lunes, 8 de febrero de 2010

Sindicalistas. Por Carlos Rodríguez Braun

Yerra don Cándido al suponer que como en Alemania tienen sueldos altos y relativamente poco desempleo, entonces cualquier intervención política en el llamado mercado de trabajo, y concretamente en los salarios, será neutral en términos de paro.

Dado el poder de los sindicatos, conviene prestar atención a la forma de pensar de sus líderes. Así, Cándido Méndez aseguró: "Si los salarios fueran los culpables del aumento del desempleo, Alemania tendría récord por sus altos sueldos". Por su parte, Ignacio Fernández Toxo aportó este diagnóstico: "La elevada destrucción de empleo se debe al excesivo abuso de la temporalidad".


La vinculación entre salarios y paro es evidentemente más compleja de lo que piensa el señor Méndez. Unos salarios sumamente elevados son compatibles con un paro muy reducido. En condiciones de mercado, los salarios dependen de la productividad, y si ésta aumenta aquéllos harán lo propio sin contratiempos, como sucede en Alemania.

Pero yerra don Cándido al suponer que como en Alemania tienen sueldos altos y relativamente poco desempleo, entonces cualquier intervención política y legislativa en el llamado mercado de trabajo, y concretamente en los salarios, será neutral en términos de paro.

Sin entrar en complejidades teóricas sobre las diferencias de salario entre empresas y sectores económicos, y sus consecuencias, don Cándido admitirá que la imposición legal y generalizada de costes laborales, salariales y no salariales, puede quebrantar la relación entre salarios y productividad, en cuyo caso puede suceder que esa intervención en los costes laborales desemboque en un paro muy apreciable.

Lo del señor Fernández Toxo es fruto también de un razonamiento equivocado. Como la mayor parte del empleo destruido se ha concentrado en los trabajadores temporales, don Ignacio cae en la falacia post hoc ergo propter hoc y concluye que el paro ha sido causado por la temporalidad. Pero es absurdo suponer que si no hubiera temporalidad entonces, como lógicamente no podría haber abuso de la misma, no habría paro. Al contrario, la ineficiencia que impondría al mercado de trabajo la supresión de la temporalidad llevaría probablemente a un paro aún mayor.


Libertad Digital - Opinión

Reformas de power point. Por Ignacio Camacho

«No os equivoquéis: no es que Zapatero esté dando tumbos por pura desorientación. Es que es su estilo de gobernar». El antiguo alto cargo felipista viene en el Ave leyendo unos periódicos cargados de metralla contra el Gobierno. Un zarandeo unánime, demoledor; le atizan sin misericordia hasta los blogueros de izquierdas, los editorialistas socialdemócratas, los columnistas más afines. El ex sonríe con sarcasmo -«mucho han tardado algunos en descubrirlo»- y afina el análisis cargado de una cierta amargura. «Pero no atináis ninguno con la clave de todo este jaleo. Os dejáis llevar por el ruido. El problema no consiste en que no sepa qué hacer ante la crisis, sino en que lo que está haciendo es precisamente lo único que sabe hacer. Una política de gestos. Fintas, quiebros, improvisaciones. ¿Qué no son coherentes? Claro, nunca lo han sido. Lo que pasa es que antes le funcionaban y ahora ya se le ve el cartón y la gente ha entrado en estado de pánico».

«Pero no te engañes: no cree ni por asomo en reformas laborales, ni en ajustes estructurales, ni de ningún tipo. Estos amagos son meros muñecos que saca del baúl porque se los están pidiendo los mercados para respaldar la deuda. Se siente incómodo en política económica, no la entiende. Ni siquiera sabía que le podían bombardear la Bolsa mientras estaba en Washington disfrutando de su minuto de gloria. Después del numerito de Davos con Letonia y Grecia él mismo puso la solvencia del país en una barraca de tiro. En realidad no tiene ni idea de cómo funciona esto, pero tampoco le interesa. Va a lo que va. Está convencido de que la tormenta va a pasar y de que lo único que tiene que hacer es mantener a los sindicatos de su lado y aguantar hasta que nos arrastre el crecimiento externo. Funciona a tirones, a inputs, como siempre. ¿O es que alguna vez le has visto otra cosa que no sea gestualidad? Sólo que esta vez los gestos han provocado el desconcierto en nuestro propio electorado porque iban destinados a otra clase de galería. Sin dejar de ser gestos».

«Este ajuste es tan ambiguo porque se trata de puro papeleo. Carnaza urgente para tranquilizar a los que le han sacado los colores en Davos. Argumentos para que Elena Salgado y Campa hagan un power point y lo enseñen por ahí a los inversores en un road show, para convencerlos de que sigan apoquinando la deuda con la que financiar el gasto social disparado. Eso es lo que les importa, aguantar hasta que puedan exhibir un 0,2 ó un 0,4 de crecimiento y decir que se acabó la crisis en vísperas de las elecciones y que viene la derecha con el despido libre. ¿Que si va a funcionar? Pues hombre, me temo que ya no. No con este paro, mira las encuestas. Se nos están escapando los votos a millones. Aunque, sinceramente, será porque ya no estoy en política pero creo que ahora mismo habría que pensar más en el país que en el poder... ¿Qué utopía, ¿no?».


