miércoles, 16 de diciembre de 2009

Historia de Cataluña

Historia de Cataluña

Politizar su caso no ayuda en nada a Haidar

El Congreso aprobó el martes una proposición no de ley para pedir gestiones 'al máximo nivel' para lograr que Haidar pueda volver a el Aaiún, y reclamando un referéndum de autodeterminación para el Sáhara.

AYER, justo cuando se cumplían 30 días desde que Aminatu Haidar inició su huelga de hambre, el Gobierno y el PSOE volvieron a demostrar su torpeza para resolver la situación de la activista saharaui. Finalmente, el Congreso aprobó -con la abstención del PP- una proposición no de ley pidiendo a Haidar que luche pero sin poner en riesgo su salud, y reclamando gestiones «al máximo nivel» para que pueda volver a El Aaiún. La ambigüedad de la expresión hace pensar que los socialistas ahora sí aceptarían la mediación del Rey. Pero para sacar adelante la moción, el PSOE se tuvo que plegar a las exigencias de las minorías nacionalistas y de izquierda, y el texto final también reclama el derecho del pueblo saharaui a celebrar un referéndum de autodeterminación.


La moción, impulsada por el ministro Moratinos para parapetarse tras los grupos parlamentarios, en vista de su incapacidad para resolver este caso por vías diplomáticas, no deja de ser un brindis al sol. Sin embargo, al poner el acento en el referéndum y en el derecho a la soberanía de los saharauis, supone un error político garrafal, del todo contraproducente para los intereses de Haidar.

Primero, porque diluye en una vieja reivindicación política -por muy legítima que ésta sea- lo que es un asunto de flagrante violación de los derechos humanos por parte del régimen alauí. Y, segundo, porque la moción sólo sirve para que Mohamed VI se enroque aún más en sus posiciones. No sólo se va a complicar la posibilidad de que acceda al regreso de Haidar, sino que se le ha dado munición para su campaña de intoxicación diplomática. Porque Rabat presenta el caso Haidar como un chantaje soberanista del Polisario, cuando se trata exclusivamente de la violación de la legalidad internacional por parte de Marruecos al deportar a una ciudadana.

Además, la moción en el Congreso es especialmente inoportuna, porque el Parlamento Europeo se pronunciará sobre la situación de Haidar mañana, y es muy importante lograr un apoyo unánime, sin que la autodeterminación del Sáhara sea un asunto que aparte el foco de este problema. Es obvio que a Marruecos sí le preocupa la resolución de la Eurocámara, tal como se comprobó ayer con la amenaza del ministro de Comunicación, advirtiendo a la UE que una «resolución desequilibrada» supondría «un problema muy serio» en las relaciones.

Pero a nadie se le escapa que el PSOE intenta con la moción de ayer acallar las críticas de grupos tan mediáticos -y que le han dado tanto apoyo electoral- como la plataforma de artistas, que acusa al Gobierno de seguidismo de Marruecos. Y, además, Moncloa ofrecerá a Haidar la resolución del Congreso como una victoria política suya, tratando de que abandone así la huelga de hambre. Aunque no parece que ella vaya a aceptar nada distinto a su única demanda: poder volver a El Aaiún.

La solución del conflicto saharaui es un problema de Estado para España, que debe trabajar para que se cumplan las resoluciones de la ONU. Pero ése es un asunto distinto al que ahora resulta prioritario: conseguir que Marruecos permita el regreso de Haidar. Y esto no se logra ni con escenificaciones parlamentarias ni mezclando churras con merinas. Lo urgente es que el Gobierno haga uso de todos los instrumentos diplomáticos, con la firmeza que hasta ahora no se ha atrevido a ejercer ante Rabat. Y en este sentido, no se comprende que el PSOE, tan entregado a las exigencias de la izquierda, se negara en cambio a aceptar ayer enmiendas como las de Rosa Díez, instando al Gobierno a presionar a Marruecos, por ejemplo, a través de las negociaciones que mantiene con la UE para alcanzar el estatus de «socio privilegiado».

Por desgracia, el Gobierno sigue instalado en tal indefinición y esquizofrenia que, por un lado, no se atreve a hacer nada que hiera al sátrapa marroquí, y, por otro, permite que sus diputados aprueben mociones que le harán montar en cólera. Lo peor es que actúa de forma atolondrada cuando una vida corre grave peligro.


