viernes, 18 de diciembre de 2009

El toro y el sufrimiento de los nacionalistas. Por Guillermo Dupuy

Sabemos cómo acabaron los últimos toros de Osborne en Cataluña como para que nos quieran hacer creer que lo de ahora nada tiene que ver con esa esquizofrénica y liberticida obsesión por erradicar todo lo que pueda enturbiar el "hecho diferencial".

Aún muchos tenemos recientes cómo acabaron algunos nacionalistas con los últimos toros de Osborne en Cataluña como para que ahora nos quieran hacer creer que el proyecto de prohibición de la fiesta nada tiene que ver con esa esquizofrénica y liberticida obsesión de los nacionalistas por erradicar de Cataluña todo lo que pueda enturbiar su delirante "hecho diferencial".


"La fiesta de los toros está muy enraizada en Cataluña", ha venido a reconocer el portavoz de CiU en el Congreso Duran i Lleida. Sí pero, ¿desde cuando eso es un obstáculo para los nacionalistas? Más enraizado está el castellano, lengua materna de más de la mitad de los catalanes, y eso no ha sido impedimento para proscribirla del ámbito educativo y de la administración, para mayor gloria de la "construcción nacional" de Cataluña.

Naturalmente no niego que en Cataluña, como en el resto de España, haya partidarios de la prohibición que basan sus liberticidas intenciones, no en cuestiones de identidad, sino en el sufrimiento que supuestamente padece el animal durante la lidia. A estos les recomendaría la lectura del estudio del director del Departamento de Fisiología Animal de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Illera del Portal, que demuestra científicamente cómo el toro es una animal absolutamente especial, "endendocrinológicamente" hablando, y está perfectamente adaptado para la lidia. Y es que todos sus mecanismos hormonales se ponen en funcionamiento de una manera totalmente distinta a la de cualquier otro animal o las personas. Los toros en el ruedo, tal y como demuestra el estudio, liberan betaendorfinas, también conocidas como la "hormona de la felicidad", que bloquean los receptores de dolor en el sitio donde éste se está produciendo hasta que llega un momento en que el dolor y el placer se equiparan, y deja de sentirse dolor.

Eso, por no hablar de la vida que durante años se da el toro antes de la lidia, comparado con la de otros animales contra la que estos antitaurinos no levantan la voz. El sufrimiento de un animal no está en función de quien lo contempla, y naturalmente no pretendo convencer a nadie cuya sensibilidad –o falta de ella– vea en el ritual de la lidia la tortura de un animal. La afición o la aversión a la fiesta de los toros entran de lleno en el campo de la sensibilidad, pero por eso mismo no deberíamos desligarla de la libertad individual.

Lo que sucede es que para los nacionalistas que utilizan la causa de la protección de los animales como excusa, las apelaciones a la libertad individual, a la diferenciación de opinión y de respeto por los gustos, las pasiones y las tradiciones culturales de cada uno son también absolutamente estériles por mucho que se le hayan hecho más de un centenar de cargos electos franceses en contra de la prohibición.

Es conmovedor ver a estos políticos galos dirigirse a los diputados autonómicos catalanes diciéndoles que "que el Estado no debe erigirse en tutor de ciudadanos imponiendo tradiciones o prohibiciones. La norma debe ser el respeto a la diferencia y a la voluntad individual". Me temo que con muchos de los nacionalistas, estos galos "pinchan en hueso".


Libertad Digital - Opinión

El hijo del viento. Por Emilio Campmany

Con su verbo, el gran ecólogo iluminó toda la ciudad por unas horas, por unos días, seguramente por unos meses, y eso sin que Sebastián suministrara a los daneses ninguna bombilla de bajo consumo.

Al fin, las hordas de calentófilos que trataron de entrar en la cumbre a cantarle las cuarenta a los líderes mundiales porque no terminan de convertirse a la iglesia de la calentología, han visto llegar a su líder natural a la ciudad de la Sirenita, capital del ecologismo por unos días. Este jueves llegó y finalmente habló el sumo sacerdote de la nueva religión, un español universal, luminaria de la divina izquierda, martillo de curas, meapilas y oscurantistas. Al fin se hizo la luz en Copenhague. Hasta allí llegó y habló el hijo del viento, José Luis Rodríguez Zapatero.


Con su verbo, el gran ecólogo iluminó toda la ciudad por unas horas, por unos días, seguramente por unos meses, y eso sin que Sebastián suministrara a los daneses ninguna bombilla de bajo consumo. La clara y trasparente labia del presidente iluminó la ciudad sin consumir un watio, sin malgastar un ohmio, sin desperdiciar un voltio. ¿Qué fue lo que peroró el hijo del viento? Fácil es reproducirlo y difícil glosarlo y mejorarlo. Hagamos lo primero y limitémonos a intentar lo segundo.