ABC - Opinión

Ofensiva de un Gobierno sin credibilidad

El contraataque del Gobierno no está basado en un diagnóstico acertado de la situación. Se parece más bien al cuento de la lechera que a un plan serio.

AGOBIADO Y ATURDIDO por el duro castigo que los mercados internacionales están infligiendo a nuestro país debido a la falta de credibilidad de la política económica, el Gobierno busca desesperadamente fórmulas para recuperar el crédito y, sobre todo, para evitar que la semana que hoy comienza sea tan negra como la anterior. Aunque, como veremos en el análisis de las iniciativas del Ejecutivo, sus planes tienen bastante de cuento de la lechera, lo cual tratándose de Zapatero tampoco es ninguna novedad. La vicepresidenta Salgado y su número dos, José Manuel Campa, inician hoy lo que en lenguaje financiero se conoce como road show, una gira en la que los directivos de una empresa presentan sus resultados, planes y perspectivas a analistas e inversores. La responsable de Economía empezará a «vender la marca España» en la City de Londres y posteriormente Campa lo hará en otras capitales europeas. El problema que va a tener Elena Salgado es que los mercados no se suelen contentar con palabras y en la mano lleva muy pocos compromisos concretos acerca de las reformas -profundas y no cosméticas- que se están esperando para volver a confiar en los títulos de deuda que emite España.


En efecto, a día de hoy desconocemos si el Gobierno aplicará con todas las de la ley el retraso de la jubilación a los 67 años, que por cierto sí es una medida acertada para recuperar credibilidad. Mientras su secretario de Estado decía ayer que el Ejecutivo revisará su propuesta en la mesa del Pacto de Toledo, el ministro de Trabajo alega hoy que la mantendrá, aunque los sindicatos se movilicen. Si el Gobierno hubiera mantenido esta posición con claridad y firmeza desde el primer día, quizá la situación sería otra. También el cambio en el mercado laboral aparece en la nebulosa tras el documento light aprobado en el último Consejo de Ministros. En cuanto al plan de reducción del gasto público en 50.000 millones, está pendiente de negociación con las comunidades y ayuntamientos.

Todo indica que la ofensiva del Gobierno, además, no está basada en un diagnóstico acertado de la situación, ya que Zapatero atribuye lo que está pasando a un ataque concertado de los especuladores contra nuestro país. Es por ello que, según publicamos hoy, considera que en septiembre su Gobierno estará en «otra dimensión» si logra aprobar un acuerdo de pensiones, poner en marcha el plan de austeridad con las comunidades y reorganizar las cajas de ahorro, cuyo endeudamiento inmobiliario no aflorado está contaminando la credibilidad del sistema bancario español.

Lo que ocurre, por eso hablamos de cuento de la lechera, es que para conseguir todo lo que se propone tiene que cambiar completamente su forma de gobernar, o lo que es lo mismo, renunciar al absurdo de pretender hacer tortilla sin romper huevos. ¿Será capaz Zapatero de poner firmes a los sindicatos y a las comunidades para reducir el déficit y solventar la crisis de las cajas de ahorro? La gestión del presidente en los últimos seis años no invita desde luego a responder afirmativamente a la pregunta, sino todo lo contrario. Tal y como ayer dijo Rajoy en un mitin celebrado en Atarfe (Granada), «Zapatero se instaló en la autocomplacencia y no hizo reformas, y ahora, cuando ya no puede gastar más, da palos de ciego porque es incapaz de tomar decisiones». La encuesta que hoy publicamos es abrumadora en cuanto al desacuerdo de los españoles con la política económica del Gobierno -un 82% en contra- pero sólo un 37% cree que el PP lo haría mejor. Rajoy, que se declara «listo para gobernar ya», tiene también motivos para la reflexión.


El Mundo - Editorial

Bilingüismo integrador o la deriva nacionalista del PP. Por Jorge Campos

El PP de Rajoy se ha quitado la careta de una vez y ha demostrado lo que es: un partido que no le hace ascos a los pactos con los nacionalistas excluyentes. Porque en el fondo, al menos en las regiones con dos lenguas oficiales, eso es lo que son.

Comprobado lo que sucede en Galicia con el PP de Feijóo y las declaraciones del Sr. Rajoy sobre cual debe ser el modelo a seguir en las comunidades autónomas con dos lenguas oficiales, parece que el PP de mi región, Baleares, ha creado "escuela". Les voy avisando de lo que puede suceder si esto sigue así.

El Partido Popular en Baleares políticamente no es gran cosa, ni sus dirigentes tampoco, para qué nos vamos a engañar, pero a nivel lingüístico es de lo más innovador.

Deberían darles al menos una sillita en la Real Academia de la Lengua, con la "e" de "eufemismo". Porque es increíble la colección de los mismos que han usado en estos más de veinte años para no llamar a las cosas por su nombre. Han inventado "sinónimos falsarios", "antonimias vacilantes", "semántica creativa", "elegir entre nada", "primarias infantiles", "mínimos máximos", "trilingüismo monolingüe", y ahora la última creación: "bilingüismo integrador".


