viernes, 12 de marzo de 2010

Seis años después, el silencio oficial

La España oficial parece querer hurtar la memoria, la dignidad y la justicia a las víctimas del 11-M. Las miserias de nuestras élites vuelven a atacar a quienes más deberían merecer nuestro respeto y atención.

"¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!". Con esas palabras de Bernarda Alba terminaba la obra de Federico García Lorca. La pretensión de la protagonista era enterrar un hecho vergonzoso, algo de lo que no podía sentirse orgullosa y que podía poner en entredicho el honor de la familia. Por lo que se ha visto durante este sexto aniversario de la mayor masacre terrorista de nuestra historia, algo debe avergonzar enormemente a la España oficial, en vista del nada disimulado esfuerzo por querer pasar página que han mostrado durante la jornada de ayer tanto políticos como periodistas.

Así, la ausencia de toda referencia al 11-M en las portadas de buena parte de la prensa española no deja de ser una consecuencia más o menos inevitable de su renuncia a la obligación periodística de intentar averiguar siempre toda la verdad. Una verdad que debería buscarse aún con más ahínco en lo referido al mayor atentado de nuestra historia, atentado que además tuvo unas claras consecuencias políticas que a nadie se le ocultan.

Son precisamente estas consecuencias las que, en buena parte, podrían explicar que el PSOE no quiera que se hable en exceso de la masacre. Llegó al poder mediante la manipulación torticera de los atentados, en unos días donde al parecer no estaba de moda que la oposición tuviera que "arrimar el hombro" y, por tanto, los socialistas se vieron en el perfecto derecho de violar la jornada de reflexión. Pero con ser esto malo, peor es el papel del Gobierno en la promoción de la cúpula policial responsable, según la versión oficial, de la negligencia que permitiría a los condenados en el juicio cometer el atentado pese a la vigilancia a la que estaban sometidos. Y eso sin hablar de quienes eliminaron pruebas y participaron en la creación de evidencias falsas como el Skoda Fabia.

El PP, por su parte, también ha abandonado su apoyo inicial a la investigación de los atentados, primera y principal víctima de la táctica de perfil bajo que iniciara tras la derrota de 2008. El principal partido de la oposición estaba entonces en el Gobierno, y no parece querer recordar su gestión durante aquellos días, ni durante las semanas posteriores al atentado, cuando tuvieron lugar algunos otros hechos importantes, como los de Leganés.

Tanto ánimo hay de ocultar este horrendo crimen que el Gobierno ha tenido que improvisar un acto en el Congreso de los Diputados ante el escándalo de saberse que Zapatero no participaría en ninguna conmemoración del 11-M. Pero hete aquí que durante el mismo se ha dado a conocer la decisión de borrar esta fecha del calendario, reservando el 27 de junio como el único día en que se recordará y homenajeará a las víctimas del terrorismo. No es una fecha especialmente criticable la del primer atentado mortal de ETA, aunque podría argumentarse que la fecha lógica para dicha conmemoración debería ser aquella en que tuvo lugar el mayor atentado de la historia de España. Pero lo que no parece aceptable es que se aproveche un acto de recuerdo del 11-M en el Congreso de los Diputados para anunciar que no volverá a tener lugar ningún otro en la sede de la soberanía nacional.

Silencio y nada más que silencio parece ser la consigna. La España oficial parece querer hurtar la memoria, la dignidad y la justicia a las víctimas del 11-M. Las miserias de nuestras élites vuelven a atacar a quienes más deberían merecer nuestro respeto y atención. Libertad Digital, no obstante, nunca se sumará a esta corriente ahora mayoritaria. Sería renunciar a nuestra esencia.


Libertad Digital - Editorial

La crisis del 11-M

LOS atentados del 11 de marzo de 2004 siguen dolorosamente vivos en la memoria de las víctimas y sus familias, y también en la sociedad española. No puede ser de otra manera, porque la magnitud de aquella masacre aún hoy sigue siendo inconcebible. Las secuelas físicas y psíquicas de los heridos y la destrucción de muchas familias son el testimonio vivo de la extrema crueldad de un grupo de fanáticos criminales que, por desgracia, lograron todos sus objetivos. Toda mirada atrás debe servir para aprender de la experiencia y no repetir errores en el futuro. Porque en el 11-M, entendido como esos fatídicos días que transcurrieron desde el atentado hasta las elecciones generales del día 14, España se rompió como sociedad política. Los terroristas consiguieron todos sus objetivos. Lograron, por supuesto, la matanza más brutal cometida en suelo europeo. Cambiaron el más que probable resultado electoral. Rompieron los puentes entre los principales partidos políticos y dieron paso a un período de crispación y revanchismo. Incluso en la actualidad aún se puede temer que muchas heridas sólo hayan cicatrizado superficialmente. Mientras que el 11-S unió, el 11-M rompió, porque, además de un atentado, fue una crisis nacional.

Por eso hay que recordar el 11-M sin falsos sentimentalismos, sin concesiones a la prosa fácil, porque la democracia sufrió entonces sus peores jornadas. Aquel acto terrorista -y no una determinada política antiterrorista- fue obscenamente manipulado contra el Gobierno del PP, tachado de mentiroso por afirmar que había sido ETA la autora del atentado. Entonces sí que faltó, y mucho, la lealtad de la oposición para derrotar a los terroristas. Pero éstos ganaron también la apuesta estratégica de dividir a los españoles y de propiciar la derrota del PP. El PSOE ganó esas elecciones legítimamente con sus votos. Esto es indiscutible. A partir de entonces, los siguientes cuatro años de vida política en España fueron el escenario de las consecuencias de aquel atentado: marginación antidemocrática del Partido Popular, negociación política con ETA -con todo lo que exigía de intromisión en la Justicia-, ostracismo de las víctimas de esta banda terrorista, política exterior tercermundista.

Hoy pueden recordarse aquellos atentados porque los costes de su manipulación han pasado factura y sus efectos políticos provocaron una crisis que todavía perdura, agravada por los intentos del Gobierno de fracturar una sociedad ya de por sí dividida.


ABC - Editorial