El Mundo - Editorial

Barco ebrio. Por Gabriel Albiac

«ESTAMOS ante un Gobierno absolutamente a la deriva». Una vez más, sólo Esperanza Aguirre parece dispuesta a formular lo que es universal certeza ciudadana, que la nave del Estado es hoy el barco ebrio aquel, en cuya alegoría fijara Platón la peor desdicha que quepa en suerte a una ciudadanía libre: al timón, un piloto ciego y sordo, su saber náutico es igual a la agudeza de su sentidos: cero; los marineros, borrachos como cubas, se sacuden guantazos por echar mano a instrumentos de cuyo refinamiento saben tanto cuanto de la conjetura de Fermat un bebé en la guardería; los pocos con el talento bastante para pedir cordura son alegremente tirados por la borda, mandrágora y alcohol son solos capitanes respetados, y todos cantarines encaminan su euforia hacia el abismo. Platón: República, libro VI, 487e y siguientes. Hay cosas en las cuales la especie humana no parece dispuesta a avanzar un maldito milímetro. Y, aunque a intelectuales de la amplia erudición de los videntes de Wyoming pueda parecerles una calumnia, Platón no es un alias de Tertsch, ni la República un libelo aguirrista contra el ángel Zapatero.

Hemos llegado al fondo más ruborizante de eso en lo cual el viejo griego ve un enfermo deleitarse en el gobierno de lo peor, el gobierno de los peores, tras del cual sólo puede deducirse la paradójica voluntad de suicidarse que arrastra a veces en volandas a una sociedad entera. Deleitada o borracha. O loca, tanto da. Cuando esas horas letales de una ciudadanía llegan, sólo queda abrir los ojos y decirlo. No suele gustar a nadie. Pero es deber decirlo. O compartir la responsabilidad del insensato que timonea la nave hacia el abismo. Decir algo tan sencillo como lo es la descripción de Aguirre: que «la política económica que está haciendo el gobierno de la nación, por desgracia para todos, es exactamente la contraria a la que recomiendan las organizaciones internacionales».

Y es de verdad extraño oír en voz de hombre adulto eso que ayer proclamó el -se supone que adulto- presidente del Gobierno: «No se responsabilizan en el gobierno de España». Hablaba él de la oposición, claro. Pero lo mismo podía reprochar a cualquier tipo sensato que cruzara la nave y dijera a su piloto muy educadamente: mire, el problema es que no tiene usted ni pajolera idea de para qué sirve una brújula. «No se responsabilizan con el gobierno de España». ¡Pues claro que no me responsabilizo, oiga! ¿Por qué demonios tendría yo que compartir la responsabilidad de un ignorante que ha hundido en pocos años la mejor situación económica que este país tuvo en el último medio siglo? ¿Qué demonios de responsabilidad pretende endilgarme usted en una cadena de chapuzas anticonstitucionales que han colocado a este que antaño fue un país al borde mismo de su disolución balcánica? ¿En nombre de qué locura tengo yo que responsabilizarme de la destrucción de las enseñanzas medias, de la desaparición material de las Universidades, del trueque del sistema de enseñanza en una insípida formación del espíritu nacional políticamente correcta? A cada cual su necedad. Nadie tiene por qué cargar con la culpa moral del mal que otros hicieron.

Pero eso hoy no parece atreverse a decirlo más político que Esperanza Aguirre. Pues quede constancia: «Lo que no puede esperar Zapatero es que, teniendo en cuenta la política económica y de empleo aplicada en los dos últimos años, que nos ha llevado a ser los campeones mundiales del paro, prácticamente con un índice doble que la media de la Unión Europea, vayamos nosotros a corresponsabilizarnos». No puede. No debería poder. Pero lo espera. Y el barco se va a pique.


ABC - Opinión

El clamor del silencio. Por Juan Morote

Cuatro de cada cinco ciudadanos de Cataluña consultados sobre su futuro político han guardado silencio; se han puesto de perfil y no se han sentido interpelados por la enjundiosa cuestión de la independencia. Ha sido un silencio masivo.

