viernes, 12 de febrero de 2010

Mucho cariño, pero ni un duro. Por Fernando Fernández

LA Unión Europea, es decir Francia y Alemania con la presencia física de Von Rompuy y la desaparición planetaria del presidente de turno, han hecho exhibición de solidaridad con Grecia pero le han negado dinero contante y sonante. Las bolsas europeas han vuelto a caer y el euro a depreciarse frente al dólar. La opinión dominante será probablemente hoy un lamento generalizado sobre la incapacidad política de Europa. Yo sin embargo me alegro, aunque se note el efecto Zapatero, en la pésima gestión del problema heleno.

Orgullo y contagio eran las razones aducidas para justificar el incumplimiento material del Tratado de Maastricht. Europa no puede permitir que el FMI tenga que rescatar a uno de los suyos. Lo hemos leído estos días hasta la saciedad, incluso en la prensa británica normalmente poco proclive a efluvios europeístas, olvidando que ya lo ha hecho en el caso de Letonia, Rumania y Bulgaria pero estos parecen ser socios menores, de segunda hornada que no pueden esperar un trato preferencial. Yo pienso sin embargo que la doctrina Monroe es una peligrosa excursión histórica que nos hace retroceder en el necesario multilateralismo y que acabaría a medio plazo con el propio FMI, al que el por cierto el G-20 acaba de poner en el centro de la nueva arquitectura financiera. ¿Qué impediría a los asiáticos a crear un Fondo asiático si les sobran las reservas internacionales?, ¿por qué iba a permitir EEUU que los europeos intervinieran en su patio trasero? Aparte de que una intervención europea en Grecia supondría, para tener alguna posibilidad de éxito, una injerencia directa en la soberanía fiscal de ese país que cambiaría la percepción de Europa de ser el tío rico en América al cobrador del frac.

El riesgo sistémico se nutre del síndrome Lehmann Brothers. Se afirma generalmente que la Reserva Federal americana se equivocó dejando caer a ese banco y precipitó urbi et orbi la crisis financiera. Lo mismo se dice de Grecia, que el problema no es el pequeño país heleno sino el miedo a que su suspensión de pagos pueda contagiar a países europeos que tienen buenos fundamentales -no quiero citar a ninguno para que no me acusen de conspirador antipatriota-. Es un argumento irrebatible porque no hay contra factual posible, pero no acabo de comprender por qué un país que tiene problemas de liquidez, si ajusta gastos y aumenta ingresos va a tener que suspender pagos. Y si no cumple, ¿por qué hay qué rescatarlo?, ¿por qué tienen los contribuyentes europeos que pagar su irresponsabilidad? La Unión Monetaria puede funcionar perfectamente con diferenciales de tipos de interés elevados entre los distintos países, porque la desaparición del riesgo de tipo de cambio no implica que no exista riesgo de impago, que se lo digan a las cajas que han prestado al inmobiliario. Otra cosa es que en la locura colectiva de dinero fácil en el que estábamos todos instalados antes de la crisis y en el frenesí de gasto público en el que han entrado muchos gobiernos para intentar aplazar las inevitables consecuencias de esa misma crisis, pareciera que todo el monte era orégano y nadie tendría que pagar.

Ayer el Consejo de la Unión tomó una decisión correcta que ha evitado un peligroso desplazamiento por la vía de facto, y sin consulta a los ciudadanos, hacia la pérdida de soberanía fiscal, un alejamiento definitivo de los países anglófilos del proyecto europeo y el encarecimiento a medio plazo del coste de financiación para las empresas europeas y para todos los países que se comporten con responsabilidad fiscal, porque la prima de riesgo ya no tiene que incorporar el coste de los posibles rescates. La puesta en escena ha sido pésima, imperdonable, pero si el daño resultante es una cierta debilidad del euro, bienvenida sea. Ahora sólo queda mantener el tipo y no ceder como hizo la Fed con la aseguradora AIG. El mercado pondrá a prueba la solidez de las convicciones europeas.


ABC - Opinión

0 comentarios: