sábado, 20 de febrero de 2010

Una peineta a tiempo es una victoria. Por Pablo Molina

Conviene que de vez en cuando los invitados les muestren a estos revolucionarios de chichinabo el dedo corazón, en representación de todos los que pagamos su forma de vida hasta que, bien entrada la treintena, pasan a un partido político, sindicato u ONG.

El gesto de Aznar a los universitarios (con la inercia iba a menospreciarles llamándoles "estudiantes") que le insultaron a la entrada y la salida de su conferencia en la Universidad de Oviedo ha sido muy oportuno, aunque personalmente prefiero el corte de mangas, más racial, como más español, sobre todo si la acción culmina con la reverberación forzada del antebrazo a causa de la violencia del golpe en la cara anterior de la articulación.

Esa veintena de universitarios de extrema izquierda, valga la redundancia, demuestra que, casi una década después, el odio hacia Aznar inculcado por sus mayores en los partidos políticos y los medios de comunicación ya sólo sirve para organizarle algaradas de lo más deslucido. A pesar de que el grupo PRISA dedicara una página a glosar la hazaña de estos revoltosos, lo cierto es que el resultado ha sido más bien patético, aunque sus profesores, probablemente del área de humanidades, recompensen la actitud de estos jóvenes concienciados por un mundo más justo con un espléndido sobresaliente, en atención a sus méritos en defensa de la libertad y la democracia. El único efecto conocido, además del académico, es que la vicepresidenta del Gobierno, apartada por ZP de la comisión de inútiles contra la crisis, ha encontrado un nuevo motivo para insultar a Aznar exaltando a estos defensores del pluralismo universitario, y con ello justificar el sueldazo que le pagamos todos los españoles.

Se trata de jóvenes sobre los que se cierne un futuro laboral nefasto a causa de la labor destructiva de la izquierda cuando llega al poder en cualquier país civilizado, pero como el universitario medio actual no incluye entre sus planes el trabajar algún día en cualquier labor que lleve aparejado un salario, jamás les veremos protestar contra los que están haciendo que su vida sea un desastre improductivo sin solución. Lo suyo es la rebelión permanente, el eterno radicalismo y la marginalidad constante, de forma que llegarán a los cincuenta haciendo lo mismo que ahora, protestar, convencidos de que la sociedad tiene una deuda con ellos que se niega a satisfacer.

Llaman a Aznar asesino por una guerra en la que no participó ni un solo soldado español, mientras que Zapatero, que acumula varias decenas de bajas de militares en el mismo escenario, sigue siendo considerado como una especie de Kerensky al que conviene cuidar porque es el único marxista capaz de ganar unas elecciones en España. Mas no pondremos en un difícil aprieto a la universidad pública española exigiéndole coherencia. El Alma Mater es un microcosmos alternativo, donde todo radicalismo es bendecido y exaltado por unas estructuras académicas cada vez más alejadas de la realidad.

Por eso es conveniente que de vez en cuando los invitados les muestren a estos revolucionarios de chichinabo el dedo corazón, en representación de todos los que pagamos su forma de vida hasta que, bien entrada la treintena, deciden incorporarse a un partido político, sindicato u ONG. Y si los padres de las criaturas les suprimieran durante dos semanas la asignación económica que utilizan para expandir la conciencia en los aparcamientos de las discotecas del extrarradio mucho mejor.


Libertad Digital - Opinión

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