El hijo del viento nos ha pedido que empujemos una nueva era energética. No ha pedido que alumbremos, ni siquiera que demos comienzo a esa nueva era, sino que la empujemos sin saber muy bien si es para que caiga o para que tropiece. Pero ha explicado por qué. Porque si fracasamos, todos perderemos. ¿Qué perdemos? El hijo del viento habla con lengua suelta, pero oscura por momentos y no ha querido explicarlo.

No obstante ser como sin duda es el hijo del viento bondadoso y comprensivo, también sabe amonestar a sus pupilos y aprendices cuando éstos alborotan o no prestan atención a sus sabias enseñanzas. Por eso, advirtió a Estados Unidos y a China de que no pueden fallar en esta cita histórica ni eludir sus compromisos con el mundo. Los oyentes boquiabiertos se preguntaron cuáles serían esos compromisos que en su ignorancia desconocían.

Y al fin el gran anuncio. Una nueva era energética ha de nacer en nuestros días. Tras la era del carbón y la vigente era del petróleo, ha de llegar una basada en el ahorro y la eficiencia energética. Unos pocos asistentes, pobres ilusos, creyeron entender que el hijo del viento quiso decir que la nueva era seguiría siendo la del carbón y la del petróleo, pero gastando menos. Una era, añadió para que se entendiera mejor, basada en al democratización de la capacidad para producir energía. Al parecer, la era de un hombre, un voto será sustituida por la de un hombre, una caloría.

El hijo del viento sacó a relucir todas sus energías para pedir, que digo pedir, reclamar y aun exigir un esfuerzo global a todo el planeta para resolver un problema que no puede resolverse con ataduras estériles a lo inmediato. Y todos sabemos cuán estéril es estar atado a lo inmediato.

Sin embargo, lo mejor del discurso ha sido el final. Nos convoca la ONU y la ciencia y tenemos la posibilidad de crear un orden internacional en paz, equilibrio y justicia. La Tierra no pertenece a nadie, salvo al viento. Es una lástima que no hubiera rematado con la pregunta retórica ¿y qué es el viento? Y luego habérsela contestado diciendo que "es el aire en movimiento, queridos y estimados terrícolas". ¡Qué pico de oro!


Libertad Digital - Opinión

¿Y si Zapatero no vuelve a presentarse?. Por José Luis Alvarez

El presidente tiene una gran baza para influir en el próximo ciclo político español: renunciar a competir por un tercer mandato y abrir un proceso sereno de sucesión. Evitaría así a la izquierda una travesía del desierto.

Las próximas elecciones generales españolas serán diferentes a todas las anteriores: los nombres de los cabezas de lista de los dos principales partidos, en caso de que sean sus actuales dirigentes, importarán poco, porque su carencia de liderazgo -la del jefe de la oposición desde su designación, la del presidente del Gobierno más reciente- es irremediable. Así que el partido que antes disponga de un nuevo candidato a la presidencia del Gobierno tendrá la iniciativa política al menos por una legislatura, probablemente dos. La cuestión de si José Luis Rodríguez Zapatero debe renunciar a presentarse una tercera vez, adelantando su sucesión para que emerja un nuevo cabeza de lista socialista, tiene sentido por esta razón y otras que ahora se expondrán. Es, además, una cuestión urgente para los socialistas porque, si la respuesta es afirmativa, los plazos para armar una candidatura son perentorios.


Algunas razones para un cambio semejante son estructurales a la democracia española. Primera, la opinión pública tiene como desiderátum la alternancia de partidos en el Gobierno. Aunque a la izquierda le pueda parecer injusto, pues implica dos pasos adelante y dos atrás en el avance de sus ideales, este deseo está firmemente arraigado en el imaginario democrático por fenómenos como la corrupción o el agotamiento del ímpetu político, que la población asume, con lógica, que empeoran con los años de un partido -cualquier partido- en el poder. A diferencia de las elecciones autonómicas y municipales, donde el clientelismo es más poderoso que este principio, en el Gobierno de la nación no es muy probable que un partido pueda gobernar más de tres legislaturas seguidas, y el PSOE de Zapatero ya va camino de dos, ambas de enorme desgaste.

Esto es tan así que la hipótesis básica de la estrategia de Mariano Rajoy, como ha señalado Carlos E. Cué en este diario, es que el Gobierno acabará en manos del PP a la próxima porque le "toca" en la secuencia de la alternancia. Por este motivo, el absentismo ideológico y programático de Rajoy es virtud táctica. Esperar es suficiente para él. El PP no necesita detallar un programa contra la crisis económica, en especial cuando la izquierda gobernante ha sido incapaz de proponer una lectura convincente de sus causas y, sobre todo, de proponer y comunicar políticas para encontrarle una salida. El dirigente popular, mejor director de campaña que candidato, gusta decir que las elecciones las pierden los gobiernos, más que ganarlas la oposición.

