domingo, 19 de diciembre de 2010

Aquel terrible invierno. Por Jesús Cacho

“Hitler ha muerto. Este es el momento que había esperado tan ardientemente, por el que recé e imploré. ¿Y ahora? Me siento tensa como no lo había estado en años. ¿Es sentimentalismo? La muerte de Jürgen, la deportación de los judíos, nuestro país profanado… Fritzi Schulenburg, Halem, Hassell, Leber, Haeften, Stauffenberg… Matius, Mandelsloh, Raschke, los tres hermanos Schweinitz, los tres hermanos Lehndorff, Veltheim… todos han perdido la vida aquí o fuera de aquí, pero ¿por Alemania? Sin embargo, lo conseguiremos. Trabajaremos, seremos felices con nuestra modesta suerte. Y confiaremos en Dios. Tal vez un día vuelva a haber una Alemania nueva y admirable. La muerte de tantos por las balas o la horca, ¿ha sido en vano, o había un propósito más profundo? (Ursula von Kardorff, descendiente de una familia de la nobleza prusiana y miembro del círculo de amigos de Claus von Stauffenberg, protagonista del fallido atentado contra Hitler de julio de 1944, citada por Giles Macdonogh en Después del Reich, Galaxia Gutenberg, 2010)

Tras la última pirueta de Rodríguez Zapatero apareciendo, tan campante, en las Cortes para prorrogar el estado de Alarma después de haber anunciado que no asistiría -encantado de haber podido sorprender otra vez al respetable con una nueva finta, otro golpe de efecto, experto en este tipo de piruetas, fugaces destellos de quien carece de argumentos de mayor cuantía-, el personaje despegó de Torrejón a las 2,15 de la tarde del jueves y a las cinco ocupaba ya su asiento entre los mandatarios europeos. Cada reunión del Consejo de Europa se ha convertido para nuestro carismático líder en un suplicio. Las imágenes ofrecidas por la Comisión Europea hablan del aislamiento de un hombre inseguro que acude raudo a sentarse mientras el resto de líderes conversa de pie. Sarkozy se acerca a saludarle y el de León, sin levantarse, charla brevemente con él con la ayuda de un intérprete. Desaparecido el galo, ZP vuelve a su sitio, aislado de todos. Parece estar ojeando con gran atención algún informe cuando Angela Merkel aparece por detrás y le roza el antebrazo con delicadeza, como quien pretendiera despertar a un niño dormido sin asustarle. ZP se incorpora de golpe, sorprendido por semejante acto de deferencia, y planta a la alemana dos besos agradecidos. Después comparte con ella un par de frases insustanciales, también con la ayuda de un intérprete. Es todo. Mínimo, desvalido, solo.


Merkel es una de las figuras que más atención ha acaparado en Bruselas este fin de semana y con razón. Ella es, en efecto, la reina de un baile de cuyo ritmo depende la suerte de España. Una mujer en la cima de su éxito, sometida, sin embargo, a graves tensiones dentro y fuera de su país. Porque, a pesar crecer a buen ritmo y soportar una tasa de paro insignificante para los baremos españoles, se enfrenta al creciente malestar de los ciudadanos alemanes con el euro y con los países que abusan del euro, España incluida. Cada día son más los que, al otro lado del Rin, piensan que Alemania hizo un mal negocio abrazando la moneda única y abandonando su querido deutsche mark. Es la Historia, siempre presente, como la guillotina, sobre cada cabeza alemana. “8 de mayo de 1945. Alemania se había rendido sin condiciones. Todos habían quedado libres de la tiranía nacionalsocialista. Aquellos cuyas vidas estaban amenazadas por el régimen se vieron, por fin, a salvo. Sin embargo, para muchos otros, la desgracia y el peligro de muerte no había cesado. Con el fin de la guerra, el sufrimiento no había hecho más que empezar para un número incontable de personas” (Richard Von Weizsäcker, Cuatro épocas. Galaxia Gutenberg, 1999).
«Pero Herr Zapatero vive en otra galaxia. Él solo sabe del regate político en corto y del uso y abuso del agit-prop que en España le permite ir capeando el temporal.»
Algo importante está ocurriendo en Alemania. Algo que está pasando desapercibido para una mayoría de europeos. Porque muchos de aquellos alemanes que vivieron de niños el horror de la guerra, la hambruna y también la violencia de la postguerra tienen hoy 70, 80 años y guardan fresco el recuerdo de tantas penalidades. “Íbamos a los cuarteles [de los americanos] con viejas monedas –que se suponía que ya no teníamos- de marcos del Reich, que solo tenían valor por su contenido en plata y con insignias del partido –de las Juventudes Hitlerianas- y conseguíamos cigarrillos que luego cambiábamos a los granjeros por comida” (Petra Goedde, GIs and Germans, citado por Macdonogh). Para esos alemanes la llegada del marco en 1948 significó el inicio de una época de trabajo, estabilidad y riqueza. Una nueva era de prosperidad tras la barbarie nazi y la miseria de la derrota. “A veces afanaba algo, por supuesto; carbón y ese tipo de cosas. También leña. Hace poco robé incluso una rebanada de pan de una panadería. Fue realmente rápido y sencillo. Agarré, sin más, el pan y me fui andando. Y no eché a correr hasta que llegué a la esquina” (Heinrich Böll, Geschäft ist Geschäft, Múnich, 1977).