Empezaron hace tiempo, en 1983, con el Estatuto de Autonomía de Baleares, definiendo como "catalán" a lo que ancestralmente venía siendo mallorquín, menorquín, e ibicenco. La lengua balear. Por supuesto, sin consultar al pueblo. Completando la fechoría con la designación de "lengua propia". Esto, de hecho, ha dado supremacía a una lengua sobre la otra, pasando la castellana, la española, a una especie de "lengua impropia" excluida de la enseñanza y de la administración.

Siguiendo con la creatividad lingüística "popular", en 1997, el Gobierno de Jaime Matas aprobó el llamado decreto de "mínimos", que fue de máximos. Éste establecía en su artículo 17 que en la Educación Primaria el uso de la lengua catalana: "Será como mínimo igual al de la lengua castellana".

Esta norma venía a establecer, en otras palabras, que los centros debían impartir por lo menos la mitad de las asignaturas en catalán. Dado que no se interesaba por el español, éste se podía relegar únicamente a la asignatura de Lengua Española (perdón, castellana), y tal ley, tal malabar lingüístico, produjo que las clases se dieran íntegramente en catalán, pues la ley sólo señalaba un mínimo y no un máximo de lengua catalana, mientras que a la lengua castellana no le señalaba mínimo alguno.

En la Ley de Normalización Lingüística de las Islas Baleares de 1986, se dieron dos novedades en la semiótica patrocinada por el PP balear, la primera fue la "sinonimia conveniente" entre educación primaria y primera enseñanza:
Artículo 18

1. Los alumnos tienen derecho a recibir la primera enseñanza en su lengua, sea la catalana o la castellana.


2. A tal efecto, el Govern ha de arbitrar las medidas pertinentes para hacer efectivo este derecho. En todo caso, los padres o los tutores pueden ejercer, en nombre de sus hijos, este derecho, instando a las autoridades competentes para que sea aplicado adecuadamente.
Según el PP balear, con "primera enseñanza" se refería a la educación infantil, nada más. Con lo que no se llevó a cabo medida alguna para enseñar también en español en la educación primaria. Y, por supuesto, jamás se articuló medida alguna para que los padres pudieran elegir otra cosa que no fuera el catalán, porque el PP balear también cambió el sentido de "elegir" por el de "asumir".

Más tarde, también inventó en esta ley la "antonimia vacilante". Así, se recogían dos conceptos contradictorios en su articulado, ya que mientras un artículo contenía la libertad de elegir la lengua, el anterior expresaba justo lo contrario:
Artículo 17

El catalán, como lengua propia de las Islas Baleares, es oficial en todos los niveles educativos.
Aquí el PP balear, en la última legislatura de Matas, además de los lingüísticos, introdujo también términos teológicos, reavivando aquella discusión de si Dios es trino o uno en el terreno de la lengua: inventó un "trilingüismo" que haría de los alumnos de Baleares algo así como guías turísticos juveniles, ¡aprendiendo en tres lenguas a la vez!

El famoso trilingüismo se convirtió en nada, pues ni se aplicó masivamente, ni era obligatorio, ni podía contravenir el monolingüismo en catalán. Eso sí, quedó muy bonito en los programas electorales, y tranquilizó las conciencias de sus votantes. Ay, Feijóo, Feijóo...

El bilingüismo integrador es la última creación de los laboratorios lingüísticos del PP balear y nacional. Tras el planteamiento de una parte del partido, abanderada por Carlos Delgado, que exigía que se cumpliera la ley y se pudiera elegir lengua "vehicular" de la enseñanza, el "aparato político-lingüístico" se opone al alcalde de Calvià y sus tesis y propone el "bilingüismo integrador". Es decir, que los mismos que tras veinte años en el poder no han sido capaces, no han tenido la voluntad, no han querido dar la oportunidad de elegir, los mismos que han consentido una enseñanza monolingüe y obligatoria en catalán, ahora proponen una enseñanza "bilingüe" e "integradora".

No queremos ni saber en qué consiste, ni pensar qué supondrá tal nueva medida si se llega a aplicar, visto lo visto en el nuevo borrador del decreto gallego.

Tras el Congreso Nacional en Valencia, el PP liderado por Rajoy se ha quitado la careta de una vez y ha demostrado lo que es, imitando a los "neologistas" del PP balear: un partido que no le hace ascos a los pactos con los nacionalistas excluyentes. Porque en el fondo, al menos en las regiones con dos lenguas oficiales, eso es lo que son.

El PP balear ha sido catalanista siempre, a pesar de los muchos ropajes verbales, semánticos y lingüísticos que han utilizado para engañar al electorado. El PP balear ha hecho una apuesta clara por el catalanismo político y educativo, y se ha divorciado de su electorado.

Y lo escribo en pasado porque la historia puede cambiar. Se puede recuperar el sentido común, la libertad, el reencuentro con la mayoría social de Baleares tras los resultados del próximo Congreso Regional del 6 de marzo. Puede crear un precedente al ser abierto a los afiliados, y puede cambiar la política acomplejada. De lo contrario, de no haber cambio alguno, ya se le puede aplicar aquello que dijo García Márquez sobre la letra "hache". Que eran "heraldos de la nada".


