Guerra Fría: se acabaron los bloques. Tanto tiempo han estado ahí, tan inamovibles y eternos parecían los bloques de "progresistas" y "conservadores", que el hecho de que un magistrado adscrito a uno de ellos vote en sentido contrario a la disciplina de "partido", merece ese calificativo de histórico que se prodiga tantas veces sin ton ni son. Disciplina de partido, sí, pues a eso se reduce, en última instancia, la estricta y nociva regla, que dado el sistema en vigor y vistos los precedentes, se espera que acaten los integrantes de ese alto tribunal y los de otros. Un círculo perverso que rebaja a los jueces a la condición de figurantes que los partidos mueven por control remoto, a meros vehículos del scalextric político que nunca se salen del carril.

El milagro de la ruptura de los bloques se acaba de producir en el TC ante el Estatuto de Cataluña, pero la guerra no ha terminado. El magistrado disidente ya ha recibido el anuncio de una declaración de hostilidades a través de un periódico gubernamental ducho en maniobras de esa clase. Acusan a Manuel Aragón de traicionar un compromiso que había adquirido con los suyos, lo que supone un intento de desprestigiarle y suena a preámbulo de una obra de difamación. Habrá que estar atentos. Quien muestra independencia de criterio corre riesgos. Riesgos, por cierto, que no quisieron afrontar aquellos diputados socialistas que, a pesar de su íntima repugnancia, tragaron como niños obedientes, que no inocentes, el potaje cocinado por Zapatero y un chef del más rancio nacionalismo catalán.

La segunda buena noticia que se desprende de la mala nueva del aplazamiento de la sentencia es que la posición de Aragón desenmascara la premisa ideológica con la que el PSOE ha venido justificando su adopción de la doctrina nacionalista. Zapatero y compañía quieren hacer pasar por progresista la fragmentación de la nación española, la liquidación de la soberanía del pueblo español y la creación de feudos con traje y complementos de naciones. Sostienen que sólo se oponen a ese lindo proyecto los conservadores, la derecha, la caverna y cuantos desean regresar al centralismo de la época de Franco. Pues bien, ahora es un magistrado progresista, estudioso de Manuel Azaña, el que cuestiona el Estatuto. ¿Dirán que se ha pasado al PP, como afirmaron del Defensor del Pueblo? Y, ya puestos, ¿en qué bloque meterán a Azaña?


Libertad Digital - Opinión

El frufrú de las togas. Por M. Martín Ferrand

ESCRIBE AQUÍ EL ENCABEZAMIENTO

YA produce suficiente alipori contemplar el espectáculo de los magistrados del Tribunal Constitucional en un largo debate -va para su primer cuatrienio- en el que las ideas se subordinan a la génesis política de cada uno de ellos, a la inercia concordante con el partido político que les designó para vestir la toga que les faculta para interpretar la Constitución; pero, como aquí todo es posible, nos quedaba por ver que uno de los magistrados, el que parece más serio y constante en sus criterios, le escribiera una carta al director de un periódico para hacer valer su independencia frente a las voces que le acusaban de incumplir los pactos establecidos entre los integrantes «progresistas» de tan notoria y ruidosa institución.

El frufrú de las togas, de todas las del muestrario institucional, resulta crecientemente inquietante. Se dice en el conventillo en que ha decaído el chismorreo de la Justicia, y lo aseguran dos notables diarios nacionales, que Baltasar Garzón podría haber recibido sugerencias para que, motu proprio, se aleje de la Audiencia Nacional y, con el mutis, dar por cerradas las tres causas que tiene abiertas en el Tribunal Supremo. Como dijo José María Pemán en otra chocante circunstancia; aquí, en España, si te dicen que el cardenal Segura toma la alternativa en La Maestranza conviene limitarse a preguntar: ¿de qué ganadería son los toros y quien es el diestro con el que cambiará los trastos?