Hay ocasiones en que el silencio resulta estruendoso, perdón por el oxímoron típico. Hay momentos en los que los pequeños gestos o las miradas cómplices son los únicos refugios que la libertad encuentra para expresarse. También junto a éstos está el silencio. Estoy muy habituado a ver a la gente de San Sebastián bajar la cabeza y transitar en silencio por el Bulevar o la Avenida, mientras los asesinos de distinta implicación arman la gran algarada entre lo viejo y el Ayuntamiento. Las buenas gentes callan; es cierto que dicha actitud encierra un porcentaje de cobardía, pero muchas veces ese silencio encierra una denuncia callada.


El pasado fin de semana, varios miles de ciudadanos de Cataluña, digo ciudadanos de Cataluña puesto que no todos eran catalanes, fueron llamados a las urnas para que se manifestaran a favor de la independencia de Cataluña. Siguiendo la senda marcada por la consulta estatutaria, ganó el silencio. Los organizadores fueron de algún modo todos los partidos políticos que representan algo en Cataluña; bien es cierto que con diferente nivel de protagonismo. Hasta algunos concejales del PP se abstuvieron en la votación que aprobaba la realización de la consulta en sus respectivos municipios.

Es bien conocida la estrategia de aletargamiento social que genera el nacionalismo allí donde se implanta. Casi todo el mundo acaba dando por bueno aquello que no comparte, es más, incluso algunos llegan a ser capaces de defenderlo. Siendo esto extremadamente grave creo que no es lo peor. Me preocupa mucho más el proceso de mimetismo en el comportamiento político que la estrategia nacionalista está provocando. En el momento actual, no considero que exista ya en España ningún partido, al menos con vocación de gobernar, que se mantenga ayuno de la manzana del nacionalismo. Si analizamos los discursos perpetrados en los últimos años por casi todos los presidentes autonómicos, hallamos en todos ellos la común melodía de la necesidad del avance en el proceso de descentralización. Esta postura pivota sobre un doble argumento: en primer lugar, la reivindicación del hecho diferencial invocado sistemáticamente por los nacionalistas; en segundo, si el partido gobernante es a priori no nacionalista, la razón esgrimida es el agravio comparativo.

Así, fundamentalmente debido al hecho diferencial y al agravio comparativo nos encontramos inmersos en una espiral descendente a la que parece muy difícil ponerle freno. Sin embargo, en este contexto, cuatro de cada cinco ciudadanos de Cataluña consultados sobre su futuro político han guardado silencio; se han puesto de perfil y no se han sentido interpelados por la enjundiosa cuestión de la independencia. Ha sido un silencio masivo, el mismo que expresó el verdadero sentir popular hacia el nuevo Estatuto de Cataluña, que de modo mimético (igual que el primero), ha sido copiado por el resto de autonomías. Los ciudadanos han dado la espalda a esa nueva vuelta de tuerca para retorcer la historia y el futuro de España. Confiemos en que algunos políticos tomen nota de este silencio que, como la sangre derramada del justo Abel, clama desde la tierra.


Libertad Digital - Opinión

La lealtad de un desleal. Por M. Martín Ferrand

AUNQUE la palabra consenso resulte mágica y tenga multitud de devotos y seguidores, conviene acercarse a ella con mucho cuidado. La democracia es una forma de organizar la discrepancia, la confrontación, y no son muchos los casos en que la coincidencia en un objetivo y el método para su consecución permiten a los grandes partidos trabajar codo con codo, como si se tratara de uno solo. Cuando José Luis Rodríguez Zapatero acusa a los presidentes autonómicos del PP, artífices del fracaso socialista en la Conferencia de Presidentes, de ser desleales con España incurre en un vicio totalitario. Los fracasos son para quien los trabaja y pretender compartirlos con una oposición ninguneada es un desacato a la razón. La lealtad es un valor moral, más que político, que sólo debe invocar quien la tiene acreditada. No es el caso.

La Conferencia no tuvo mayor contenido que el de la exculpación del fracaso presidencial. Zapatero no vio llegar la crisis, incluso negó su existencia, y después la abordó tarde y mal, sin la debida resolución y la exigible disposición de perder votos, si fuera necesario, para ganar empleo, reducir déficit, crear riqueza y estabilizar una Nación que, después de cinco años, presenta un peor aspecto, concordante con la realidad, que el que lucía cuando alcanzó la jefatura del Ejecutivo.