Libertad Digital - Opinión

El falso Saulo. Por José María Carrascal

LOS periódicos vienen llenos de expresiones como «giro», «cambio de rumbo», «volantazo», «caída del caballo» de Zapatero, como la sufrida por Saulo camino de Damasco. No me lo creo. La caída convirtió al Saulo perseguidor de cristianos en Pablo, apóstol del cristianismo. Nada de eso se aprecia en Zapatero. Ha hecho gestos, ha rezado incluso o fingió que rezaba. Pero medidas concretas, decisiones firmes, instrucciones tajantes, ni una sola. Todo se ha quedado en directrices genéricas, vagos propósitos, amagos de reforma. Cuando lo que necesita la economía española es que alguien empuñe el timón, cambie el rumbo y asuma responsabilidades. Eso se lo deja Zapatero a sindicatos y empresarios, que mantienen posiciones opuestas prácticamente en todo. ¿Cómo van a ponerse de acuerdo? ¿Por inspiración del Espíritu Santo? Ese papel corresponde al presidente del gobierno.

Llega la hora de tomar decisiones impopulares, de decir claramente cuáles son, de acabar la salmodia de que «la agenda social no se tocará», de reprochar a la oposición que «no tira del carro», de insinuar que estamos ante una confabulación extranjera, de repetir que la recuperación está en puertas. En una palabra: hay que gobernar de verdad, porque si seguimos con la improvisación, el engaño y la agenda política en vez de económica, vamos a encontrarnos no igual, sino peor que Grecia, pues la griega, a fin de cuentas, es una economía pequeña, que puede reflotarse sin mayores daños. Pero en la economía española hay muchos intereses e inversiones extranjeras, que pueden sufrir, lo que significa que el batacazo será mayor.

Es lo que aterra a Zapatero: que esos intereses e inversiones empiecen a actuar contra España, es decir, contra él. Lo teme más que al descalabro socialista en las próximas elecciones catalanas y andaluzas. Lo teme más incluso que a los sindicatos, a cuyos líderes tiene cogido por las subvenciones. Hoy, su mayor peligro viene de fuera. ¡Y él que creía que la presidencia europea iba a ser su escudo! Cosas de provinciano, que no sabe cómo las gastan fuera. La presidencia europea está resultando su Waterloo, al dejar al descubierto su desnudez, su levedad, su vaciedad. En España, colaba. Fuera, le calaron a la primera. Aunque da un poco de vergüenza que hayan tenido que ser Bruselas, Davos, Washington, quienes nos lo descubrieran.

Desnudo, como el rey de la fábula, sigue presumiendo de ropajes. Antes que le creamos, tendrá que reconocer sus muchos errores y enumerar los sacrificios que tenemos que hacer para salir del agujero. Mi apuesta es que no lo hará. Que seguirá trampeando, convencido de que todavía puede engañar a todos. Otro error. Como todos los mentirosos compulsivos, al único que ya engaña es a sí mismo, tragado por las arenas movedizas de su mentira.


ABC - Opinión

La encrucijada de Rajoy: el difícil equilibrio entre patriotismo y oportunidad . Por Federico Quevedo

Solo hacía falta asomarse a las portadas de los periódicos del viernes, El Confidencial incluido, para que cualquier observador mínimamente imparcial se diera cuenta, fuera consciente, de que la situación política española ha entrado en lo que en lenguaje aeronáutico se llama en barrena, en una deriva imparable hacia el desastre. A lo largo de estos ya casi treinta y cinco años de libertad nuestro país no ha vivido una situación semejante a la actual, en la que confluyen una crisis económica muy profunda, una crisis institucional sin precedentes, una crisis territorial grave y una crisis política de mucho calado en la medida en que el Gobierno se muestra incapaz de ofrecer el más mínimo resquicio a la esperanza y, al contrario, aparece como en estado de shock absolutamente superado por los acontecimientos. Una sola semana ha bastado para poner de manifiesto el alcance de esta situación y hasta qué extremo su gravedad afecta no solo dentro de nuestras fronteras sino, también, más allá de ellas, así como la medida en que el Gobierno se muestra desnortado y desconcertado, incapaz de reaccionar. Ni siquiera cabe recurrir a la nota de humor de la presencia de Rodríguez en el Desayuno de la Oración, porque la realidad es tan dolorosamente grave que la hilaridad se puede incluso volver en contra, pero su imagen y su discurso al otro lado del Atlántico son un fiel reflejo de hasta qué punto el presidente vive muy lejos, extremadamente lejos, de esa realidad.

