jueves, 24 de junio de 2010

Reforma laboral. Corbacho y el abaratamiento del despido. Por Emilio J. González

Lo más probable es que las cosas se queden como están ante la falta real de voluntad política por parte de unos y otros a la hora de cambiarlas. Aquí nadie se quiere 'mojar' por temor a perder votos.

Dice el ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que la reforma laboral no abarata el despido, y tiene razón porque ni es intención del Gobierno el que así sea, ni creo que durante la tramitación urgente de la misma como proyecto de ley vaya a cambiar sustancialmente las cosas. Me explico.

Ya he comentado anteriormente que aunque el decreto ley que el Gobierno ha convalidado esta semana incluye la posibilidad de que las empresas puedan llevar a cabo despidos con una indemnización de 20 días por año trabajado y un máximo de una anualidad –frente a los actuales 45 días, con un máximo de cuatro años de sueldo–, lo cierto es que no concreta las "causas objetivas" que permitan acogerse a dicha posibilidad. Por tanto, todo queda a la libre interpretación de los jueces de lo social, quienes, como ya se sabe, están para dar sistemáticamente la razón al trabajador. La tramitación como ley por la vía de urgencia de la reforma laboral puede cambiar las cosas. Sin embargo, hoy por hoy no se dan las circunstancias políticas para ello.


El Gobierno podía, y debía, haber sido mucho más concreto en este punto. Sin embargo, Zapatero ha sacado la calculadora electoral y, después de hacer unos cuantos números, ha optado porque sea otro, y no el socialista, el partido que se queme yendo más allá de donde ha ido el Ejecutivo. A ZP le basta con que los mercados hayan recibido el mensaje de que el Gabinete está por la labor de poner toda la carne en el asador para superar tanto el riesgo de suspensión de pagos como la propia crisis económica y los mercados, de momento, se lo han creído, como muestra la reducción del diferencial de tipos entre el bono español y el alemán. Dudo mucho de que el presidente del Gobierno tenga la intención de ir más lejos de esa ambigüedad calculada con la que ha despachado una cuestión tan impopular como el abaratamiento del despido, al menos mientras los mercados, el Fondo Monetario Internacional o la Unión Europea no le obliguen a ello. Hacerlo significaría, de entrada, ir contra los propios principios de Zapatero, que éste defiende con tanto ahínco aunque sea a costa de la ruina de España. Hacerlo implicaría también el riesgo de provocar una guerra abierta entre el Ejecutivo y unos sindicatos, los nuestros, que rechazan abiertamente cualquier posibilidad de flexibilización del mercado de trabajo. Y ZP no quiere esa guerra por nada del mundo. Además, ¿quién apoyaría a los socialistas en semejante caso? Desde luego, la izquierda parlamentaria no. Zapatero tendría entonces que fiarlo todo a conseguir los apoyos necesarios entre la oposición no de izquierdas y la duda es si lo harían, se abstendrían o votarían no. En cualquier caso, esto es una cuestión secundaria porque lo más probable es que los socialistas no se atrevan a concretar las causas del despido de 20 días por el temor a seguir perdiendo popularidad y terreno en las encuestas.

¿Y la oposición? Pues sucede que lo malo de todo esto es que lo de la reforma laboral se está dirimiendo en unos momentos políticamente complicados. CiU se enfrenta este otoño a unas autonómicas catalanas tras las cuales espera volver a ocupar el palacio presidencial de la plaza de San Jaume. Y el PP, por ahora, sigue en la posición de que las consecuencias políticas de las medidas contra la crisis se las coma quien la creó y quien se negó a pactar nada con ellos al respecto. Además, sus líderes se han manifestado en las últimas semanas contrarios al abaratamiento del despido e, incluso, han autodenominado al PP como el "partido de los trabajadores". Así es que, por ahora, tampoco cabe esperar de ellos que se metan en semejante charco. Y aunque lo hicieran, ¿serían capaces de conseguir los respaldos necesarios en el Parlamento para sacar adelante esa propuesta? No si los socialistas no les apoyan o, simplemente, se abstienen en lugar de votar ‘no’, que es lo que le pide el cuerpo a un Zapatero que, incluso ahora, con la que está cayendo y la que puede caer sigue con sus estrategias de desgaste del adversario por cualquier medio a su alcance.

En este contexto, por tanto, lo más probable es que las cosas se queden como están ante la falta real de voluntad política por parte de unos y otros a la hora de cambiarlas. Aquí nadie se quiere ‘mojar’ por temor a perder votos y porque, en última instancia, lo que cuenta para ellos son sus propios intereses y estrategias. Así es que al final y por una vez, sin que sirva de precedente, Corbacho dice la verdad, si bien por razones distintas a las que debería.


Libertad Digital - Opinión

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