Esa invocación a la lealtad institucional que, de manera abusiva, suele utilizar Zapatero como si se tratara de una maza dialéctica es poco menos que una gran superchería. Un líder de un gran partido nacional que, por alcanzar el poder y mantenerse en él, es capaz de considerar la Nación como un concepto «discutido y discutible», de impulsar un Estatut como pago de un apoyo de Gobierno y de asistir complacido a lo que significa el tripartito de gobierno en Cataluña -el pacto entre un partido nacional y dos formaciones radicalmente separatistas- no puede invocar la deslealtad de sus adversarios.

Cuenta Joan Sella Montserrat, en su interesante libro «Comer como un rey», que Rossini ganó en una apuesta un pavo trufado. El perdedor justificaba su impago diciéndole al genial acreedor que todavía «no ha llegado la temporada de las trufas de primera calidad». El músico sentenció: «Esa es una falacia que difunden los pavos para no dejarse trufar». Zapatero tampoco paga sus deudas con el electorado, pero sus disculpas son mucho menos ingeniosas que las del músico.


ABC - Opinión

Comunistas contra el diccionario. Por José García Domínguez

Los feligreses de la última gran religión que alumbró la Humanidad abrazaron aquella fe precisamente porque era totalitaria, no a pesar de ello.

Según célebre sentencia de Chesterton, el periodismo consiste básicamente en decir "Lord Jones ha muerto" a gente que no sabía que Lord Jones estuviera vivo. Y algo de eso hay. Sin ir más lejos, gracias a que la Academia se ha propuesto bautizar totalitario al comunismo con sólo ciento cincuenta años de retraso, uno acaba de descubrir que aún existe el PCE. Y es que un tal Ginés Fernández, que dice ser su secretario general, ha montado en cólera al saber del asunto.


Postula ese Ginés, un tipo que debe confundir la Komintern con la Unicef, que el comunismo tendría que ser catalogado "como una propuesta que lucha por la libertad, la igualdad y la democracia". Bendito Ginés, si Lenin llega a ser testigo de semejante claudicación retórica ante el enemigo de clase, lo hubiera corrido a gorrazos. Por exabruptos mucho más leves que ése, Stalin envió al Gulag a decenas de revisionistas de su misma ralea. El propio Marx, sin duda, habría escupido a su paso con desprecio.

Pero Ginés no puede evitarlo, también él, pese a sí mismo, es hijo de su tiempo, el reino del pensamiento débil, las cosmovisiones eclécticas y el radicalismo flácido. De ahí que salte airado cuando se le llama totalitario, imputación que nunca habría ofendido a un verdadero comunista, de los de antes. Al cabo, los feligreses de la última gran religión que alumbró la Humanidad abrazaron aquella fe precisamente porque era totalitaria, no a pesar de ello.

Quien alguna vez viviera la mística revolucionaria sabe cuánta sed de catecismo, de Verdad revelada, de explicaciones únicas e indiscutibles, cuánta nostalgia de Dios había tras todo aquel materialismo aparente. Por lo demás, les había sido legada la clave que descifra las leyes que gobiernan la Historia, ¿para qué, entonces, la democracia? ¿Para que unos cuantos alienados trataran de oponerse a lo que por fuerza había de acontecer?

Desde Isaiah Berlin conocemos que en el zoo de las ideas conviven dos especies: los erizos y las zorras. Frente a las pétreas certezas del erizo, la zorra asume la inmensa, inabarcable complejidad del universo. Así, detrás de todas las utopías que en el mundo han sido siempre hubo algún erizo, un creador de esos grandes sistemas que liberan de pensar. Por eso, cada erizo esconde un fanático; y cada zorra, un escéptico. ¿Pero cómo hacérselo entender al pobre Ginés?


Libertad Digital - Opinión

Culpable, naturalmente, el PP. Por José María Carrascal

AL final, el culpable de que no haya recuperación económica en España va a ser el PP. Como del frío que hace y de los muertos en carretera. La culpa de todos los males españoles la tiene, para Zapatero, el PP. Veremos lo que tarda en decirnos que teledirige a Aminatu Haidar. Hoy, está demasiado ocupado en culparle del fracaso de la Conferencia de Presidentes Autonómicos, por no endosar su plan de Economía Sostenible.