Lo que hemos vivido en estos siete días no tiene precedentes, y ni siquiera la confirmación de los peores augurios de quienes desde hace tiempo venimos advirtiendo de esta deriva imparable puede servir de satisfacción: la cruda realidad es que el proyecto político de José Luis Rodríguez Zapatero se ha venido abajo como un castillo de naipes, llevándose por delante los elementos básicos para una convivencia en paz, libertad y progreso sobre los que se construyó la Transición. Lo ocurrido en unos pocos días, casi desde que España estrenara la Presidencia Europea, pero sobre todo desde la asistencia de Rodríguez al Foro de Davos, no es otra cosa que la recolección de la siembra de estos años atrás: inacción política, división forzada de los españoles y ruptura de los consensos constitucionales. España ha perdido por completo el crédito que tenía en el exterior, y esto que es algo sobre lo que unos pocos llamábamos la atención desde tiempo atrás, se ha manifestado con una crudeza casi cruel en las dos últimas semanas. Y para que un país pierda su crédito exterior, es necesario que en el interior todo vaya mal, muy mal, y que el Gobierno se muestre incapaz de reconducir la situación. Ese es, exactamente, el análisis limpio y frío que cabe hacer en este momento de la realidad de nuestro país, les guste o no a algunos que se empeñan en mantener viva la llama de la confianza en un presidente que ha cimentado toda su estrategia política en una farsa.

Todos pendientes de Rajoy

¿Qué hacemos ahora? Inevitablemente, los ojos de los ciudadanos se vuelven hacia el líder del principal partido de la oposición, el único que en una democracia como la nuestra puede coger en sus manos el testigo de la alternativa. Da igual lo que digan las encuestas sobre su popularidad, puesto que en una situación así las respuestas de los encuestados se radicalizan mucho y mientras los votantes de centro-derecha mantienen una actitud más moderada, los de centro-izquierda abusan de su animadversión hacia el líder que saben que puede arrebatarles el poder. Lo cierto es que todo el mundo, en este momento, está pendiente de Rajoy y son ya pocos en el país los que todavía no creen que vaya a ser el próximo presidente del Gobierno de España. Pero, hasta que eso ocurra, se va a mirar con lupa todos y cada uno de los movimientos que lleve a cabo el líder del PP, cuya responsabilidad es, en estos momentos, si cabe mayor incluso que la que puede tener Rodríguez Zapatero, en la medida en que éste último se ha demostrado incapaz de dar respuestas a los problemas del país, que son muchos y muy graves. Consciente de su papel, el líder del PP está obligado a guardar un escrupuloso equilibrio entre el sentido de Estado que debe llevarle a evitar cualquier movimiento que pueda agravar, aunque solo sea un poco más, la actual situación, y el deber con su partido y con sus votantes de no perder la oportunidad de volver al poder para llevar a cabo su proyecto político.

Viéndose con la soga al cuello, es más que probable que Rodríguez intente, por todos los medios a su alcance, no caer en el abismo sujetándose in extremis de un pacto con el Partido Popular. Pero ese pacto, necesario para poner en orden todo lo que Rodríguez ha torcido durante estos años, solo es posible llevarlo a cabo previa consulta de los ciudadanos en las urnas, y esa y solo esa puede ser la respuesta del PP a una oferta tramposa que llegará de la mano de quien comenzó a gobernar asentando su estrategia en el Pacto del Tinell y la política del cordón sanitario, es decir, buscando en todo momento la exclusión, cuando no el aniquilamiento, del centro-derecha. Rajoy esta obligado, por tanto, a actuar con un componente extra de serenidad para evitar sucumbir a la tentación de echarse al monte, sugerida por el ala más a la derecha de su partido y el entorno mediático que la sustenta, y tampoco dejarse seducir por los cantos de sirena de quienes, desde la izquierda supuestamente moderada, le van a reclamar que arrime el hombro junto al Gobierno por el bien del país al tiempo que le adulan como próximo presidente del Ejecutivo. En ambos casos la trampa tiene un único ganador, Rodríguez Zapatero, y sólo desde una exquisita claridad de ideas y una templada firmeza podrá el líder del PP evitar que la balanza se incline a un lado o al otro. La salida de la crisis, de la profunda crisis política, económica e institucional que atraviesa nuestro país, solo tiene una dirección: elecciones generales, y cuanto antes, mejor.


El confidencial - Opinión

La conjura de los necios. Por José García Domínguez

La muy prosaica verdad de la globalización es que nadie está al mando: ni George Soros, ni la CIA, ni los rosacruces, ni el FMI, ni la Pepsi-Cola, ni Fu Manchu. Que el control es como las hadas del bosque y la nación catalana: simplemente, no existe.

Armado con la enternecedora seriedad de un niño, el estadista que confundía el Euribor con el Orfeón Donostiarra anda insinuando que hay en marcha una arcana intriga judeo-masónica contra su, por lo demás ignota, política económica; algo así como el contubernio de Múnich de los mercados internacionales; la conjura –financiera– de los necios, vaya. Al punto de que El País se ha visto obligado a cocinar en el microondas de las trolas urgentes unos Protocolos de los sabios de la deuda pública, ingeniosa fantasía conspiranoica con la que intentarán salvarlo del ridículo por enésima vez.


