miércoles, 14 de abril de 2010

Bye, bye, alliance of civilizations. Por José María Carrascal

¿QUÉ diablos hace este hombre en Washington? Porque la conferencia nuclear convocada por Obama es justo lo contrario de su Alianza de Civilizaciones.

La Alianza de Civilizaciones trataba de abrazar a los enemigos. La cumbre nuclear trata de aislarlos y penalizarlos. De ahí que no se haya invitado a los que Bush llamaba «estados delincuentes» -Irán, Corea del Norte-, decididos a convertirse en potencias atómicas y que se busque la forma de impedirlo. Obama consiguió ya un triunfo la víspera, al lograr que el presidente chino, Hu Jintao, apoyase su paquete de medidas contra Irán, algo a lo que venía oponiéndose, al temer que los iraníes les cortasen sus suministros de petróleo. La promesa norteamericana de que se le suministrarán por otro lado, ha vencido sus renuencias. Ahora falta convencer a los demás, a los rusos y franceses, que temen por sus exportaciones a Irán. Obama ya se reunió con Medvedev y Sarkozy y lo esta haciendo con sus colegas de Ucrania, Nigeria y Sudáfrica, todos ellos con intereses en uranio y petróleo.

¿Qué hace en esa reunión Zapatero, sin ninguna de ambas cosas? Pues hace bulto. Se le ha invitado, acude encantado y cuando, al finalizar, Obama pida a los 47 reunidos que guarden sus residuos nucleares bajo siete llaves y sanciones para los delincuentes, será el primero en prometerlo. ¡Adiós Alianza de Civilizaciones! ¡Adiós a esa debilidad de la izquierda por los marginados, por los perseguidos, por los «fuera de la ley»! Ahora toca perseguirlos, como toca perseguir a ETA, después de haber hecho manitas con ella.

Es curioso que los mismos que criticaban a Aznar por seguir los pasos de Bush sigan ahora los de Obama con la misma devoción canina, no del todo correspondida, pues Bush al menos permitía a Aznar poner los pies en la mesa de su rancho, mientras Obama no ha invitado todavía a Zapatero a su casa e incluso ha cancelado la prometida visita a España.

Pero, en fin, si Obama le hace olvidar ese juguete de la Alianza de Civilizaciones, que nos está costando un dinero sin servirnos para nada, bienvenido sea el seguimiento. Aunque, ¿saben ustedes una cosa? Yo, que Obama, no me fiaría demasiado. Alguien que cambia de actitud de un día a otro sin justificarlo ni siquiera admitirlo, puede volver a la actitud anterior sin pestañear. Hay quien dice que Zapatero no ha roto del todo con ETA y que, si se le presenta la ocasión, volverá a negociar con ella. Del mismo modo, si mañana le conviniese volver a estrechar lazos con los «estados delincuentes», lo haría con ese gesto tan suyo de abrir los brazos y «a mí, que me registren».

¡Ah! Lo más importante: allí no se habla de la crisis económica. ¡Qué alivio! ¡Y qué pena tener que volver a España!


ABC - Opinión

Abusar de la memoria. Por Gabriel Albiac

ES demasiado obscena la fotografía. Pancartas que hacen de la memoria de los muertos refugio para un juez no muy escrupuloso con las leyes.

¿Dice verdad alguna la memoria de los hombres? Sí. La verdad del afecto, los afectos, de aquel que rememora. Y nada fuera de eso. Quien recuerda una pena nos conmueve, porque es suya. Nada más. Y, en lo incomunicable, da síntoma del dolor humano. Universal. Y el respeto que se le debe es tan hondo cuanto lo es el silencio del que sufre. Porque quien de verdad sufre jamás trocará ese absoluto suyo en triste calderilla palabrera. Luis Cernuda lo da en uno de esos momentos de intuición perfecta a los cuales llamamos poesía: «Pero, como el amor, debe el dolor ser mudo». O bien, dejar de serlo. De ser dolor. Y aceptar ser escena. Escena desasosegante de esas gentes -puede que bienintencionadas- con pancarta ante la Audiencia, haciendo de sus muertos trinchera para un juez dudoso. Como se hace empedrar con los cuerpos congelados de los camaradas muertos el suelo de las trincheras sobre el cual caminan los soldados del sobrecogedor relato de Rudyard Kipling acerca de la guerra del 14.