Ese sonido -¿desafinado?- de los ropones de la Justicia produce curiosos bailes. Luis Bárcenas, por ejemplo, no se ha visto cómodo con la melodía del Supremo y, para evitarla, ha devuelto su acta de senador y, ya sin inmunidad parlamentaria, ser juzgado por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, cuyas claves le parecen de más fácil entonación. Son demasiados casos singulares para que cuaje la sensación de certeza que debiera inspirarnos la Justicia; pero, quiso el felipismo y no pretendió enmendarlo el aznarismo, que la promiscuidad se entreteja por entre los poderes del Estado. Lo del TC es de nacencia, un capricho ostentoso de los padres de la Constitución, pero lo del CGPJ es fruto de la reforma marcada por las necesidades gubernamentales del momento en la reforma de 1985. Mal está que las togas hagan ruido; pero es que, además, quienes las llevan tratan muchas veces de convertir el ruido en melodía e interpretarla con bombo y platillos.


ABC - Opinión

Belén Esteban. Por José García Domínguez

Ahora, procede obrar justo al revés: hay que bajar de grado al subsuelo do moran la ministra, Belén y Zerolo para no correr el riesgo de ser acusado de excluyente o reaccionario.

La ministra Sinde, de Cultura o así, acaba de proclamar su rendida admiración por una señora Belén Esteban, ciudadana de verbo abrupto, oficio ignoto, méritos desconocidos, nariz improbable y estado civil no menos incierto. Según me cuentan, esa Belén Esteban goza de pública celebridad merced a algún coito esporádico con cierto torero, además de por mercadear con su íntimo proceder en platós innúmeros de televisión. Al tiempo, Pedro Zerolo, otro decidido entusiasta del modelo de conducta que encarna la dicha Belén, no ha dudado en bautizarla "madre coraje". Por lo visto, a Zerolo, igual que a la abogada de las humanidades y la ilustración en el Consejo de Ministros, vivir del cuento en alegre comunión con notorias cervantas, alcahuetas, barraganas y colipoterras, le semeja asunto de grande mérito, una hazaña ética digna de reconocimiento, estima y aplauso institucional.

Será que Esteban simboliza la definitiva democratización del glamour; el final metafórico de la lucha de clases con el asalto del pueblo llano, de las masas que se decía cuando entonces, al papel couché, esa última trinchera, la del exhibicionismo social, que aún no habían rendido las viejas elites en retirada. De ahí, quizá, la ecuménica fascinación que despierta el personaje tanto dentro como fuera de Ferraz. Aunque también representa algo más esa Esteban, a saber, la irreversible fractura del canon cultural que, generación tras generación, se había encargado de mantener en pie la escuela. Así, de modo parejo a Sinde y el propio Zerolo, la tal Belén ilustra con su vida y milagros que el éxito nada debe al trabajo ni al esfuerzo personal.

Al cabo, trátase de un icono laico, por encima de cualquier consideración, popular, el único, exclusivo, supremo e incontestable valor en la era del pospensamiento. La audiencia, tan soberana como sagrada, la celebra con alborozo. Nada cabe rechistar, pues. Y es que se acabaron los tiempos en que las minorías más o menos selectas –también las políticas– pugnaban por elevar a la muchedumbre. Ahora, procede obrar justo al revés: hay que bajar de grado al subsuelo do moran la ministra, Belén y Zerolo para no correr el riesgo de ser acusado de excluyente o reaccionario. En fin, ándese con cuidado Sinde: a su sillón le acaba de salir otra novia.


Libertad Digital - Opinión

Los cristales de Bárcenas. Por Ignacio Camacho

AHORA sí. Ha tardado más de lo conveniente y ha causado un desgaste innecesario a su partido y a su líder, pero la dimisión como senador de Luis Bárcenas -y como diputado de su compañero Jesús Merino, aunque la posición de éste es menos sensible- restablece el mínimo decoro exigible en una situación que se estaba volviendo demasiado incómoda para el PP. Y de paso le devuelve al propio Bárcenas una cierta presunción de decencia, tan cuestionada como la de inocencia tras las graves acusaciones de que ha sido objeto.