Lástima que Jordi Sevilla, esa víctima de su propio talento, ya no pueda explicarle que el rebaño electrónico –Friedman dixit – es muy joven, apenas un adolescente. Que nació al final de la Guerra Fría, con la supresión generalizada de los controles a los movimientos de capitales y la simultánea eclosión de internet. Que lo integra una muchedumbre invisible de individuos particulares, fondos de pensiones, bancos, agencias de inversión y compañías de seguros del entero mundo, todos conectados con todos a través de las pantallas de sus ordenadores. Que esa manada bulímica pasta en una pradera global cuyas lindes se extienden a lo largo de más de 190 países. Que su dieta se basa en un estricto régimen integrado en parejas proporciones por bonos, deuda pública, acciones y divisas.

Que resulta ser terriblemente desconfiado: sus mil ojos otean sin cesar a los depredadores que acechan ocultos tras la maleza. Que con sólo intuir la cercanía de alguno de ellos, se produce una gran estampida. Que así, despavorido, huyó del yen tras descubrir que la cotización del terreno que ocupa el Palacio Imperial de Tokio equivalía al precio de la superficie completa de California. Que igual ocurrió, por ejemplo, tras olfatear, inquieto, que Tailandia pretendía engañarlo, al vincular su moneda al dólar sin poseer las preceptivas reservas. Que, en fin, la muy prosaica verdad de la globalización es que nadie está al mando: ni George Soros, ni la CIA, ni los rosacruces, ni el FMI, ni la Pepsi-Cola, ni Ignatius Reilly, ni Fu Manchu. Que el control es como las hadas del bosque y la nación catalana: simplemente, no existe. Que nos han dormido con todos los cuentos. Y que ya nos sabemos todos los cuentos, presidente.


Libertad Digital - Opinión

¿Por qué cobran los políticos?. Por Gabriel Albiac

ESCUCHO, súbitamente, lo impensado. En la voz de un alcalde de pueblo que se enfrenta a su partido. La cosa iba de residuos nucleares, pero eso es lo de menos. Lo importante es la verdad elemental que dice: «¿Por qué habría de preocuparme que el partido me sancione? Yo no vivo de esto». Por las mismas fechas, Regina Otaola decidía abandonar su cargo. Tampoco a ella la tentaba el sueldo. Ni los privilegios. Pocos son tan decentes. Casi ninguno. Así es de triste.

Seamos justos. La corrupción política no es una particularidad española. Es una determinación interna de las democracias. Y como tal la afrontaron los primeros constructores del Estado constitucional moderno. No era un exabrupto la fórmula célebre de Robespierre que fijaba dos únicos caminos para el tránsito del Viejo al Nuevo Régimen: «la corrupción o el terror»; modelo inglés o bien modelo jacobino. Se destruye un régimen periclitado, o bien aniquilando sus supervivencias -y a sus supervivientes (a eso se llama en 1794 «terror»)-, o bien comprándoselos, que es lo que hace la burguesía inglesa. No hay opción intermedia.


Y, una vez asentada, la democracia debe acotar sus propias tentaciones: la corrupción, la primera. Para eso se inventa la división y autonomía de los poderes. Para que nadie de quienes regulan los engranajes políticos quede a salvo de la amenaza punitiva de la ley. Claro que «el hombre es un lobo para el hombre», conforme a la fórmula de la Asinaria de Plauto sobre la cual fundamenta Hobbes la teoría política moderna. Pero el lobo del lobo político se llama juez. Sólo hay sociedad libre cuando el político se sabe tan amenazado por los jueces cuanto se sabe el ciudadano amenazado por el político. E igual de vulnerable. Eso aquí no existe. Desde que los políticos son, por ley orgánica, jueces de los jueces.

El abuso es la norma. Y el abuso es absoluto cuando logra hacerse invisible. Entonces, aun plantear lo más elemental suena estrafalario. Vale la pena romper ese diabólico «sentido común» que impone como evidencias las más duras arbitrariedades. El sueldo de los políticos -de los representantes políticos, para ser exactos- es el ejemplo extremo. No hablo ya del abuso monstruoso de ciertos complementos de ese sueldo. No hablo ya del insulto al precario pensionista que supone que un parlamentario adquiera derecho a jubilación máxima con siete años -siete- de ejercicio. Hablo de algo más elemental y, por ello, más silenciado. ¿Por qué debe cobrar un parlamentario, en tanto que parlamentario, sueldo alguno?

Representar no es un oficio; es un deber moral entre hombres libres. Al que cualquier sujeto digno debiera aspirar. Del cual ningún sujeto libre debiera extraer un céntimo. Tampoco perderlo. Sea. De otro modo, cortaríamos en seco la aspiración de los perjudicados. Pero eso no plantea problema técnico: el Estado debiera garantizar a los representantes electos la continuidad de la media de ingresos percibidos en su privado oficio, conforme a su declaración de la renta de los últimos años; y cargar, además, con las dietas y gastos extraordinarios -religiosamente justificados- que el ejercicio del cargo genere. Y ni un céntimo más. Ni uno menos. Todo el beneficio que el representante debe obtener de su cargo es el honor de haber portado la voz de sus conciudadanos. Cualquier mejora patrimonial de un electo durante sus años públicos debería ser tratada como el delito más vergonzoso en una democracia.

Vengo de una generación que ha visto naufragar todos sus sueños. Las más de las veces, trocados en ásperas pesadillas. El político profesional es la peor de todas ellas.


