martes, 11 de mayo de 2010

El rebote y el rebotado. Por Tomás Cuesta

SI el rebote que experimentó la Bolsa ayer fue de los que hacen época, tengan por cierto que el que se cogió el señor Rajoy con la encuesta del CIS no le anduvo a la zaga.

Mientras los especuladores fundían el parqué (porque, salvo mejor criterio de la señora De la Vega, no se trataba de frailes mercedarios) el líder de la oposición recibía un recado tan frío como un «uppercut» en el primer segundo del primer asalto. Con la que está cayendo (y con lo que está callando) no sólo no consigue descolgar a Zapatero sino que le tiene ahí mismo, a punto y medio, a una insignificancia que se enjuga con tres telediarios y unas pocas portadas. De nada sirve denunciar al cocinero o poner en cuestión el recetario porque ni el propio Ferrán Adrià con sus inextricables mañas es capaz de aliñar tal estropicio sin que se le claree el pucherazo. Otra cosa es concluir que la realidad difícilmente puede tabularse y que una alternativa no se construye a cala y cata. ¿O si? Pues, entonces, ajo y agua.

Según Sartori, la sondeo-dependencia consiste en conceder credibilidad a un método que es falso pero también, y ahí está el busilis, confortable. Es la muleta con la que se sostienen las formaciones cojitrancas que fían a los augurios demoscópicos lo que no quieren confiar a su ideario. Así que la sacrosanta opinión pública -que, a tenor de cómo se le pregunte y cuándo, opina una cosa o la contraria- es la que da y quita razones, la que reparte los dulces y los sapos. O sea que, siguiendo a pie juntillas el dictamen del oráculo, parece razonable suponer que el Gobierno ha pasado a la ofensiva y pretende contribuir a la animación bursátil y a la fantasmagórica salida de la recesión (un ínfimo repunte provocado por las compras de quienes no quieren que el IVA les coja inconfesados) con un rearme espiritual de su líder y de sus parroquianos. Más razonable aún es pensar que sólo un riguroso control europeo de nuestra economía, con lo que ello implica de pérdida de nuestra soberanía, puede salvar a España de la hecatombe, lo cual, salvo imponderable mayúsculo, tiene que pasar factura a Zapatero y dar la victoria electoral al PP, aunque sea a la manera tory. O no.

La política no debería ser un juego, mientras que los sondeos se fundan en relaciones matemáticas presentes en actividades como las apuestas y los naipes. Lo primero que haría cualquier moralista que se tuviera por tal en tiempos de crisis sería eliminar el CIS en lugar de cepillarse la dirección general de la Biblioteca Nacional. Eso sólo ya da fe del sentido socialista del poder, palurdo pero práctico. En cambio el equipo de Rajoy propende a pisar todos los charcos, incluido el de firmar recibo de un sondeo en el que Rubalcaba es el ministro mejor valorado y Duran el político con más nota. Apabullante. Como para pedir asilo en Italia, cuyo clima político al lado de semejante panorama resulta el colmo de lo chic y sofisticado, velinas incluidas.

Zapatero, que el domingo era casi un apestado que tenía que viajar en la clandestinidad a Barcelona para ver al Rey (una hora sin piedad) emerge hoy como el último gigante del socialismo europeo, un peñasco, un peñón, un hórrido peñazo, que ha vuelto a tomar aire cuando el espectro de la bancarrota le tenía en sus garras y nos tenía, ay, acogotados. Merkel y Sarkozy pagan los platos ratos y Rajoy, a este paso, quizás acabe pagando el pato.


ABC - Opinión

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