He conocido a gentes que sufrieron más de lo que un humano debiera tener que sufrir en esta puta vida. A gentes cuyas vidas fueron rotas, aun antes de nacer, por la dictadura franquista. Algunas me son demasiado cercanas para atreverme a evocar la dimensión de sus tragedias. Y claro que sé que tragedias paralelas las ha habido en la orilla opuesta. Y claro que sé que existe incluso algún caso biográfico en que el nombre del gestor de las tragedias de unos y otros es el mismo; el mismo ilustre nombre de padre de la escénica España en que vivimos: Santiago Carrillo. Sé con qué mi memoria me conmueve. Sé que esa conmoción morirá conmigo. Sé también que no soy lo bastante necio -o lo bastante ingenuo, o lo bastante cínico- como para confundir mis conmociones con la realidad histórica. A la hora de conmoverse, a la hora de maldecir o sollozar, uno debe cerrar la puerta de su casa con doble vuelta de llave. El dolor exhibido es sólo obsceno. Y miente. Siempre.

Hagan la historia los historiadores. Cumplan la ley los jueces. Sepamos, quienes moriremos con nuestra memoria a cuestas, que nada es más nuestra verdad -la de nosotros, cada uno, pobres cúmulos de muerte acumulada, quevedianas «presentes sucesiones de difunto»- que esa callada estancia arrebatada al curso común del tiempo; que nada humilla más que dar rango de objetual verdad histórica a lo que por sernos lo más íntimo nos es lo más sagrado. Hagan la historia los historiadores. Distantes, fríos, ajenos a cuanto sucedió: llevo toda mi vida de historiador de la filosofía enseñando a mis alumnos que jamás se historia a menos de tres siglos de distancia; no voy a engañarme en esto.

Las gentes que más sufrieron -algunas de ellas me son muy cercanas, demasiado para poder siquiera nombrarlas- callan. Muy raramente, en instantes milagrosos de intimidad blindada, susurran metafóricas elipsis de su drama. Hablemos de otra cosa. Hace unos pocos años fue descubierto un farsante español que se fingía víctima y superviviente de Auschwitz. «¿Cómo lo descubrísteis?», pregunté a un amigo judío. «Hablaba de Auschwitz todo el tiempo. Los de Auschwitz nunca cuentan nada». Los pocos que, en la soledad más intratable, narraron -Antelme, Améry, Primo Levi...- retazos de aquello, pagaron, en distintos modos, con sus vidas. Contar en alta voz es siempre alzar escena y artificio. Escena: pancartas, horribles barricadas de muertos, en defensa de un juez dudoso. No incluyan a los míos. Es demasiado obsceno. Demasiado.


ABC - Opinión

El líder converso. Por M. Martín Ferrand

Ultimamente, no se sabe muy bien para qué, José Luis Rodríguez Zapatero viaja a Washington con la devoción de un converso.

Todavía deben de dolerle las posaderas de tanto tenerlas atornilladas al asiento mientras la bandera de las barras y las estrellas desfilaba por el paseo de la Castellana de Madrid y trata de aplicarse el bálsamo de los viajes. Ahora interpreta el papel insustancial de aliado de Barack Obama para el desarme nuclear, cosa chusca si se considera que España, como Nación, ya está desarmada y, como territorio, depende de la voluntad del propio Obama, inquilino principal de Rota y acostumbrado navegante del Golfo de Cádiz, en donde abundan barcos y aviones, nuclearmente armados o desarmados, de la U.S. Navy.

Quienes, como yo, somos de provincias viejas, llenas de costumbres y manías, sabemos que la devoción por el santo, a la santa, locales depende de la distancia hasta la ermita en que se les venere. Por lo general, en función del espíritu de fuga que nos han inculcado la Historia y la experiencia, preferimos la de más lejos. Por eso, Zapatero le reza más a Obama que a la Virgen del Camino que es patrona de su pueblo electivo. Allí, en la capital del Imperio, se le ve como un pulpo en un garaje. Habla a gritos para hacer creer que lo hace en inglés y, de hecho, dice todo lo que tiene que decir. Nada.