Ya se ha olvidado de que en el reciente debate parlamentario, los portavoces de todos los partidos menos el suyo, hasta ahí podíamos llegar, le dijeron que ese plan no tiene de sostenible ni el nombre. Pero éste es el mundo según Zapatero: todos los males se deben a la derecha. La izquierda sólo persigue la bondad, la belleza, la felicidad. Y si no las consigue, es porque la derecha se lo impide. Así de simple, ripio incluido. Un razonamiento tan falso y elemental como su dueño.


El PP, en efecto, es culpable de que no haya acuerdo sobre la Economía Sostenible. Pero el único que cree en la Economía Sostenible es Zapatero, si es que cree en algo. Ayer mismo, Miquel Roca, nada sospechoso de simpatizar con el PP, recordaba en «La Vanguardia» que los Pactos de la Moncloa que sacaron a la economía española del pozo en que se encontraba durante la Transición fueron estudiados, sopesados, debatidos durante largas sesiones por todas las fuerzas políticas y sociales hasta llegar a un consenso. Mientras Zapatero se ha sacado su plan de la manga, como un prestidigitador se saca el conejo de la chistera -advierto que la metáfora es mía, don Miquel sigue tan respetuoso en las formas como siempre- y ésta no es la forma de sacar adelante un proyecto de tal envergadura. Mientras «El País», nada menos que «El País», sentenciaba en su editorial: «Convocar esa conferencia sin haber madurado previamente el acuerdo fue un error».

Zapatero no sólo no discutió ni consensuó con todas las fuerzas políticas y sociales su plan, sino que desde el primer momento se puso al lado de los sindicatos frente a los empresarios, lo que es algo así como botar al agua un barco con un agujero en la quilla. Los empresarios son quienes crean empleo, ¿cómo va a crearse contra ellos? Ahora, les pide ayuda, como al PP. Pero este hombre es así: los éxitos son sólo míos, los fracasos, de todos. Aunque cabría preguntar ¿qué éxitos? Los fracasos, en cambio, están a la vista.

Tal vez por eso invitó al Rey y al Príncipe a la cumbre de presidentes. Como oliéndoselo, ambos desaparecieron tras el desayuno sin quedarse al debate. Como enmudeció Hillary Clinton en cuanto Moratinos se puso a hablar de Aminatu Haidar. Y es que esta gente, en cuanto te descuidas, te la clava. Pero empieza a conocérseles, incluso en España. A ese PP que engaño cien veces, ya no le engaña. Era hora.


ABC - Opinión

Fue ella. Por Alfonso Ussía

Después de oír las explicaciones de Monzón, el «Gran Wyoming», mis ojos han recuperado la luz. La patada de kárate propinada por la espalda a Hermann Tertsch se la dio Esperanza Aguirre. Y es que Esperanza Aguirre es así. Llega a su casa por la noche, se disfraza de rockera marginal, se adapta una peluca verde, toma una copa en el Círculo de Bellas Artes, y se mezcla con la humanidad nocherniega para liarse a patadas con la pacífica ciudadanía. Porque «Wyoming», al que hemos afeado su ingeniosa broma de manipular unas imágenes en las que Hermann Tertsch confesaba ser un asesino, es en realidad la gran víctima del suceso. Linchamiento mediático, como él dice, y persecución política por parte de Esperanza Aguirre, la de las patadas. A este hombre tenemos que ayudarlo entre todos. No me refiero a Tertsch, que allá él con sus costillas rotas, sino a Monzón, que está pasando por una mala temporada. Para colmo, le hacen hablar en la manifestación de los sindicatos contra los empresarios, con lo bien que se portan con él los empresarios de «La Sexta». Con Andrés Montes no sucedió lo mismo, vaya por Dios. En los círculos de las cadenas de televisión, a «Wyoming» le dicen «el corcho», porque siempre flota. Y en momentos de gran tribulación, le ponen un micrófono para que les diga a unos pocos miles de turistas sabatinos que los empresarios son los culpables de los cuatro millones de parados que hay en España y que Zapatero es un incomprendido. Esas cosas no se le hacen a quien transcurre por sendas de hondo dolor, y no me refiero a Hermann Tertsch, que si le duelen las costillas que se aguante, sino a Monzón, víctima de un brutal y programado linchamiento.

