viernes, 22 de enero de 2010

El cóctel. Por Alfonso Ussía

Joaquín Leguina fue un buen presidente socialista de la Comunidad de Madrid. Es un hombre ilustrado, un magnífico escritor, y, por ello, alejado de los dogmas partidistas. Siente tanto respeto por la libertad que el primero en ejercerla y disfrutarla es él. Tiene para mí otra cualidad de gran importancia, pero se me puede acusar de parcialidad. Que es cántabro, montañés. Nació en Villanueva de Villaescusa y creció en Guarnizo, cuna de Francisco Gento, y ese dato no carece de singularidad. Por lo demás, Joaquín Leguina representa lo que tanto se echa de menos en España. El socialismo culto y evolucionado, la cortesía y la reconciliación. Gobernó para todos, y cuando fue derrotado por Alberto Ruiz Gallardón, abandonó con suma elegancia el escenario del protagonismo y fue despedido con cariño y gratitud por la ciudadanía del Foro y aledaños, eso que se ha terminado por llamarse Comunidad de Madrid. Hasta sus patinazos, –todos los gobernantes resbalan–, fueron divertidos y benéficos. Aquel Himno de Madrid que se sacó de la manga, con música del maestro Sorozábal y letra de García Calvo –himno, por otra parte, todavía vigente aunque nadie lo conozca–, superó las cumbres del surrealismo. Si una Comunidad autónoma precisa de un himno, le brindo la idea a Esperanza Aguirre. Aquí tenemos a Bocherini y su Música Nocturna de Madrid, y la adaptación no sería complicada. El himno nacional de Austria es de Mozart, y a mí esa chulería me descompone. Madrid reclama a Bocherini. Y si Madrid no lo reclama, lo hago yo, con muchísimo gusto.

Leguina ha escrito un libro de «Memorias». La literatura memorialista en España no tiene prestigio. Los políticos escriben y cuentan lo que les da la gana. Las estupendas –literariamente– «Memorias» de Azaña son un ejercicio de cinismo prolongado y de medias verdades con un sólo objetivo. Que el autor siempre quede bien. Leguina escribe con mucha más libertad y, de cuando en cuando, arrea sopapos valientes. Intuyo que intelectualmente no aprecia ni a Zapatero, ni al zapaterismo ni al socialismo que hoy impera en España. Cuidado con los montañeses, que guardan en sus rincones un sentido del humor cáustico y borrascoso, muy molesto para quienes lo padecen. Porque en España, el sentido del humor de los demás no se disfruta. Se padece y sufre, y así nos va.

Unas pocas líneas para mostrar el sentido del humor de Joaquín Leguina. El humor, que en otras sociedades vuela muy alto, en España está condenado al silencio por culpa del analfabetismo de la cultureta en el poder. Cultureta de la Izquierda antigua y nada desarrollada, anclada en el dogma del tostón trascendental. Leguina, en la agonía de su último libro, nos regala la fórmula de un nuevo cóctel. Se hace «barman» el de Guarnizo, y como un revivido Pedro Chicote, nos regala el acierto de su hallazgo. El cóctel «Zapatero» o «zapaterista», de cuyos ingredientes nos informa: «Se prepara metiendo en el recipiente un toque progre, cuarto y mitad de feminismo radical y otro tanto de retórica ecologista. Añádanse unas rodajas de buenismo, un vaso de anticlericalismo y unas esencias de memoria histórica para darle el aroma adecuado. Mézclese todo con cuchara larga, pero no debe agitarse, no vaya a ser que explote».

No lo probaré a tu salud, don Joaquín.


La Razón - Opinión

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