El presidente, a quien tanto gusta ser traducido, le ha dicho a Financial Times que «de aquí a las elecciones nuestra política debería ser la de la austeridad y el recorte de costes». No cabe duda de que el líder socialista es un converso compulsivo. Después de negar la crisis y de no verla llegar, tras no querer enfrentarse a ella por razones «sociales» - es decir, electorales-, ha terminado por descubrir lo que todos saben en Europa, que no hay otro camino que el ahorro y la austeridad, la reducción del gasto público y el recorte de las manías de grandeza. Algo que, aquí, suele ser parte integral de poder y de su ejercicio político. Otra cosa será cómo pasar de las musas al teatro. ¿Se atreverá Zapatero a reducir la nómina de un funcionariado que, entre la última legislatura de José María Aznar y la primera de las suyas, ha crecido un 23 por ciento? Para ser un buen converso no basta con caerse del caballo camino de Damasco, o de Washington. Hay que saber levantarse y convertir en hechos reales las buenas intenciones.


ABC - Opinión

Vudú en la Universidad. Por Ignacio Camacho

La universidad española se ha convertido desde hace tiempo en refugio de radicales de toda condición, donde cualquier alboroto tiene asiento: abucheos a políticos, algaradas extremistas, boicots a la libre expresión o exaltaciones del fanatismo en sus diversas vertientes.

Pero contemplar a todo un rector magnífico -víctima reciente de un zarandeo multitudinario- ejerciendo de orgulloso anfitrión de un aquelarre contra las instituciones del Estado aún constituye una sorpresa capaz de desbordar la más holgada capacidad de asombro. No menos, sin embargo, que el minucioso rito de vudú moral practicado con los magistrados del Supremo por un ex fiscal tan riguroso que es capaz de acusarlos de cómplices de tortura sin dar nombres. Después de semejante exhibición doctoral en sede académica ya tardan en nombrarlo profesor emérito de la Facultad de Derecho.

Si la Complutense deseaba rendir homenaje a Garzón bien podría haberlo nombrado doctor honoris causa o concederle cualquiera de las numerosas distinciones de su repertorio de protocolo; al fin y al cabo salvo en lo concerniente al Derecho procesal, en el que no parece exactamente un experto, la trayectoria del juez más famoso de España ofrece perfiles lo bastante poliédricos -a veces incluso contradictorios- para permitir cualquier reconocimiento de parte. Para defender al magistrado en apuros existen sin duda argumentos más repetables y decorosos que el tiro de pichón dialéctico contra sus juzgadores. Lo último que cabía esperar de la institución universitaria era este destemplado exorcismo de aluvión, este conciliábulo mitinero en el que para apoyar al procesado sus abigarrados participantes la han emprendido a navajazos retóricos, al grito de falangista el último, contra el sistema judicial y hasta contra la arquitectura legal de la democracia. Semejante deslegitimación institucional sería deplorable por la relevancia de sus protagonistas incluso en el marco de una manifestación callejera dominical, pero en el escenario de la primera universidad nacional resulta sencillamente desolador. Si queda en el ámbito universitario un mínimo de independencia moral es de esperar que el colectivo académico no apruebe con su silencio resignado este verdadero linchamiento con birrete.

El último objetivo de la izquierda radical, si es que va quedando alguna que no lo sea, es la demolición de la justicia como un obstáculo para su proyecto rupturista. Las apelaciones derogatorias de las leyes de la Transición, fruto del consenso constituyente, fueron tan numerosas como explícitas en la arenga asamblearia del Paraninfo Complutense. En este marco de presión se va a reunir hoy el Tribunal Constitucional para fallar -es de esperar que no en doble sentido- el recurso sobre el Estatuto de Cataluña. Ya pueden sus miembros tener claro lo que va a pasar si se les ocurre pronunciarse a contracorriente de esa marea.


ABC - Opinión

Charlotada insurreccional. Por José García Domínguez

Esos gallardos milicianos se han pasado treinta y cinco años cenando lubinamismo en Zalacaín y en Jockey, por completo ajenos a que en su día se les olvidó derrocar al gallego, y eso se paga… en colesterol y también en credibilidad.