¿Detener al autor de la profesional patada? Imposible. La Delegación del Gobierno en Madrid no puede perder el tiempo en esas bobadas, y además, como he revelado al inicio de este escrito, todas las sospechas recaen sobre Esperanza Aguirre, la culpable de todo, según Monzón. Nos lo advirtió a los madrileños en su comparecencia ante los medios. «Que nadie vote a Esperanza Aguirre». Porque no hay derecho. Se dedica a dar patadas por la noche a periodistas libres e independientes, y encima le votan y saca las mayorías absolutas con facilidad pasmosa, cuando al que hay que votar es a Gómez, el de Parla, un tipo formidable, que nadie sabe lo que hace, pero lo hace muy bien. Con Gómez, hay que reconocerlo, «Wyoming» podría tener nuevos trabajos para que, al alcanzar los cinco millones de parados, volviera a manifestarse contra los empresarios, excepto los suyos, que son muy cumplidores con los contratos y con quienes le ordenan a quién hay que contratar.

Todos a su lado. No al lado de Tertsch, que al fin y al cabo es víctima de su carácter. Todos al lado de Monzón, que está padeciendo el hondo dolor de la incomprensión y el desconsuelo. En el fondo, por culpa de la falta de sentido del humor en nuestra sociedad. ¿Qué importa manipular unas imágenes en las que un periodista se reconoce asesino? Es graciosísimo. Que le den al periodista. Pero que a él no le atribuyan ni le acusen de nada, porque es una víctima de la intolerancia. Y usted, señora Presidenta de Madrid, cuidadito con las patadas. Figúrese la que se habría armado si en lugar de llevársela Tertsch, se la da a «Wyoming». ¡Cómo estarían los de la ceja! Pues eso.


La Razón - Opinión

Una mediación que no puede tener contraprestaciones

No habría mayor traición a la propia Haidar y a la causa que defiende que un texto que se quedara en papel mojado u ocultara alguna contraprestación a la que no tiene derecho el liberticida y expansionista régimen marroquí.

El PSOE y todos los grupos minoritarios han aprobado, con la abstención del PP, un texto común sobre el "caso Haidar" que incluye elevar las gestiones diplomáticas ante Marruecos "al máximo nivel" y que completa la mención al derecho de autodeterminación del pueblo saharaui con la inclusión de una cita al referéndum que se pactó en el marco de Naciones Unidas.


Aunque el texto sólo habla expresamente de la mediación del secretario general de Naciones Unidas, de su enviado personal para el Sahara Occidental (Christopher Ross) y de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos (Nevy Pillay), esta iniciativa podría permitir también, tal y como han señalado algunos de sus firmantes, la intervención del Rey en este asunto, rechazada hasta ahora por el Gobierno de Zapatero.

Recordemos que hace unos días, con ocasión de una solicitud en este mismo sentido hecha por Izquierda Unida, la Casa Real ya había manifestado su disposición favorable, si bien advertía que el Ejecutivo consideraba que "no es el momento oportuno". La mediación de Don Juan Carlos había sido solicitada también por el entorno de la propia Haidar y por el Frente Polisario.

Dada la incompetencia del Ejecutivo para solucionar el asunto, y dada también la mentalidad medieval de un monarca absolutista como Mohamed VI, que sólo trata de igual a igual al Rey de España, la petición de mediación a Don Juan Carlos sería plausible siempre y cuando no exonere de responsabilidad al Gobierno de Zapatero y, sobre todo, no tenga por objetivo más que el final de la conculcación de derechos humanos que está padeciendo y denunciando la activista saharaui por parte de Rabat.

Celebramos, en este sentido, que el texto consensuado no se limite al retorno incondicional de Haidar sino que haga mención expresa a las obligaciones internacionales de Marruecos en el territorio del Sahara Occidental, requiriendo, además del referéndum, la ampliación del mandato de la MINURSO para incluir la observación de los Derechos Humanos.