La segunda razón para recomendar un relevo es que la generación de un líder capaz de gobernar un ciclo de dos o tres legislaturas requiere casi otras tantas de aprendizaje en la oposición. Y ello tanto para asentarse en el propio partido y ser conocido por la opinión pública como para articular unas líneas maestras de acción de Gobierno y generar un sentido de inevitabilidad respecto al cambio.

La importancia de estos supuestos estructurales ya ha llevado a un presidente del Gobierno español a plantearse si debería aspirar a un tercer mandato. José María Aznar respondió afirmativamente, renunció a esa posibilidad y, al mismo tiempo, intentó, a través de Rajoy, la sucesión más audaz de nuestra democracia. Creyó posible encontrar una fórmula para prolongar las dos-tres legislaturas típicas de un ciclo de poder. Convergían para ello varias coyunturas: Zapatero estaba todavía en su primera etapa de meritorio opositor; el estilo de Rajoy podía ser más soportable para la población que el estilo abrasivo del propio Aznar, y la ideología conservadora estaba entonces en plena hegemonía mundial. Fueron tan extraordinarias las circunstancias que hicieron fracasar aquel intento de Aznar que no invalidan la pertinencia actual de la cuestión planteada: ¿no es lo más inteligente no aspirar a un tercer mandato?

Para afrontar hoy esta cuestión, hay también una razón específica a Zapatero: ya no tiene nada sustancialmente nuevo y distintivo que ofrecer. Lo que no ha tenido más remedio que hacer ya lo ha realizado: resistir en sus primeros cuatro años los intentos de deslegitimación de su triunfo del 14 de marzo de 2004; resistir en la segunda legislatura la laminación de derechos laborales bajo excusa de la crisis que pretenden los conservadores. Y lo que siempre quiso hacer, el epicentro de su visión del mundo y la clave de su posicionamiento electoral, esto es, los avances en derechos de ciudadanía, ya lo ha implementado en buena parte. Pero ahora es tan inverosímil imaginar a Zapatero liderando en la próxima legislatura un cambio de modelo productivo como a Rajoy encabezando la lucha contra la corrupción.

El PSOE tiene dos opciones. La primera es resignarse a la alternancia, sin tomar la iniciativa, que es lo que más conviene a Rajoy. Si éste vence a Zapatero en las próximas generales -a la fecha, el supuesto más racional para la formulación estratégica electoral-, la sucesión en el socialismo será enormemente complicada, al tener que efectuarse desde fuera del Gobierno y con la dificultad añadida de dos vacíos: el de poder que dejaría Zapatero por su ejercicio personalista del liderazgo y el ideológico de la izquierda. La izquierda, al haber pasado de usar la clase social como referencia de representación al vago concepto de ciudadanía, tiene retos de construcción de coaliciones sociales y de desarrollo de ideas-fuerza electorales muy complicados.

Una derrota de Zapatero puede abocar al PSOE a una travesía del desierto similar a la de sus correligionarios franceses, italianos o alemanes. Obviamente, en el menos realista escenario de triunfo socialista con Zapatero, habría sucesión en el PP, pero lo más probable es que emergiera con rapidez un nuevo liderazgo en ese partido (no faltan candidatos; de hecho, lo que inquieta hoy a algunos dirigentes conservadores es, precisamente, el saber que quien lidere al PP en los próximos comicios muy probablemente gobernará España). Los intereses del statu quo conservador son más nítidos que los progresistas y es más fácil articular liderazgos para su defensa. En caso de perder las elecciones, la sucesión será más fácil para la derecha que para la izquierda.

Por el contrario, lo que el PSOE puede hacer antes de las elecciones no lo puede hacer el PP: utilizar la carta de la sucesión en el liderazgo para tomar la iniciativa y cambiar la dinámica competitiva, algo que la derecha sólo puede realizar en un improbable horizonte de desastre en las próximas municipales y autonómicas.

Desarrollar estrategias es pensar en ciclos prolongados de gobierno. Esto es especialmente cierto para la izquierda, que sólo puede liderar transformaciones sociales desde períodos largos en el poder. Y lo interesante de la opción de que Zapatero no vuelva a presentarse es que funcionaría aunque el nuevo candidato socialista perdiera las próximas elecciones, ya que nadie puede realmente exigirle ganar a la primera. El flamante líder socialista avanzaría tiempo de meritorio opositor, anticiparía el siguiente ciclo socialista y podría desgastar desde el principio a Rajoy, quien, si se da el caso, llegaría al poder mucho más avejentado políticamente que en su día lo estaba Aznar también tras tres intentos.

