domingo, 5 de septiembre de 2010

A punto de llanto. Por Alfonso Ussía

Desde niño me atormenta una debilidad. Soy en exceso emotivo. Me emociono cuando veo a otros conmovidos. Lloro con facilidad con los finales felices de las películas que cuentan historias tristes. La lágrima fácil, a punto de cauce, ha sido y es una constante compañera de mi vida. Mientras escribo este artículo, me hallo al borde del llanto. La expresión de emoción incontenida, de conmoción vibrada, y hasta me atrevería a escribir de amor entregado de Leire Pajín y Elena Valenciano cuando saludaban a Raúl Castro, me ha dejado para el arrastre. Me alegra no ser un cantaor de flamenco porque, de serlo, estaría emitiendo jipidos entrecortados. Despliego mi pañuelo y aprecio en su superficie un alto porcentaje de humedad. De tener rascacielos, mi pañuelo sería como Benidorm el 8 de agosto.

Lo que se ha demostrado es que Leire Pajín y Elena Valenciano son buenas personas. Se emocionan a las primeras de cambio y harta sencillez. Si miran, hablan y sonríen de ese modo ante la presencia de un asesino, qué no harán cuando se enfrenten a la mirada de un ser humano normal. Entra dentro de lo posible que no hayan sido informadas previamente. De haber sabido quién es Raúl Castro, probablemente no aparecerían tan contentas y enternecidas. Raúl Castro, el hombre a quien sus ojos se comían, es junto a su hermano Fidel un dictador asesino. Muchos corazones han dejado de latir gracias a la interpretación revolucionaria de Raúl y de Fidel. Y muchas miradas no han visto otra cosa que mugre, barrotes y muerte durante décadas gracias a quien acariciaba la mano de Leire Pajín y hacía reír abiertamente a Elena Valenciano. Cincuenta años al frente de una dictadura comunista dan para mucho. Pero ni a Leire ni a Elena se lo han contado, y así estaban de felices y cómodas con el compañero Raúl.


Se sabe que un despacho forrado de madera de caoba ayuda a la relajación y el sosiego. Moratinos conoce muy bien ese despacho. Las estancias cercanas y mugrientas de las cárceles cubanas no son tanto de su interés. Los Castro son simpáticos. Caribe puro. Cuentan las cosas con gracejo y espontaneidad. Y se nota ese gracejo en las sonrisas de las dos chicas del socialismo español, que ríen las ocurrencias de su ídolo. Una lástima que no estuviera presente Fidel. Los cuatro podrían haber protagonizado una velada inolvidable de risas, chistes y romántica madrugada, aunque ni Fidel ni Raúl estén para muchos trotes. Pero Fidel se hallaba dando el coñazo a los mismos universitarios que un día, y no lo deseo, intentarán hacer con él y con Raúl lo que los rumanos con Ceaucescu. Los jóvenes son así y no cambiarán nunca.

Leire y Elena –o Elena y Leire– ya estarán de vuelta. Le van a contar a Zapatero que Cuba vive feliz y en orden. Que han visto la televisión y han leído los periódicos y han llegado a la conclusión de que todo lo que se dice de Cuba en el exterior son patrañas. Los cubanos viven felices y tienen de todo, hasta ollas a presión para mejorar la condimentación de los frijoles, como explicó Fidel antes de sufrir el tantarantán. –No hemos visto ni disidentes, ni descontentos, ni presos políticos, José Luis. Lo que cuentan por aquí es mentira–.

Son chicas emotivas, tiernas y socialistas. Mujeres buenas y comprometidas. La Habana les habrá asombrado por su belleza y por lo lentamente que se está desmoronando. La Revolución resiste, y esa resistencia emociona a quienes toleran y aplauden sus métodos para resistir. De ahí la ternura que mostraron ante Raúl. Y consecuencia de esa emoción, las lágrimas a punto de cauce que han dificultado en extremo la creación de este artículo. Me seco los ojos, y lo envío.


La Razón - Opinión

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