ABC - Opinión

El catastrofismo del PP es una forma de resignación. Por Antonio Casado

De nuevo el síndrome del piloto borracho, tantas veces glosado por el abajo firmante, como miedo insuperable del pasajero al ver el careto de quienes entran y salen de la cabina. Los pasajeros son los ciudadanos. Aunque el piloto no esté está borracho, ellos se lo malician y, por tanto, acaban proyectando el miedo en sus comportamientos. Así lo confiesan. Las últimas encuestas recogen el desplome de Zapatero, en tanto que la mirada ajena nos devuelve desde el exterior la imagen de una España zarandeada por la crisis económica y en estado de emergencia nacional. Así las cosas, se empieza a hablar de una salida política para enderezar el rumbo de la nave.

En la lucha por el poder solo hay dos formas de revisar el dictamen de las urnas antes del agotamiento ordinario de la Legislatura. Una, la moción de censura, cuya iniciativa está reservada al líder de la oposición. Y otra, la convocatoria anticipada de elecciones generales, cuya exclusiva competencia corresponde al presidente del Gobierno. Lo aberrante, aunque nos orienta sobre sus intenciones, es que el PP, como principal partido de la oposición, renuncie a utilizar la herramienta que le ofrece la Constitución (moción de censura). Sería el corolario lógico de su despiadado discurso contra Zapatero y su dramático diagnóstico sobre la situación de España.

Pero Mariano Rajoy no quiere jugar esa carta, aunque el país avance minuto a minuto hacia el abismo. Y eso no es coherente. Prefiere seguir alimentando con las malas noticias el discurso de la ruina nacional inminente y el tiro al blanco contra Zapatero. Sin actuar en consecuencia y sin presentar propuestas alternativas a las del Gobierno. Ayer, más de lo mismo en el mitin que le organizó Javier Arenas en territorio comanche (Atarfe, Granada, enclave clásico de voto socialista), con 10.000 gargantas gritando “Zapatero, dimisión” y “Rajoy, presidente”.

Pero silencio de la estrella invitada sobre iniciativas propias para que el ciudadano busque, mire y compare, por si las encuentra mejores que las del Gobierno. Silencio también sobre el modo de acelerar la caída de un Gobierno a la deriva ¿Y por qué no da un paso adelante? “Porque no estoy dispuesto a responder a las ocurrencias del Gobierno con otras ocurrencias”. Esa fue su respuesta a las voces que dentro de su partido le reclaman la presentación de una moción de censura o más ímpetu en la exigencia de elecciones generales anticipadas.

Entretanto el Gobierno, desbordado por los acontecimientos durante su horrible semana, ha puesto en circulación propuestas en materia de pensiones, mercado laboral y austeridad de gasto público. Pueden ser ruinosas, equivocadas, tardías o poco creíbles. O todo eso a la vez. Pero, ya que no cuentan con la cooperación del PP, exigen una posición razonada por parte del partido que representa la alternativa de poder. Hasta ahora, no existe, más allá de la consiguiente y enésima aplicación de la doctrina Rajoy: “Este Gobierno no hace nada contra la crisis y cuando lo hace se equivoca”.

Ojo con ese discurso, porque se le puede volver en contra a Rajoy si los ciudadanos acaban viéndole como el pregonero mayor de la ruina nacional y no como el legítimo recambio de un presidente seriamente averiado. Los sondeos nos están diciendo que Rajoy no capitaliza el hundimiento de Zapatero. O echa una mano o se queda sólo anunciando la bancarrota mientras otros hacen lo que pueden para evitarla. Al fin y al cabo, la deriva populista que ha tomado es una forma de resignación frente a lo que, según el propio PP, se nos viene encima a todos. A todos, atención. No sólo a Zapatero y a su Gobierno.


El confidencial - Opinión

Rajoy, el jefe de la oposición que no quería gobernar

La mejor manera de que Zapatero responda ante España y la Historia es que Rajoy plantee o una moción de censura o una de confianza o que pida elecciones anticipadas para que los españoles opinen, sin necesidad de que nuestra situación siga deteriorándose.

La mayoría de medios de comunicación coinciden en tildar los últimos siete días como "la semana negra de Zapatero". En apenas unas jornadas, hemos visto cómo el Gobierno proclamaba la necesidad de dar marcha atrás en toda la política económica que había seguido desde el inicio de la crisis –reducción del gasto público, flexibilización del mercado laboral y reforma de las pensiones–, cómo padecía el mayor de los descréditos internacionales al haber sido colocado en Davos al lado de Grecia y Letonia y al ser plantado por Obama y cómo los inversores entraban en pánico, huyendo de todos los valores que estuvieran asociados a la marca España.


No cabe duda de que Zapatero es una de las mayores catástrofes que ha sufrido nuestro país en mucho tiempo. Recibió en 2004 una economía que, si bien ya comenzaba a exhibir algunos de los desequilibrios que en 2007 terminarían estallando, se encontraba en una buena posición para emprender las reformas que requería. Seis años después, legislatura y media de Zapatero más tarde, el país resulta irreconocible y no son pocos los que ya perciben incluso un riesgo de quiebra soberana.