El principal reto de Zapatero ya es su sucesión. Y porque el actual ciclo socialista es tan contingente a su persona debería proponer a alguien muy diferenciado: políticamente orientado a gobernar; ideológicamente enfocado a la economía; sociológicamente abierto a los grupos sociales que, embarcados en proyectos de movilidad vertical, tienen al mérito como seña de identidad y que han huido del PP en los últimos años, y electoralmente mucho más agresivo. Para acertar en esta decisión, Zapatero tendría que vencer uno de los sesgos cognitivos más persistentes: la llamada "reproducción homosocial", que empuja a elegir como sucesores a los semejantes. En esta elección, para Zapatero lo más virtuoso políticamente es lo más difícil psicológicamente.

En todo caso, su estatura en la historia democrática española se resolverá finalmente en cómo deja de ser presidente, un proceso que, dado el poder incontestado que ha acumulado en el PSOE, es de su exclusiva responsabilidad. Lo irónico es que este dominio, que tanto se le critica, es lo que puede hacer posible antes de las elecciones una sucesión no conflictiva en el PSOE. Una fortaleza competitiva de la que ahora carece el PP.


El País - Opinión

Retórica de viento. Por Ignacio Camacho

EL cambio climático y el calentamiento terrestre son una realidad incontrovertible y una amenaza cierta más allá de las hipérboles acojonativas que dibujan los interesados propagandistas del Apocalipsis, pero si los que tienen que arreglar ese problema son los que están reunidos en Copenhague más vale que nos vayamos comprando una chilaba para pasear por el desierto en que según las predicciones catastrofistas se han de convertir más pronto que tarde nuestros verdes valles y nuestras floridas colinas. Más que una cumbre sobre el clima aquello parece una convención de pintamonas, tan apretada de advenedizos que ha habido overbooking y la organización ha tenido que retirar credenciales a varios cientos de fantasmas, gorrones y demás conversos de la nueva religión ecologista. No ha habido profeta del credo verde ni gurú pseudocientífico que no haya asomado la jeta en Dinamarca, y a esa tribu de visionarios se han unido los tradicionales lobbystas, cazasubvenciones, picaflores varios, activistas de oenegés, alborotadores antisistema y una pléyade de políticos oportunistas de esos que nunca dejan pasar una ocasión para convertirse en figurones.

En ese escenario tan esclarecido del que se han ausentado la mayoría de los científicos e investigadores que de veras conocen el estado de la cuestión medioambiental, el presidente Zapatero ha encontrado el auditorio perfecto para una de sus altisonantes vacuidades retóricas, esa clase de solemnes tautologías insustanciales que dan brillo a su reconocida fama de artista de la cháchara y prestidigitador palabrero. Sólo que esta vez ni los más reputados expertos en la facundia zapateril aciertan a penetrar en el arcano conceptual de su eólica perorata. «La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento», exclamó con campanudos ecos de líquido panteísmo visionario.

Y el foro de pintamonas se quedó boquiabierto, quizá instalado en la creencia de que se trataba de un anuncio cifrado de la inminente alineación astral que con la llegada de Obama reunirá hoy a las galaxias socialdemócratas en redentora confluencia para salvar al mundo de la hecatombe climática.

Mientras el gobernante-poeta extasiaba al auditorio con su elocuencia inflada de céfiros y brisas, los delegados de China seguían cerrados en banda al compromiso de reducir los gases contaminantes, razonable objetivo teórico de la cumbre medioambiental y medida clave para el avance de las energías limpias. Los chinos, que desde Mao Tse-Tung están curados de líderes rapsodas y de floridas metáforas políticas, andan descubriendo el capitalismo y se han vuelto prosaicos: prefieren el dinero a la lírica. Y escuchan con más atención a los pragmáticos americanos que firman cheques que a estos europeos ventilados de ocurrencias cuyas hermosas palabras huecas siempre se las acaba llevando el mismo viento al que se las brindan.


ABC - Opinión

Otra vez a Perpiñán. Por Carlos Herrera

HOY es el día en el que la mayoría de los representantes políticos del Parlamento de Cataluña optan por quedar como un conjunto de perfectos cretinos o como unos tipos con dos dedos de frente, ya que hoy viernes deciden si se aceptan las enmiendas a la totalidad a la iniciativa que propone ilegalizar los espectáculos que cursan con la muerte de un toro en el territorio bajo su amparo legislativo o si dan luz verde a la ley que finalmente prohibirá la fiesta nacional tal y como la conocemos en la actualidad. Hoy se decide algo más que la pertinencia o no de una costumbre festiva y artística que tiene mucha más tradición en la comunidad que muchos de sus apellidos: hoy se decide si en Cataluña se puede vivir en la confianza de que los poderes públicos no se van a exceder en el recorte de libertades merced a argumentos estúpidamente identitarios. Lo que votan los parlamentarios catalanes no se queda en la defensa supuesta de los derechos de los animales, no se reduce a una cuestión de procedimiento mecánico sobre el trato dado a mamíferos o no mamíferos de diversos escalones evolutivos; no es una normativa sobre protocolos de mataderos o sobre normas sanitarias a observar en el sacrificio de reses de consumo humano.

