jueves, 1 de julio de 2010

La letra pequeña. Por Ignacio Camacho

El veredicto ha tumbado la intención de levantar de tapadillo una Constitución paralela.

LA escandalera victimista de los partidos catalanes, con Montilla a la cabeza, ante la sentencia del Estatuto responde con toda certeza a una táctica de sobreactuación preelectoral, llena de aspavientos y gesticulación dramatizada para sacar partido de una supuesta agresión españolista; sin embargo sería una simplificación analizar ese descontento desde el prisma único de la impostura. El soberanismo ha percibido con claridad que, aunque el veredicto mantenga buena parte de los privilegios concedidos por la irresponsabilidad de Zapatero, también ha desactivado el dispositivo simbólico que la dirigencia política catalana había construido al amparo de la calentura estatutaria. El fallo del TC ha respaldado la mayoría de la letra pequeña que establece pautas muy avanzadas y discutibles de autogobierno, pero ha tumbado la intención de levantar de tapadillo una Constitución paralela que estableciese de facto una especie de Estado confederal. Y aunque el aval de numerosas franquicias autonomistas dé pábulo al pesimismo de quienes esperaban una desautorización radical de la propuesta, ha rechazado las más peligrosas pretensiones segregacionistas y establecido con claridad la prevalencia de la única nación española.

Eso lo ha percibido la clase dirigente catalana como un serio revés a sus aspiraciones de construcción nacional. Tiene motivos. Las «pequeñas» objeciones del Constitucional pueden dar lugar a una impugnación severa de las leyes elaboradas al amparo del desarrollo estatutario; de ahí que sea tan importante para los partidos nacionalistas controlar el poder que deberá negociar el inminente laberinto normativo derivado de la sentencia. Ellos saben que el impulso otorgado por Zapatero a la deconstrucción del Estado nacional español ha quedado frenado en las vallas del veredicto, y tratan de presionar al presidente para que se las salte como antes se saltó los límites de la razón política. El silencio —tres días ya— del jefe del Gobierno indica una seria preocupación por la evaluación del alcance del fallo, que amenaza además con abrir una brecha entre los socialistas. La voluntad agitadora de un Montilla acorralado revela casi una sedición frente al liderazgo nacional del partido. El Estatuto sigue atravesado como un camión con las ruedas pinchadas en la accidentada deriva del zapaterismo.

Desde Madrid es fácil y tentador lamentarse por la fragmentación de España con genérica consternación jeremíaca. Pero la situación es más positiva que antes de la sentencia, no menos. No es un mal menor, sino un dique real a las pretensiones de construir un Estado dentro —en realidad casi fuera— del Estado. Y un varapalo más que serio al liviano relativismo con que el presidente había tratado nada menos que el concepto de la nación que gobierna. Todavía.


ABC - Opinión

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