De caciques empeñados en llevar el AVE a su pueblo

Esos alemanes piensan que el euro no ha traído nada bueno, salvo la obligación de pagar la fiesta de una serie de países del Sur poco o nada disciplinados, acostumbrados a vivir del cuento, cuyos despilfarros están financiando con sus impuestos. Y su número no deja de crecer. De modo que Merkel, a pesar de los buenos datos de la economía germana, no deja de perder apoyos por culpa de ese sentimiento. España es uno de tales “periféricos” que se ha beneficiado de la riada de fondos europeos a menudo mal aprovechados. Un ejemplo es el AVE que ayer mismo inauguraron los Reyes y que une Madrid con Valencia, tras dar un rodeo por Cuenca y Albacete. ¿Alguien ha reparado en el absurdo de llevar la alta velocidad a Albacete, seguramente la capital de provincia mejor comunicada con Madrid de toda España? En efecto, más de 20 trenes rápidos (Alaris a Valencia; Talgos diesel a Murcia y Talgos con tracción eléctrica a Alicante) al día convierten ese recorrido en uno de los más rápidos de Europa, con promedios de 140 km/hora y velocidades punta de 200 km/h. ¿Hacía falta inversión tan cuantiosa para ganar apenas 19 minutos -1,40 horas frente a 1,59- con un nuevo AVE que, además, alarga la distancia Madrid-Albacete hasta los 314 km frente a los 279 del trazado convencional?

Un disparate –que los viajeros pagarán caro- que nadie supo impedir, porque nadie hubo con criterio suficiente para frenar el capricho de un cacique local -José Bono- empeñado en llevar el AVE a su pueblo. Esta es la España de la que desconfía Centroeuropa. Muchos alemanes piensan que, prisioneros de atavismos históricos, la aventura europea española acabará mal: o abandonamos el euro para entregarnos a nuestro deporte favorito de las devaluaciones competitivas, o aceptamos manu militari una reestructuración de la deuda que vendrá acompañada de un descenso del nivel de vida, lo que acabará con el sueño fatuo de tantos españoles que se creyeron ricos sin serlo. Europeísta convencida, la señora Merkel trata de jugar sus últimas bazas a favor de una UE que incluya a los países del Sur. Para que ello sea posible, el Gobierno español tiene que abrazar una irreprochable ortodoxia fiscal y, además, acometer las reformas necesarias para hacer posible el crecimiento y la creación de empleo. Mientras esta política madura, vamos a ayudarle a salir adelante, Herr Zapatero, con el respaldo de un poderoso paraguas financiero capaz de desalentar los movimientos especulativos contra su país, en el bien entendido de que tendrá usted que hacer los deberes sin pretender jugar con nosotros al ratón y al gato.

Pero Herr Zapatero vive en otra galaxia. Él solo sabe del regate político en corto y del uso y abuso de ese agit-prop que en España le permite ir capeando el temporal. Con un discurso opuesto al de Merkel, piensa en el fondo que bastan cuatro anuncios sorpresa para echarse a dormir. Y lo que ocurra con los mercados es culpa, malditos bastardos, de los especuladores. Lo cree él y lo comparte gente intelectualmente potente en las filas del PSOE. De modo que lo único que precisamos es que Frau Merkel se empeñe en nuestra defensa (“Puedo decir que estoy impresionada por las medidas tomadas por España”), que se establezca un mecanismo de rescate permanente, y que el BCE, además de dedicarse a comprar deuda pública, emita eurobonos. Un pensamiento torticero que envenena los mercados y hace que los inversores, que le tienen tomada la medida, escapen a la carrera y vendan España. Nadie quiere hoy bonos españoles, y cuando el Tesoro intenta colocarlos se ve obligado a pagar intereses abusivos.

Estamos viviendo de prestado

Pero el margen de maniobra de la Frau es limitado, como ha quedado demostrado en Bruselas, porque los alemanes ya no están dispuestos a seguir pagando la fiesta española. “Encima de darles dinero, nos insultan” titulaba el Bild al día siguiente de que Elena Salgado acusara a Merkel (“ciertas declaraciones públicas en el ámbito europeo”) de ser responsable de que la prima de riesgo española se disparara hasta los 300 puntos básicos. “Otro olor que impregnó Berlín aquel terrible invierno (1946-47) fue el de las lámparas de carburo, que apestaban a ajo. La suciedad y el aseo constituían un enorme problema, así como la necesidad de limpiarse las uñas y lavarse los dientes. Conservar la dignidad humana se convirtió entonces en algo fundamental. A pesar de las bajas temperaturas, algunos alemanes estaban prácticamente desnudos y ocultaban sus vergüenzas bajo mantas echas jirones, cubriéndose los pies con tablas atadas con tiras de tela” (Macdonogh, Después del Reich). De aquel horror salieron los alemanes gracias al marco, algo que no podrán olvidar ni quienes lo vivieron ni sus herederos.

En la conciencia de quienes dirigen la orquesta europea vive instalada la idea de que “España es un país sin solución, incapaz de hacer las reformas necesarias para propiciar un horizonte de crecimiento”. Prisionero de unas encuestas atroces, el Presidente no parece dispuesto a perder un voto más por culpa de unas reformas que, en el fondo, ni entiende ni acepta una sociedad acostumbrada a vivir por encima de sus posibilidades como es la española. “No creo que mañana ocurra nada en los mercados, entre otras cosas porque los traders han cerrado ya sus libros. Es posible incluso que Zapatero haya ganado unas semanas con el anuncio de ese fondo de rescate sin límite, pero lo cierto es que estamos viviendo de prestado”, aseguraba ayer mismo un experto. Con los vencimientos de deuda previstos más las nuevas emisiones, y a los precios que se está viendo obligado a pagar el Tesoro público -(¿y cuánto está pagando, por cierto, el sector privado?)- las finanzas españolas están abocadas al colapso. Esto parece visto para sentencia. ¿Cuándo? Más pronto que tarde. El corolario de lo dicho lleva la marca de un inevitable empobrecimiento colectivo. Todo vuelve.


El Confidencial - Opinión

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