Hoy se decide si se da carta verde a la iniciativa que busca eliminar cualquier atisbo de significación popular que pueda empatarse con costumbres españolas o no. Los que quieren prohibir la fiesta de los toros en Cataluña no tienen el más mínimo interés en la integridad ni en el sufrimiento del toro, no conocen ni como nace ni como se cría, no han ido en su vida a una plaza de toros, no saben si es carnívoro o herbívoro y no tienen ni idea a lo que sabe su carne. Tampoco se han preocupado por saber la industria que el toro mantiene en pie, el número de personas que vive de ella o la trascendencia cultural alienante que tiene su prohibición. Los que van a votar a favor de su erradicación solo piensan en el prurito político que les proporcionará haber desterrado una tradición que les equipara a muchas otras tierras de España. Hoy esgrimirán estupideces relativas a los derechos de los animales sin reparar en los muchos derechos de los que goza el toro de lidia y redondearán la estulticia equiparando éstos a los derechos humanos: algunos no deberían tener reparos en equiparar los suyos a los de los borregos, por ejemplo. Quién les iba a decir a los catalanes que iban a ser, cuarenta años después, testigos de la peregrinación al borde de sus fronteras para contemplar determinados espectáculos de su preferencia. Hace más o menos ese tiempo había que viajar a Perpiñán para contemplar embobados cómo Marlon Brando bailaba un tango grasiento con una moza: si se consuma la tontería volverán a hacerlo para embobarse con un muletazo de Tomás. La libertad, con los años, vive curiosas peripecias.

Un buen número de catalanes sensatos han dado a entender que una decisión liberticida como la propuesta y abrazada por comunistas y nacionalistas sería, más allá de aficiones individuales, una auténtica tropelía. Se empieza prohibiendo las corridas de toros y se acaba entrando en las vidas particulares para dictar comportamientos privados en aras de lo nacionalmente correcto. Algunos de los firmantes de tales manifiestos contrarios a la prohibición ni siquiera son aficionados: son, tan sólo, personas con dos dedos de frente que entienden que no se obliga a nadie a asistir a una plaza de toros y que no hay cercenar comportamientos de aquellos que sí quieren ir. Entienden, asimismo, que no es el sufrimiento del toro lo que preocupa a los parlamentarios catalanes -que, en rigor, inmediatamente deberían eliminar la tradición de los «correbous»-, sino su vertiente inevitablemente española.

Cosa la cual me lleva a pensar, conociendo el paño, que la mayoría preferirá satisfacer sus instintos primarios y prohibir los toros. Lamentablemente, es lo que hay.


ABC - Opinión

La odisea de Haidar y su retorno a Itaca. Por Antonio Casado

Final feliz en la huelga de hambre de Haidar, gracias al acuerdo fraguado entre Marruecos, Francia, Estados Unidos y España, con protagonismo francés de última hora. Y con golpe de efecto de Mohamed VI. Habla el rey marroquí de motivos humanitarios pero es evidente que se ha puesto un precio a la "tradicional generosidad de Marruecos", en palabras de Sarkozy, para que la activista saharaui pudiera abandonar el hospital de Lanzarote y volar a El Aaiún, cosa que ocurrió ayer, minutos antes de las 23.30, en el avión medicalizado que envió el Gobierno español.

Ya se ha producido el reclamado retorno de Haidar a su tierra. Justo en vísperas de tan cristianas fechas quedaron creadas las condiciones para que Mohamed VI pueda decirle al mundo cómo un monarca islámico sabe otorgar el perdón. Y actuar por razones humanitarias. Por supuesto, con algunas exigencias negociadas a tres bandas. Y no precisamente en el cuartucho del aeropuerto de Lanzarote donde Aminatu Haidar ha vivido las difíciles horas del ayuno iniciado hace más de un mes.

El arreglo se veía venir después del encuentro de Sarkozy con el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, Taib Fassi Fihri, el martes pasado. Tiempo habrá de analizarlo cuando conozcamos los pormenores. En cuanto a la escenificación, me temo que se va a presentar como una gracia de Mohamed VI -el ofendido, según el discurso oficial de Marruecos-, a petición de gobiernos amigos, como el de Estados Unidos, el de Francia y el de España. Demasiado simple en un asunto tan complejo. Se trata de encontrar el punto donde se han cruzado lo humanitario (tesis del Polisario) y lo político (tesis marroquí) para resolver el caso Haidar que, entre otras cosas, se ha convertido en un alegato contra el cinismo de la política internacional.

