domingo, 19 de diciembre de 2010

Pensiones. Lo indiscutible, sus alternativas y las clavijas de ZP. Por José T. Raga

El resultado de la mezcla ideológica es una población envejecida, con escasa juventud y también escasa población activa. Añadan a eso la torpeza de los gobernantes en generar oportunidades para la actividad económica.

No quiero yo hoy remover el fango en el que el pasado miércoles se embadurnaba el llamado principio de acuerdo para la reforma de las pensiones en España, que no era otra cosa que una gran falacia para aparentar que se hace algo en el Pacto de Toledo, cuando realmente no se hace nada.

Me explico; hablar hoy de la reforma de las pensiones, a la que la Unión Europea lleva urgiendo a nuestro país cada vez con mayor insistencia, es hablar en esencia de dos aspectos fundamentales: edad a la que, tras la cotización en años requerida, se adquiere el derecho a la percepción de la pensión plena de jubilación, sea cual fuere la que corresponda a cada persona según su base de cotización; y, por otro lado, cuál es el período de cotización que debe de considerarse para el cálculo de la base reguladora, del que derivará matemáticamente la cuantía de la pensión apercibir.

Hoy, en el régimen general, estos dos parámetros están bien definidos, siendo para el primero de ellos los sesenta y cinco años de edad, y siendo el segundo, es decir el período a considerar para el cálculo de la base reguladora, el de los últimos quince años de cotización. No se nos olvide que este período fue en su momento de cinco años, y en una reforma acaecida bajo la presidencia de don Felipe González se elevó a quince, lo que equivale a multiplicar por tres el período anterior.


En el momento presente, la discusión, si alguna, deja insatisfechos a muchos –yo soy uno de ellos– porque adolece de todos los vicios que imaginarse puedan, en cosa tan seria y de tanta trascendencia. El pasado miércoles, entre los padres de la patria a quienes se ha confiado el estudio del problema, ocurrió de todo y nada bueno. Unos, como Izquierda Unida y Esquerra Republicana de Cataluña, abandonaron la reunión, y los que permanecieron, tuvieron la desfachatez de declarar a los medios y al pueblo en general, que habían llegado a un consenso, si bien no se había tratado de a qué edad debe de adquirirse el pleno derecho a la pensión, ni tampoco cuál es el tiempo que debe entrar en el cálculo de la base reguladora.

Es decir, que si la declaración final responde a la verdad, ya me dirán ustedes de qué pudieron hablar, pues lo único que había que decidir eran esas dos magnitudes temporales, que son la esencia y el núcleo del problema para encontrar una solución realista y satisfactoria. Mientras tanto, al presi en Bruselas le aprietan las clavijas, teniendo que optar por poner cara de palmera, por refugiarse en ese acuerdo que se ha consensuado entre los grupos políticos, o echar mano de su vena dictatorial y decidir qué hacer, con independencia de opiniones. Esta última es la preferente, conociendo su talante dialogante y, así, ha decidido que el Gobierno apruebe el 28 de enero la ampliación de la edad de jubilación a los 67 años en lugar de los 65 actuales.

Lo indiscutible es que el sistema de pensiones de la Seguridad Social tiene un problema de insolvencia, ya a medio plazo, que requiere una solución urgente. Es más, la requería hace ya algunos años. El sistema está montado bajo la hipótesis de una población permanentemente creciente y a tasas elevadas, con una tasa también elevada de ocupación.

El crecimiento de la población se ha visto frenado por dos ideologías, ambas de funestas consecuencias. Una, la que corresponde a la izquierda de rumbo perdido, y que se expresó a través de elocuentes proclamas como "nosotras parimos, nosotras decidimos" o la más reciente "con mi cuerpo hago lo que quiero", sin apercibirse de que no es su cuerpo el que está en juego, sino el de un niño indefenso.

La otra ideología es la consumista, que se da tanto en la derecha como en la izquierda, para la cual el niño es un estorbo para ese "vivir la vida" que sólo toma en cuenta un aspecto: el lúdico del gastar y disfrutar en una espiral de enloquecimiento colectivo. El resultado de la mezcla ideológica es una población envejecida, con escasa juventud y también escasa población activa. Añadan a eso la torpeza de los gobernantes en generar oportunidades para la actividad económica, lo que resulta evidente por los cinco millones de parados, y la conclusión es, sencillamente, la quiebra del sistema.

¿Qué hacer ante ese problema? A cualquiera se le ocurre una solución primaria: pagar menos de pensión anual y empezar a pagarla más tarde. Y ahí se sitúa la discusión, que por lo visto no ha afectado al consenso del pasado miércoles, respecto a los dos plazos ya indicados, pero que el presidente parece tener tomada la decisión. Pero la pregunta del que lleva cotizando treinta años, por ejemplo, no puede ser más interpelante: ¿no hay otra solución que restringir mis derechos?

Sí, hay otra solución de la que por lo visto se prefiere no hablar. La solución pasaría por que el Gobierno redujese drásticamente el gasto inútil e ineficiente, para nutrir la caja de las pensiones con los recursos necesarios para garantizar los derechos que en este momento están en peligro. ¿Se acuerdan que algo así hizo el presidente Aznar? Pero el Gobierno de ZP ha hecho justo lo contrario. Ataque a la familia y a la procreación y, cuando se ha visto en apuros, meter la mano en la caja de las pensiones, no para nutrirla sino para sangrarla.

Y ahora, alegando necesidad urgente, le resulta más cómodo negar derechos expectantes de los ciudadanos que limitar las veleidades de gasto injustificado con gobiernos dictatoriales y con asociaciones marginales. Sólo que éstos, al presidente le caen simpáticos y justifica eso que llama progresismo, que no es otra cosa que el regreso a tiempos muy pretéritos.


Libertad Digital - Opinión

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