El principal reparo de este desenlace político del «caso Bárcenas» es que ha sido el interesado, y no Rajoy, quien ha marcado los tiempos a su conveniencia. El senador dimite cuando lo estima conveniente o inocuo para su defensa, ya que una vez pasado el trámite de instrucción y el riesgo de ser encarcelado preventivamente prefiere contar con dos oportunidades de juicio -Tribunal Superior de Madrid y Supremo- en vez de una sola. Bárcenas está convencido, y así me lo dijo de su propia voz, de que de no contar con inmunidad parlamentaria habría sido enviado a prisión junto con Correa y sus cómplices. Se siente, con razón o sin ella, víctima de una operación de acoso político y cree que el caso Gürtel acabará encallando en los defectos procesales -escuchas y demás- de una instrucción chapucera «made in Garzón». Para él resultaba fundamental eludir la cárcel preventiva y se agarró al escaño como a tabla de náufrago. Correoso, tenaz y persuasivo, logró crear una duda razonable en Rajoy, que no se atrevió a presionarle más allá de los intereses de su estrategia defensiva personal. La dimisión a plazos ha erosionado la autoridad del líder del PP, que de nuevo ha ofrecido ante la opinión pública una imagen de debilidad o consentimiento. Ha permitido especulaciones inquietantes para la integridad del partido. Él lo justifica con uno de sus argumentos pacientes: el de que entre lo rápido y lo bien hecho, elige lo bien hecho. Sólo que hay veces en que hacerlo bien consiste en hacerlo pronto. Y sobre todo en no dejar que otros lo hagan por uno.

Luis Bárcenas es un tipo singular. Poliédrico, opaco, resolutivo, audaz. Pertenece a la clase de gente que tiene una familiaridad turbadora con el dinero, con la forma de ganarlo y de manejarlo, quizá también con la de disfrazarlo o esconderlo. Jugador de Bolsa, especulador profesional, ha incrementado su patrimonio de manera fehaciente durante su tiempo de actividad política. No es el único -Bono está sufriendo un severo escrutinio de sus bienes- ni será el último, pero lo que desde luego no resulta es un modelo de transparencia financiera. Y era el tesorero del PP. Un puesto en el que conviene tener un techo de cristal. Más que eso: un alma de cristal.

Ahora queda por ver cuántos cristales se han roto en este tenso proceso de pactadas renuncias por entregas. Y evaluar los daños de la fachada.


ABC - Opinión

Zapatero no se va a ir por consejo de su mujer

Esperar que Zapatero se va a ir por consejo de su mujer es asegurarse la derrota dentro de dos años, la última que Rajoy puede permitirse al frente del PP por muy búlgaro que saliese el Partido tras el congreso de Valencia. Y Rajoy lo sabe.

Ha tenido que ser la mujer de Luis Bárcenas la encargada de cerrar el sainete político-mediático-judicial del caso Gürtel, el mismo al que Mariano Rajoy no se atrevía a meter mano. Ha hecho falta, eso sí, semana y media durante la cual el presidente del PP ha actuado como suele hacerlo casi siempre que tiene un problema por delante. Lejos de mostrarse implacable con los sospechosos de corrupción, ha esperado pacientemente a que el tema más espinoso – Bárcenas, su hombre de confianza– se solucionase sólo confiándose a la suerte que, esta vez, le ha sido propicia. Después de todo, ya puede presumir en público de que el ex tesorero del PP es un completo extraño dentro del Partido.

Con Bárcenas condenado a las tinieblas exteriores y el resto de implicados en la trama de Correa debidamente alejados de la estructura de mando del PP, a Mariano Rajoy se le van acabando las excusas para ponerse en serio a hacer oposición; labor en la que, a pesar de contar con más de diez millones de votos y 154 escaños, no se ha estrenado, y ya van dos años desde que Zapatero renovase mandato. No es preciso recordar que sus electores le entregaron el voto para eso y que, además, en los seis años que lleva sentado en la bancada de Oposición nunca lo ha tenido tan fácil.


Aparte de la complicada situación económica que no tiene visos de mejorar, a Rajoy se le presenta una oportunidad de oro con la sentencia del Estatuto de Cataluña, cuyo recurso que interpuso en tiempos mejores puede utilizar ahora contra el Gobierno en un momento en que éste se encuentra en una delicadísima posición. El Estatuto de Cataluña pertenece a la época feliz del zapaterismo, cuando las principales preocupación del Gobierno eran la España Plural y la Alianza de Civilizaciones. Hoy, con el agua al cuello e incapaz de cortar la hemorragia económica, los fantasmas del pasado pueden volverse contra él.