También ha servido para sacarle los colores a España, por la evidente descompensación de su postura en el ya largo conflicto del Sáhara Occidental. Descompensación favorable a las tesis marroquíes, se entiende, cuya política de hechos consumados viene bloqueando la aplicación de la legalidad internacional desde hace treinta y cuatro años. Lo de Haidar nos ha venido a recordar que España, por su especial vinculación a este territorio y a sus gentes, no puede hacerse cómplice de la mirada distraída de las grandes potencias (Estados Unidos y Francia, básicamente) sobre un problema olvidado en la carpeta de los “conflictos de baja intensidad”.

Sin embargo, en la particular odisea de Haidar y el accidentado retorno a su Ítaca saharaui, el Gobierno de España hizo lo que tenía que hacer. Primero acogerla. Da igual si la decisión fue solo política o solo policial. O ambas a la vez porque eran perfectamente compatibles y ninguna de ellas fue ilegal. Después de acogerla por razones humanitarias -y políticas, insisto-, también hizo lo que debía para resolver el problema sin crear problemas mayores.

Se trataba de preservar al mismo tiempo la vida de Haidar y nuestras buenas relaciones con Marruecos. Pero a partir de ahí, poco mas, tal y como se habían planteado las cosas desde que hace más de un mes le fue impedido a Haidar el retorno a El Aaiún. Justo en los términos reflejados en un pasaje de la intervención de la diputada Elena Valenciano (PSOE), en la defensa de una moción parlamentaria de estímulo a las gestiones encaminadas a resolver el problema. Dijo Valenciano: “No podemos darle a Haidar lo que no tenemos ni devolverle lo que no le hemos quitado”. Suponía recordar que la pelota estaba en el tejado de Marruecos. Y de ahí la acaba de bajar Marruecos. El único que podía hacerlo. Aunque haya habido que incentivarle desde fuera, pues claro.


El confidencial - Opinión

Que les den. Por Alfonso Ussía

Los párrocos trabucaires, los descendientes del cura Merino, los sacerdotes que han humillado durante décadas a la Cruz en beneficio de la raza, el hacha y la serpiente. La consecuencia asotanada de los obispos Setién y Uriarte. Están descontentos. No quieren a monseñor Munilla en el Obispado de San Sebastián. Y es sorprendente, por cuanto monseñor Munilla es guipuzcoano y habla el vascuence desde la niñez. Pero no se ha distinguido por su nacionalismo. Para el nuevo obispo de San Sebastián lo primero es la Cruz que cuelga a la altura de su pecho, y la concordia, el amor, el derecho a la vida, el consuelo a los afligidos y el amparo a las víctimas del terrorismo de su tierra. Un tipo peligroso para estos sacerdotes del siglo XIX que escondieron y custodiaron armas de la ETA en las sacristías, y que siguiendo al pie de la letra las consignas de sus obispos Setién y Uriarte, establecieron la equidistancia entre el asesino y la víctima inocente. No han sido todos, pero sí una notable mayoría. Los hay que resisten y creen más en Dios que en el nacionalismo vasco.

Esos pocos que reciben con alegría a monseñor Munilla toman el relevo de los sacerdotes que han sufrido el acoso implacable del nacionalismo y de sus obispos. El padre Larrínaga, desahuciado de su parroquia vizcaína de Maruri por levantar la voz contra el terrorismo. El padre Beristain, antiguo jesuita y criminólogo, que abandonó la Compañía de Jesús para no incumplir la orden de obediencia al Obispo Setién. El jesuita navarro, padre Sagüés, el último prisionero político que ha habido en España, confinado en la Casa de Ignacio, en Loyola, por indicación de monseñor Setién. Ni podía ser visitado, ni le permitían comunicarse por teléfono, y así ha pasado los últimos años de su larga vida, vigilando el esplendor de los manzanos, perdonando a los que le hirieron y denunciando con rigor y valentía, –la causa de su prisión–, al obispo que no defendía a los que sufrían el disparo en la nuca, el secuestro o los chantajes de la ETA. Ese Setién, que les dijo a María San Gil y María José Usandizaga, semanas después del atentado de Gregorio Ordóñez, que «dónde estaba escrito que había que querer a los hijos por igual». Ese Setién que aconsejaba a sus párrocos que no celebraran funerales por las víctimas de la ETA porque «constituían actos políticos». Ese Setién, que en pleno paseo por los jardines de Alderdi-Eder de San Sebastián, y al toparse con un grupo de donostiarras que pedían la liberación de un secuestrado por la ETA, ni los miró a la cara. Ese Setién que dijo que había que negociar con la ETA aunque siguiera asesinando. Ese Setién que desatendió y despreció a más de la mitad de su feligresía. Pastor de lobos. Como su sucesor Uriarte, más amable en el aspecto, igual de terrible en su obsesión equidistante. Por fin ha llegado a San Sebastián un pastor del siglo XXI, que abrirá sus brazos a todos. Lo principal, Dios, que para eso está. Muy poco a poco, todo se va normalizando en nuestras Vascongadas. Pero todavía hay que limpiar, con un crucifijo por delante, la mugre que han dejado en la Iglesia vasca estos dos obispos del siglo XIX. Lo ha escrito un rapsoda epigramático:
«Son los curas de Uriarte;
son los curas de Setién.
¡Que les den por cualquier parte!...
Que les den».