Y es que no habría mayor traición a la propia Haidar y a la causa que defiende que que este texto quedara en papel mojado u ocultara alguna contraprestación a la que no tiene derecho el liberticida y expansionista régimen marroquí. La afirmación, en este sentido, de la diputada socialista, Elena Valenciano, de que el asunto de Haidar "no es una cuestión bilateral entre España y Marruecos. No podemos darle lo que no tenemos ni devolverle lo que no le quitamos", es sólo una verdad a medias. Es cierta, en cuanto que es el Gobierno de Marruecos –y sólo él– quien tiene que ceder sin contraprestación alguna. Pero no es menos cierto que el Ejecutivo español, con sus errores en este asunto, se ha hecho cómplice de la situación y que, por contentar a Marruecos, ha venido abdicando de las responsabilidades que internacionalmente se le reconocen a España en relación con su antigua colonia.

Esperemos que la mediación de Don Juan Carlos –si es que el Gobierno de Zapatero realmente accede– sirva para que Marruecos deje de cercenar en la persona de Haidar un derecho reconocido en el Pacto Internacional sobre Derechos Civiles y Políticos de Naciones Unidas como es el de que "nadie puede ser arbitrariamente privado del derecho a entrar en su propio país". Cosa bien distinta es que el Rey pueda devolver a los saharauis la esperanza hacia España que le han quitado los sucesivos gobiernos españoles, en general, y el de Zapatero, muy en particular.


Libertad Digital - Editorial

El casinillo autonómico. Por Ignacio Camacho

EN su delirante autismo, la clase política española pretende interesar a la opinión pública en la endogámica discusión sobre el resultado estéril de una reunión intrascendente. Mientras los dos grandes partidos se enfrascaban en echarse la culpa del fracaso de la conferencia de presidentes autonómicos, los ciudadanos hablaban ayer en bares, oficinas y talleres de la nueva vuelta de tuerca de la ley anti-tabaco, cuyo consenso social será mayor o menor pero en ningún caso unánime como su previsible respaldo parlamentario. En nuestra escena política se puede discutir en balde durante horas un genérico documento sin compromisos en un foro sin estructura legal reconocida, pero no existe la manera de que nadie traslade el eco de la calle respecto a una cuestión de interés cotidiano. Y en tanto la gente se pregunta dónde se podrá o no fumar, los gobernantes que administran dineros y leyes se enfrascan en un debate sobre la implementación de medidas sostenibles y otros abstractos sintagmas de un lenguaje banal, inconcreto y vacío.

La mentada conferencia de presidentes es un retrato muy veraz de la deconstrucción líquida del Estado. El presidente del Gobierno se reúne con unos virreyes taifales que ejercen como nuevos señores de horca y cuchillo para implorarles una línea común a la que no están obligados a hacer puñetero caso. Se trata de un foro sin reconocimiento legal ni estructura jurídica. Y en una decisión muy propia de la levedad zapateril, en vez de plantear los asuntos candentes del modelo autonómico -Estatuto de Cataluña, financiación territorial, cohesión educativa, coordinación de competencias- pone sobre la mesa su vaporosa ley de Economía Sostenible para tratar de arrancar un vago consenso. Y ello con un papel improvisado sobre la marcha; entre todos los reunidos del pasado lunes dirigen a casi tres millones de funcionarios y varias legiones de cargos de confianza, pero no parecen bastantes para preparar a tiempo un documento de propuestas sólidas con el que acudir a la presunta cumbre con los deberes medianamente avanzados. Naturalmente la cosa acabó en calabazas y en un torrente de huecas, altisonantes declaraciones sobre la responsabilidad del fiasco.

Ésta es nuestra gobernanza pública: una cháchara insípida sobre un asunto indefinido en una tertulia insustancial. Nada con sifón. Pero lo más triste es la pretensión de generar estados de opinión en torno a esa mortecina nimiedad de fotos de familia y mesas de presunto trabajo. Durante veinticuatro horas, y lo que quede, los estados mayores de los partidos hegemónicos han tratado en vano de acaparar el debate público con sus mutuos reproches de ruptura, sin lograr el más mínimo interés ciudadano por su aburrido y trivial casinillo. Así son, y así nos (des)gobiernan. Si al menos se hubiesen fumado unos puros cabría la discusión de hasta cuándo y dónde podrán hacerlo.


ABC - Opinión