En este contexto, la sociedad española y los inversores internacionales no sólo necesitan saber que es posible desplazar al PSOE del poder, sino que puede ser sustituido por una alternativa política capaz de enderezar el rumbo del país. Una de las claves de la gravedad de la situación actual reside precisamente en que el posible reemplazo al desastre político de Zapatero, el nuevo PP de Mariano Rajoy, no está articulado ni, mucho menos, ansioso de tomar hoy las riendas del país.

Al margen de la imagen de descoordinación interna que transmita que presidente y secretaria general transmitan estrategias electorales contrapuestas, parece que Rajoy insiste en su estrategia de ayudar al Gobierno en los momentos de dificultad con tal de heredar el caergo allá por 2012. Poco importa que esa ayuda suponga el espaldarazo implícito a una política económica desorientada y contraproducente; Rajoy insiste en que Zapatero sólo debe acudir al Parlamento a exponer cuáles son las líneas maestras de su plan de recuperación y que ante quien debe responder es ante España y la Historia.

Lo cierto, sin embargo, es que la mejor manera, la más rápida y conveniente de que Zapatero responda ante España y ante la Historia es que Rajoy plantee o una moción de censura para sustituir al Gobierno, o una moción de confianza para que se expongan claramente cuáles son sus apoyos o que, directamente, pida elecciones anticipadas para que los españoles juzguen, sin necesidad de que nuestra situación siga deteriorándose durante dos años más, si mantienen su apoyo al presidente de los cuatro millones de parados.

Puede que el problema sea que Rajoy no se atreva a tomar las riendas de la nación hasta que, según esperan algunos, la crisis haya empezado a escampar en 2012, o que carezca de un proyecto nacional articulado que haga su política distinguible del cúmulo de improvisaciones y ocurrencias en lo que se han convertido las legislaturas de Zapatero o que considere que los españoles todavía no confían lo suficiente en él y en su nuevo partido como para depositarles su confianza, incluso al lado de una calamidad como Zapatero.

Pero en cualquier caso, semejante indefinición, cobardía y falta de liderazgo sólo demuestra que Rajoy tiene una mentalidad de funcionario o incluso de ministro, pero no de líder de la oposición o de presidente del Gobierno. Si en la desastrosa situación en la que se encuentra España no sólo es incapaz de despegar en las encuestas, sino que prefiere que el país siga en manos de quien lo ha hundido en la miseria, es que sólo piensa en sus privilegios de político y no en mejorar la vida de los ciudadanos. Un mal credencial para ilusionar y enderezar el rumbo de nuestro país. Y es que el problema de negarse a gobernar cuando más falta hace un recambio es que los españoles pueden convencerse de que la supuesta alternativa o es incapaz de gobernar, o no le preocupan sus problemas, o ambas cosas a la vez.


Libertad Digital - Editorial

Los jóvenes huyen de Zapatero

ABC publica hoy una encuesta cuyo protagonista es el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Sin intención de voto, ni juicios comparativos con otros líderes ni valoraciones de gestión: Zapatero frente a los encuestados. Y el resultado no necesita interpretaciones ni «lecturas». Una clara mayoría de los encuestados -el 55,4 por ciento, frente al 29,4 por ciento- son partidarios de que Rodríguez Zapatero no se presente por tercera vez a las elecciones generales. Esta respuesta negativa gana en todos las categorías de los encuestados: por edad, por situación social, por medio urbano (grande o pequeño) y por zona geográfica. La opinión dominante es que Zapatero no debe repetir como candidato a La Moncloa.
La encuesta se realizó entre el 20 de enero y el 1 de febrero, por lo que las respuestas incluyen en parte el deterioro acelerado del Gobierno tras los espectáculos lamentables de descoordinación sobre las pensiones y la edad de jubilación y la constatación del fracaso de España en los foros internacionales y organismos económicos. Ahora bien, de todas las opciones que ofrece la encuesta al PSOE para medir su estado actual de declive, la más grave es el rechazo abrumador que expresa la juventud hacia Rodríguez Zapatero, que se sitúa en el 61 por ciento de los jóvenes entre 16 y 25 años (los primeros votarían en 2012) y en el 62 por ciento entre 26 y 35 años. Este es el problema más letal que se le puede plantear a un partido de esa izquierda que aún se cree la dueña de los valores y las ilusiones de los jóvenes. Por ahora, el PSOE es dueño del 40 por ciento de paro que está abrumando a los jóvenes.


Es razonable que la juventud española se pregunte qué ha hecho el PSOE por su futuro, cuando cuatro de cada diez jóvenes están en el paro y, en su mayoría, temen que la prolongación de la jubilación taponará aún más su complicada incorporación al mercado de trabajo. Se les ha ofrecido adulación con la cultura de la mediocridad y del subdisio, aprobar sin esfuerzo, liberarse de sus responsabilidades personales con píldoras y abortos indiscriminados, enfrentarse a sus padres en aras de su «autonomía». Ahora es la familia la que los está sosteniendo en medio de la crisis, mientras sufren el desengaño ante un Gobierno que les prometió todo y ahora les ha quitado buena parte de sus ilusiones.

ABC - Editorial