La Razón - Opinión

Haidar regresa

La activista saharaui consigue tras 32 días en huelga de hambre ser devuelta a El Aaiún

La activista saharaui Aminetu Haidar está ya de regreso a su casa en El Aaiún. Era la única salida aceptable para una crisis que tuvo como origen una decisión inicua del Gobierno marroquí y una colaboración del español sobre la que aún siguen pesando algunas sombras. Tras más de un mes en huelga de hambre, la vida de Haidar empezaba a correr serio peligro y es por ello un alivio que este episodio, que ha mostrado la debilidad de las bases de las relaciones entre España y Marruecos, no haya terminado en tragedia. Pero el simple hecho de haber logrado un desenlace sin consecuencias irreversibles para la vida de una persona, aunque con posibles secuelas para su salud, no significa que, desde el punto de vista político y diplomático, las cosas vayan a continuar como si nada hubiera sucedido.


Marruecos ha deteriorado gravemente la credibilidad de su propuesta de autonomía para el Sáhara. Con el trato dispensado a Haidar, a quien ha aplicado un castigo brutal y sin proporción alguna con la acción inicial de la activista, además de adoptado sin intervención judicial y contraviniendo los derechos humanos, ha dejado patente que la represión sigue formando parte de los métodos para tratar a los saharauis. Y ha vuelto a situar la cuestión del Sáhara en la agenda internacional, donde languidecía después de fracasar los intentos de solución llevados a cabo por algunos de los más comprometidos enviados internacionales, como James Baker.

Los puntos de vista de Marruecos sobre el Sáhara salen en peor posición después del injustificable atropello cometido con Haidar, y tardará tiempo en lograr, si es que lo logra, reconstruir una mínima compresión internacional.

Pero tampoco la diplomacia española, en particular el ministro Moratinos, sale indemne del trance. En la esfera internacional, España se ha visto forzada una vez más a involucrar a algunos de sus principales socios y aliados en la solución de un contencioso con Marruecos, mostrando su incapacidad para gestionar por sus propios medios y con solvencia la estabilidad de una región crucial como es el Magreb. Las dudas sobre el papel del Gobierno español en el origen de la crisis no hacen sino reforzar la creciente convicción internacional de que los asuntos entre España y Marruecos deben ser tratados como bilaterales, con lo que nuestro país corre el riesgo de ser progresivamente percibido, no como parte de la solución, sino del problema.

A lo largo de un mes, el ministro Moratinos ocultó un dato trascendental: que fue informado por su colega marroquí de la deportación de Haidar. Al reconocerlo ahora, deja en evidencia las declaraciones del presidente del Gobierno, la vicepresidenta primera y el ministro del Interior. Si con la información de la que disponía, el ministro de Asuntos Exteriores no hizo nada, entonces provocó por omisión el contencioso; si lo hizo, convirtió a España en cómplice del atropello.


El País - Opinión

Adiós, Garzón

Garzón personifica como nadie todos los males que aquejan a nuestra justicia. Apartarlo de su puesto sería un buen primer paso hacia la recuperación del escaso crédito que tiene el poder judicial en España.

No es que tengamos ya excesiva fe en el Consejo General del Poder Judicial. Como se suele decir, son cuatro palabras y cuatro mentiras. Una de sus últimas hazañas fue archivar la causa contra Garzón por no comunicar, como era su obligación, el dinero que cobró en Nueva York de la Universidad de Nueva York. Al dejar sin castigo la falta "muy grave" de "faltar a la verdad en la solicitud de obtención de permisos, autorizaciones, declaraciones de compatibilidad, dietas y ayudas económicas", el CGPJ volvió a arrastrar por el fango su ya de por sí exiguo prestigio.

Ahora se le ha presentado la oportunidad, si no de redimirse, sí al menos de no seguir cavando su propia fosa. Durante su estancia en Nueva York, Garzón comió con un directivo del Banco Santander y solicitó por carta a Emilio Botín financiación para organizar un par de cursos. La suma total fue de 302.000 dólares. No es algo objetable en sí mismo. Todas las grandes empresas realizan actividades que se alejan de su objeto de negocio, generalmente para mejorar su imagen. Ni es censurable hacerlo, aunque podría discutirse su utilidad, ni lo es pedirlo.

