martes, 20 de julio de 2010

Nuestros presos buenos. Por Hermann Tertsch

Todos los etarras condenados que están internos en Nanclares dejan de ser de ETA cuando se lo proponen.

AYER lunes nos desayunamos con la noticia de que no son dos, sino siete —de momento—, los presos de ETA que gozan de una situación penitenciaria privilegiada. Nos informa de ello, no por casualidad, el medio favorito del ministerio del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. La «garganta profunda» de nuestro Fouché carpetovetónico nos viene a decir que estos etarras son tratados tan bien porque ya no son etarras. En la cárcel se han arrepentido, reniegan de su militancia en ETA y abogan por una solución pacífica al «conflicto vasco». En este grupo están Txelis y Picabea, dos históricos de la banda terrorista que llevan tiempo al margen de los colectivos de presos y parecen buscar una solución a su situación personal haciendo de banderín de enganche para animar a más presos a desmarcarse de la disciplina etarra en las prisiones. Esto en principio no puede molestar a nadie si se cumplen leyes y reglamento. Si los presos han cumplido la mayor parte de sus condenas, rechazan el terrorismo y están pagando sus responsabilidades civiles a sus víctimas, las autoridades penitenciarias pueden tomar medidas para desmovilizar y desmoralizar a la banda dentro y fuera de las cárceles.

Pero como siempre que está Rubalcaba en el ajo, algo huele a podrido y no precisamente en Dinamarca. Las víctimas de estos etarras se han enterado por los periódicos de que éstos son ya buenos y de que se los pueden encontrar cualquier día enfrente de su casa tomando chiquitos. Por el otro lado, esta generosa disposición del Ministerio del Interior hacia quienes están en la cárcel por crímenes cometidos por Eta, es decir, como etarras todos ellos, choca frontalmente con la voluntad tantas veces expresada por las víctimas y la sociedad de que los terroristas cumplan la totalidad de sus penas. El arrepentimiento los honra, pero no los convierte en inocentes ni los redime de sus penas. Muy sospechosa es la afirmación tan contundente como tramposa del ministro del Interior al asegurar que «en Nanclares de Oca no hay presos de ETA». Con lo que nos viene a decir que todos los etarras condenados que están de hecho internos en Nanclares dejan de ser de ETA en el momento en el que se lo proponen. Automáticamente. Y que, por este mero hecho, pueden aspirar a situaciones de privilegio que hacen que su pena a prisión no sea tal. Lo primero que debe exigirse a estos presos es un reconocimiento de su culpa, público; la demanda de perdón a todas sus víctimas y al pueblo español, pública y con publicidad, por supuesto; además de un llamamiento a ETA y sus organizaciones anejas a disolverse y entregar las armas. Si la manifestación del mero arrepentimiento hiciera de un criminal confeso un ciudadano integrado, las cárceles estarían vacías. De ahí que quienes no nos fiamos de Zapatero ni de Rubalcaba sospechemos que los presos de vacaciones de Nanclares son otro indicio de que, ante el desastre generalizado de la política gubernamental en todos los frentes, nos estén preparando una sorpresa de armonía pacifista en el último año de legislatura.

ABC - Opinión

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