miércoles, 10 de noviembre de 2010

El Sáhara, un agujero negro del Gobierno Zapatero. Por Antonio Casado

El Sáhara es una muestra más del cinismo reinante en el campo de las relaciones internacionales, regidas por la ley del más fuerte en el tráfico de intereses. Como no es un descubrimiento inesperado, tampoco viene a cuento rasgarse las vestiduras. Pero si al menos la opinión pública es consciente del atropello marroquí al pueblo saharaui, consentido por la comunidad internacional, no todo estará perdido para la causa de la ley y los derechos humanos, aunque le faltará muy poco.

Cuba y Sáhara son asuntos de política nacional. Por razones históricas, los españoles son muy sensibles a todo lo que ocurre en estos dos rincones del mundo, tan distintos, tan distantes y tan queridos. Pero así como el Gobierno de España mantiene en Cuba un adecuado grado de implicación, que se corresponde con el pasado de una memoria común, en el tema del Sáhara Occidental se está malversando dicha memoria.

Se ha ido malversando a medida que la necesidad de llevarse bien con Marruecos iba engordando la coartada. La coartada ha engordado tanto que se hace insoportable la mirada distraída del Gobierno Zapatero ante el brutal asalto al campamento saharaui de Gdaim Izik y todo lo que le cuelga en materia de derechos humanos. Lo único que se le ha ocurrido a la nueva ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, es lavarse las manos y recordarnos que el problema es de la ONU.


Así, la ONU también forma parte de la coartada de España para eludir sus deberes en nuestra antigua provincia, que van más allá incluso de los que nos corresponden como antigua metrópoli del Sáhara Occidental. Qué menos que exigirle al vecino marroquí el cumplimiento del mandato de la ONU sobre un referéndum de autodeterminación, como paso previo para la descolonización del territorio. Pues ni eso.
«Cuba y Sáhara son asuntos de política nacional. Por razones históricas, los españoles son muy sensibles a todo lo que ocurre en estos dos rincones del mundo, tan distintos, tan distantes y tan queridos.»
Posición ambigua

Bien al contrario, la flojera de España se une a la de Estados Unidos y Francia. Ninguno de ellos está interesado en denunciar el incumplimento de dicho mandato. Y de ahí resulta el hecho consumado: la ocupación ilegal de un territorio por parte de un Estado miembro de la ONU. Este es el famoso elefante que se cuela en todas las negociaciones. Nadie quiere verlo, excepto los representantes de la parte ocupada.

La posición española consiste en apostar por el entendimiento de Marruecos y el Frente Polisario en el marco de la ONU, pero eso no es decir nada frente a tan flagrantes violaciones de los derechos humanos y la legalidad internacional. Es una posición ambigua, tibia, escurridiza y pragmática. Viene dictada por la política de buena vecindad y la necesidad de llevarse bien con el fuerte. El precio es dejar tirado al débil, que es el sino de las relaciones internacionales.

Respecto a los saharauis, ya lo único que practica el Gobierno de España es la caridad, que ahora se llama cooperación, en los famosos campamentos de Tinduff, donde unos 200.000 saharauis llevan 35 años esperando el retorno a su tierra. La misma que también Marruecos considera parte de su integridad territorial, lo que significa pasarse por el arco del triunfo el estatus jurídico del Sáhara a la luz de la legislación internacional. Recordemos una vez más: “territorio pendiente de descolonización” sobre el que Marruecos no tiene ningún título de soberanía.


El Confidencial - Opinión

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