Que Una memoria sin fronteras, ese airado manifiesto en reclamo de impunidad para Garzón, vaya encabezado nada menos que por Pasqual Maragall, célebre escudero y chico para todo de José María Porcioles, el sempiterno alcalde de Barcelona durante la dictadura, indica que nuestros neo-antifranquistas necesitan yacer con urgencia en el diván de un buen psicoanalista, a ser posible porteño. Mejor argentino porque, por el mismo precio, habría de ilustrarlos acerca del abismo ético que media entre las leyes de punto final de los milicos y la amnistía votada por las Cortes Españolas en 1977. Una amnistía, aquélla que defendió Marcelino Camacho desde la tribuna del Congreso, que consagraría la política de reconciliación nacional preconizada por los únicos que habían luchado contra el Régimen mientras Maragall servía solícito al Generalísimo: los comunistas.

En fin, en otro orden de contrariedades, emerge cierta disonancia digamos estética, la sombra de una impostura plástica, un desajuste obsceno entre forma y contenido, que añade patetismo a esos revival asamblearios, los festivales camp como el último de Berzosa en la Complutense, siempre repletos de tanto viejo progre ajado a la busca, ¡ay!, del tiempo perdido. Porque el discurso incendiario de esos pretendidos hijos de la ira, incorruptibles idealistas de salón, rebeldes con causa clamando puño en alto en pos de la justicia poética retrospectiva, no se compadece con el orfeón de lustrosas barrigas que escoltaron a Toxo y Méndez en el escenario. Y es que, en puridad, más que de genuina legitimidad antifascista, la socialdemocracia imperante adolece de un problema de sobrepeso.

Están todos demasiado gordos, empezando por el propio Garzón. De ahí, quizá, que no cuele la charlotada insurreccional a cuenta del Juez Campeador. Esos gallardos milicianos se han pasado treinta y cinco años cenando lubinamismo en Zalacaín y en Jockey, por completo ajenos a que en su día se les olvidó derrocar al gallego, y eso se paga... en colesterol y también en credibilidad. Así, nuestros neo-antifranquistas llevan más de un cuarto de siglo administrando una superioridad moral tan impostada, tan falsa, tan ful como la ingeniosa memoria sin fronteras –ni vergüenza torera– que acaba de fabricarse Maragall. Para que ahora nos vengan con el cuento del tío Paco y las rebajas.


Libertad Digital - Opinión

Desvarío sindical

LA campaña falsamente «progresista» en favor del juez Garzón alcanza ya límites inaceptables porque pone en cuestión las reglas básicas del Estado de Derecho.

Es intolerable que se descalifique a la sala de lo Penal del Tribunal Supremo sin tener en cuenta que la independencia del Poder Judicial y el respeto a sus decisiones son elementos esenciales para la convivencia democrática. No es cierto que la extrema derecha «persiga» al magistrado en venganza por su pretensión de investigar la época franquista. Lo único que ocurre es que Garzón, como cualquier otro ciudadano, está sujeto a las leyes y el Alto Tribunal le imputa la eventual comisión de un delito de prevaricación. Por ello, los encierros, los manifiestos e incluso las concentraciones -ciertamente poco concurridas- a favor del juez tergiversan la realidad de los hechos al servicio de un radicalismo político que descalifica a sus promotores. Es la consecuencia natural de la desafortunada ley de la Memoria Histórica promovida por Rodríguez Zapatero, siempre dispuesto a buscar ventajas partidistas aunque sea a costa del éxito colectivo que supuso la Transición democrática. Una sociedad que mira al futuro no puede dedicar su tiempo y su esfuerzo a la apertura de fosas o a la revisión de acontecimientos pretéritos que deben quedar en manos de los historiadores.

Ahora resulta que los sindicatos afines al Gobierno se apuntan a esta operación de propaganda y anuncian movilizaciones para apoyar a Garzón. Es difícil aceptar que la función de los sindicatos en una sociedad desarrollada se extienda a un ámbito tan alejado de la defensa de los intereses laborales de los trabajadores, sobre todo en plena crisis económica y con una cifra de parados que sigue creciendo de forma imparable. UGT y CC.OO. no se han movilizado contra la política económica del Ejecutivo, salvo algunas manifestaciones recientes convocadas para cubrir las apariencias. Sin embargo, ahora se ocupan de las peripecias procesales del «juez estrella» y se apuntan a una operación partidista que en nada beneficia a sus afiliados, pero que causa un grave daño a las instituciones del Estado de Derecho.

