sábado, 20 de febrero de 2010

Redondillas del alcalde. Por Tomás Cuesta


Al dar tierra a don Carnal
los ripios salen de balde,
mas los que zurce el alcalde
habrán costado un ojal.
Tal derroche de agudeza,
tal finura en el dibujo,
tal boato, tal embrujo...,
¡Viva Madrid, viva el lujo!
¡Viva la inopia del blanco!
¡Viva la guasa del negro!
¡Vivan el yerno y el suegro!
¡Viva Prisa, viva Franco!
Y es que el arte del edil
no se paga con dinero.
Otra ronda, camarero,
en honor del zascandil.


Como vate, el tío Alberto
es la caja de Pandora;
tanta malicia atesora
que compone en verso muerto.
Quiere rimar el futuro
con la ruina del presente,
pero no engaña si miente:
se clarea por lo oscuro.
De la vanidad mundana
nada le resulta ajeno,
atorrante cacaseno
gallea de lo que afana.
Pero pica del tasajo
si le atizan en la cresta:
el leguleyo se apresta
a socorrer al marrajo.
A la secta, por lo ameno;
por el tras a los herejes,
en esos tejemanejes
es bonísimo, muy bueeeno.

Aspira, quizás en vano,
en vano, conste, no en vena
a madrugarle la cena
a la doña y a Mariano.
El que espera, desespera
y si se aspira en exceso
el ansia te deja tieso
y te sorbe la sesera.
Locura es que, por ser Ruiz,
pretenda ser arcipreste
(y pandémico y celeste)
el que medra en el desliz.
Gaseoso y ambidiestro,
el liróforo del foro
oscila del caño al coro,
ora fantasma, ora espectro.

Con la música no sacia
el socavón de su ego
y pretende dar el pego
tirando de pluma lacia
Solecismos a raudales,
anacolutos de chiste...
Lo del español ya es triste,
apiádese de sus males
Otrosí: no se rebote
si, fungiendo de poeta,
se lleva una cuchufleta
o le motejan de zote.
Cállese, dijo Quevedo,
el que se ofenda del eco;
no grite quien tenga miedo
a que le afeiten en seco.
Pues si el padre del Buscón
nunca rehuyó los retos
de más prosaicos aprietos
ha escapado Gallardón.

Al cabo, ¿de qué se trata?
De abocetar un romance?
Los romances son un lance
que despacha a cala y cata.
Si fuera un soneto, aún
se tentaría el cerebro;
aparejar un requiebro
lo solventa al buen tuntún.
Es Alberto tan gallardo
tan gallardo y calavera
que siempre que se sincera
es para clavar el dardo.
Y si amaga que recula,
no hace mutis el ladino.
Enfrascado en lo divino
habla por boca de mula.

Porque de barrer la cuadra,
con fervor y con arrobo,
se preocupa Fray Escobo
que, cuando no lame, ladra.
El coplero de coplones
amonesta al as de coplas:
«Cuidado con lo que soplas,
padrino, que te indispones».
«Una coplilla y remato»,
asevera el aludido
sacrificando al olvido
la estática y el recato.
Luego, el numen es tacaño;
las musas harto veletas;
la lírica y las recetas
no trascienden el apaño.

El regidor de la Villa,
empero, supera el corte.
¿Qué importa que pierda el norte?
Todavía, ancha es Castilla.
Y, al sepultar la sardina,
al asco le arrima el ascua
e intenta hacerle la pascua
a su indómita vecina.
Municipales y espesas,
las trovas de Gallardón,
petimetre y boquerón,
quedan en fatuas futesas.
Si se marchase al «Inferno»
en compañía del Dante
daría menos el cante
y aminoraría el muermo.
Abandonad la Esperanza.
Y «la Commedia finita».
No cabe ni pon ni quita.
No hay delito sin venganza.


ABC - Opinión

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