El problema es otro. Al regresar a España y volver a su trabajo en la Audiencia Nacional, Garzón recibió una querella contra Botín y otros 21 consejeros del banco y el juez estrella decidió archivarla sin abstenerse, como era su obligación. En su defensa, el magistrado siempre ha argumentado que recibió el dinero de la Universidad de Nueva York. Puede que, desde el punto de vista estrictamente contable, haya sido así, pero los documentos que el banco ha aportado al Supremo demuestran que fue él quien personalmente solicitó esos fondos.

La Ley Orgánica del Poder Judicial considera una falta muy grave "la inobservancia del deber de abstención a sabiendas de que concurre en alguna de las causas legalmente previstas", lo que conllevaría una sanción que podría ir desde la suspensión temporal hasta la expulsión de la carrera judicial, pasando por el traslado. Cuando se supo que el Banco Santander había financiado los cursos que organizó, Garzón alegó que no existía "ninguna relación directa ni indirecta con la entidad, ni de carácter económico ni de otro tipo". Una mentira flagrante que ha quedado al descubierto.

La actuación de Garzón no sólo es grave por lo negativo que resulta a la imagen de imparcialidad de la justicia que tan poco ha hecho el juez por mantener. La misma causa que archivó ha quedado manchada y los querellados con ella, pues la actuación del magistrado llevará a muchos a pensar que su auto no estuvo motivado tanto por la ley como por esa relación "inexistente". Así, al CGPJ no le debería quedar otra salida que sancionarlo. Cabe temerse, sin embargo, que alegue que el caso ha prescrito, pese a que empezó a investigarse en los tribunales y el propio Consejo antes de que se cumplieran los dos años que marca la ley, y sólo las mentiras empleadas en su defensa han impedido contar con todos los elementos de juicio hasta ahora.

Garzón personifica como nadie todos los males que aquejan a nuestra justicia. Sea por este proceso, por el que se ha iniciado por ordenar ilegalmente escuchas a los abogados de los acusados por el caso Gürtel o por su causa general contra el franquismo, apartarlo de su puesto sería un buen primer paso hacia la recuperación del escaso crédito que tiene el poder judicial en España. Pero sólo el primero.


Libertad Digital - Editorial

Puntos oscuros en el caso Haidar

SI la hospitalización de la militante saharaui Aminatu Haidar después de 32 días en huelga de hambre ha sido la circunstancia que ha facilitado una salida para su dramática situación humanitaria, no cabe más que felicitarse por ello. Con todo, ni siquiera el regreso anoche de Haidar a El Aaiún pone fin a un problema del que quedan muchas ramificaciones oscuras acerca de lo que ha pasado estos días, de lo que debe suceder en el futuro y de sus consecuencias para la política exterior española en Marruecos y en el conflicto del Sahara.

Si hay algo que ha quedado claro es que el Gobierno ha mentido cuando afirmaba que no tenía responsabilidad directa en el hecho de que se autorizase la entrada en España de una persona expulsada del aeropuerto de El Aaiún, porque el propio Miguel Ángel Moratinos ha reconocido que siempre estuvo al corriente de lo que pensaban hacer las autoridades marroquíes y no hizo anda por contrarrestarlo. Cuando el Gobierno endosaba la responsabilidad a los agentes de policía del control de pasaportes o a «autoridades administrativas» estaba sencillamente ocultando la verdad.

El ministro de Asuntos Exteriores ha intentado implicar —que se sepa— a Estados Unidos, a la Unión Europea, a Francia y hasta a las Naciones Unidas para buscar la salida de una crisis de la que él ha sido el principal responsable. Y si al final ha logrado un auxilio decisivo hay que reconocer que ha sido después de recibir el desdén de la mayor parte de las instancias a las que había acudido. La arriesgada política exterior dedicada a halagar a toda costa las relaciones con Marruecos se traduce en que , en caso de controversia, Rabat sólo tiene en cuenta sus propios intereses y que, en estos casos, los demás se lavan las manos. Al final, ha sido Francia la que se cobrará el precio de resolver este desastre, precisamente el país que más interés tiene en neutralizar la influencia de España en el Norte de África. El coste de la impericia del ministro de Exteriores, que desde el primer momento se negó a valorar la trascendencia de la situación de Haidar y de su expulsión por parte de las autoridades marroquíes, ha sido enorme. Que haya evitado in extremis y gracias a la ayuda de tercetros un desenlace fatal del caso Haidar es un magro resultado para un ministro que llegó a su despacho hace más de cinco años precisamente anunciando que la solución del conflicto del Sahara Occidental era una de sus prioridades.


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