ABC - Editorial

Un apoyo guerracivilista y totalitario a Garzón

Excepción hecha de los improperios de algunos etarras contra sus juzgadores, jamás los miembros de un tribunal habian escuchado en la reciente historia de nuestro país insultos tan graves como los que han recibido este martes los magistrados del Supremo.

"Se han constituido en instrumento de la actual expresión del fascismo español"; "Son cómplices de las torturas franquistas"; "Se han puesto en manos de los corruptos". Estos son sólo algunos de los gravísimos improperios que el ex fiscal Carlos Jiménez Villarejo ha dirigido este martes a los miembros del Tribunal Supremo encargados de enjuiciar a Garzón por tres delitos de prevaricación.

Excepción hecha de las diatribas que Iñaki Bilbao y otros etarras han dirigido contra sus juzgadores, jamás los miembros de un tribunal habían recibido en un acto público y en la reciente historia de nuestro país insultos tan graves como los que les ha dirigido el ex fiscal jefe Anticorrupción y tío de la actual ministra de Sanidad a los miembros del Supremo. Jiménez Villarejo los ha pronunciado, además, en la Universidad Complutense, en un acto presidido por su rector, Carlos Berzosa, y convocado por los dos mayores sindicatos de nuestro país como son UGT y CCOO, entre aplausos de todos los asistentes.

Aunque todas las intervenciones –incluidas las de los líderes sindicales y la del rector– hayan contribuido a que el acto se convirtiera en un aquelarre guerracivilista y totalitario contra una de las instituciones esenciales de la democracia, como es el poder judicial, en general, y el Tribunal Supremo muy en particular, la intervención de Jiménez Villarejo es la que se lleva la palma. No contento con acusar a los magistrados del Supremo de "ponerse en manos de la Falange" y de ser "instrumentos del fascismo", Villarejo ha acusado a los miembros del Tribunal Supremo nada menos que de "criminalizar la independencia" del juez Garzón. Vamos, como si la independencia de un juez le permitiera a este independizarse de la ley que debe observar, cumplir y hacer cumplir. Villarejo también ha dejado en evidencia su totalitaria concepción del derecho al cuestionar la admisión a tramite por parte del Supremo de querellas o denuncias, no en función de si son o no indiciarias de la comisión de un posible delito, sino en función de la ideología de quienes las interponen. Así, Villarejo considera "incompatible" con la democracia que "se acepten querellas procedentes de la extrema derecha".

Aunque los fundadores de Libertad Digital se enfrentaron a la dictadura en tiempos en que Jiménez Villarejo ejercía de fiscal del régimen franquista, en un Estado de Derecho lo único que puede limitar los derechos de los ciudadanos, incluidos los falangistas y su derecho de apelar a los tribunales, es la ley. Y es precisamente la ley lo que Garzón se saltó a la torera cuando pretendió ignorar sus competencias jurisdiccionales, la extinción de responsabilidad penal por fallecimiento, los plazos de prescripción de nuestro Código Penal o la vigente Ley de Aministía de 1977 que le impedían abrir su delirante causa penal contra el franquismo. También lo hizo con ley que le impedía grabar las conversaciones entre un acusado y su abogado, como hizo en el caso Gurtel, o con la ley que le obligaba a apartarse de la causa que archivó contra el presidente del banco del que había recibido unos cuantiosos fondos para financiar sus cursos en Nueva York.

A los improperios de Villarejo contra lo que ha calificado de "supervivencia del franquismo judicial", hay que sumar, no obstante, los exabruptos de Candido Méndez contra "los hijos de la dictadura" y contra la "tiranía del capital". Con el tono propio de esa izquierda guerracivilista y totalitaria de los años treinta de la que parecen, ciertamente, sentirse herederos, también el representante de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, ha denunciado el "asalto al Estado de la sedición franquista" y "el régimen sentado en el genocidio, el expolio y el rencor". Todo ello, no lo olvidemos, desde una universidad pública que por obra y gracia de su rector ha pasado a convertirse en un altavoz de consignas contrarias a la democracia.

