viernes, 20 de agosto de 2010

El miedo de Batasuna

La izquierda radical 'abertzale' evita condenar la violencia callejera por temor a ETA.

Los incidentes violentos protagonizados por enmascarados con ocasión de las fiestas patronales en media docena de localidades vascas han alertado sobre un posible rebrote de la violencia callejera y suscitado un debate sobre su significado en este momento. Quemar en una noche 33 contenedores en lugares dispersos de Zarautz corresponde sin duda a un plan organizado y no a una manifestación de gamberrismo etílico, como insinuó inicialmente la Consejería de Interior vasca. Su repetición en otros municipios ha dejado sin sentido esa cautela oficial: sí, hay un rebrote de la kale borroka, como cada año por estas fechas.

Un rebrote que queda muy lejos, sin embargo, de la importancia que llegó a tener la violencia callejera en la estrategia de intimidación dirigida por ETA. En 1997 se produjeron 1.100 actuaciones de ese tipo; el año pasado fueron 130, un 40% menos que el año anterior y un 70% menos que en 2007. Ese retroceso, que se ha mantenido hasta este verano, es consecuencia del desmantelamiento policial de los grupos juveniles especializados en los ataques, pero también de su creciente falta de absurdo sentido. Durante años fueron un factor de acoso e intimidación, y el efecto buscado era que la población en general (y no solo los policías y políticos amenazados) se sintiera concernida y reclamase al Gobierno "soluciones, ya"; es decir, una negociación con ETA. Ahora lo que suscitan los ataques es una creciente irritación contra los encapuchados y la exigencia de que los detengan ya.

También suscitan un emplazamiento a Batasuna para que condene claramente ese vandalismo. Sin embargo, su respuesta, en forma de comunicado difundido anteayer, llama la atención por su oscuridad. Reitera con pies de plomo su apuesta por las "vías políticas y democráticas", pero solo tras decir que los actos violentos se enmarcan en la defensa de los derechos conculcados a los vascos, etcétera. Es significativo que se hayan sentido obligados a decir algo, frente al silencio tradicional, pero aún lo es más la resistencia a dar un paso tan elemental pero que pudiera ser interpretado como de desacato a ETA.

Porque lo que Batasuna no ha hecho es exigir a ETA lo mismo que hace dos días le planteaba Aralar, "el levantamiento inmediato de las amenazas" a los cargos públicos y otras personas bajo coacción; y el abandono de la violencia "de forma unilateral y sin contraprestaciones políticas". Esto último está lejos de ser aceptado por ETA, y también por Batasuna.


El País - Editorial

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