Pero esto, que está a la vista de todo el mundo, podría no tenerlo Rajoy tan claro. Un apuradísimo PSOE ha pedido que el Partido Popular retire el recurso problema que los propios socialistas crearon promoviendo un Estatuto de Autonomía abiertamente anticonstitucional. Existe la posibilidad de que Rajoy culmine su lucimiento personal de esta legislatura retirando el recurso para congraciarse con Convergencia y Unión, con quienes pretende pactar tan pronto se celebren elecciones en Cataluña. Es una hipótesis especulativa pero perfectamente verosímil.

También lo es que Rajoy recupere la cordura y el pulso que tuvo en la legislatura anterior. Es posible que advierta que el único modo de llegar a la Moncloa es presentando batalla en la Oposición. A José María Aznar le costó dos legislaturas completas de desgaste porque, a veces, la uva, aunque esté muy madura, no termina de caerse y se pudre colgada de la vid. Esperar que Zapatero se vaya a ir por consejo de su mujer es asegurarse la derrota dentro de dos años, la última que Rajoy puede permitirse al frente del PP por muy búlgaro que saliese el Partido tras el congreso de Valencia. Y Rajoy lo sabe. Ahora sólo es necesario que actúe.


Libertad Digital - Opinión

Zapatero y la lógica de su fracaso

LA renuncia de Luis Bárcenas y de Jesús Merino, implicados en el «caso Gürtel», a sus actas de parlamentarios en el Senado y el Congreso, respectivamente, implica el traslado del proceso desde el Supremo al Tribunal Superior de Justicia de Madrid.

Y si los diputados autonómicos madrileños también imputados en el caso hicieran lo mismo, la investigación acabaría en un juzgado de la plaza de Castilla. Este sería el desenlace procesal de las renuncias de los aforados, un cambio de competencia judicial que tendría un efecto directo en la resonancia política y social del «caso Gürtel». Por lo pronto, para Rajoy es ya un éxito político el paso dado por Bárcenas y Merino -ninguno obligado a renunciar a sus actas-, porque el balance de su gestión le permite afirmar que su partido, sin esperar siquiera a juicio oral, no tiene a ningún militante ni cargo interno implicado en la trama Gürtel. El PSOE vuelve a quedarse mermado de argumentos oportunistas contra el PP y pierde uno de sus más recurrentes burladeros frente a la crisis económica de España y el declive político, imparable, del Gobierno de Zapatero.

Sin «Gürtel» que arrojar a Rajoy, el fracaso global del Gobierno vuelve a manifestarse en todos sus frentes y con toda su lógica, explicada por la impericia de sus responsables y la falta de proyectos para España. Ni uno solo de los frentes políticos propios de una sociedad moderna está sustentado en una acción de gobierno sólida y solvente. Zapatero ha fracasado en su temeraria idea de alterar el Estado autonómico a través del Estatuto de Cataluña, demostrando que carece de autoridad política suficiente para reconducir los acontecimientos adversos producidos en el TC. La campaña de la izquierda contra el Supremo se ha vuelto contra sus promotores, dejando la impronta de un grupo de agitadores «antisistema» trasnochados y comprometiendo la lealtad institucional del propio Gobierno. El Ecofin llegó a Madrid para decirle a la vicepresidenta económica, Elena Salgado, que Bruselas no se cree el plan anticrisis del Ejecutivo. El estado de nervios de los socialistas catalanes ante las próximas autonómicas muestra la desconfianza en sus propias fuerzas, pero también en la capacidad de Zapatero para recuperarse como talismán electoral. Y así podría contarse por fracasos el resto de proyectos básicos de Zapatero, desde que llegó a La Moncloa en 2004. Frente a este cuadro de desplome socialista, Rajoy suma aciertos, probablemente sin la estridencia que le exige una parte de la derecha, pero con mucha más eficacia que la que desearía la izquierda.

ABC - Editorial