Si ya es lamentable que los sindicatos no asuman su responsabilidad en la gravísima destrucción de empleo que estamos padeciendo o que el rector de la Complutense no acepte la suya en el deterioro que sufre su universidad, peor aun es que la eludan para perpetrar y ser correas de transmisión de una autentica rebelión y atentando verbal contra la democracia y sus instituciones propias de los años treinta.

El espectáculo ha sido tan patético y vergonzoso desde el punto de vista democrático que el presidente del Gobierno se ha visto desde Nueva York en la obligación de pedir respeto, de manera reiterada, al poder judicial. Pero que nadie se llame a engaño. Estas "impecables" declaraciones de Zapatero no son otra cosa que la forma que tiene de tirar la piedra y esconder la mano. Ha sido él y su Gobierno los que, desde primer momento, han instigado esta campaña guerracivilista contra el Tribunal Supremo. UGT no deja de ser la correa sindical del PSOE en estos asuntos y jamás se habría lanzado a esta campaña sin la condescendencia del Ejecutivo. Lo mismo cabe decir del ex fiscal socialista o del propio rector de la Complutense.

En cualquier caso, este bochornoso episodio, con el que la izquierda más trasnochada parece empezar una campaña más generaliza de hostigamiento contra el Tribunal Supremo, merece una condena más firme que la lacónica "preocupación y tristeza" expresada por el Consejo General del Poder Judicial o que las fariseas peticiones de "respeto" expresadas por el presidente del Gobierno. Al menos por parte de aquellos que realmente valoren las libertades que nos proporciona un Estado de Derecho.


Libertad Digital - Editorial

Sin respuesta frente al paro

Teniendo en cuenta que la reforma laboral presentada por el Gobierno se recoge en un «documento abierto» con un «contenido posible» para facilitar el acuerdo social, es probable que su verdadera intención sea medir la respuesta de sindicatos y patronal a unas medidas que constituyen un cambio de opinión en la sedicente política social del Ejecutivo.

En efecto, el documento recoge un abaratamiento del despido, esa «propuesta antisocial» con la que el PSOE despachaba al PP y a los expertos que pedían una reforma del mercado laboral. La idea del Gobierno es generalizar la indemnización por despido a 33 días por año, cuando la del despido improcedente se sitúa actualmente en 45 días. Además, el Gobierno estaría dispuesto a asumir una parte de la indemnización por despidos en determinados casos, lo que en función de cómo se configure volvería a lastrar el déficit público; y no está claro en qué medida influiría en las empresas la hipotética rebaja de un punto y medio en las cotizaciones a la Seguridad Social. Las primeras reacciones de los sindicatos han sido muy críticas, pero es seguro que el Gobierno contaba con ellas para empezar a preparar una negociación que le permita mantener la imagen social que tanto preocupa a Zapatero.

EEn todo caso, el documento contiene unas lecciones políticas importantes. La primera es que el discurso económico del Gobierno no tiene base y aboca a España a navegar sin rumbo por la crisis. Han tenido que destruirse cientos de miles de empleos y alcanzarse una tasa de paro cercana al 20 por ciento para que el Ejecutivo se limite a proponer un documento de intenciones, en el que, por primera vez, acepta revisar los costes del despido. La segunda lección es la cobardía del Gobierno, que le impide liderar la respuesta a la crisis en su manifestación más dramática, el paro masivo, cuya continuidad pone en riesgo el sistema financiero, como sentenció ayer el gobernador del Banco España. Y, en todo caso, el Ejecutivo demuestra otra vez que siempre llega tarde en esta crisis: primero para reconocer su gravedad; y segundo, para tomar las medidas adecuadas. Si esta reforma se aprobara, sus beneficios tardarán demasiado en sentirse. Es necesaria una reforma laboral porque el mercado del trabajo está destruido. Hay cuatro millones y medio de parados, número que aumentará en los próximos meses. La mejor de las posibilidades es no pasar de cinco millones, pero todo apunta a que se consolidará un paro estructural que absorberá ingentes recursos públicos. Responder a este problema con un mero documento de intenciones es una muestra de incapacidad para gobernar.

ABC - Editorial